10. Jay
—¿Comiste? —me pregunta Rose detrás de la línea. Me paso una mano por el cabello para suprimir mi mal humor.
—Sí, Rose. Ya almorcé.
—¿Irás hoy al trabajo?
—Sí. Debo ir en un rato.
—Tu mamá está preocupada, Jay. Tus hermanos te extrañan.
—Y yo a ellos, Rose. Tranquila, estoy bien.
—Te va a crecer la nariz como a Pinocho si sigues diciendo eso. Tu mamá está emocionada por la boda, mejor arregla las cosas con ella antes de que vengas, ¿sí? —me dice con cariño y compresión que me irrita un poco.
—Está bien.
—Te quiero.
—Y yo a ti—es lo último que digo para cortar la llamada.
Dejo caer el teléfono en el mesón, el apartamento está un poco oscuro. No he abierto las ventanas ni encendido las luces. Esta semana ha sido difícil, pero trato de mantenerme a flote por mi propio bien.
Estoy solo aquí. Si no hago un mínimo esfuerzo por obligarme a continuar, no sé qué podría pasar. Los números de mi cuenta son buenos, el trabajo que tengo en Timotie's me da lo suficiente para vivir tranquilo, y aun así, no logro tener esa paz.
Recuerdo a papá diciéndome precisamente eso. No vale de nada el dinero si estás solo. Hace unos meses atrás me preocupaba por ello, por ayudar a mi familia para que mamá no tuviese que hacerlo. Y ahora que me lo permito, no puedo porque mamá y yo no hablamos desde esa última vez donde me dijo que vendería la casa.
Papá, aún sin estar aquí, sigue teniendo razón. Me estrujo la cara buscando despertarme. Camino con los pies descalzos al baño para darme una ducha rápida antes de salir a hacer algo que no quiero hacer.
Elegir un traje para la boda.
Britney insistió en que debía ser a la medida, perfecto para mí y para ese día. Britney es otra persona quien me sofoca con soluciones que no he pedido. La quiero, pero desde que vine de regreso a mi departamento, no ha dejado de insistirme en el cómo estoy.
Aunque sé que se preocupa por mí, no es algo que necesite en exceso ahora. ¿Es malagradecido de mi parte? Lo pienso mientras el agua me recorre el cabello.
Britney es importante para mí. Todas las personas a quienes amo, lo son. A pesar no quiera estar ahora mismo con ellos y no entienda el por qué. Lo que sé ahora es que necesito una pausa donde pueda nadar hacia arriba y buscar aire.
He querido ir de nuevo a Ciudad Solar solamente para ir a la playa. Planeo hacerlo antes de regresar aquí. Es otra cosa aparte de Pequeñito que mantiene ocupada la parte de mi cerebro que me sofoca de pensamientos tristes, pensar en el sol y en el agua salada, la arena dorada bajo los pies, me hace sentir que sujeto una cuerda de vida a la que me estoy aferrando, es así como puedo poner de mi parte ahora.
Salgo con la toalla envuelta en la cadera para contestar mi teléfono a la llamada de Britney. Aprieto el rostro para no hacer ninguna expresión de fastidio antes de responder.
—¿Sí?
—¿Ya estás listo?
—Casi.
—Colin vendrá con nosotros. Quiere verte—algo en mí se siente bien con esas palabras. Incluso sonrío un poco.
—Me parece bien.
—¿No hay problema?
—Para nada, hace rato no lo veo. Dile que podemos ir después por el volcán de chocolate que me dijo hace tiempo.
—Está bien, tengo una reunión con los abogados después de ir al sastre, ¿pueden ir ustedes solos?
—No nos perderemos.
—No me preocupa que se pierdan. Me preocupa que se escapen.
Río, pero hay algo en Britney que sé que lo dice vagamente en serio. Me cuelga después de una despedida breve.
El día se ve tranquilo, o no sé si ya me he acostumbrado a la rapidez con la que se maneja Goleudy. Las personas no tienen mucho tiempo para detenerse. A veces me siento en cámara lenta, hago lo posible por caminar rápido como los demás. En vivir rápido para no quedarme atrás.
Me miro en una vitrina mientras camino, necesito un corte de cabello lo antes posible. Algunos mechones ya se me escapan en la cara por más que lo recoja, muy dentro de mí, me gusta llevarlo así. No creo que Rose lo apruebe, o que a mamá le guste cómo me veré en las fotos de su boda con el cabello así.
Pero es algo, por no decir una de las pocas cosas, que he decidido para mí, dejarlo crecer. Me peino de nuevo imaginándome en la playa de Ciudad Solar con el cabello así, es tonto. Sin embargo, me ayuda a mantenerme sereno antes de lo que pueden ser unas largas horas de decisiones.
La tienda es pequeña y lujosa, beige y negro con iluminación baja que hace que todo se vea más elegante. Ya Britney y Colin me esperan en la entrada, Britney con un vestido entallado por debajo de la rodilla de color crema.
Colin, vestido como siempre, con sus audífonos en sus oídos hasta que me ve llegar y sonríe, me choca un puño con entusiasmo.
Britney se va delante de nosotros mensajeando en su teléfono mientras sostiene con un brazo su bolso y abrigo. Se ve ocupada, no nota ni siquiera cuando Colin me dice que mejor vayamos directamente por el helado en broma.
—Está todavía con el asunto de los abogados—menciona Colin.
—¿Cómo está tu papá?
Suspira tomándose unos segundos para responder.
—Creo que tan bien como puede estar alguien enfermo... Lo cuidan bien. Se enfermó porque trabajaba demasiado, es lo que me dijeron.
—¿Tú estás bien?
—Sí. Pasaré tiempo con él este fin de semana, Britney se va.
—Volveremos rápido. Puedo traerte algo que quieras de Ciudad Solar.
—No, mejor llévame un día y me enseñas a surfear. ¿Habrá tiburones?
—No específicamente en la playa—hace un chasquido de decepción.
—Quería verlos.
Genuinamente me río mientras observo todos los trajes a mi alrededor. Cualquiera es igual, pero Britney hablando por teléfono revisa las costuras, ve los colores y habla en susurros con la encargada mientras conversa a través del celular.
—Es muy perfeccionista, ¿verdad? —me dice Colin, que me atrapa observándola. Me subo de hombros sin darle respuesta—. Es que se preocupa porque todo salga bien.
—Yo sé. Igual la quiero.
—Yo también. ¿Crees que Britney alguna vez sea más relajada?
—Es parte de su personalidad. Si ella no fuese así, todo sería distinto, no sabes si tú estarías con ella.
—Britney peleó mucho por quedarse conmigo, papá quería enviarme al extranjero—Colin, pelirrojo y pecoso, con los audífonos de casco, puedo notar lo mucho que ha crecido desde que lo conozco—. Qué bueno que me quedé.
—Es verdad, a mí también me alegra.
—Todavía no me conocías.
—Pero te conozco, eres mi amigo.
Colin se sonríe y me golpea el brazo con un puño.
—Ya no te pongas tan sentimental—me dice.
Britney me hace una seña para que me acerque, me enseña un traje negro de tela lisa, se ve... Elegante, costoso. Me sonríe esperando mi respuesta, le asiento en una sonrisa que espero no se note forzada.
Me pongo el traje en el probador mirándome al espejo. No es nada parecido al que usé aquella vez en Ciudad Solar en el baile, hace tanto tiempo ya. Este me hace ver alto, el pecho y los hombros se me ven amplios, el traje sin duda, con su corbata también negra, es bueno para esta ocasión, quizás me sirva hasta para mí graduación... Esa idea me da un poco de ánimos.
Salgo, Britney se me queda viendo uno largo instante hasta que Colin se ríe nasalmente seguido de una disculpa, se ajusta la garganta poniéndose un puño en los labios, Britney le hace un gesto antes de regresarse a mí.
—¿Te gusta?
—Está bien.
—¿Te sientes cómodo?
—Sí, Britney—sonrío—. Cualquier traje está bien.
—Es la boda de tu mamá, tiene que ser un buen traje—me trago mis palabras y solo asiento.
—Este está muy bien. ¿Me quedo con este?
Britney me observa, hay algo en su mirada que no logro percibirlo del todo. Ella suspira de forma inaudible por la nariz echándose el cabello hacia atrás, un gesto que hace para recuperar la compostura. Se endereza pestañeando un par de veces.
—Sí. Ese te queda bien.
Termino por pagar por este con la imagen de mi graduándome de Bridge con este traje, me da un poco de aliento imaginarlo, pero es algo que guardo para mí. Colin camina delante de nosotros. Con la bolsa en mano y a paso lento, noto que Britney se encuentra distraída. Ya no tiene su teléfono en mano, mira hacia el frente apretando los labios.
—¿Te ocurre algo?
—¿Qué? —responde arrancada de sus pensamientos.
—Si te pasa algo. Estás muy callada.
—Oh, nada. Creí que nos llevaría más tiempo elegir, es todo—evito decir que para mí si es un alivio no haber tardado tanto.
—¿Eso es malo?—digo en cambio—. Estás ocupada, te ahorramos tiempo.
—Yo... Quería pasar más tiempo contigo.
Respiro sintiendo de nuevo esa necesidad de alejarme, pero me esfuerzo por pensar en algo que le aliente para no caer de nuevo en la misma conversación.
—Podemos salir después.
—Tú y yo no tenemos mucho tiempo libre. Excepto por las noches—aprieto los labios.
—Britney...
—Lo sé, Jay. No te estoy pidiendo que sea lo mismo de antes—se exaspera un poco—. Trata de entender... Tú eres por ahora la persona en la que más confío, y parece que una y otra vez tratas de alejarte. ¿Hice algo mal?
—No, claro no, Britney —me detengo un segundo mirándola con cariño—, no hiciste nada malo. Tú también eres importante para mí.
—No me importa que el nuevo tú esté buscándose. Pero me gustaría ver de vez en cuando alguna sonrisa, Jay—me responde al cabo de unos segundos, cuando sus ojos helados proyectan algo de calidez hacia la expresión tranquila que me fuerzo a sostener—. Es tarde, tengo que irme. Dile a Colin que llame a Raphael, para que lo lleve al apartamento en lo que terminen.
Colin se quita los audífonos a una buena distancia de nosotros. Confundido, se regresa a paso veloz encontrándose con su hermana a medio camino, ella se despide de él apretándole el hombro y nada más, sigue de largo sin mirar atrás.
—¿Le pasó algo? —me pregunta Colin intercalando su mirada entre ella y yo.
Me siento culpable a pesar de que siento que es lo correcto... No podía seguir no poniéndole nombre a lo que había entre Britney y yo, ninguno está preparado para tener una relación. No tenemos las horas, y en mi caso, los sentimientos.
La quiero, la quiero muchísimo. Mas no sé si puedo llegar a amarla, así que no es justo para ella que yo finja amarla... No puedo hacerle ese daño.
Ya no quiero dañar a nadie más.
—Iba tarde a la reunión con los abogados. ¿Helado?
Asiente pensativo. Se mete las manos en los bolsillos andando a mi ritmo.
Colin de camino me conversa sobre sus clases, algunos amigos. No tiene muchos. En realidad, tiene una amiga. Van de vez en cuando al parque a montar la patineta y a comer hamburguesas. Britney no lo deja salir solo a menos que ella esté en el mismo radio de donde él se encuentra.
Colin lo entiende, ni siquiera culpa a su hermana. Pero sí noto esa mirada de aburrimiento cuando lo menciona.
Se recompone cuando llegamos a la heladería y es el primero en entrar e ir directo al mostrador donde pide dos volcanes de chocolate.
—¿Dos?—pregunto.
—No pensabas que te iba a compartir del mío, ¿o sí?
—¿No es exagerado?
—A veces se me olvida que eres un señor, Jay.
—¿Un señor? —río. Río genuinamente haciendo un gesto de ofensa—. ¿Qué edad crees que tengo? ¡Yo podría ser tu hermano mayor!
—Entonces cómetelo y no seas un llorón.
Le golpeo la nuca, él también ríe con sinceridad.
Nos sentamos en una mesa cerca de la vitrina. El sitio es agradable, me recuerda un poco a esa heladería a la que fuimos Meg y yo en Ciudad Solar...
Una vez más, detengo ahí el recuerdo.
—¿En serio te gustó el traje?
—La verdad no me importa mucho. Cualquiera sirve.
—Es lo que le dije a Britney. Ella quiere que te veas bien.
—Lo sé. Me hubiese gustado invitarte.
—Mientras pagues hoy, no me quejaré al respecto. Y que me lleves después a Ciudad Solar a surfear.
—Britney se moriría si ve que te sale una peca más—lo molesto, arruga la nariz tapándose el rostro discretamente.
—No es mi culpa.
—Es una ventaja, a las chicas les gusta.
—¿Qué chicas?
—A las de tu edad—bufa.
—No tengo mucha suerte con eso.
—Yo tampoco tenía mucho tiempo para esas cosas a tu edad, no te preocupes.
—¿Puedo preguntarte algo incómodo?
—Si es algo de sexo... —bromeo, ríe y enrojece.
—¡No! ¡No de eso!
—Está bien, habla—pongo los codos sobre la mesa manteniendo la sonrisa. Colin piensa sus palabras.
—Dices que no tuviste mucho tiempo para esas cosas... Pero siempre estuvo...
—Meg—completo por él al ver que duda si terminar o no la oración.
—Sí. ¿Cómo supiste que la querías?
Suspiro. Una pregunta difícil a la que sólo podría responderle a dos personas. A Meg. Y a Colin.
—No estaba consciente de eso hasta que tuve que extrañarla.
—¿Cómo así?
—Meg y yo discutíamos. Mucho. Eran cosas tontas, pero habían días en los que ella me evitaba y yo trataba de arreglarlo. Yo era bastante tonto.
—¿Eras?—lo amenazo en juego señalándolo, él se sonríe y me pide que siga con un asentimiento.
—Sí. Era. Porque ahora sé que no tengo que esperar extrañar algo para valorarlo—Colin me observa, adopta la misma postura que yo—. No esperes mucho si quieres demostrarle tu cariño a alguien, solo hazlo. Es mejor hacerlo ahora que pensar en qué hubiese pasado de ser más decidido. No dudes tanto... No tenemos tiempo para eso.
Colin asiente, veo que reflexiona mis palabras. Algo en mi se siente bien de darle un consejo útil, Colin no tuvo una figura además de Britney con quién abrirse. Que confíe en mí hace que me sienta útil en su vida.
—Aprovecha el tiempo, Colin. Sé que tu vida es un poco complicada. Pero te esfuerzas, aprovecha los días que tienes para hacer buenos recuerdos. Las cosas pueden ponerse mejor después, lo prometo.
—¿Se han vuelto buenas para ti?
Me dejo caer en la silla pensando cómo explicarlo sin perder credibilidad, aprieto los labios viendo a través de la ventana unos momentos.
—He tenido mucho tiempo para pensar cómo me hubiese gustado no pensar tanto, y solo disfrutarlo. Es difícil cuando tienes mucho a tu alrededor, tienes responsabilidades. Tú ahora sientes el deber de cuidar de Britney, te felicito por eso... Pero recuerda que también eres libre de aprovechar tus días y de no dudar si quieres algo, mientras sea bueno, claro—sonrío—. Yo también sigo intentándolo, nunca dejaremos de hacerlo.
—Gracias, Jay—sus comisuras se alzan con timidez. Mira también hacia la vitrina con los brazos cruzados—. Ojalá Meg te quiera de nuevo.
Dejo salir aire con una risa.
—¿Y tú qué sabes de eso?
—Yo sé mucho—me reta con diversión.
Nos traen nuestro pedido, con toda la intención le robo una cucharada de su volcán a lo que él me insulta buscando golpearme. Lo esquivo agarrándole la mano, y aprieto hasta que en medio de risas, me dice que lo dejará. Se siente familiar, como si Colin fuera un pequeño hermano para mí.
O una manera en la que la vida me está obligando a verme en un espejo, a verme en Colin como el chico que no tuvo mucho tiempo para disfrutar...
Puede que sea una manera de compensarlo.
Colin y yo pasamos el resto de la tarde jugando básquet antes de dejarlo en su departamento. Sudados y riendo, siento que tanto Colin como yo, encontramos una forma de compensarlo. No lo entienden, así que tratamos de entendernos nosotros. Dos personas que comparten un temor en común, la soledad.
La soledad no vendrá a nosotros, mientras la vida me siga dando la oportunidad de verme a mí con pecas y cabello rizado, en ese chico parlanchín y suéteres más grandes que sus propios brazos.
—Ey, Jay—me dice Colin cuando estamos por llegar a su apartamento. Ambos, con las manos metidas en la chaqueta mientras yo sostengo nuestro balón. Le doy un asentimiento—. Gracias por ser mi amigo.
—No te preocupes. Tu hermana me paga para que lo sea.
Me empuja de un costado fingiendo enojo. Sonríe. Me choca un puño antes de despedirse en la entrada de su casa. Me despido de él prometiéndole la revancha del partido la siguiente vez.
Sí habrá siguiente vez.
.
.
Me acerco a Francisco la tarde del día siguiente con los ánimos un poco más arriba. No hay mucha gente en Timotie's, los empleados están atendiendo con casualidad a los clientes mientras el sol de la tarde empieza a dar indicios de querer desaparecer.
Francisco está en la cocina con su cara habitual de enojo cocinando lo que huelo chocolate. Es un hombre un poco robusto de surcos en el rostro, como si hubiese estado mucho tiempo arrugando el ceño, aunque es joven. Seguro tiene un poco más de la edad que tendría mi papá si estuviese vivo.
Con esa idea, y sabiendo que él se esfuerza por sus hijas, me detengo frente a él.
—Te darán el aumento. Y bonos, renovarán tu contrato—sonrío. Francisco me mira fijamente—. Lamento si me tardé. Tuve que pedírselo a Britney personalmente, ella está bastante ocupada...
Francisco parpadea un par de veces antes de dejar de resolver el espeso chocolate que se hace en el sartén. Relaja su peso en la cocina, resoplando con lo que podría ser alivio.
—Ya era hora—dice, y yo río. Me da un fuerte apretón de manos que me da un poco más de fuerza.
Esa tarde en Timotie's todo transcurre con normalidad, los rayos dorados del sol traen a la gente por una merienda, un café. Ayudo también a atender las mesas junto con los meseros que bromean de vez en cuando conmigo.
Enumero en mi cabeza lo bueno, es una forma de mantenerme a flote. El día que me espera con Pequeñito, las olas en Ciudad Solar. Colin y la revancha, conseguirle el aumento a Francisco. La comida caliente que me preparó Meg...
Mientras voy de camino a la cocina con esa idea, me dejo pensar un momento en las palabras de Colin sobre ella, en esa tarde cuando me dejó entrar a su departamento y me sirvió una comida caliente, una que no había saboreado en un tiempo.
No es un día ocupado. Por eso supervisando de vez en cuando el lugar pienso un poco en eso...
Hasta que aparece en mi visión unos mechones plateados de una figura pequeña. Una conocida para mí que entra en el negocio.
Me quedo en el sitio, mi espalda y mis piernas se tensan, por más que trato de moverme. Mis ojos son los que se quedan plasmados en ese rostro afilado que no veía desde hace más de ocho meses, ya está finalizando agosto, hace más de un año que llegué aquí y mi vida cambio para siempre.
Aún más desde la última vez que la vi, a Gemma. Quien parece caminar hacia mí en cámara lenta guardándose un mechón detrás de la oreja.
—Jay—ya había olvidado por completo su voz. Absolutamente todo lo que había recogido y tirado en lo más profundo de mí, siento como lo proyecto en una mirada—. Jay, vine...
No permito que continúe dando unos pasos hacia atrás, pero ella me agarra del brazo. Siento mis venas latir y los puños cerrarse. Mi cara arde con la expresión atascada en la rabia que no tuve tiempo de sentir.
Me la quito de encima de un movimiento. Noto que un par de clientes tiene la vista sobre mí, por eso, soy yo quien la agarra de la muñeca para llevársela a la parte de afuera de Timotie's, a la salida de los empleados.
La suelto como si quemara, noto su rostro enrojecido, los ojos casi llorosos.
—Yo no quiero verte aquí—le digo con los dientes tan apretados como para que duelan, señalándola.
—Vine para hablar—bufo, una risa cínica se hace presente—. Jay, yo creí que ustedes seguían juntos.
—¿Por qué apareciste de nuevo?
—Te juro que no sabía que todo había sido así de malo. Creí que se lo habías explicado.
—Lo intenté—respondo de inmediato, sintiendo como las venas de mi cuello se tensan—. No tienes ni puta idea de cómo traté, no valió la pena.
Gemma se muerde los labios y suspira con aire entrecortado. Aprieta fuerte la correa de su bolso.
—Nunca fue mi intención, Jay. Estaba confundida, tú...
—Yo estaba ahí, Gemma. Lo recuerdo.
—¿Seguro? Porque no pasó nada.
—Lo sé. Aun así no fue suficiente—la enfrento.
Hay una larga pausa en la que Gemma me mira a los ojos. Veo en esa misma mirada, a Meg esa noche. A Meg destrozada, gritándome. Recuerdo que yo no podía reaccionar, no podía respirar, mi cuerpo no respondía.
—Lo siento tanto, Jay—comienza a llorar, sus ojos claros ahora enrojecidos del llanto, se tapa la boca—. Desde que lo supe, me sentí tan mal que tuve que retrasarlo todo. Perdón, nunca fue mi intención... Nunca fue mi intención hacerle daño a nadie.
Gemma entrelaza sus manos cerca de sus labios, sus hombros saltan tratando de contenerse mientras yo respiro con irregularidad, mirándola con todo el odio que sabía que iba a llegar a sentir si algún día esto pasaba.
Trato una vez más de respirar, de contener. Pero todos estos sentimientos de rencor los había suprimido a este punto de ahogarme en la rabia que ya no me deja ni pensar con claridad.
—Mi abuela murió dos noches después. No alcancé verla para terminar el año. No pude hacer nada después de eso. Vine para retirar mis papeles de Bridge y hacerlo, irme. Tú sabías eso. Me sentía sola, yo estaba tan sola y confundida, no justifico nada de esto—dice rápidamente—, trato de explicarte.
—No quiero tus explicaciones—la corto, mi sangre quema. Pienso en esa noche, en Meg, en todo lo que ha ocurrido después. Pienso desde mi enojo, es liberador, pero ¿ya qué? ¿Qué gano yo con esto? Ya son nueve meses tarde.
—Yo vine a pedirte disculpas—suena sincero, pero esa parte de mí que quiere derrumbarlo todo, también quiere culparla. También quiere hacerle el mismo daño.
—¿Disculpas? Esa misma noche no volví a estar con Meg, Gemma. No sé qué te pasó por la cabeza, pero estás tarde nueve meses, si querías pedir disculpas, pudiste hacerlo más rápido, ¿no crees? —no sueno amable. Lo que hay en mi voz es ácido puro.
—Es cierto—responde con desesperación, habla con rapidez—. Pero no tuve cabeza para pensar en nada más desde que mi abuela murió... Yo no quise esto, yo no estaba buscando nada contigo. Esa noche fue difícil, me llamaron para decirme que ella estaba mal, que está muriendo. Quería hacerlo...
—¡Ya basta, Gemma!—mis manos se tensan frente a ella, siento la sangre latiendo en mis dedos—. Quiero aceptar tus disculpas, decirte que no pasa nada. ¡Pero sí pasa!
—¡Ya me estoy disculpando por eso! ¡Tú mismo me dijiste esa noche que estabas escapando!
—¡Pero nunca se me pasó por la cabeza estar con otra maldita persona! —estallo, no grito.
Nada más digo una verdad lamentable que ya no sirve para nada.
Siento que mi pecho baja y sube tan rápido que empieza a marearme, mi propio enojo no me deja respirar. Gemma queda en silencio y con sus ojos grises abiertos hacia mí.
—No eres el mismo que conocí.
—No, te aseguro que no lo soy. Puedo perdonarte, Gemma. Pero no quiero volverte a ver.
Gemma aprieta los labios conteniéndose. Me siento mejor después de decir esas palabras. Sí. He estado culpándome, en el foso de la tristeza nadando hacia arriba para buscar alivio en medio de todos mis pensamientos turbulentos. Aun así, en medio de ellos, también he encontrado algunas respuestas.
Por eso esos pensamientos buenos a los que me aferro, porque aunque tambaleo, empiezo a sentirme cansado de estar así, de no ponerme límites a las personas, de no decirle a los demás "ya basta", incluso a mí mismo cuando tengo más presión de la puedo soportar.
No le quito la mirada a Gemma todavía con mis manos temblando de rabia. Sé que esta ira se quedará un buen rato, la contuve durante mucho tiempo porque no quería sentir nada, y fue tanto así, que termine olvidando cómo era sentir. Gemma destapó estas emocionas que tenían que salir.
—Puedes irte, Gemma—hablo con firmeza—. Espero que también puedas resolver tus cosas. No podemos ir por ahí dañando a los demás por más daño que tengamos por dentro.
Mis palabras salen con la misma rabia que había sido como ácido para mí. Aun así, Gemma en medio de sus lágrimas, medio sonríe.
—Después de todo... Todavía sabes que decir.
Es lo último que la escucho decir. Después de una breve mirada, Gemma se da la vuelta y camina por el callejón, hasta que la pierdo de vista.
.
.
La camisa se me pega al cuerpo por el sudor. No trato de quitarme ni siquiera algunos cabellos sobre mi frente empapada. Una y otra vez reboto la pelota en el piso, corro, encesto.
Reboto, corro, encesto.
Reboto, corro, encesto.
Así hasta que oscurece tanto que la luna trae el frío consigo. No me detengo, mi teléfono ha sonado un par de veces y no me he molestado en verlo. Mi mente busca recuperar el despeje de esta mañana, ese que había logrado obtener de recompensa después de meses de torturarme hasta la agonía con mis pensamientos.
La misma cancha donde jugamos Colin y yo está a unas cuadras de mi departamento, no la había notado jamás hasta que Colin me mencionó que antes venía aquí solo. Lo había dejado de hacer porque se aburría.
Ahora mismo, yo no estoy aburrido. Ni siquiera pienso, está una molestia persistente que me esfuerzo por desaparecer en silencio.
Lanzo el balón con fuerza, encesto.
—¡Bien!—me gritan desde la entrada. Giro mi cabeza con rapidez.
Me sorprendo cuando veo a Francisco quien entra con un bolso pequeño y un balón. También está solo. Me acerco algo sorprendido para saludar mientras aspiro aire para recuperarme.
—Francisco—saludo todavía sorprendido con una apretón de manos—. No sabía que jugaras básquet aquí.
—Vivo unas cuadras arriba. Era un requisito vivir cerca del restaurante para quedar—casi hace un gesto relajado, no tiene la misma expresión molesta de siempre—. Tampoco sabía que era una de tus pasiones.
Señala con casualidad poniéndose una mano en la cadera. Miro el balón, después a él.
—Sí, yo... Jugaba con mi papá.
—¿Y tu papá? —pregunta caminando hacia el balón a unos poco metros del aro.
—No está. Falleció hace años.
—¿Te enseñó él?
—Sí. Quería que jugara con un equipo.
—Te enseñó bien. ¿Una partida?
Con una media sonrisa, asiento.
No hay más nada que decir el resto de la noche. Jugamos hasta que me duele caminar y nos gruñe el estómago, Francisco se despide con la advertencia de que vaya casa mientras me da dos golpecitos en el hombro.
El gesto es familiar para mí. No me siento como un adulto, sino como un niño. Me reconforta un poco.
Llego a casa a dormir.
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