
LOS VULTURIS
Esta vez no corrí en busca de Edward suplicando que no me dejara, no sentí que sin él me partiría en mil pedazos, no percibí su ausencia como un gran agujero en el centro de mi pecho, tampoco sentí que necesitara de su amor para sentirme válida o protegida.
Ya no estaba bajo su embrujo, ya no tenía poder sobre mí; porque a diferencia de la primera vez que se marchó, yo ya no era humana, ahora era mi presencia la que provocaba ansiedad, angustia, necesidad, ahora... yo era el león.
Y Oliver la oveja estúpida, sentí repulsión hacia él ¿Cómo podía ser tan necio de intentar acabar con su vida sólo para escuchar mi voz? Una mente fuerte, un amor propio consolidado, jamás habría caído en ese embrujo, por muy vampiríco que fuera, la razón se habría antepuesto a la imprudencia, aceptando el dolor de la pérdida y abrazándolo hasta sanar y recomponer uno a uno los trozos rotos del corazón.
Necesitaba respuestas, y no las iba a encontrar en mi familia, todos ellos habían sido partícipes del engaño. Sí, ninguno negó en ningún momento que mi sangre resultara tan apetecible para los vampiros, tampoco obviaron el hecho de que me sentía atraída por Edward gracias a su condición vampírica, pero nadie de ellos mencionó que esto se producía porque yo era una presa fácil, vulnerable, una mente manipulable debido a la falta de confianza en mi misma.
Me pregunté si realmente esas conjeturas mías serian ciertas, tal vez me había equivocado pero... era demasiado evidente, el patrón se estaba repitiendo con Oliver ¿Por qué resultaría tan atrayente su sangre? Me pregunté si sería del mismo modo para todos los vampiros, así como sucedía con la mía cuando era humana.
Victoria, James, Jasper, los Vulturis, todos ellos habían quedado hipnotizados con mi aroma. [La tua cantante] había dicho Aro el día que me conoció, cuando le pregunté a Edward a que se refería con eso, respondió escuetamente que "mi sangre cantaba para él".
Sólo los vulturis podían despejar mis dudas, parecían conocer a la perfección como funcionaba esta especie de embrujo. No lo pensé demasiado, abrí el navegador y en la misma página donde reserve el viaje a Phoenix, hice lo propio y compré un billete con destino a Volterra.
Partiría a la mañana siguiente, quedaban muchas horas para ello así que decidí entretenerme mandando un correo electrónico al centro correccional, en él expuse mi deseo de obtener una excedencia del trabajo por problemas personales. No estaba en condiciones de presentarme; no luciendo un rojo brillante en mis ojos y sabiendo que Oliver, sospechaba que yo era un vampiro.
Suspiré exhausta mentalmente, quise cerrar los ojos pero sabía lo que vería detrás de ellos si lo hacía. No tenía ni idea de qué haría una vez conociera las respuestas de los Vulturis, si al final yo estaba equivocada, ¿cómo podría volver a mirar a los ojos de mi esposo?
Ojos... ¿Cómo iba a subir a un avión con esos ojos? Normalmente eran de un color ambarino, casi dorado, que a pesar de llamar la atención de los humanos no desentonaba, sin embargo el borgoña vivo que los teñia ahora mismo atemorizaria a cualquiera que me mirara.
Cuando amaneció, entré en una pequeña tienda de regalos y con la mirada fija en el suelo compré unas gafas de sol, seguidamente me dirigí al aeropuerto. Ya no me importaba mantener mi don de escudo arriba, ya no me importaba que Edward, a través de las visiones de su hermana Alice, descubriera que me dirigía hacia Volterra.
Antes de subir al avión, decidí hacer una llamada:
–Con la habitación 363 por favor.
La voz que contestó al teléfono no fué la de mi madre.
–Así que insistes en hacer todo más difícil, Bella– dijo Jane
–¿Qué haces tú ahí?– mascullé entre dientes– No sabía que ahora te preocupaban los familiares de tus enemigos.
–Eres demasiado insignificante para ser mi enemiga, Bella. Sólo venía a recordarte que no puedes mostrarte ante los humanos con tu condición vampírica a menos que... quieras convertirlos o merendartelos. ¿Vas a convertir a Renée?
La rabia que sentí me hizo mantenerme en silencio.
–Vamos Bella, no quisiera tener que matar a esta mujer, me resulta graciosa– se burló
–No le hagas daño, no sabe nada y así seguirá siendo.
–No estoy tan segura, quizá tenga que venir Aro a hacerle una visita, pero si molestamos a Aro... en fin– rió ruidosamente– ten buen día Bella, ojalá te decidas pronto, Renée debe tener un don maravilloso una vez convertida.
Estaba perdida, si Aro visitaba a mi madre, con el simple roce de sus manos podría ver todos y cada uno de los pensamientos que hubiera tenido en algún momento. Los Vulturis no me habían quitado el ojo de encima desde que siendo una humana, desafié sus dones siendo inmune a todos ellos.
Me querían en su guarda vampírica, y harían todo lo posible porque me uniera a ellos para aprovecharse de mi don. Habían pasado diecisiete años desde que fuí convertida, cualquiera podría pensar que ya se habrían olvidado de mí, pero ¿Qué eran diecisiete años para un inmortal?
Subí al avión dispuesta ahora todavía más a encontrarme con los Vulturis.
Felix estaba haciendo guardia en la puerta del castillo dónde se encontraban, me acerqué lentamente, mostrando una actitud pacífica.
–¡Alto ahí!– Ordenó el vampiro– no se espera ninguna visita hoy.
–Es urgente– dije mientras me quitaba la gafas de sol y le miraba fijamente, dejando que observara mis ojos color carmesí.
La sorpresa se hizo evidente en su rostro, Félix al igual que toda la guardia vampirica, conocían al clan de los Cullen, característicos por sus ojos amarillos producto de su dieta "vegetariana".
–Aguarda un momento por favor, Bella.
No transcurrió mucho tiempo cuando apareció el pequeño Alec en mi busca. Mientras recorria los pasillos subterráneos del castillo, recordé la última vez que estuve allí; humana, frágil y muerta de miedo, deseé no tener jamás que volver a pisar esas estancias y ahora, lo estaba haciendo por voluntad propia.
–¡Mi querida Bella!– profirió Aro con exagerada devoción– qué dichosos nos hace tu visita.
–Hola, Aro– saludé fríamente, ese vampiro seguía causandome escalofríos– Siento llegar de esta forma, pero necesito que despejen algunas de mis dudas.
–Pero... ¡Qué ven mis ojos! Mirad hermanos, Bella por fin ha decidido alimentarse de verdad.
Los Vulturis repudiaban el estilo de vida de los Cullen, opinaban que los vampiros carecían de alma, y cualquier intento por cuidar de ella era para ellos ridículo, así como un ateo contempla los ritos religiosos.
–Justo de eso quería hablar, pero antes, tengo una petición.
–Te escucho mi querida Bella– dijo Aro mientas sostenía mis manos. Inmediatamente subí mi escudo, el contacto con su piel le relevaría todos los pensamientos que hubiera tenido en algún momento.
–Pido redención para mi madre humana Renée, padece una enfermedad terminal y fui a visitarla; no confesé en ningún momento mi condición vampírica, pero se por Jane que andáis al acecho esperando cualquier desliz.
Aro comenzó a reír escandalosamente de la misma forma en que un adulto ríe cuando un niño dice alguna locura.
–Mi dulce Bella, las leyes son para todos. Aunque tú madre vaya a morir, no podemos correr el riesgo, lamento tener que rechazar tu petición.
–A cambio, aceptaré formar parte de la guarda vampírica– anuncié levantando la barbilla.
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