TERAPIAS (por Oliver)
Transcurrida una hora de la toma, la habitación comenzó a dar vueltas. Mis piernas flojeaban incapaces de seguir soportando mi peso, y caí desplomado contra el duro suelo de granito.
Mis párpados pesaban una barbaridad, siendo casi imposible mantenerlos abiertos.
Duerme, Oliver. Ya estoy en camino, sólo resiste.
La voz de Bella era ahora mucho más nítida. ¿Cómo era posible que una alucinación tuviera tal timbre de preocupación? Entreabrí los ojos y pude observar su rostro contra el suelo, al lado del mío. El iris de sus ojos ahora era de un profundo y vivo rojo carmesí.
–¿Qué... q... que mierda eres?– balbuceé pastosamente– vas a torturar mi mente por lo que hice ¿verdad?
Su imagen comenzó a temblar violentamente. Alargué la mano para palpar su rostro y éste se desdibujó. Violentas convulsiones atacaron todo mi cuerpo, un sudor frío resbalaba por mi frente dejando toda mi cara viscosa, las náuseas dolían en la boca de mi estómago y... no recuerdo nada más.
Cuando volví a abrir los ojos me encontraba en el camastro de un hospital.
–Buenas tardes, Oliver ¿cómo te encuentras?
Intenté articular palabra pero mi lengua era un trozo de esparto duro y seco. Gemí débilmente y volví a cerrar los ojos, la luz de la habitación hacía que me escocieran. Otra vez esos ojos que ahora se habían tornado rojo fuego me devolvieron la mirada detrás de mis párpados.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que pude tomar conciencia de mi cuerpo. Sentía un profundo dolor de cabeza que martilleaba mis sienes, me incorporé torpemente y evalúe la situación haciendo memoria de lo ocurrido.
Estaba plenamente convencido de que lo que ví a través de la ventana, era real. No tenía ningún atisbo de duda, sin embargo, las alucinaciones que parecían ser constantes desde el día anterior, me hacían dudar de mi cordura.
La cabeza me seguía dando vueltas, llena de imágenes que no lograba comprender y algunas otras que intentaba reprimir. Al principio, no tenía nada claro, pero cuando gradualmente me fuí acercando a la vigilia, se me hicieron evidentes algunas certezas.
Estaba completamente seguro de tres cosas: Primera, Bella no era humana. Segunda, una parte de ella, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, era una asesina sedienta de sangre. Y tercera, estaba incondicional e irrevocablemente obsesionado con ella.
☆☆☆☆☆
–No vas a atiborrarme a mierdas que me atonten más aún la cabeza– escupí a la cara del doctor– ¡No estoy loco! ¿Entiendes? Sé perfectamente lo que ví, no sé trata de ninguna alucinación.
–Dices que la visión de la mujer alimentándose de vísceras provocó en ti el deseo de tomar esas pastillas ¿cierto, Oliver?
Asentí cruzandome de brazos. El doctor Weyer, licenciado en psiquiatría, era el encargado de mantener a raya a los reclusos más conflictivos del centro. Había visto una y otra vez cómo después de una reyerta, pasaban por su consulta y salían de ella con un buen fajo de medicinas por tomar. Días después, estos jóvenes que fueron rebeldes y activos, se convertían en una especie de zombis que arrastraban sus pies por los pasillos. No iba a ser la siguiente oveja que siguiera ese rebaño.
–Tal vez confundes el transcurso de los acontecimientos... ¿Podría ser que vieras a la mujer después de tomar las pastillas?
–¡Y una mierda! ¿Crees que soy imbécil? No pienso tomarme ni una puta mierda, puedes romper esa receta y ahorrar el dinero que costarían esos medicamentos.
Salí de la consulta pegando un fuerte portazo. El centro podía obligarme a ir a consulta, pero no estaban en propiedad de obligarme a tomar ningún medicamento. No necesitaba unas pastillas que atontaran mi mente; necesitaba descifrar el porqué gran parte de ella se estaba viendo colapsada con imágenes de Bella.
A la hora de comer, el director se sentó frente a mí con su bandeja sin mediar palabra. La verdad era que ese hombre no era de mi especial desagrado, se notaba que amaba su trabajo y se volcaba cuánto podía con todos los menores del centro. Lástima que no toda la organización actuara de la misma forma y sus esfuerzos fueran en vano.
Era consciente de que se había sentado ahí sólo para hacerme saber que contaba con su apoyo. Cuando llegué al centro hizo algo parecido, se sentó frente a mi durante semanas, hasta que por fin un día comencé a hablar con él. Habían pasado cinco años de eso, no había vuelto a necesitar hacerlo, pero ahora la preocupación era más que evidente en su rostro.
–Estoy bien, señor Steven. No debe preocuparse por mí. No voy a intentar desollar a nadie del centro ni tengo más pensamientos suicidas. Fué todo un error... una confusión.
–No dudo de tu palabra, hijo mío, pero me quedaría mucho más tranquilo si tomaras la medicación que recetó para ti el doctor Weyer.
Bufé malhumorado y empujé la bandeja lejos de mí.
–Escucha, se que no estás loco. El tomar ansiolíticos no es sinónimo de locura, yo mismo los tomo desde que mi mujer decidió poner fin a su vida.
Abrí los ojos sorprendido. No imaginaba que su vida también hubiera sido difícil... aunque claro, no conocía mucho de él. Su mirada era franca y sus ojos honestos, me trasmitió confianza y después de cinco largos años, me abrí un poco a una persona.
–Señor Ste...
–Llámame Steven sin más– me interrumpió.
–Bien, Steven, estoy muy seguro de lo que ví. No fue una alucinación. Aunque si es cierto que desde entonces no paro de... ver y oír cosas en mi cabeza.
–Shock postraumático.
Aplaudí euforico en mi interior. El señor director no estaba juzgando mis palabras cómo sí lo hizo ese loquero de pacotilla, si no que me estaba dando posibles causas.
–No me lo había planteado, pero podría ser. El caso es que me atormentan más esas alucinaciones que la escena que presencié, y eso... me perturba–. Me acerqué a él y bajé considerablemente la voz– tengo la imperiosa necesidad de ver a esa mujer.
–¿Te sientes identificado con ella de algún modo?– preguntó intrigado Steven.
–No, me siento atraído hacia ella de una forma imperativa. No romanticamente, ni siquiera tiene que ver con algo sexual, es como si... yo le perteneciera.
El director quedó en silencio durante un rato mientras revolvía los guisantes de su cuenco, parecía como si realmente intentará descifrar conmigo el enigma para así ayudarme.
–Bien, entonces tendrás que buscar a esa mujer para al menos, poder despejar tus incógnitas para con ella. ¿Tienes idea de dónde podrías encontrarla? Quizá podríamos hacer un boceto con IA de su cara, meterla en los archivos fiscales y...
–No es necesario– le interrumpí solemne– la mujer que ví la otra noche es, Bella Cullen.
El tenedor que estaba a punto de introducir en su boca cayó ruidosamente rebotando por toda la mesa. No podía disimular su estupefacción al escuchar el nombre de la psicóloga encargada de darnos terapias. Recogió los trozos de comida de encima de la mesa y fingiendo despreocupación musitó:
–Bien, entonces lo tienes fácil muchacho, en unos días acabará su permiso y estará de vuelta con las terapias grupales.
Un sol se encedió en mi interior, el júbilo se apoderó de todos mis sentidos y el letargo que acompañaba a mi cuerpo desapareció. Era incomprensible, pero una enorme alegría me inundaba al saber que podría volver a ver a Bella.
–Muy bien, entonces prometo comenzar mi medicación si la doctora Cullen se encarga de darme terapias personalizadas.
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