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4. Jay

Apoyo el dorso de mi mano sobre el lienzo para pintar unos pequeños detalles en amarillo, resaltando el verde que pinto en lo que sería un paisaje de balcones con naturaleza, la luz es como si el sol tuviese minutos de haber salido y me enfoco en agregarle los detalles mientras Irvin se pasea a nuestro alrededor con las manos detrás de la espalda.

—Qué asco—dice en voz baja cuando pasa detrás de una de las alumnas a mi lado, ella continúa pintando, pero puedo ver su ceño fruncido y que traga con cuidado para ahorrarse las lágrimas. En esta clase lo único que se escucha es su voz y sus zapatos sobre la madera

Respiro profundo, sé que viene por mi porque siento su sonrisa de dientes amarillos antes de que ponga en frente y se apoye del caballete. Evito mirarlo, continúo con mi pintura apretando mi mandíbula. 

Él con un dedo, desestabiliza el caballete y cae al suelo, haciendo que la pintura ruede en el piso.

Quedo con el pincel en la mano, mi respiración agitada de la rabia y la impotencia que sobrepasa cualquiera de mis emociones. Todos miran, nadie parece sorprendido. Hay aún más silencio, sólo escuchó mi respiración.

—Se te cayó—dice. Su mirada se fija en mí, mis cejas están tan unidas que empieza a darme migraña—. Recógela.

Me miran, siento los ojos de todos sobre mi ahora. Yo me concentro en su cara de diablo con bigote, sus dientes amarillos, su cabeza sin pelo. Flaco y sin musculatura. 

—Recógela, Joel... O quedarás suspendido de mi clase, y la reprobarás.

Manteniendo mi cuerpo tenso, mi mirada llena de ira y mis manos firmes, camino hacia la pintura y caballete. Pongo el caballete sobre sus patas con determinación y me detengo.

—Mi nombre no es Joel—acomodo el caballete, y antes de seguir hablando, coloco el cuadro ahora con algunos manchones de pintura fresca—. Es Jay.

Ríe nasalmente, continuando como si nada. Minutos después, la clase termina. Rascando mi ceja, me monto el bolso sobre el hombro y salgo del aula, dejando la pintura ahí sobre el caballete como la sombra de un mal recuerdo.

Camino solo mirando al frente. Mi cabeza palpita y mi respiración todavía no se regula. Mi teléfono suena, contesto nada más para no tener que repetir en mi cabeza lo que pienso de Irvin.

—¿Dónde estás?—me dice Britney detrás de la línea. Suspiro.

—Saliendo de clases, voy a casa. ¿Por qué?

—¿No íbamos a almorzar hoy?—palmeo mi frente, suspiro susurrando una maldición.

—¡Sí! Sí, es cierto... Ya voy para allá.

—Últimamente, olvidas las cosas. ¿Estás bien? ¿Dormiste bien?

Claro que no, dormí hasta las tres de la mañana y después, me levanté a pintar hasta que salió el sol. Mi vista se nubla cada cierto tiempo del cansancio y siempre estoy bostezando.

—Sí. Dormí bien. Ya voy para allá... Espérame.

—Siempre—responde con suavidad. Eso me hace sentir culpable.

Mientras camino al restaurante de Domenico, el mismo en donde comimos comida italiana la primera vez que salí con Britney, me permito pensar.

El cielo está claro, me recuerda a Ciudad Solar. Extraño ese lugar, cada día extraño más el recuerdo de lo que fui en ese entonces. La última vez que estuve en casa había encontrado la paz que había extraviado, las cosas iban en marcha y había entendido que tenía un hogar allá. Ahora es diferente, todo cambió repentinamente desde hace ocho meses...

Meg al irse, fue el inicio de mi descenso. A partir de ahí todo fue más tosco, el trabajo, las clases, la relación que tengo con mamá. No le dije a nadie sobre mi cumpleaños, pero Britney llegó a mi departamento con Colin y Harold. No quería compañía ese día, aunque debo admitir que fue un salvavidas momentáneo.

Quiero y no quiero estar solo. Ya no veo más allá de esta rutina porque me consume la idea de no lograr nada en el futuro, siento que no voy hacia ninguna parte. Me siento sin un propósito, y ese pensamiento, hace que me detenga unos segundos con la mirada en el cielo antes de continuar mi camino.

Britney me espera sentada con su barbilla sobre sus nudillos. Sonríe delicadamente y cruza sus piernas cuando tomo asiento frente a ella. El ambiente huele a orégano y no hay demasiadas personas. Este lugar se llena en las noches, cuando invitan a grupos a tocar y la gente baila y se divierte. Suspiro, hace meses no tengo una noche como esa.

—¿Estás bien?—dice Britney.

—Sí, estoy bien—le resto importancia subiendo un hombro—. ¿Estás bien tú? ¿Llegó Colin? ¿Cómo digirió la noticia?

Britney suspira y toma la carta, ya debe sabérsela de memoria al haber crecido con ellos. Lo hace para evadir que sí le importa. Le duele, pero insiste en que debe mantenerse firme por Colin y por los bienes de su padre.

—Estoy bien, sí. Iré a buscar a Colin mañana. Me dijo... Preguntó por qué no se lo había dicho. Pero es que yo tampoco lo sabía. No me creyó. Creo que empieza a odiarme—dice entre dientes.

—No te odia. Es nada más mucha información para él por ahora. Tenle algo de paciencia.

—Él no quiere entender. Debería tomarlo con más madurez.

—Britney—me mira—, él no es un adulto. Es un chico.

—Debe aprender.

—Aprenderá... Cuando sea su momento. Déjalo disfrutar con su padre y el poco tiempo que le queda. ¿Le preguntaste si lo está pasando bien? ¿Si se ha divertido?—no responde, regresa su vista a la carta mientras tantea el papel con sus dedos delgados—. Déjalo ser un chico. Se sentirá frustrado después.

—¿Tú te sientes frustrado?—arquea su ceja, me dejo caer de espaldas en la silla.

—No... —¿miento?— Pero tuve que vivir adelantado a mi etapa después de que papá murió. Me hice cargo de cosas que no eran mi carga. Tú también viviste algo parecido, sabes lo duro que es eso. Déjalo vivir.

—Jay, si no sabe manejar estas cosas...

—Tendrás que estar ahí para apoyarlo. Ahora él necesita tu apoyo, Britney, tú papá está muriendo—respondo con sutileza, la señalo con las palmas sobre la mesa. Britney une sus cejas como evitando que la tristeza se note en su rostro, baja la carta y yo hago de mis manos un puño—. Tienes que estar con él, Britney. Con Colin, y con tu padre.

—No me dijo que estaba enfermo—el matiz de su voz se vuelve más tosco, como rabioso—. Él se va a morir, y me va a dejar con todos esos negocios. Ni hablar de todo el proceso legal al que tendré que someterme. No puedo permitirme ser débil ahora, Jay. No espero que entiendas eso.

—No seas condescendiente, Britney. Quizás no puedo entenderlo tanto como tú, nadie puede entenderlo mejor que tú. Pero si apartas a Colin y lo obligas a actuar como un adulto, harás que te odie. Eres su hermana... Eres lo único que va a quedarle.

—Gracias por agregarle más presión a mi vida—responde con sarcasmo, respiro por la nariz. Hoy no ha sido mi mejor día y parece que no va a mejorar.

Me decido por tomar su mano en apoyo. Sus ojos gélidos me observan y parece que me dijera que es lo que necesitaba. Quedamos unos segundos en silencio. Britney es mi amiga. La quiero. Y sé que es sentirse solo.

—No estás sola, Britney. Soy tu amigo. No intento agregarle más presión a tu vida. Intento que veas que tu hermano te ama, y que tú necesitas estar con tu papá ahora más que nunca antes de que no puedas hacerlo más.

Su teléfono suena, me observa un par de segundos más sosteniendo mi mano. Veo sus ojos nublados moviéndose de lado a lado, intentando apartar las lágrimas. Ella traga y suelta mi mano con cuidado, ve su teléfono y contesta. Intercambia unas cuántas palabras hablando de negocios y cuelga.

Suspira regresando a mí.

—Debo irme. Pide lo que quieras—se levanta y camina unos pasos antes de detenerse. Se regresa con el bolso colgando de su hombro—. También soy tu amiga—sonríe débilmente, ofreciéndome una última mirada antes de irse por completo.

Después de su ida, suspiro. Tomo mis cosas y camino hacia la salida. 

Hoy no tengo hambre.

.
.

Timotie's está abarrotado, en la cocina todos trabajan rápido y los mesoneros caminan de allá para acá con velocidad. Me esfuerzo por dirigir las cosas lo mejor que puedo, intento ser amable con todos y mantener la calma para evitar un desastre.

He sentido algunas miradas pesadas sobre mí, habían algunos que estaban deseando este puesto. Tuve que tomarlo, necesitaba el dinero para pagar el alquiler y comprar cosas que necesitaba si quería seguir existiendo, como comida que guardar en la nevera de mi departamento.

No le ofrecí explicaciones a nadie, estoy harto de ellas. Simplemente me decidí por ayudar en todo lo que pueda a quien lo necesite y no verlo desde la superficie. Sí han bajado las mareas. Aun de vez en cuando, escucho inconformidades que intento ignorar por mi tranquilidad mental, intento no darle demasiado peso a esas cosas en mi cabeza, hay tanto que pienso durante el día que no deseo agregar una más.

—Estoy haciéndolo lo más rápido que puedo—dice uno de los mesoneros a un cocinero. Tiene una bandeja vacía y se ve algo desorientado, es casi nuevo.

—Pues, haz más. ¿Qué esperas? ¡Muévete ya! No seas inútil—le responde.

—¡No me diga inútil! ¡Estoy haciendo todo lo que puedo!

—¿Qué pasa?—me acerco.

—Nada, él no quiere moverse de ahí—recrimina el cocinero, su cara inexpresiva y roja dice lo suficiente, ha trabajado aquí durante bastante tiempo y sigue pidiendo un aumento. Pasé la petición, pero Britney ni siquiera la ha leído.

—Ve y toma un descanso—le digo al chico, sus ojos se vuelven agradecidos, debe tener unos diecisiete años.

—¿Cómo que descanso? ¡No ves que hay demasiada gente afuera!—dice lo suficientemente alto para captar la atención de los otros.

—Es por eso que yo lo suplantaré. Está bien, Francisco. Tenemos que mantener la calma, hay mucha gente afuera y gritando no podremos resolver nada. Sigan con su trabajo—digo en general, Francisco continúa cocinando pero veo sus cejas fruncidas y sus labios murmurando. Con la bandeja debajo del brazo, pienso bien mis palabras y me acerco para que escuche él—. Sigo presionando por tu aumento. No me he olvidado de ti.

—Tengo dos hijas que mantener—responde, todavía no me mira—. No quiero renunciar, pero ya me estoy cansado de esperar.

—Está bien, Francisco. No te precipites. Hablaré con Britney, no te queremos perder—no sonríe, pero si veo que su rostro se relaja cuando asiente y continúa con su trabajo estando más tranquilo, hablando como normalmente habla, fuerte y alto, pero sin aturdir como hace un rato.

Sirvo de mesonero durante una hora, intento dar el ejemplo haciendo las cosas con calma y amabilidad aunque el cansancio me entorpezca. Hace días que no logro dormir suficiente y lo noto cuando mi vista se nubla unos instantes. Decido ir al baño y sentarme para recuperar fuerzas, sé que si me ven abarrotado, todos se alterarán de nuevo.

Quizás le doy mucha importancia a lo que hago. Yo intento hacerlo bien a pesar de todo. Por eso me tomo unos quince minutos, el chico nuevo regresa a su trabajo con más tranquilidad y el clima se calma. Britney no se ve por ningún lado y ya está llegando la hora en que el público viene a escuchar a los grupos de jazz invitados.

Veo la hora en mi teléfono, queda mucho para mi hora de salida. Cierro un poco los ojos y masajeo mis sienes, sigo así hasta que escucho una notificación con el sonido de tono que le puse a mamá.

Tenemos que hablar. Llama cuando puedas. 

Es lo que dice el mensaje. Empiezan a comerme los nervios, ¿le habrá pasado algo a Aaron? ¿A Alissa? Hace tres semanas que no llamo a casa, no he tenido la valentía suficiente para admitirle a mamá que no estoy bien, pero esta vez, debo hacerlo, necesito saber si están bien.

La jornada de Timotie's se hace eterna por la espera de las palabras de mamá. Aquí me he vuelto muy solitario y no tengo con quién hablar desde que Colin se fue con su padre a pasar unas pequeñas vacaciones. Cuando llega mi hora de irme, tomo un taxi para llegar al departamento sintiéndome más agotado que nunca.

El departamento está oscuro y le cubre una capa de polvo a las cosas. También las plantas del balcón están algo opacas. Hace dos días regresé y siento que hubiesen pasado años desde que estuve aquí. Todavía extraño a Pequeñito y cómo lo sentí cuando se lo llevó. No era mío, era su regalo. Pero lo quería tanto... Me hacía compañía en momentos de soledad, jugaba con él para distraer mis ideas cuando no tenía ánimos de hablar y dormía conmigo cuando pasabas horas mirando al techo después de que ella se fue.

Muchas cosas se fueron de mi vida desde ese entonces, las luces de este departamento se apagaron y ahora mismo, me siento más solo que nunca. Sin embargo, sé que debo estar aquí. He estado escapando por demasiado tiempo.

Llamo a mamá.

Empieza diciendo que me extraña, mis hermanos ya deben estar dormidos, Rose ya debe estar en su casa. He perdido la noción del tiempo en esta ciudad, nunca sé cuándo es suficientemente tarde. Hablamos de qué hemos hecho, cómo hemos estado. No hablo mucho, intento responder sus preguntas con más de dos palabras, dice que me nota cansado. Es algo que todos me dicen. Pero que me lo diga ella, me hace pensar que en verdad tengo que descansar.

Podría descansar más mi cabeza si tan sólo no me hubiese dado la noticia. Si solamente esa impotencia de mi corazón no se hubiese enredado en mis venas. Mi corazón se quiebra. Es un sonido sordo, algo que nada más puedo escuchar yo.

Una pequeña oración que hizo de este día, peor de lo que era.

Voy a vender la casa.

—¿Qué?—digo después de unos segundos. Pudieron parecer mucho más que no pude contar por la conmoción.

—Jay, Matt quiere vivir en otra parte de la ciudad. No estás aquí, no tengo tiempo para mantener dos casas. Trata de entender que...

—¡No! No puedes vender esa casa, mamá. No puedes. ¿Por qué?

—Es una casa, cielo...

—Yo crecí ahí. Papá construyó mucho en esa casa, ¿lo recuerdas?—respondo con un tono demandante que intenté mantener a raya—. No la vendas... Por favor.

Suspira detrás de la línea. 

—Jay... Ya es suficiente de que te aferres a cosas del pasado.

—Mi papá no es cosa del pasado, porque te cases con un nuevo hombre no significa que él no haya existido.

—Pensé que ya habíamos hablado de esto.

—¡Y lo hablamos! No tengo nada contra Matt, ya te dije que está bien tu decisión, ¿pero por qué la casa? Parece que no te importara.

—No te comportes como un niño, ya te dije la razón—parece que está llegando al límite, y yo también. Antes de decir algo más, balbuceo un par de veces. Cuelgo la llamada.

Dejo que suene desde el mesón, todavía están las luces apagadas y yo me dejo caer en el sillón con mis manos sobre la frente. Siento que hoy no puedo más, siento que necesito correr a dónde sea. Lejos. Necesito salir de aquí. Es como si todas las emociones que he intentado contener de repente se arrastraran hasta la superficie advirtiéndome que deben salir o sino, explotaré.

Corto la segunda llamada de mamá sin responder. 

Mis manos tiemblan, lo que me está consumiendo es todo lo que está ocurriendo a mi alrededor. Hay demasiada oscuridad, demasiado silencio. Estoy solo. ¿Es así como se siente la soledad? ¿Tan llena de preguntas que te consumen el sueño y la energía?

Empiezo a sentirme cada vez peor, afuera el bullicio de la ciudad se escucha ahogado. No tengo fuerzas para encender las luces. Parece que todo se moviera muy rápido, pero estoy sentado en el sillón con los ojos cerrados intentando contener la respiración para no gritar. 

Necesito salir de aquí. Necesito aire. 

Mi teléfono vuelve a sonar. 

No quiero mirar, no voy a responderle a mamá. No ahora. 

Pero cae la contestadora, y no es mamá quien llama. Es Harold. 

—¡Hola, Jay! ¿Nos encontraremos hoy? Estoy ahora en los Álamos. Hay un evento, un pequeño concierto de algunos músicos de la universidad. Estoy con Bianca. ¿Quieres venir? Luego de eso podemos ir a un bar. Regrésame la llamada.

Finaliza. 

Es cierto, iba a encontrarme hoy con Harold. Necesito salir de este lugar, necesito no pensar por un rato. Me consume la consciencia recordar que no he hablado con mamá y cuando lo hice, discutimos. No puedo enfrentarme a eso aún, no sé qué haré cuando llegue el momento de ir de nuevo a Ciudad Solar. No falta mucho para eso. 

Me ducho. Limpio el espejo para encontrarme con mi reflejo. Necesito un corte de cabello, tenerlo siempre sujeto ya se está empezando a hacer una molestia. Trato de distraerme haciendo una lista mental de cosas que debo hacer, respiro profundo. Me abrigo bien antes de llamar a un taxi. 

En los días hace más calor. Abro la ventana del auto para encontrarme con el tráfico de la ciudad. No se puede ver el cielo aquí, quizás por la contaminación o por todos los edificios que se alzan a mi alrededor. Con ese pensamiento, decido buscar algo más agradable de ver. 

Al acercarme al parque Los Álamos, veo más verde y a personas caminando tranquilas. Es mitad de semana, se necesita algo más tranquilo una vez a la semana para poder sobrevivir a esto. Camino hasta la indicación que me envió Harold por la mensajería, algo agradable de ver es la grama verde algo húmeda, los árboles que se mecen suave con la brisa. Me tranquiliza un poco ver a un par de niños correr con una pelota. 

Veo no tan lejos una pequeña tarima bien iluminada, hay músicos preparándose y personas sonrientes esperando escucharlos tocar. Me acerco buscando a Harold con la mirada, con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta. 

Mi estómago se revuelve cuando veo un perfil muy conocido para mí. El cabello negro, la sonrisa bonita mientras conversa con Bianca... Es Meg.

Harold está junto a Bianca, los tres mantienen una conversación animada, sus voces confundiéndose con las demás ansiosas al evento. Llamo a Harold quien contesta casi de inmediato. 

—¿Llegaste?

—¿Por qué no mencionaste que está Meg aquí? —ríe nervioso. 

—No creí que fuese necesario mencionarlo... 

Harold mira en mi dirección. Es muy seguro que tenga una expresión que delata todo lo que estoy pensando ahora. Bianca gira su cabeza en mi dirección. Ya no tengo tiempo de irme porque Meg hace lo mismo. 

Sus ojos se abren ligeramente. Bianca le dice algo que no alcanzo a distinguir, ella no le da respuesta. Harold cuelga y se acerca a mi directamente, todavía tengo el teléfono en mi oído. 

—Ella no sabía que yo venía—afirmo. 

—Bianca la invitó. Acércate. Ya estás aquí. Además, ¡te ves bien! Te duchaste por fin—dice mientras me obliga a dar unos cuantos pasos. Tomo una respiración rápida después de guardarme el teléfono en  el bolsillo. 

—Hola, Jay—me dice Bianca con neutralidad. Bianca no sabe bien si creer en mí o no. Mira discretamente a Meg quien tiene una sonrisa incómoda en el rostro, respira y sube los hombros después de que le regreso el saludo a Bianca. 

—Hola—me dice subiendo las cejas. 

—Hola... No sabía que estarías aquí—trato de sonreírle de regreso. 

—Sí, yo... No tenía mucho que hacer hoy. 

—Sí, yo tampoco—Harold ve de un lado al otro mientras intercambiamos las palabras más forzadas que han salido de mi boca.

—¿Tienen hambre?—dice Bianca sonriente y tensa en dirección a Harold y Meg—. Podemos ir después a comer, yo estoy empezando a tener hambre. 

—No me dijiste tampoco que sería parte de tu cita—le digo entre dientes a Harold tensando mi expresión. 

—No es una cita. Vinimos al parque a ver el concierto y después vamos a comer. Además, Meg estaba diciendo que invitó a sus amigas—la regreso a ver. 

—Ah, sí. Sarah viene con su novio y Andrea. Estarán aquí un rato—responde con casualidad. 

Nunca imaginé que llegaría el día en donde me sintiera incómodo con Meg. Bianca y Harold tratan de incluirnos en la conversación, aunque Meg se ríe, noto que de vez en cuando se muerde el interior de los labios y se retuerce los dedos. 

La noche está fría. Los músicos siguen afinando sus instrumentos, hay personas que siguen llegando, buscando un puesto para ver la presentación. Algunos con sábanas en el suelo y sillas plegables. Quiero estar presente, pero no paro de remover la tierra con mis zapatos. 

—Jay. 

—¿Mh? —vuelvo en sí cuando Bianca me menciona. 

—¿Podrías acompañar a Meg a buscar algo de beber? Hay una cabaña aquí cerca donde venden refrescos y cosas por el estilo. 

Tardo dos segundos en responder. 

—Sí... Sí, claro. 

Meg me ofrece una sonrisa rígida y sin dientes. 

—¿Vamos? —le pregunto moviéndome unos centímetros. 

—Sí, nos queda un rato antes de que empiece el concierto. ¿Ustedes quieren algo?

—Unas papitas—le dice Bianca con una sonrisa tranquila. Se da vuelta con Harold, él la sujeta con cariño de los hombros. 

Caminamos algo lejos uno del otro. Los árboles arrullan con el sonido de las hojas. Miro hacia arriba para encontrarme con un par de estrellas, aquí sí puedo ver el cielo un poco más despejado. Mientras nos alejamos, encuentro algo más de silencio. Un poco de tranquilidad. 

Veo a Meg de reojo. Ve tranquila nuestro alrededor. Viste unas zapatillas rojas con algo de tacón. Una falda de jean en donde guarda su camisa blanca lisa que cubre su chaqueta. Trato de encontrar algo qué decir, algunas palabras para llenar el vacío de nuestro silencio. 

—¿No tienes frío? —me encuentro con su mirada muy rápido. Trato de mirar con cuidado de nuevo al frente. 

—Algo. 

Han pasado más de ocho meses. La he visto más estas semanas que todo ese tiempo que estuvimos lejos. El tiempo juega conmigo. Respiro un poco para calmar mi ansiedad. 

—Perdóname. De verdad no sabía que vendrías—le digo. 

—No te preocupes. Hay varias personas de la universidad aquí. Existía la posibilidad de que nos encontráramos. 

Lo que escucho son los árboles y nuestros pies moviéndose sobre la grama suave. Meg se balancea un poco. 

—¿Cómo estás? —pregunta. 

—Estoy bien... ¿Cómo estás tú? ¿Conseguiste el trabajo?

—No. Aún no. Victor me está haciendo el favor. Yo estaba trabajando en una tienda de discos de vez en cuando, pero no pagan tan bien. No quiero seguir dependiendo tanto de papá—sonríe. 

—¿Cómo está tu mamá?

—Ella está mucho mejor—algo en su mirada, en su voz, se esperanza. Sonrío un poco genuinamente—. No la he visto en persona. Pero papá me ha enviado fotos de ella. Hablamos también una vez. 

—¿En serio? Eso me alegra mucho, Meg. De verdad. 

Mira al piso. Noto otra sonrisa tranquila. 

—¿Ellen, Rose y los gemelos?

—Alissa y Aaron están creciendo mucho. Rose también está bien. Hoy hablé con mamá...

—¿Qué te dijo? —veo la cabaña a unos pocos metros. Hay una fila corta. 

Suspiro. 

—Va a vender la casa.

—¿Está mal?—pregunta.

—No. No sé... Yo crecí ahí.

—Yo lo sabía—dice, aprieta los labios.

—¿Cómo?

—Ellen y yo nos escribimos aún. Ella no quería decírtelo porque tampoco quiere venderla, pero quiere mudarse. Ellen esperaba que pudieras entenderlo, está preocupada por ti.

—Está bien que quiera mudarse. Aunque la casa podría seguir siendo de nosotros. Papá quería que yo la tuviera.

Nos incluimos a la fila. La cabaña está decorada con luces. La gente compra palomitas y algodón de azúcar, maní y esas cosas. No he comido nada desde la tarde. 

—Ella no quiere que te aferres al pasado. 

Me trago la ironía. 

—Me dijo lo mismo. 

—Puede que sea verdad. Ellen no lo haría para hacerte daño. 

—No me estoy aferrando al pasado. Mi papá quería que  yo viviera ahí. 

—¿Qué quieres hacer tú? —se gira a verme. Me absorben sus ojos oscuros. No respondo porque no tengo la respuesta—. ¿Quieres vivir ahí?

—No me gustaría establecerme aquí—confieso cuando llega nuestro turno. 

—¿Por qué no? Hablábamos de Goleudy antes y era como un sueño—después de esas palabras algo en su semblante se quiebra. Algo en mí también se quiebra. Ese antes nos implicaba a ambos en un mismo futuro. 

Meg ignora esa tensión que de nuevo se crea entre nosotros y pide algunos refrescos y papas. Quien atiende, le sonríe cuando le indica la cuenta para pagar. Meg se despide después de que le entregan su compra en una bolsa de papel. 

De regreso ninguno habla. Me paso una mano por mi cabello para volver a peinarme. Me agarra suficiente cabello para que queden algunos sueltos en mi cuello. 

—¿Y tu cabello? —sonríe. 

—Me da un aire de surfista. 

—Aquí no hay playas. 

Río. 

—Me lo cortaré cuando llegue el día de la boda de mamá. 

Sonríe. Escucho grillos y ranas, la noche se ha vuelto en calma. Hasta mis ideas parecen haber permanecido un rato en silencio. 

—Mira allá—me indica Meg a su izquierda. En el lago que sigue el camino del parque, hay una fila de patos. Las luces se reflejan suavemente en el agua.

—¿Quieres ir? —me mira dudosa. 

—El concierto ya debe estar por empezar. 

—Podemos ir un momento si quieres verlos. Ya sabes cómo son los músicos, seguro querrán que el público los admire más mientras afinan los instrumentos—me mira con reproche, hay algo de diversión en sus ojos. 

Sin decirme nada más, sus zapatillas se mueven en esa dirección. Llegamos a la orilla en donde Meg se agacha con cuidado después de poner la bolsa en el piso. Veo algunas ranas nadando sin ninguna preocupación. Los patos se deslizan sobre el agua, es una vista algo surrealista cuando vives en una ciudad ajetreada. También me hipnotiza el panorama, no pienso en pintarlo, ni dibujarlo. Sólo en observarlo antes de regresar a la realidad. 

—¿Te gusta? —le pregunto. 

—Sí. Es lindo. Es diferente también. La ciudad a veces me cansa un poco. 

Se levanta sin quitarle atención al agua. Puedo escuchar que se apertura el concierto, suenan algunos violines acompañados de los grillos y otros insectos que viven aquí. 

Aprieto los labios, el corazón se me agita. Sé que no es buena idea lo que diré a continuación. 

—¿Bailamos?

—¿Qué? No. Claro que no—bufa. 

—Por los viejos tiempos. No hay que aferrarse tanto al pasado—me gira los ojos en medio de una expresión de ironía. 

—Hay gente.

—Yo no veo a nadie.

Observa nuestro alrededor dudosa. No la culpo. Mantengo una mano extendida. Alterna su vista entre mis dedos estirados y mi rostro. 

Suspira viendo un momento la lejanía de donde proviene la música. Repiquetea un pie dos veces para volverme a ver con la expresión derrotada. 

—Un baile. Y es todo—responde.

—Y es todo.

Se acerca a tomar mi mano sin apartar sus ojos de los míos. Me recorre un escalofrío cuando mis dedos encierran los suyos y mi mano se dirige a su cintura. La música se oye un poco más fuerte, se mezcla con el compás de nuestro balanceo y un par de respiraciones calientes. 

Giro su cuerpo, la encuentro con la barbilla ligeramente alzada. Sus dedos delgados en el dorso de mi mano. Me quema. Su cuello delicado, la punta de su nariz. Las cejas oscuras. El viento moviendo alguno de sus cabellos. 

Su mano en mi espalda también quema. ¿Fue una mala idea? Meg se siente pequeña junto a mi cuerpo, pero también hay algo en ella que se hizo mayor repentinamente. Aunque no tiene la misma mirada, sigue siendo electrizante. 

—Nunca dices mi nombre—digo en voz baja. Todavía sus ojos me observan. No han dejado de hacerlo desde que empezamos a bailar. No hay respuesta de su parte.

Sus cejas se van uniendo ligeramente. Esa indiferencia es cuestión de tiempo. 

—Ya debo irme. 

Nos detenemos suavemente, pero aún sujeto su mano. Su labios entreabiertos tienen algo más que decir. Yo también. Sé que no es el momento, por esa razón, no digo nada. 

—Sí. Están esperándote.

 Soy yo quien le suelta la mano con lentitud después de unos instantes... Meg parpadea unas cuantas veces con una expresión que a mí me causa confusión. No sé qué pasa por su cabeza, lo que sé es que todavía me quema el tacto que dejó en mi piel. 

Aspira aire como para decir algo más. 

Pero tensa sus labios y recoge la bolsa de papel del piso. Camina con naturalidad al igual que yo. No hay nada que hablar ahora. 

Nos encontramos con Bianca y Harold, además de Sarah y su novio. Andrea me abraza y saluda, le deja a Meg un beso rápido. La orquesta suena como debería, las personas lo están disfrutando. 

Yo también trato de hacerlo. Me enfoco en el sonido de los instrumentos. De vez en cuando, no puedo evitar mirarla de reojo. Meg mantiene totalmente la vista al frente, sostiene una expresión que me cuesta distinguir. La música recorre todo el parque, trato de escuchar y desviar mi atención a los dedos de los violinistas. 

Al terminar el concierto, salen disparados fuegos artificiales. El público aplaude y grita emocionado. Harold y Bianca se dan un beso rápido y se abrazan. Meg aplaude alegre al espectáculo. 

Yo creo que es tiempo de irme a casa. 

Después de eso, Harold y Bianca nos invitan a un bar. Sarah y Andrea deben irse, se despiden alegres de todos mientras quedamos Meg y yo. Me sonríe tensa cuando se encuentra con mi mirada que sin querer, se desvía hacia ella. 

—¿Vamos? —me pregunta Harold. 

—No, ya debo irme también. Hay que trabajar y estudiar. Lo disfruté de todas formas, gracias por invitarme—digo con sinceridad metiéndome de nuevo las manos en los bolsillo de la chaqueta. 

—¿Tú, Meg? —le pregunta Bianca.

Su expresión viaja entre ellos, suspira. 

—También debo irme. Tengo que darle comida a Pequeñito—su mención hace que algo en mi duela. 

—Jay, deberías acompañarla a que tome un taxi. Ya es algo tarde—Bianca se pasa el brazo de Harold por los hombros con tranquilidad. Evito los ojos que le hace Meg por su comentario. 

—No es problema...—dice. 

—Bueno, en realidad sí es algo tarde. Deja que te acompañe—está de acuerdo Harold. 

—Está bien. Me queda de paso—menciono para no hacer más larga esta conversación.

Meg y yo quedamos solos luego de despedirnos rápidamente de ambos. Bianca le dice a Meg que le escriba al llegar a casa mientras empiezo a caminar en dirección a la salida. Meg da unos pasos rápidos para alcanzarme. 

Noto que sí es ahora más pequeña junto a mí, más delgada y me llega al pecho. Se esconde el cabello detrás de las orejas observando distraída la noche del parque. Hay algunas nubes de lluvia en el cielo. 

—Deberíamos apurarnos. Parece que va a llover—digo para liberar tensión. 

—Sí, es cierto. 

Aprieto los labios. 

—¿Te gustó el concierto?

—Sí. Estuvo bien... ¿Van bien tus clases? Dijiste que tenías que ir mañana. 

Evito decir una respuesta verdadera. No es necesario. Profundizar en detalles no tiene sentido. 

—Sí. Están bien...—veo la salida desde aquí, siento alivio— ¿Pequeñito está bien?

—Ya no es tan pequeñito—sonríe—. Se porta bien. Es un buen perro. Aunque ya debo mudarme, a Sarah no le gustan. 

—¿Vives con ellas?

—Me voy a mudar este mes. Eso espero. 

Escucho un par de truenos. Ya hay personas caminando con sus paraguas listos. No hay casi nadie esperando por taxis. Me subo de hombros mientras Meg junta sus zapatos con impaciencia. 

Le detengo un taxi. 

—Te avisaré cualquier novedad de la boda—le digo cuando le abro la puerta del taxi. También le pago por adelantado. 

—Sí. Adiós...—se queda unos segundos sosteniendo la puerta.

—Adiós. 

Espero que el taxi se vaya. Siento ese escalofrío de nuevo. Evito pensar en su tacto. Después de más de ocho meses, todavía me quema. 

Camino a casa sin pensar mucho. Me espera de nuevo el departamento vacío. Aunque luego de ese paisaje tranquilo en la laguna y los fuegos artificiales... Puedo dormir una noche completa después de mucho tiempo.  




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