
ADICCIÓN
Un asesino, ¿qué otra cosa esperaba encontrar? Estaba en el correccional por algo, claro está, a pesar de su corta edad. La maldad no atiende a edades y eso, debería haberlo aprendido ya.
A fin de cuentas, toda mi familia éramos en parte asesinos también, aunque nuestras motivaciones no fueran el sufrimiento ajeno. Sentí que se me revolvía el estómago nuevamente. Necesitaba otra vez una válvula de escape.
Corrí hacia la playa, para sumergirme hasta lo más profundo, allí donde los humanos jamás podrían imaginar llegar, ya que la presión reventaría todos sus órganos. La fauna marina era algo maravilloso que me abstraia por completo normalmente.
Nuevamente este tipo de distracción no funcionó. Mi mente necesitaba otros estímulos para ser capaz de olvidar lo que me atormentaba. Mientras me impulsaba más y más hacia lo más profundo del océano, la palabra "adicción" se hacía más nítida en mi cerebro.
¿Podía un vampiro desarrollar adicción a la caza? Estaba claro que los estupefacientes no nos afectaban del modo en que hacían en los humanos. Lo más parecido al frenesí y la abstracción que proporcionaban las drogas, era cazar.
En realidad tendría sentido... en caso de ser humana habría necesitado aunque fuera, de una buena copa de vino que me distrajera de todos los conflictos que acechaban mi presente inmediato.
En estas cavilaciones estaba cuando mi cuerpo se estampó contra una gran orca. El golpe me hizo cerrar los ojos por instinto, y nuevamente ahí estaban: dos linternas verdes fijas en el trasfondo de mis retinas.
Me impulsé con una fuerza sublime hacia el exterior y una vez pisé tierra firme, no detuve mis músculos y puse mis piernas a trabajar. No sé cuántos kilómetros recorrí, no me cansaba jamás, así que fácilmente podía cruzar el estado de punta a punta sin sudar.
Los dos grandes ojos esmeralda seguían ahí, no habían desaparecido al abrir los ojos. No se apagaba su luz. Aceleré aún más, los pensamientos avanzaban en mi cabeza a la misma velocidad que lo hacía el paisaje.
Era inútil. La carrera no iba a hacer que se esfumaran. Necesitaba hacerlo de nuevo, solo una vez más, y las siguientes solo me limitaría a cuando realmente tuviera sed. Pero en ese momento, necesitaba cazar.
Me detuve para disponerme a entregarme a la caza. Los letreros me indicaron que me encontraba en Vancouver. Agradecía que todavía no hubiéramos entrado en verano, en este estado, los inviernos son lluviosos y templados, pero en verano el sol predomina. No sabía cuanto quedaba para el amanecer, pero el cielo estaba encapotado.
Al olfatear el aire en busca de una presa llegó a mis fosas nasales un olor dulzón muy distinto al de la sangre: un vampiro. Debía de estar cerca, ya que el olor era bastante intenso. No sabía si se trataría de alguien solitario o pertenecería a un clan, lo que tenía claro es que los ojos que me encontraría serían de un intenso rojo vivo.
Nuestra familia era una de las dos únicas que su dieta se basaba en animales. Éramos algo excepcional dentro del mundo vampírico, nuestros ojos eran color ámbar por nuestra alimentación "vegetariana", la sangre de los animales no teñía nuestro iris como sí lo hacia la sangre humana.
Sabía que quien fuera, ya había captado mi olor, así que opté porque la decisión más inteligente era presentarme, y dejar en claro mi intención de mantener la paz. No quería dar lugar a una batalla por territorio.
Seguí el rastro del olor, pero me frenó una gran oleada de repulsión. Era tan intensa como cuándo era humana y percibía el olor de la sangre, revolviéndome el estómago y provocándome violentas arcadas. Fruncí el ceño confusa. El olor de aquél vampiro no era desagradable, no entendía de dónde venía esa repentina sensación.
Entonces lo ví. Dos pequeños ojos carmesí tenían su mirada fija en mí, cautelosos e intrigados.
-¡Hola! Disculpa, salí de caza y no se como llegué hasta aquí. No te preocupes, no cazaré en tu territorio.
El vampiro no movió ni un solo ápice. Siguió escudriñandome con la mirada estudiándo mi apariencia a conciencia. No parecía que perteneciera a ningun clan, estaba demasiado tenso por mi presencia.
La oleada de asco volvió con más fuerza si cabe y justo en ese momento lo entendí. Se trataba del don de ese vampiro, una especie de defensa que impedía que alguien más se acercara si él no lo quería así. Pensé en utilizar mi propio don, las arcadas no aparecerían si subía mi escudo protector, pero no quería que me viera como una amenaza así que los mantuve bajados.
-En serio puedes confiar en que no cazaré ninguna de tus presas- dije clavando mis ojos en los suyos, para que viera el color de mi iris.
Su semblante cambió para dejar ver la curiosidad reflejada en él.
-¿Qué eres?- preguntó desconcertado.
-Lo mismo que tú, solo que me alimento diferente, por eso mis ojos son distintos y por eso te doy mi palabra de que no te quitaré territorio. En realidad, yo vivo cerca de Forks... he llegado aquí... bueno... es largo de explicar.
Se estremeció en el momento en que nombré el pueblo en el que vivía mi padre, el mismo en el que conocí a Edward.
-Una Cullen- sentenció- hacía años que lo había olvidado.
Me sorprendió que a 4000 kilómetros de distancia, supiera de la existencia de mi familia. Quizá en algún momento sus destinos se habían cruzado.
-¿Conoces a mí familia?
-En realidad no. Decidí no formar parte de eso, yo estuve en el aquelarre de Victoria.
Victoria. Me volví a estremecer de la misma forma en que lo hacía cuando aún era humana. Ella era la pareja de James, un vampiro cazador que quiso darme captura y acabó muerto a manos de Edward. Victoria pensó que la mejor venganza era acabar con su pareja también.
Formó un aquelarre para aniquilarme, y ahora yo estaba enfrente de uno de los vampiros que juró hacerlo. Miles de preguntas se agolparon y chocaron contra mis labios cerrados. Había quedado muy atrás esa batalla, pero ese vampiro que tenía enfrente, tenía el mismo tiempo que yo convertido, quizá él también estaba sintiendo la misma adiccion a la caza... Quizá podría arrojar un poco de luz a mí confusión.
-Mi nombre es Fredd. Es un placer conocerte, Bella.
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