3. Meg
—Sí, gracias. Estaré llamando.
Cuelgo. Dejo caer mi cabeza en una de mis manos, apoyándome sobre la mesa con un cuaderno y una calculadora. Suspiro todavía decidiendo si resignarme o no, dándole vueltas a un bolígrafo azul entre mis dedos con el que me quedo distraída unos segundos.
—¿Qué tal ese?—me dice Andrea colocándome una taza de té al frente, ella toma asiento dándole un sorbo a su bebida con su suéter de lana cayéndole sobre un hombro.
—Todavía no estoy convencida. No aceptan perros.
—Puedes dejar a Pequeñito con nosotras, ¿qué podría pasar?
—Sarah lo cocinaría. Sus ladridos la atormentan—bromeo y ella ríe, pero pierde su mirada unos segundos.
—No te estamos pidiendo que te mudes, es más, no sé todavía por qué quieres hacerlo en primer lugar—toma otro sorbo manteniendo un ojo sobre mí.
—Necesito progresar, independizarme. Me encanta vivir con ustedes pero, necesito buscar una forma de hacerme encajar.
—¿Hacerte encajar?
Me muerdo los labios antes de beber el té caliente, perdiendo mi mirada en las ondas de vapor que soplo solamente para apropiarme de unos segundos, para lograr pensar bien mis palabras.
—Quiero hacer que esta versión de mi funcione—digo—, mudándome a un nuevo lugar podría facilitarlo.
—¿Facilitar qué, exactamente?—cierra un ojo, noto cautela en su expresión—. Amamos a tu nueva tú. Pero, ¿no crees que hay cosas que debes sanar antes de intentar convertirte en ese algo nuevo? Es decir, no está mal que quieras cambiar pero, ¿no deberías soltar eso para hacerlo más sencillo? Creo que la respuesta no es un departamento. Puede ayudar, puede no es la solución.
Terminan por incomodarme sus palabras por la razón de que son ciertas. Me he esforzado en ser esto que soy hoy en día. Casi olvido qué es ser Meg. Es como si mi yo se hubiese dividido y desechara a lo más profundo a la Meg herida y lastimada de Ciudad Solar, como negándose a escucharla y abrazarla.
No son pensamientos que digo en voz alta, son para mí. Andrea tiene un punto, algo de razón que termina por obligarme a asentir.
—No me quiero ir de aquí por ustedes. Las quiero. Es nada más una corazonada de que las cosas irán mejor a partir de ahora.
—Te estás reparando tu sola, y hacerlo, implica que algo más se desmoronará mientras intentas mantener los otros pilares de pie—extiende su mano hacia mí, intento sonreír prometiéndome pensar en sus palabras más tarde—. Te vi hoy en Timotie's.
—No te vi a ti—respondo evadiendo su comentario.
—Está de más decir que estuvo toda la tarde como un niño en frente de la chimenea. A veces pienso en qué pasó esa vez de verdad.
—Andrea, en serio no quiero volverlo a ver.
—¿Te buscó después de esa noche?
Por meses. Estuvo rogándome por un mensaje por meses, por una conversación. Yo debí hablarlo, pero mi corazón estaba tan desecho que estaba segura de que no podría entablar esa conversación sin llorar y preguntarle los por qué sin escuchar.
Me entristecí y me hundí más cuando los mensajes y sus intentos se hicieron menos frecuentes. En Bridge nos encontramos unas tres veces antes de que me cambiase a un horario distinto al de él, a Timotie's sólo dejé de ir y envié mi uniforme con Sarah dándole las gracias a Víctor que me ayudó a encontrar otro trabajo.
Desaparecí, me evaporé de su vida como el agua sobre el cemento en un día demasiado soleado.
—El punto no es ese—comienzo—. No puedo verlo sin recordar lo que sentí cuando la vi salir de ahí y... Ya, no quiero hablar más sobre eso. No otra vez. ¿Qué me dices de ese chico?
Levanta las cejas antes, después lanza las palmas con el rubor extendiéndose en su rostro.
—Ya basta, no es nada en serio—responde—. Me trata bien.
—¿Te gusta?
—Me gusta—asiente—. Pero tengo miedo.
Ahora yo soy quien coloca una mano sobre la suya, sonriendo mientras me olvido de la aguja que busca penetrar mi corazón al recuerdo de su imagen en Timotie's. No lo permito. Me enfoco en Andrea y en sus ojos avellanas.
—Está bien. Estaremos aquí. ¿Qué dicen tus padres?
—Mamá está encantada, también dice que puede que sea muy pronto por todo el... Trauma con Gregor—ya menciona su nombre, pero esa sombra pasa por sus ojos antes de decir otras palabras—. Papá me pide que vaya de nuevo a casa, quiere que estudie.
—¿Qué quieres tú?
—Quiero estudiar, nada más que tengo miedo de que las cosas no salgan como espero.
—Nada nunca saldrá como esperamos—sonríe.
—Sí... Ya basta de esto. Tenemos que agregarle algo de positivismo a la vida—río recordando esas mismas palabras hace meses atrás, en donde con sinceridad, lo intentaba.
.
.
Le doy otros tres golpes al saco antes de que Chris me diga que no me detenga hasta que él me indique. Mis brazos y abdomen arden, por mi cuello se deslizan gotas de sudor y son las mismas que pegan el cabello a mi rostro sin detenerme.
Siento el rostro enrojecido y mi respiración ir más rápido de lo que puedo controlar. He aprendido a valorar esta sensación de poder que me da el ejercicio.
—Ya es suficiente por hoy, campeona.
Sonrío y suelto aire. Quitándome las hebras negras de la frente.
—¿Te pasa algo?—se apoya del saco y me observa.
—Nada.
—¿Te han dicho que eres la peor, peor mentirosa?—niego, pero conservo un rastro de mi sonrisa.
—Volvió a llamar.
—¿Quién?
—Ellen—me subo de hombros.
—¿De nuevo? ¿Cuándo le dirás que no lo haga más?—pregunta bajando el saco y empezando a ordenar las pesas.
—No puedo hacer eso... En serio la quiero. Y, decirle que ya no estoy con Jay... No lo sé, no quiero hacerlo. Él es quien debe decírselo.
—Tú eres muy blanda.
—No es eso, es que Ellen casi me crió. ¿Cómo puedo evitarla así?
—Ella sigue diciéndote que le ayudes con Jay, ¿cómo vas a hacerlo si ya no estás con él?—suspiro.
—Él fue quien arruinó todo. Él tiene que decírselo.
—¿Y qué hay de la boda?—palmeo mi frente.
—Dios. No lo recordaba. No lo sé, todavía no sé cómo solucionarlo.
—¿Le dirás?—me muerdo los labios, repiqueteando un pie en el suelo.
—Le diré. Está bien. A él. A esa boda, no puedo faltar.
—¿Estás lista?—escucho su voz desde la puerta, Chris cruza sus ojos en medio de una sonrisa.
—Ahora me cambias por tu novia, ¿no? Nuestra amistad no valió nada—le dice Chris, Heron se acerca y lo saluda con un puño.
—Eres un idiota. Siempre estás aquí trabajando—hace comillas.
—Yo trabajo. No es mi culpa que seas un mantenido.
—La vida fácil te envejece menos. Te ves arruinado—responde Heron.
—Ay, por favor. Ya bésense—les digo recogiendo mi bolso después de ponerme la chaqueta impermeable—. Ya quiero ir a casa.
—Podré estar viejo, pero a mí nadie me manda—le dice refiriéndose a mí. Heron lo golpea y se despide, mantiene una mano sobre mi cintura.
Al salir, ya hay rayos tímidos del sol que inundan la ciudad. Sostengo mi bolso con ambas manos sintiéndome cansada, pero también relajada. He hecho todos mis deberes de Bridge, comido y dormido bien.
Me siento bien. Aunque, me sentiría mejor de no haber escuchado la mención de la palabra novia que todavía susurra en mi cabeza como una alerta.
—¿Qué quieres hacer? Vamos en la motocicleta, o podemos caminar. Como prefieras—se sube de hombros dando unos pasos cerca de la moto. Sonrío restándole importancia. Se apoya del asiento cruzando los brazos—. ¿Pasa algo?
—No es nada, es que...
—No te gustó esa palabra que dijo que empieza por ene.
Enarco una ceja.
—¿Y tú cómo sabes eso?—río.
—Digamos que, presto atención a ese gesto que haces cuando no te sientes cómoda. Tranquila, Meg. Sé que no...
Me muerdo los labios al sentir culpa cuando veo que se esfuerza por mantener una actitud relajada, pero cruza su vista unos instantes y el brillo de su sonrisa disminuye.
—Es que no quiero...—empiezo.
—Lo sé. Está bien, no arruinemos la noche. ¿Moto o pies?—dice finalmente. Le hago un ademán con la cabeza de que caminemos. Necesito aire y pensar.
Heron me compra un helado de camino, no tardamos demasiado en llegar. Él fue quien mantuvo la conversación, quería continuar con respuestas, pero me limitaba a asentir o sonreír.
Podría sentirme mejor. Mas es inevitable que se empañe mi tranquilidad. Siempre está ese algo.
Al llegar a casa, encuentro una nota de Andrea diciéndome que tomará doble turno y que Sarah otra vez se quedará con su novio, el mismo chico que le guiñó el ojo esa noche de jazz en Timotie's. Incluso Pequeñito después de recibirme, se echa de nuevo en el sofá para dormir. Se ha acostumbrado a este lugar, aunque yo no. No del todo.
Es bastante espacioso, entra mucha luz y cada una tiene su habitación, aunque compartimos baño. No hay divisiones entre la sala y la cocina así que da una sensación de frescura, además de que entra el aire y luz suficiente para alimentar esa liviandad.
Algunas veces, sólo algunas veces, extraño las plantas que tanto cuidé en el balcón, el televisor que encendimos sólo una vez y el sonido de la puerta anunciando su llegada.
Quizás y nada más es porque he tenido que verlo dos veces en un pequeño periodo de tiempo. Cuando lo vi en Timotie's el corazón se me detuvo, y me odié cuando sonreí. Vi sus ojos verdes que se iluminaron viéndose tan cansado.
¿Cómo puedo seguir preocupándome por alguien que me destruyó? ¿Por qué no puedo ser diferente y olvidar que existió en mi vida, ser fuerte y hacer que no me importa?
Me echo junto a Pequeñito. Casi no hay fotos en la galería de mi teléfono, la mayoría eran con él.
Tampoco música que antes escuchaba, porque siempre las oía con él y me traía recuerdos demasiado dolorosos.
No hay nada en mi vida que pueda traérmelo de regreso, excepto el mismo tiempo y sus caprichos.
Chris fue quien me ayudó a recoger todas mis cosas del departamento cerca de Bridge. Fue un día en el que me escondí en el baño a llorar hasta no poder respirar, porque supe por cómo estaban ordenadas las cosas en la maleta que había sido él quien las había guardado.
Todo estaba ahí, mi ropa limpia, mi guitarra, pertenencias valiosas como el cactus que me regaló Alex la primera vez que me visitó con Patricia y Tori, guardados en cajas. Lo supe. No fue necesario que Chris me lo dijera. Lo supe porque nadie se hubiese tomado el tiempo de guardar mis cosas así, y conozco sólo una persona en el mundo que dobla los pantalones en forma de tubo. Y ese, es él.
Además de haberlo perdido como el amor de mi vida, el hombre con quien esperaba pasar el resto de mi vida aunque sonase precipitado, lo perdí como mi mejor amigo, y eso es igual importante para mí.
No sé si fue la costumbre de que siempre estuviese ahí, pero con nadie más he podido sentirme del todo yo misma.
¿Quién soy yo misma ahora? Lo continúo descubriendo.
Y antes de seguir pensando en quién soy y seguir torturándome con recuerdos, me levanto del sofá hacia mi habitación para bajar la caja de cartón que está sobre el armario.
Ahí consigo algunas cosas que traje de Ciudad Solar, como una foto con papá, también está el dibujo que me hizo Simon. El primer collar de Pequeñito, y su llavero.
Los compré un día antes de nuestra llegaba a Goleudy por casualidad. Fue tanta la coincidencia de que encontrara uno de guitarra y otro de pincel que no dude en comprarlos creyendo que sería un asunto del destino.
Por equivocación, me quedé con el suyo esa noche. No quise deshacerme de él, no tuve el valor suficiente, y aunque dije que no había nada que me atara a él, esta pequeña figura de metal todavía conserva recuerdos de los que quiero escapar.
No recordaba que lo tenía hasta que lo mencionó. ¿Debería regresárselo? Hoy en día, sigo buscando respuestas del por qué. Me sentí insuficiente por un tiempo, creí que él se había cansado de involucrarse en todos mis asuntos que cada vez se hacían más complicados.
Me culpé por mucho... Y aunque he tenido que aprender a vivir con este dolor y entender que no fui yo quien tuvo la culpa, todavía sigo preguntando el qué lo llevó a eso.
Me muerdo los labios sosteniendo en una de mis manos el llavero de metal. He vivido en base de la culpa, me culpaba porque creí que mi familia no me amaba, también por lo que le pasaba a mamá. Me culpaba porque creí que yo no era suficiente para Jay, antes de que ocurriera todo.
¿Cómo puedo seguir amarrada a esto? Ya no quiero esto para mi. Todavía después de ocho meses, escapo. He cambiado para bien, pero hay cosas como éstas que parecen venir en mi sangre y me hacen creer que no puedo cambiarlas.
Salgo a caminar por Goleudy, paseando con mis manos en los bolsillos de mi chaqueta y mi cabeza nublada de confusión, llena de preguntas sobre qué hacer a continuación, me he adaptado a esto de pasear. He conocido más a Goleudy así, y me ayuda a pensar.
Pero sé a dónde voy porque el llavero está guardado en mi bolsillo, donde lo sostengo en un puño pensando en si verdaderamente debería entregárselo, o quedármelo y hacer que jamás nos vimos.
Ha sido tan difícil, tan doloroso. Aun así, todavía esa pequeña parte de mi guarda la esperanza de que nos volvamos a cruzar en el mismo camino. Es masoquista, sí. Pero hoy en día sigo buscando respuestas, y sólo una persona en el mundo respecto a ese tema puede dármelas.
Me detengo en el callejón iluminado que da hacia la puerta trasera en donde salen los empleados. Ahí, me doy cuenta de que lo que hago es una estupidez, es él quien debería buscarme después de lo que pasó y estoy a un paso de irme a casa, hasta que lo veo bajar por los escalones acomodándose el morral sobre el hombro, justo como lo hacía en la escuela... Cuando vivíamos en Ciudad Solar y nada de este dolor vivía en mi.
Me lo encuentro cuando se detiene en seco, se ve sorprendido. Suspiro y espero que sea él quien de unos pasos hacia mi. Lo hace, y también, sonríe. Con ese gesto, me doy cuenta de que es posible querer y no querer algo a la misma vez.
—Estás aquí—dice, sale algo de aire entre sus palabras. Me subo de hombros con las manos en la chaqueta, sacando mi puño para hacer breve este encuentro.
—Vine a traerte esto—respondo extendiéndole el llavero, sonríe vagamente viéndolo unos instantes, como si recordara algo agradable, algo que compartimos.
—¿Cómo estás, Meg?—pregunta después de unos segundos, mete el llavero en su bolsillo.
—Estoy bien. ¿Cómo estas tú?—sé que no la está pasando bien, Ellen me lo ha dicho. Se ve más delgado y debajo de sus ojos hay una sombra de insomnio. Y a pesar de eso, me sonríe.
—Estoy bien. ¿Han ido bien tus clases en Bridge? ¿Qué hay de la beca en Europa?—elevo una ceja.
—¿Cómo sabes sobre eso?
—Bianca se lo dijo a Harold, Harold me lo dijo a mi—se sube de hombros con un aire relajado, cada vez que veo su rostro, recuerdo esa expresión aterrada que vi cuando salió del pasillo—. Es una excelente oportunidad.
—Sí. Aún no sé bien lo que pasará, no es seguro del todo.
—Es muy probable que sea seguro.
Sonríe. Hay un par de sonrisas de por medio, y no puedo encontrar hipocresía en ellas por la manera en que sus ojos brillan y su semblante cambia, no es el mismo Jay cabizbajo que encontré hace unos minutos en las escaleras.
Duele tanto, todavía sigo imaginando escenarios en los que seguimos siendo él y yo. Cuando creo que puedo dar el paso a la siguiente hoja en donde se extingue su recuerdo de mi memoria, él regresa así, él siempre ha sido como el agua. Ha perdido el tostado de su piel, pero sigue deslizándose en mi piel como el mar sobre la arena.
No me doy cuenta que no le ofrezco respuesta, nada más me quedo observando esos ojos por los que lloré y esos lunares que recorren el mismo cuello que yo besé.
Yo besé sus labios, la punta de su nariz, su frente y sus manos de pintor ásperas, las mismas que recorrieron mi cuerpo y me sostuvieron cuando yo no podía más.
Él también me mira, se hace una burbuja a nuestro alrededor que aísla los pensamientos que me gritan que él me traicionó. Me engañó...
Y al recordar su cuerpo delgado y pequeño, el cabello grisáceo revuelto. Puedo imaginar cómo esas mismas manos que yo acaricié, estuvieron en el cuerpo de ella. De Gemma.
—Debería irme ya—digo.
—¿Irás al matrimonio de mamá?—da un paso cuando camino hacia atrás.
—Hablé con ella hoy—sus cejas se elevan—. Deberías llamarla. Está preocupada por ti.
—¿Irás?—insiste. Me muerdo el interior de la mejilla.
—Sí, iré.
—Bien—asiente, otra vez una sonrisa—. Nos enviará los boletos del avión pronto. ¿Cambiaste de número?
—Sí.. Pero ahora no tengo mi teléfono.
De su bolso, saca el mismo bolígrafo azul y arranca un pedazo de hoja de una libreta para anotar. Sin más remedio, le dicto mi número. Sólo para organizarnos, me convenzo.
También me extiende un pedazo de papel en donde anota su número, lo guardo en mi bolsillo junto al lapicero.
Unos segundos incómodos pasan, segundos en los que pienso en hacer o no hacer la pregunta, necesito saber y salir de todas las preguntas que me torturan, así sea de una en una.
—Tú... ¿Ella no sabe lo que ocurrió?
Pudo haberme respondido de no tomarse unos segundos, de no haberme mirado un poco más. Pero se da la vuelta cuando la puerta se escucha abriéndose y sale Britney con un jersey marrón caqui y tacones negros. Con su cabello rubio y su piel perfecta, se acerca a nosotros y al verme, sonríe.
—Meg, cuánto tiempo—saluda, no me abraza, agradezco que sea así.
—Hola, Britney.
—Qué bien que estés aquí. Jay me comentó que te vas. Felicidades.
—No me voy. Aún no se ha consolidado la oportunidad hasta el final de este año.
—Seguro lo consigues—sus labios se estiran, se ve tensa. Lo agarra del brazo pero él mantiene su mirada sobre mi.
Nada más me avergüenzo por haber sido tan estúpida de venir. Me recuerdo que algo en mi me lo pedía porque sentí que merecía verlo a los ojos otra vez, nada más para preguntarme a mi misma si había sanado y había dejado el pasado atrás.
Asiento una vez retomando mi camino dando unos pasos cortos hacia atrás, guardando mi cabello detrás de mis orejas en un gesto de incomodidad, me acomodo la garganta y estiro mis labios en busca de aligerar el ambiente.
—Es hora de que me vaya—digo.
—Sí...—responde él, quien todavía me observa como si me hubiese convertido en un fantasma. Su voz duele, la mano pálida de Britney en su brazo igual— Te llamaré... Para la boda de mamá.
—Gracias, está bien. Puedo hablar con Ellen... No te molestes—menciono con honestidad. No puedo hacer esto de nuevo. Sin querer, miro de nuevo la mano de Britney tocándolo antes de regresar a sus ojos que podrían ser suplicantes, no me permito llegar más allá de ese pensamiento.
Me retiro sin decir nada más. Camino de regreso al departamento y noto que caminé hoy lo suficiente. Llamo a un taxi. Oliver, el mismo que me llevó a casa después de la terrible cena en el cumpleaños de Sofia, contesta al primer tono y llega en menos de diez minutos. Durante esos momentos, evito pensar a toda costa, haciendo que mis ideas se enfoquen en hacer como que ese momento detrás de Timotie's no ocurrió.
Empiezo a sentirme enferma cuando llego al departamento. Enferma de verdad, mi cabeza duele y siento una gran pesadez en el cuerpo que me obliga a lanzarme sobre mi cama apenas entro a mi habitación.
No, no puedo enojarme. Yo también he estado con alguien más... De todas maneras, no puedo evitar sentirme traicionada. Quiero no sentirme así, quiero odiarlo y querer pagar con la misma moneda lo que me hizo.
Pero no tengo la fuerza suficiente. No me creo a mí misma cuando intento convencerme de que lo odio.
Estuve pensando por mucho tiempo si sería capaz de olvidar lo que pasó, yo quería responder esos mensajes, esas llamadas. Querer ceder a su insistencia, porque incluso, llegó a casa de Bianca a rogarme que lo escuchara. Estuve involucrando a todos en esto, todavía lo hago. Yo jamás me respondí esa respuesta, jamás me permití escuchar qué era lo que el corazón me susurraba.
Termino por dormir. Es la solución que me ha ofrecido la nueva Meg desde hace ocho meses. No respondo mis preguntas, no ofrezco respuestas. No me siento bien, ni mal, todavía traicionada y decepcionada, que es lo que logro distinguir entre mis nubladas y casi nulas emociones, esta conocida sensación de vacío regresa.
Sin embargo, en mis sueños lo reconozco. No puedo reprimir mi consciencia. Es por eso que sueño con sus ojos olivo y sus manos nuevamente sobre mí, me pide perdón y yo puedo perdonarlo.
Termina siendo eso. Es nada más un sueño. Porque cuando despierto, sigo sintiendo esa grieta en el pecho que me amarra al pasado y me arrastra a dos palabras.
No puedo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro