FRENESÍ
La sed golpeó con fuerza mi garganta, un ardor intenso se expandió cubriendo cada célula de mi ser. Era insoportable.
–Vámonos– Ordenó Fredd en cuanto se dió cuenta de mi estado.
–Llena esa maldita bolsa, puedo aguantar.
No por mucho más tiempo... rebusqué entre los cajones de la mesilla intentando encontrar algo que distrajera mi mirada de la sangre. En el primer cajón, encontré unos bocetos de dibujo, los saqué nerviosmente y el miedo se apoderó de mí.
–¡Vámonos!– rugí nerviosa -sabe lo que soy, si despierta no habrá forma de hacerle creer que ha sido un mal sueño.
Fredd me miró incrédulo, preguntándose cómo había llegado a esa conclusión. Le mostré el dibujo que acababa de encontrar: En él, me encontraba yo con unos largos colmillos cubiertos de sangre mordiendo el cuello de Oliver. No sabía cómo había descubierto mi secreto, pero estaba claro que había dibujado eso a conciencia.
Deshaciendo nuestros pasos salimos por la puerta de emergencia, nerviosos y excitados. Freed todavía sostenía la bolsa llena de sangre de Oliver en sus manos, en un impulso, me abalancé sobre él arrebantándosela.
–ES-MI-SANGRE– bufé agazapada todavía.
El vampiro levanto sus manos en son de paz mientras daba pasos hacia atrás, alejándose de mí.
–¡Eh eh! Tranquila Bella, todo está bien. Es tu sangre, sí. Llámame cuando estés más cuerda, ¿vale?.
Se perdió entre las sombras rápidamente, como si se tratara de un fantasma, no levantó ni una sola rama a su paso. Me encontré sola, con una bolsa repleta de sangre entre las manos y la histeria dominando todo mi ser.
Eché a correr a la velocidad de la luz, apretando fuertemente mi tesoro contra el pecho. Aún estaba caliente, no podía esperar mucho más. Frené en seco y me desplomé en el suelo. Sin pensarlo demasiado, clavé mis colmillos en la bolsa y comencé a succionar.
Es imposible describir todo lo que sentí... esa dulce ambrosía llenaba por completo mis papilas gustativas, transportándome a un mundo de sensaciones placenteras hasta ahora desconocidas. El calor inundó mi cuerpo, concentrándose en mis partes íntimas como un fuego implacable, inextinguible. La humedad de mi sexo era tal, que resbalaba por mis piernas desnudas. Emití un gruñido gutural que salió de lo más profundo de mis entrañas. Era el frenesí más puro y salvaje tomando voz propia. La necesidad de frotar mi clítoris mientras tomaba esa sangre era imperiosa, turbante... metí la mano completa en la bolsa y una vez estuvo impregnada de sangre, froté con ella todo mi sexo. Los orgasmos no tardaron en llegar, tan fuertes y violentos que sacudieron todo mi cuerpo dejándolo exhausto. Quedaban tan solo un par de tragos... grité enfurecida y abrí la bolsa con las manos para relamer desesperada todas las partes en que la sangre había quedado impregnada.
Sentí como todo mi cuerpo tomaba fuerza. Sentía que mis músculos podrían soportar el mismísimo peso de la tierra. Una deliciosa locura se hizo dueña de mí. Necesitaba más, mucho más. Relamí a conciencia mis manos, llenas de sangre y flujos vaginales, y volví a correr en busca de una presa.
No era dueña de mi misma, la sed había tomado el poder total y absoluto de mi mente y nada podría pararme. Corrí por las calles en busca de alguien, quien fuera. Necesitaba volver a tomar sangre humana. Encontré un bar de mala muerte abierto y entré sin meditarlo.
Cuatro borrachos estaban apoyados en la barra ahogando las penas de sus míseras vidas en whisky barato. Agarré al que tenía más a mano por la pechera y lo empuje a la salida. Cargándolo en mis hombros, escalé una colina hasta llegar a lo más alto.
El hombre estaba en shock, no medió palabra en ningún momento. Clavé mis colmillos en su yugular y succioné con ávida inquietud, esperando encontrar la misma sensación que obtuve con la sangre de Oliver. Pronto entendí que no tenía nada que ver. El sabor era muchísimo más agradable que el de la sangre de los animales, e incluso me produjo un leve frenesí que me invitó a seguir chupando, pero nada que ver con lo que había experimentado succionando de aquella bolsa.
Furiosa, volví a cargar al borracho sobre mis hombros para dejarlo al pie de la colina. Desparecí entre las sombras sin preocuparme de como volvería a casa ese hombre. Nadie le creería cuando contará lo ocurrido, no era un problema.
Se me congeló el corazón cuando a lo lejos, vislumbré la silueta de Edward. Me quede petrificada en el sitio con los ojos rojos por la sangre consumida, la culpa grabada en mi rostro y ninguna excusa que ofrecerle.
-¡Esto es lo que llevabas planeando hace tiempo!- era la primera vez que me levantaba la voz- ¿Por esto has estado tan rara últimamente, verdad?
Sentí tal vergüenza que agaché la cabeza sin saber qué decir, mientras Edward avanzaba a grandes zancadas hacia mi posición, gritando poseído:
–¿Cómo has sido capaz de mentirme de esta forma, Bella?
Fué la gota que colmó el vaso para que mi paciencia explotará en mil cachitos incandescentes. Tomé aire con fuerza, y elevando la voz ocho octavas, le espeté:
–¿Con qué derecho me reclamas sinceridad? ¡Tú qué a tus tropecientos años fuiste capaz de engañar a una adolescente!ż
– su mandíbula se descolgó víctima de la incredulidad que le producían mis palabras- ¿Cuándo pensabas decirme que toda esa mierda de la obsesión contigo, las voces en mi cabeza, la angustia cuando te separabas de mí, formaba parte de la mierda del vampirismo?
–Te lo dije Bella, en este mismo lugar, cuando te expliqué lo que era y como me alimentaba.
–Cierto, pero te faltó la parte en la que me tenías que explicar que no se trataba de mí. Que podía ser cualquiera. Que tu deseo de protegerme era porque sólo tú podías tener mi sangre ¿Dónde está el amor ahí, Edward? ¿Cómo fuiste capaz de desgraciarle la vida a una niña?
–Yo jamás tomé tu sangre por voluntad propia, como tú has hecho con ese muchacho –increpó despechado.
–Yo jamás sería capaz de tener relaciones con alguien cien años menor que yo. ¡Diablos! Nisiquiera he sido capaz de hacerlo con un muchacho de dieciocho, teniendo yo treinta y seis. Es repugnante.
–Bella, no sabes lo que estas diciendo. Es producto de la sangre que has consumido. Vamos a casa y mañana verás todo de otra manera- dijo mientras agarraba mi brazo y me arrastraba con él.
–¡Aparta tus manos de mí! No vas a conseguirlo una vez más Edward, se acabó tu juego de manipulación.
Desapareció entre las sombras, igual que aquella noche cuando siendo humana, me abandonó. En el mismo lugar, pero con distinta situación.
Los bordes de la herida de mi pecho vibraban...
El fantasma de un dolor que estuvo presente durante ocho meses, amenazaba con morder mis entrañas. Un dolor que me llevó al borde de la locura. Un dolor que creía jamás volvería a sentir. Poderoso y devastador. Un vacío profundo y oscuro al que me daba pavor asomarme. Sentí como se expandía, vibrando cada vez más fuerte. Mientras se enredaba en las arterias de lo que un día, fue un corazón.
Piedra. Piedra dura y fría, inerte... Desde mi trasformación, jamás me había parado a pensar en qué habría sido de mi órgano principal. En cómo se habría modificado para bombear ponzoña en lugar de sangre. Ahora, sentía cada parte de él. Hice el amago de rodear mi pecho con mis brazos para no romperme en mil pedazos. Pero recordé que ahora ya no era necesario. No me iba a romper. No iba a pasar noches entre el inframundo y la tierra. No me iban a despertar las pesadillas que me recordaban que él se había ido. Básicamente porque ya no era capaz de dormir... Ahora podía dedicarme a... Mis propias distracciones
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