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REBELDÍA

–¿Sigues ahí?– preguntó el novio de mi madre con voz angustiada.

El miedo me había paralizado, un millón de escenarios catastróficos golpearon contra mi cabeza.

–Si– dudé de si Philp podría alcanzar a oírme asi que alcé la voz– sigo a la escucha. ¿Como está mamá?

–La enfermedad está avanzando Bella. No me quedé conforme con el informe del hospital de la seguridad pública así que fuí a la privada, mis sospechas se han confirmado: Renée está perdiendo funciones cerebrales.

Enmudecí. Mi peor temor se estaba materializando, los demonios que me perseguían desde mi trasformación tomaron forma. Había comenzado, iba a perder a mi familia humana poco a poco, uno por uno. Y no podía hacer nada al respecto.

–Los médicos nos han recomendado que no dejemos de mostrarle fotos y hablarle de todos los acontecimientos importantes de su vida. Yo había pensado que tú quizás...

–Estaré allí mañana mismo– me apresuré a contestar– tú puedes tomarte el día de descanso Philp, seguro que tienes trabajo pendiente.

Necesitaba estar a solas con mi madre. Ya iba a exponerla haciendo esa visita, no quería que su novio también estuviera involucrado.

Consulté la predicción del tiempo antes de comprar el billete de avión. Expulsé temblorosamente el aliento que había estado conteniendo. Los astros se habían alineado a mi favor y se vaticinaban cuatro días de cielos encapotados y fuertes lluvias.
¡Gracias a Dios!

En cinco minutos tenía el billete de avión para Phoenix, disponía de 3 días libres en el trabajo, los aprovecharía al máximo con mi madre.

Me planté frente al espejo estudiando mi aspecto: Mi piel siempre había sido pálida, podía justificar que su blancura se hubiera intensificado al llevar años viviendo en un lugar donde apenas brillaba el sol. Mis labios ahora eran más carnosos y definidos, botox. Mi nariz, perfectamente delineada, rinoplastia. Ni una sola arruga surcaba mi rostro, lifting. Mi olor... No existía ningún perfume que se le asemejara. Mis ojos, color caramelo fundido no soportaban las lentillas mucho más de media hora.

Todo esto eran inconvenientes insignificantes frente al gran problema, pero entretenerme en ellos hizo que mi mente se relajara lo suficiente.
Comencé a preparar una pequeña maleta, sólo necesitaría un par de cosas, pero me entretuve mucho tiempo doblando todo meticulosamente.

Estaba preparando la comida de Renesmee y metiéndola en tuppers cuando tocaron insistentemente a la puerta.

–¡Oh bella, siento tanto la situación de Renée!– dijo Alice mientras me estrechaba en un amoroso abrazo– disculpa por no avisar mi llegada. Pero... Es urgente.

Obviamente Alice no había cambiado ni un ápice, al igual que yo. Pero me seguían maravillando las perfectas facciones de su diminuto rostro y sus característicos movimientos de bailarina. Nos sentamos en el gran sofá blanco del salón, tomó mis manos y mirándome a los ojos me dijo:

–Bella, sé que lo que voy a pedirte va a resultarte difícil, pero no puedes viajar a Phoenix–su semblante estaba tan inusualmente preocupado y serio que no me atreví a replicar– vamos a estar todos metidos en problemas si lo haces.

Inmediatamente subí todos mis escudos, era un mecanismo de defensa involuntario que se activaba cuando me sentía alerta o en peligro. Con los años, había aprendido a bajarlos para poder comunicarme con Edward a través de mis pensamientos, pero no era algo que hiciera habitualmente.

Asentí invitándola a continuar

–Los vulturis llevan años buscando una excusa para confrontarnos de nuevo, y van a conseguir un motivo si vas a Phoenix. En todas las posibles opciones ocurre lo mismo.

Las visiones de Alice eran volátiles, podían cambiar respecto a las decisiones de la gente. El destino no estaba escrito, pero en todas las decisiones que fueran tomadas y estaba segura de que Alice las había estudiado a conciencia, el desenlace era fatal.

La hermana de Edward decidió quedarse unos días con nosotros. Hacía tiempo que no compartía tiempo con Nessie y ambas se habían echado mucho de menos, tenían la misma pasión por la moda, estaban criticando mi fondo de armario cuando me vino a la cabeza la solución.

–Alice, no pienses en absolutamente nada, solo concéntrate en mi futuro.

Se quedó congelada con varios montones de ropa entre las manos, mirándome fijamente. Bajé todos mis muros y tomé la decisión firme y precisa de no ir a Phoenix y en caso de hacerlo, ocultárselo a toda mi familia. Mientras hacía esto, le dí la espalda, separando ropa cuidadosamentey manteniendo a Alice fuera del alcance de mi vista. Fingí que estaba ocupada con una tarea mientras sobrina y tía compartían.

Tan pronto como Edward cruzó el umbral de la puerta, subí todos mis escudos.

–¡Alice! Eres tremenda– sentenció mirando el desastre en el que su hermana había convertido la habitación

Se fundieron en un abrazo que demostraba cuánto se habían echado en falta. No podía fallarles a ellos, pero tampoco podía fallar a Renée. Deseé con todas mis fuerzas que mi plan funcionara y ninguno (excepto yo) saliera perjudicado.

Mi ansiedad crecía conforme avanzaba el día.

No era necesario contarle a Edward cómo se estaban desarrollando las cosas, ya lo habría leído en la mente de Alice. Me senté en su regazo mientras Nessie practicaba maquillaje en el rostro de su tía.
Apoyé la cabeza en el duro pecho de mi marido. Normalmente ahí encontraba paz, era mi refugio, estando entre sus brazos, no importaba nada más.

Sin embargo ese día no funcionó. Cuando me rodeo con sus brazos la sensación de encarcelamiento que llevaba todo el día persiguiéndome incrementó. Mi ansiedad subio de intensidad y sentí la imperiosa necesidad de salir corriendo, de escapar, de correr sin rumbo fijo.

Demasiada tensión en tan pocos días. Tal vez... Si salía de caza olvidaria un poco mis problemas. No quise pensar demasiado en que esa no era la forma de pelear con las adversidades. Necesitaba adrenalina.

Me deslicé lentamente por la puerta trasera. Mi plan era cazar algo rápidamente y volver a casa. No tenía ganas de lidiar con las explicaciones. No era lógico que tuviera sed, ya que hacía poco me había alimentado lo suficiente como para soportar una semana. Pero sentía un impulso irrefrenable de volver a hacerlo.

Edward me cortó el paso.

–Es la segunda vez Bella. Entiendo que estás atravesando un momento difícil, pero créeme si te digo que ese no es el camino para solucionar los problemas.

–No se de que estás hablando Edward – conteste cortante– solo quiero aprovechar que está aquí Alice para salir a solas, necesito reflexionar.

–¿Y tu nuevo lugar de reflexión está entre las fauces de un oso?

La mandíbula se me descolgó. ¡Había estado espiandome! ¿Con qué derecho?

–Mi lugar de reflexión será en donde yo crea conveniente. Ya no soy humana Edward, la excusa de que debes protegerme es muy pobre ahora mismo.

Su incredulidad se reflejó en su rostro y con ella, mi enfado aumentó. Le resultaba incrédulo que yo pidiera espacio personal. Una parte de mí me decía que solamente estaba preocupado por mi bienestar, otra parte hasta ahora desconocida, se revelaba y veía ese acto como un ultraje a mi intimidad.

–La cena de Renesmee está en el microondas. Asegúrate de que toma todas las verduras. Volveré pron... –cuadré los hombros– volveré cuando vea conveniente hacerlo.

Cerré la puerta tras de mí de un portazo. Oí como la manivela se descolgaba por el golpe, no me importó. ¿Quién demonios se creía para espiarme? Era mi marido, no mi padre. Le había jurado amor eterno no ser su siamesa y andar solamente alrededor de su campo gravitacional.

Unos ojos verdes me miraron detrás de mis párpados. En ellos se leían desgracias, tristeza, profunda soledad. Quise ahogarme en ellos, adentrarme en la inmensidad de su verdor, ver a través de su melancolía y abrazarla.
Sacudí la cabeza confundida ¿Que había sido eso? No importaba, ahora solo importaba la caza. Saciar esa nueva sed que crecía con intensidad dentro de mí.

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