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DECISIONES

Después de separarme de Fredd, me dirigí hacia el aeropuerto. Mi idea principal era visitar a mi madre, llevarle la tarta de chocolate que le prometí, abrazarla y poder desconectar la mente de todo el caos que reinaba mi vida, pero el dolor que sentía se estaba volviendo insufrible, sumado a una debilidad que hacía que mis piernas no sostuvieran bien mi peso.

Me sentía cansada, algo que en diecisiete años como vampira no había vuelto a experimentar; adolorida y sedienta. No era capaz de razonar con claridad, sobrepasada mentalmente como estaba. Tenía muy claro cual era mi prioridad en ese momento: poder despedirme de Renée, pero la desesperación por no saber en qué estado se encontraba Oliver opacaba todo lo demás.

Si esto era lo que sintió Edward, en realidad admiraba su fuerza de voluntad para estar ocho meses separado de mí soportando ese dolor, yo no era capaz. Una vez en el aeropuerto, me acerqué a la ventanilla dispuesta a comprar mi billete rumbo a Seattel. El siguiente vuelo salía después de dos horas, lo que conllevaría no estar allí hasta entrada la noche, no sabía si sería capaz de aguantar tanto tiempo...

Una vez asignada en mi asiento, me atreví a echar un vistazo a mi teléfono móvil. Suponía que tendría mil llamadas de Edward, pero para mi sorpresa no había intentado ponerse en contacto conmigo. Busqué mi playlist, la azafata me habia proporcionado unos auriculares, no tenían demasiada potencia pero quizá servirían para distraer mis pensamientos.

A mitad de la primera canción, esta se pausó dando paso a una llamada. No tenía intención de contestar, pero los nervios hicieron que el teléfono resbalara entre mis dedos deslizando la pantalla hacia arriba.

–¿Diga?

...Silencio.

Miré la pantalla del movil confundida, el remitente era "número desconocido".

Estaba a punto de colgar cuando la voz de Edward me sobresaltó. 

–Tenemos que hablar– su voz era monocorde– si vas a formar parte de la guarda vampírica, los Cullen nos desentedemos totalmente de toda relación contigo.

No daba a crédito a lo que mis oídos estaban escuchando.

–¿Y eso que significa?– pregunté desafiante.

–Que habrá que tramitar los papeles del divorcio. No sé qué te está sucediendo, pero mi familia no va a formar parte de todo eso.

Estaba atónita, nunca antes Edward había antepuesto nada a mí. Entendía el peligro que suponía para ellos que yo formará parte de la guarda vampírica, los Vulturis llevaban años queriendo que tanto Alice como Edward estuvieran entre sus filas, pero Edward nisiquiera me había preguntado el porqué de esa decisión.

Quizá, su hermana Alice habría estado teniendo visiones al respecto, y si así era, mi marido sabía bien que la razón por la que me entregaba era asegurar el bienestar de mi madre. Era egoísta por su parte no entenderlo, de igual manera que lo era por la mía el no entenderlo a él.

Colgué el teléfono enfurecida, una parte de mí era consciente de que estaba actuando de forma impulsiva, otra parte, me repetía una y otra vez el relato de Aro, recordándome que todo aquello en lo que yo había creído solo era un espejismo.

Mi ansiedad fue creciendo, y esto ya empezaba a ser un hábito demasiado usual. Como siempre, a la ansiedad se le sumó la irremediable sed; parecía ser la forma en la que se manifestaba en los vampiros. Tuve especial cuidado en no inhalar durante todo el vuelo, ya no me sentía capaz de alimentarme exclusivamente de sangre animal, mi sed se había transformado.

Tan pronto como bajé del avión, apreté los talones rumbo al correccional. No tenía idea de qué haría una vez llegara allí, era bien entrada la noche, por lo que todo el recinto estaba rodeado por vigilantes de seguridad y cámaras. Me repetí mentalmente que solo necesitaba ver que Oliver se encontraba bien, y una vez me cerciorara de ello, pondría pies en polvorosa hacia Phoenix, pero la realidad era que no sabía hasta donde llegaría mi fuerza de voluntad...

La fachada del correccional era igual de penosa que su interior, ladrillos envejecidos daban un aire fantasmagórico al lugar, la hiedra crecía en algunas partes de la estructura. Dirigí la mirada hacia los dos pisos que componían el edificio, preguntándome cuál de esas ventanas pertenecería a la habitación de el muchacho. En realidad, más que ventanas eran pequeños tragaluces asegurados con barrotes.

Trepé por la pared intentando encontrar el aroma de Oliver, pero antes de que pudiera detectarlo, unos golpes secos me alertaron. Sonaba como si algo duro estuviera golpeando contra el suelo. Seguí la dirección del sonido y cuando pude mirar a través del tragaluz, la histeria se hizo presente en mí. 

Oliver se encontraba desfallecido en el suelo, con los brazos desmadejados y una expresión de placer en su rostro. En su frente, una brecha abierta supuraba sangre. Puse especial cuidado en no tomar aire y aun así, la simple imagen del líquido rojo y viscoso resbalando por su cara hizo que mi garganta flameara.

Mi instinto protector se activó con más fuerza que la sed, mi cantante estaba herido, desperdiciando mi sangre; no podía permitirlo. Golpeé los barrotes en un vano intento de llamar su atención, me atemorizaba que me viera ahí, encaramada a la fachada del edificio con los ojos rojos y la locura en la mirada, pero el dolor ante la posibilidad de perderlo me impedía irme sin más.

Lo llamé suavemente, intentando que nadie del edificio me oyera en las afueras del mismo. Oliver rodó sobre sí mismo en la dirección de mi voz, sus párpados temblaron por el esfuerzo que le estaba provocando abrirlos, estiró los brazos intentando buscar un punto de apoyo pero le fué imposible.

–Oliver, ¿puedes hablarme?– susurré algo más alto esta vez.

Por fin, consiguió abrir sus ojos y el alivio se hizo eco en mi pecho. Con la intriga en la mirada dirigió su atención a la ventana, y una vez encontró mi rostro en ella la expresión en su rictus cambió. Tembloroso y tambaleándose, consiguió arrastrarse hasta la silla debajo del tragaluz, se encaramó a ella y no sin esfuerzo consiguió ponerse en pie, quedando a la altura de mi cara.

–¡Puto engendro de mierda!– escupió furioso, mientras partículas de saliva pastosa salían disparadas de su boca– sal de mi cabeza ya.

Su reacción me tomó por sorpresa, había esperado que actuara de la misma forma en que lo había hecho yo con Edward siendo humana, lleno de amor y devoción, sin embargo, la furia candente que emanaban sus ojos quedaba muy lejos de lo que podría haber sido una mirada romántica.

Levantó su puño cerrado y lo descargó contra mi rostro, perpleja como estaba nisiquiera pestañeé. Eché un vistazo rápido a la habitación dándome cuenta de que se encontraba solo, nadie le había dado una paliza... solo podía haberse hecho daño él mismo.

–¿Te has golpeado tú?– la furia al pensar que queria hacerse daño se abrió paso.

–Y a ti que mierda te importa, todo esto es por tu culpa. Se lo que eres, a mí no me vas a engañar con tus sucias triquiñuelas.

Se lo que eres, esa misma frase había pronunciado yo diecisiete años atrás, embelesada por el magnetismo de Edward. Al momento de pronunciarla sentí temor, pero en el momento en que él me incitó a verbalizar mis sospechas, todo el miedo se disipó. Sentí curiosidad por cómo reaccionaria Oliver ante esta conversacion:

–Dilo, en voz alta.

–Un vampiro–. Su voz destilaba repulsión hacia mí.

–¿Tienes miedo?– susurré desafiante.

–Deberías de tenerlo tú, voy a encargarme de que todo el mundo se entere y te claven una puta estaca en el corazón.

Me irritó su inquina hacia mí. Había recorrido kilómetros sólo para asegurarme de que estaba bien, luchaba a cada momento por no vaciar su insulso cuerpo de sangre, y él quería clavarme una estaca en el corazón ¡ja! Hasta los embrujos vampirícos se me daban mal...

–Oliver, no es mi intención pero, no tienes escapatoria. O te convierto, o mueres. Tu decides.

Ahora sí sintió miedo, casi era palpable en su rostro; sus músculos se habían contraído y su piel había adquirido un tono pálido. Recompuso su semblante, levantó la barbilla con orgullo e inquirió:

–Hazlo, cualquiera de las dos opciones me sacará de esta mierda.

Había tanta franqueza en sus palabras que sentí una profunda lástima por él.

–¿De verdad no tienes miedo?– pregunté sumamente curiosa.

–No, no lo tengo. Lo que sí me da pavor son las noches que estoy pasando por culpa de la mierda que has hecho en mi.

–Créeme, no lo he hecho a conciencia, de hecho...–detuve el deseo de contarle mi historia con Edward– no es intencionado, en serio.

–Vas a tener que explicarme de qué forma funciona entonces.

–Oliver, no es tan sencillo. No deberías saber siquiera lo que soy y seguir con vida.

–Entonces, la que tiene dos opciones eres tú, maldita chupasangres: o vuelves de tu excedencia y aprovechas las terapias para explicarme todo, o me matas ahora mismo.

Ese muchacho era realmente terco. Sabía que no le mataría, por eso me incitaba a hacerlo, siendo consciente de que, de ser una opción para mí, ya lo habría hecho. Realmente quien no tenía muchas opciones era yo misma. No era capaz de quitarle la vida, pero tampoco lo era para condenarlo a una vida condicionada por la sed.

–Y si tu mueres...–comencé a decir amenazante– ¿Quién asegurará el bienestar de tu hermana Danna?

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