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¿QUÉ ERES?

–Hijo mío, no quiero hacerte sentir mal, pero... –el director jugueteó con el bolígrafo de su camisa– creo que verdaderamente deberías tomar la medicación. Encontraremos qué es lo que ha desencadenado esto, te lo prometo.

–¡Te estoy diciendo qué es lo que lo ha desencadenado!– Grité enfurecido.

Sabía que era inútil, jamás me creería. A veces hasta yo mismo dudaba de mis pensamientos, se entremezclaban con las alucinaciones haciendo todo difuso.

–Oliver, te estimo muchísimo, por eso quiero ayudarte.

Hundí los hombros derrotado, si no había forma de que creyera en mis palabras, tendría que encontrar la forma de demostrárselo con hechos.
Acaricié el leve punto rojo en el pliegue de mi brazo, buscando la forma para poder descubrir la naturaleza de Bella ante el director.

¿Quizá realmente me estaba volviendo loco? Ya no sabía discernir entre la realidad y las alucinaciones.
De lo único que tenía certeza era de que me dolía la ausencia de esa mujer. Necesitaba estar cerca de ella, como si de un campo gravitacional se tratara y ella fuera mi órbita.

Miré al director Steven, se notaba el cansancio en su rostro. La empatía
y un sentimiento de culpabilidad por la forma en que acababa de hablarle lograron calmar mis nervios.

–Discúlpeme señor Steven–murmuré con la vista fija en mis zapatos– estoy cansado en realidad, mañana me plantearé volver a ver al doctor ¿si?

–Claro hijo mío, haremos todo lo posible por tu bienestar– Dijo mientras palmeaba suavemente mi hombro– descansa Oliver.

Cuando cerró la puerta tras de sí el silencio ensordecedor en el que se sumió la habitación hizo que me dolieran los oídos. Sabía que nuevamente sería incapaz de dormir, y ya me habían restringido el acceso a los medicamentos para ello. Me acerqué al antiguo escritorio y dejé caer mi cuerpo sobre la austera silla.

Instintivamente alcé mi mirada hacia la pequeña ventana, hice una bola de papel y la tiré con furia contra ella. Como aquella noche en que descubrí a Bella, mi mente comenzó a torturarme sin misericordia. Cerré los ojos fuertemente y apreté mis sienes con los puños.

Un punzante dolor se abrió paso en mi pecho, como si un gran agujero tomara el lugar dónde debería estar mi corazón. De alguna manera, mi subconsciente entendía que ese dolor sólo podría sanar estando cerca de Bella. Estaba seguro de que todo formaba parte de la mierda vampírica, aun así, necesitaba escuchar su voz una vez más.

Después de mi intento de suicidio, habían revisado mi habitación exhaustivamente eliminando cualquier objeto con el que pudiera ocasionarme algún daño, por lo tanto no sería tan fácil esta vez activar esa parte que me permitía recrear la voz de Bella en mi cabeza.

Los minutos pasaban, y a cada movimiento de la manecilla del reloj el agujero en mi pecho se hacia más y más grande. La desesperación unida a la claustrofobia de ese pequeño habitáculo estaban haciéndome enloquecer. Comencé a mecerme violentamente, haciendo que la silla tambaleara sobre sus viejas y roídas patas, hasta que venció y caí estrepitosamente al suelo golpeándome la cabeza.

El golpe me aturdió, y cuando aún me estaba recuperando del dolor el rostro de Bella apareció mirándome con desaprobación. El bálsamo que me produjo su imagen aunque fuera una recreación de mi mente hizo que quisiera más de esa medicina. Tumbado todavía en el suelo, levanté mi cuerpo apoyando el peso del mismo sobre mis codos y deje que mi cabeza golpeara fuertemente contra el suelo de nuevo.

Detente ahora mismo Oliver.

Una sonrisa macabra adorno mis labios, la sangre comenzó a fluir producto de la brecha que me había ocasionado con el golpe. Los ojos de Bella se tornaron oscuros, su mirada llena de deseo me hipnotizó.

No desperdicies mi sangre.

El dolor en el pecho había aminorado,  ya no era tan vibrante. Palpé la herida en mi frente con mis manos para asegurarme de que volvía a golpear ejerciendo la mayor fuerza justo en ese punto, y volví a arremeter contra el suelo.

Perdí por completo la conciencia, una espesa neblina eclipsó toda mi mente tiñendo mis pensamientos de un rojo carmesí. Entre sueños difusos donde esta vez era yo quien tomaba sangre de Bella, mientras la penetraba violentamente. De sus piernas brotaban chorreónes de sangre que empapaban todo mi sexo, una orgía de vísceras que elevaba mi excitacion al máximo.

Me perteneces Oliver,  no puedes morir.

Volví a empujar fuertemente mis caderas contra su sexo, siendo consciente a medias de que se trataba de un sueño. De todos modos, apreté fuertemente su cuello, intentando asfixiarla. Odiaba sentir esa necesidad imperiosa hacia ella. Una sonrisa estiró la comisura de sus labios mostrándome unos largos y afilados colmillos.

Como si pudieras huir de .

Me rendí y deje que mis instintos me dominaran, besé sus labios con furia, mordiendolos fuertemente hasta que el sabor metálico de la sangre inundó mi paladar. El éxtasis cercano al orgasmo violento mi cuerpo sometiendolo a fuertes sacudidas, todo mi cuerpo vibraba y temblaba de placer.

–¡Oliver! Oh dios mío, ¿Oliver, puedes oírme?

Estaba fascinado, las otras veces la voz provocada por las alucinaciones que aparecían cuando intentaba dañarme no habían sido tan nítidas. Quise volver a golpearme para sentir aún más real la voz de Bella. Abrí los ojos con esfuerzo, buscando un punto de apoyo para levantarme.

–Oliver, aquí en la ventana.

Levanté la mirada hacia el pequeño agujero con barrotes y la confusión me bloqueó en el sitio. Ahí estaba el rostro de Bella, con el cabello cayendo sobre sus hombros y sus ojos brillando en un fuerte tono burdeos.

–Oliver ¿Puedes hablarme?

Su voz era tangible, nítida y real. La sentía en mis oídos y no en mi cabeza. Me encaramé a la silla dispuesto a tocar su rostro, estiré mi brazo y sentí su dura y fría piel bajo mis dedos. El contacto con su piel me provocó repulsión, era cómo acariciar una vara de metal.

–¡Puto engendro de mierda!– bufé entre dientes– sal de mi cabeza ya.

Cerré mi puño y lo estampé contra su marfileño rostro, el dolor en mis nudillos me hizo volver a la realidad. La expresión en su rostro no cambió lo más mínimo.

–¿Te has golpeado tú?– preguntó con evidente preocupación en su semblante.

–Y a ti que mierda te importa, todo esto es por tu culpa. Se lo que eres, a mí no me vas a engañar con tus sucias triquiñuelas.

–Dilo– sentenció fríamente– en voz alta.

–Un vampiro.

–¿Tienes miedo?– susurró desafiante.

–Deberías de tenerlo tú, voy a encargarme de que todo el mundo se entere y te claven una puta estaca en el corazón.

–Oliver, no es mi intención pero, no tienes escapatoria. O te convierto, o mueres. Tu decides.

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