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Capítulo LXI

Me había quedado pensando en lo de Elian que no noté que el semáfaro había cambiado hasta que me dejaron sorda de tantas bocinas que me tocaron.

Avancé sin darle importancia hasta que llegué al Café y no me quedé tranquila hasta que estacioné la moto en el lugar de siempre, y fue ahí que caí en la cuenta de que no sabía exactamente qué decirle a Lena. Es cierto que le había prometido a Mila y a los chicos hacerlo pero de ahí a pensar qué hablar era muy distinto.

—¡Pensé que no vendrías! —Mila corrió a mis brazos rodéandome fuertemente, al parecer me había visto desde el vidrial.

—Perdón es que estuve en una reunión con el mánager de los chicos. —expliqué, no estaba segura de contarle lo de Elian todavía, no quería preocuparla.

—Espero que esta vez si te cuiden como debieron haber hecho la primera vez. —Al parecer mi amiga ya sabía por dónde venía el asunto de la reunión.

—¿Cómo es que lo sabes? —pregunté curiosa y claro estaba, tratando de retrasar el momento de enfrentar a Lena.

—Era algo obvio que pasaría. —Me regaló una sonrisa reconfortante—. Ahora deja de dar vueltas y entra de una vez. —Abrió la puerta y me empujó para que pasara por ella.

Mila literalmente me arrastró hasta el mostrador de la entrada y me sorprendió encontrar a Lena toda desarreglada.

—¡Ho... Hola! —Traté de saludar lo más natural que pude pero todo fue en vano, todo salió muy incómodo.

—Hola. —Lena me devolvió el saludo con pocos ánimos y lo supe por el tono de su voz porque no me animaba a mirarla a la cara.

—¡Vayan atrás a hablar! Yo me quedaré aquí por si viene algún cliente. —Mila siempre tan alegre nos invitaba a retirarnos para conversar.

Las dos caminamos hasta la cocina en donde estaban los lockers para poder intentar, al menos, arreglar el desastre que habíamos hecho las dos, porque en parte la culpa es de ambas por infantiles.

Las dos nos movíamos torpemente, y ninguna se animaba a hablar ni a mirarnos a los ojos. Dentro de mi pensaba cómo era posible que termináramos en esta situación después de haber sido tan unidas.

—Lena... —Trataba de juntar coraje para hablar— Yo en verdad... —Pero no pude terminar, qué digo terminar, ni siquiera pude empezar a hablar que un sollozo fuerte me interrumpió y al ver de dónde provenía me dejó impactada: Lena estaba llorando.

—No tienes nada que decir... —Sorbía su nariz mientras intentaba hablar—, estas en todo tu derecho de echarme y de no querer hablarme más, pero por favor no dejes de ser mi amiga. —Lloraba con cada palabra que decía, y verla en ese estado me partió el alma.

—¡Deja de llorar idiota! —le grité tratando de que no sonara tan fuerte por si algún cliente nos escuchaba, ella me observó con cuidado y yo me tiré a sus brazos llorando también.

—¡Lo siento! No debí haberte arreglado una cita con Elian en primer lugar. —hablaba y lloraba al mismo tiempo sobre mi hombro.

—No es tu culpa ser tan tonta... —dije en tono de broma.

—Te extrañé. —repetía sin romper el abrazo—. Prometo no volver a meterme de esa manera en tu vida. —dijo lo que necesitaba escuchar.

—Yo también te extrañé. —La abracé con más fuerza—. Y me alegra de que hayas dicho eso porque los chicos volvieron a casa y Elian no ha dejado de molestarme desde la dichosa cita, y todavía sigo esperando que llames a alguién para arreglar el desastre que dejaste en mi cuarto. —Sonreí mientras nos separábamos y limpiaba sus mejillas.

—¡Yo también las amo! —Mila de la nada se lanzó sobre nosotras haciendo que las tres cayéramos al suelo abrazadas.

Las tres estábamos tiradas riendo a carcajadas mientras la campanilla nos avisaba que un cliente había entrado.

—¡A trabajar se ha dicho! —Mila habló juntando las palmas de sus manos mientras nosotras nos poníamos de pie.

El rostro de Lena cambió completamente, ahora se veía relajada y feliz, ahora si podía decir que era mi amiga y no un zombie.

—¡Aysel! Es para ti. —Lena gritó en tanto yo terminaba de acomodar el delantal del uniforme.

—¿Para mi? —pregunté confundida al paso que me acercaba hasta el mostrador, y de solo verlo ahí una sonrisa se dibujó en mi rostro.

—¿Qué haces aquí? —pregunté emocionada lansándome a sus brazos sin importarme nada, estaba jodidamente feliz de verlo después de tantos años.

—¡Cómo has crecido osita! —dijo sosteniéndome en sus brazos—. Ahora pesas más que hace tres años. —Sonrió mostrando esa brillante sonrisa que tanto amaba.

—Perdón... Podrían ir a manosearse atrás. —Lena carraspeó su garganta para que le prestáramos atención—. Están montando un espectáculo frente a los clientes. —Señaló lo obvio a lo que ambos nos miramos y comenzamos a reír.

—Veo que no has cambiado en nada mi idiota preferida. —Zoran habló cruzando la barra y me soltó para abrazar a Lena que lo observaba divertida.

—¡Que no me digas idiota! —Se quejó recibiendo gustosa su abrazo—. Te ha hecho bien viajar. —Lena admitió mientras tocaba sus brazos repletos de músculos.

—Algo he ejercitado. —Rió pasando a la cocina.

Zoran había cambiado mucho desde la última vez que lo vimos hace tres años antes de marcharse. Lena y yo lo conocemos desde pequeñas y siempre ha sido muy extrovertido, alegre y demostrativo.

Cuando creció decidió viajar por el mundo y al parecer le había hecho muy bien. Se marchó siendo un flacucho de ojos claros y ahora su tes se había vuelto más oscura con un perfecto bronceado que le sentaba de maravilla ya que le hacían resaltar sus ojos verdes, su espalda se había ensanchado, sus brazos y piernas ahora tenían músculos, su cabellos se había rizado un poco más de lo habitual, estaba muy guapo.

—¿Cómo te ha ido en este tiempo? —pregunté emocionada sentándome a su lado.

—Bastante bien. —Sonrió y yo lo amé, amaba mucho a mi amigo—. Y por lo visto a ti también te ha estado yendo bastante bien. —dijo observando el lugar.

—¿Qué te puedo decir? —dije levantando mis hombros como si fuera de poca importancia lo que decía—. Ahora soy la dueña. —admití.

—¡Wow! Esos es grandioso osita. —En verdad se veía muy asombrado.

Mientras estábamos por seguir conversando una risilla se hizo eco y supe que mi pequeño repollo había llegado, no me había dado cuenta de que ya era medio día, de seguro los chicos me esperaban para almorzar juntos.

—La tía Aysel está aquí ya la verás. —Mila se acercaba con su hija en brazos que me buscaba impaciente.

—¿Dónde está mi pequeño repollo? —Me puse de pie para tomarla en mis brazos olvidando que Zoran estaba a mi lado presenciando todo.

—¿Tía? ¿Pequeño repollo? ¿Qué me perdí? —hablaba con su voz ronca sexy—. Hasta donde recuerdo eres hija única y no te gustan los niños. —declaró sin dejar de observar a Mila que se veía algo confundida.

—Y sigo así, pero mi pequeña es la excepción a la regla. —expliqué besando los cachetitos regordetes de Alai que reía ante mi gesto—. Te presento ella es Mila, está trabajando conmigo desde siempre y además también es una de mis mejores amigas. Y esta hermosura de repollo aquí es Alai su hija. —Mi pequeña sacudía su manito como si estuviera diciendo hola, era un amor de niña.

—Hola. —Mila saludó algo sonrojada ya que ya la había pillado observando el buen trabajado cuerpo de mi amigo.

—Hola. —Zoran le devolvió el saludo alegremente como lo caracterizaba, el maldito nunca tuvo problemas para socializar.

—Él es Zoran un amigo de la infancia mío y de Lena. —Lo presenté. Alai jugaba con mi pelo que había olvidado recoger.

—Tu celular suena. —Lena gritó desde el mostrador, al parecer lo había dejado de aquel lado.

Caminé hasta allí con mi niña en brazos y al encenderlo un mensaje apareció en la pantalla.

Donghae: preciosa te esperamos con el almuerzo. Espero todo halla salido bien con Lena. Te quiero.

Esa última frase me había dejado completamente congelada con el corazón bombeando a mil, era la primera vez que me lo decía.

—¿Estas bien? —Zoran se acercó hasta mi y yo reaccioné bloqueando el celular para que no viera el mensaje.

—Si. —Volví a mis sentidos y caminé hasta el locker para buscar mis cosas—. Zoran comprará el almuerzo hoy —ordené sonriendo con mi casco en la mano—, debo irme. Mañana ven a primera hora y desayunemos juntos. —Dejé a mi pequeña en los brazos de su madre y agitando mi mano me despedí de ellos.

Prácticamente corrí hasta mi bebé y luego de colocarme el casco le di vida al motor para volar, si era posible a casa. Por alguna extraña razón el leer el mensaje de Hae hizo que tuviera la necesidad de verlo.

Estacioné rápidamente y me encaminé hasta la puerta de casa, pero antes saqué mi celular y mandé un mensaje.

Yo: En cinco segundos te quiero en mi cuarto.

Eso fue lo único que puse y tras bloquear la pantalla entré.

—¡Llegué! —grité para que todos supieran de que ya estaba en casa.

—Bienvenida. —Shindong fue el primero en recibirme.

—La comida ya está lista. —Eunhyuk anunció a penas me vio.

—Perfecto, voy al baño y vuelvo. —dije para entrar a mi cuarto, tratando de que no se notara mi ansiedad.

A penas entré y cerré la puerta su olor se hizo presente y sus brazos me rodearon en un abrazo. Me di la vuelta y no le di tiempo a hablar ya que mi boca se encontraba devorando sus labios.

—Hola. —Susurré con mi boca aún sobre la suya.

—Hola. —Me saludó igual que yo y cerrando los ojos volvió a conectar nuestras bocas que se anhelaban con desesperación.

—Te extrañé. —dijo cuando buscábamos recuperar nuestro aliento.

—Yo también. —admití y volví a besarlo, en este momento no me importaba nada, solo quería estar así con él por un segundo más, pero al parecer no se podía.

—¡Aysel! Ya está servido. —Heechul entró a mi cuarto y gracias a todos los santos Hae quedó perfectamente escondido detrás de la puerta.

—Estaba saliendo precisamente en este momento. —mentí y antes de cerrar la puerta le hice señas a Hae que saliera por el ventanal, al menos algo útil tenía que todavía estuviera roto.

—¿Pudiste hablar con tu amiga? —Yesung preguntó mientras servía la comida.

—S... —Estaba por responder pero me vi interrumpida por el timbre.

Caminé hasta la puerta pensando que era un cartero que venía a dejarme alguna boleta para pagar, pero al abrir la puerta no podía estar más equivocada.

—¡Sorpresa osita! —Zoran entró y sin importarle nada me abrazó nuevamente hundiendo su cara en el hueco de mi cuello como acostumbraba a hacer cada vez que volvía de algún viaje.

Cuando me pude acomodar los siete observaban desconcertados la escena. Estaba realmente jodida.

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