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IRA CIEGA

Tan pronto comprendí que mi madre había muerto, la ira me cegó por completo, todo lo que había estado reteniendo durante ese tiempo, emergió a la superficie en forma de odio descontrolado. Agarré a Edward por la pechera y lo lancé por la puerta que daba a las escaleras de emergencia.

Un ruido ensordecedor hizo retumbar todo el hospital, era el sonido del cuerpo de Edward impactando contra el asfalto. Me precipité por la puerta en una caída libre, aterrizando grácilmente con un movimiento felino. Agazapada todavía, bufé en la dirección donde se encontraba mi marido, mostrándole los dientes.

–¡Qué le has hecho a mi madre, maldito hijo de perra!– era la primera vez que decía una grosería de tal calibre, y la agradable sensación de desahogo que sentí al hacerlo, me hizo preguntarme porqué no lo había hecho antes.

–Bella, cálmate por favor– dijo mientras alzaba las manos mostrándome sus palmas– yo no sabía que eso sucedería.

–¿Qué mierda le has dicho?

–Sólo fuí a visitarla...

Arranqué una gran rama del árbol que tenía a mano derecha y se la lancé con furia

–¡Dime que puta mierda le has dicho a mi madre para que decida suicidarse!

–Vine a visitarla, tenía muchas preguntas y no me parecía justo, sabiendo que tenía la protección de los Vulturis, que se fuera de este mundo sin saber que su hija viviría por siempre.

–¿Otra vez Edward? Otra vez has querido quedar como el puto héroe de la historia. ¡Eres un mierda! Un asco de ser que se alimenta de sangre. Un engendro repugnante que juega con la psique de los humanos para su conveniencia.

Me acerqué a su rostro y bajando el tono de mi voz pero sin apartar la vista de sus ojos le dije fríamente:

–Nada de lo que hagas salvará a tu podrida alma, Edward, eres deleznable.

A pesar de la locura que se había apoderado de mí, ahora me era más fácil discernir el porqué actuó así conmigo tantos años. Él era creyente, y opinaba que su alma estaba condenada por los pecados que había cometido siendo vampiro, o simplemente por el hecho de serlo. A fin de cuentas, pertenecía a una época donde la creencia a dios era el pan de cada día. Mantenerme con vida siendo humana, era su forma de salvar su alma remendando los pecados del pasado, pero olvidó el mandamiento que dice no mentirás. Para conseguir su cometido, me hizo creer durante diecisiete años que yo era el amor de su vida, cuando en realidad simplemente me necesitó a su lado para no morir debilitado.

–No te reconozco, Bella– me acusó con los ojos llenos de resentimiento.

–¡Claro que no me reconoces! Ya no soy la estúpida sumisa que giraba a tu puto alrededor– lancé otra rama contra su cabeza– me jodiste la vida y ahora has conseguido que mi madre se desprenda de la suya. Deseo que todo el daño te sea devuelto multiplicado, y yo misma me voy a encargar de ello.

–Por favor Bella, ¡para ya!– Alice aparecio entre los coches del aparcamiento– estas dolida, pero te ayudaremos.

Puso sus manos sobre mis hombros en un intento de calmarme, me zafé de su abrazo y grité ahora en su direccion:

–Y tú... pequeña diabla falsa e hipócrita, eres la peor de todos. Te hiciste pasar por mi amiga por el egoísmo de mantener a tu hermano con vida.

Alice alzó la mirada y sin pestañear sentenció:

–¿Acaso tú no habrías hecho lo mismo?

Tenía razón, yo habría hecho exactamente lo mismo que ella, pero en ese momento era incapaz de reconocerlo. Bajé los hombros inconscientemente y Alice aprovechó para sujetarmelos evitando así que hiciera más daño a su hermano.

–Bella, no te mentimos, en todo momento supiste que para Edward, tu sangre era como una droga.

–Pero no sabía que el motivo para estar conmigo era no morir– sollozé.

–Siempre quisiste mantener a Edward con vida ¿recuerdas? Tú también tenías esa misma finalidad.

–Sí, en nombre del amor, no por una mierda de embrujo vampiríco. 

–¿Amor?– rió alice– ¿No te a quedado ya claro con Oliver que tú tampoco estuviste enamorada de Edward?

No tenía más fuerzas para seguir discutiendo, entré nuevamente en el hospital y me presenté en dirección para que me hicieran entrega de los objetos personales de mi madre. La chica detrás de la ventanilla me miró intrigada, había olvidado cubrir mis ojos y lucían un brillante color borgoña. No me importaba, ya nada importaba en absoluto.

Me dieron una pequeña caja con todas las pertenecías de Renée, la cogí con las dos manos acunándola en mi regazo, aun tenía su aroma impregnado en ellas. Salí al aparcamiento y me senté entre dos coches fuera del alcance de la vista de los transeúntes. Al abrir la caja, el corazón me dio un vuelco.

Dentro de ella había un pequeño ramo de flores silvestres, las mismas que crecían en el patio del hospital. Ya estaban marchitas, pero me hizo entender que antes de quitarse la vida, mi madre había pensado en dejarme un último regalo. Acerqué el ramo a mi nariz e inhale profundamente, grabando el aroma para que quedara tatuado en mi recuerdo. Al volver a posar las flores en su lugar, me percaté de que entre su ropa y demás utensilios personales, se encontraba un sobre en el cual decía mi nombre de su letra y puño. Lo abrí y con un enorme nudo en la garganta y el corazón impregnado de pena comencé a leer:

Mi pequeña Bella, ¡que orgullosa estoy de ti! Has conseguido formar una preciosa familia y cuidarla como yo no fuí capaz de hacer con la mía. Es curioso pero, siempre has sido mi ejemplo a seguir. Tu marido me contó como están las cosas, así que lo mejor para todos es que me quité del medio. No sufras Bella, en realidad no quiero seguir en este mundo sabiendo que poco a poco perderé todos mis recuerdos y mis funciones vitales se irán deteriorando. Prefiero hacerlo ahora, con el recuerdo de tu visita todavía caliente en mi corazón. Por cierto, ¡tienes una hija preciosa! También estoy orgullosa de ella. Ya no tienes que entregarte a ninguna policía vam... lo que sea, eres libre mi Bella.
Te ama: mamá. 

El dolor que inundó todo mi cuerpo fue más intenso de cualquiera que hubiera podido sentir jamás. Mi madre me había dado la vida, y ahora había perdido la suya por mí. Pensar que todo eso se podría haber evitado si nadie hubiera intervenido en mi plan, hizo que la furia volviera a golpearme fuertemente. Esto no podía quedar así, ahora tenía claro cuál era mi plan: deshacerme de la presión de los Vulturis y vengarme de (por poco tiempo) marido Edward.

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