Extra: La primera historia
Ahí estaba una vez más. Hacía siglos que no se interesaba por los espectáculos o cualquier cosa ajena a su venganza, pero desde que vio sus actuaciones mientras vigilaba a una de sus presas había adquirido el hábito de observarla cada vez.
Era joven, tan solo una adolescente, pero no por eso brillaba menos que sus compañeros de circo. En lo alto de la carpa, danzando entre trapecios y acrobacias ella resplandecía con su melena púrpura y su traje lila con pedrería. No estaba asustada del peligro o de que la pudieran considerar un fenómeno. Gozaba con la adrenalina y se alimentaba de las miradas del público.
Era simplemente hipnotizante.
Tal vez lo encantaba de tal manera porque era todo lo que él no podía ser. Intrépida, apasionada, auténtica, un ser lleno de vida.
Al terminar el show se quedó en los alrededores de la carpa como ya era costumbre para él. Se aseguraba de no tener trabajo cuando ella actuaba para poder disfrutar su actuación, así que aprovechaba para montar guardia y espantar a los radicales que se oponían al circo y trataban de echarlos de la ciudad.
Se sentó sobre uno de los contenedores que estaban en la parte trasera y se puso a jugar con unos gatos que solían rondar en la zona, esa noche estaba algo débil ya que había renovado las llamas de todos los Vindice, pero ni así resistió el impulso de ir a verla.
—¿Desde cuándo soy alguien impulsivo? —Le preguntó al gato junto a él como si pudiera responderle.
—Pues creo que aún es temprano para decir si eres impulsivo o no pequeño.
Él se sobresaltó al escuchar una voz femenina a su espalda y se volteó en guardia, pero esta pasó a desconcierto al ver a la razón de su estancia en el circo parada con los brazos en jarra y una sonrisa divertida. Se había cambiado a ropas más cómodas y quitado casi todo el maquillaje, solo la lágrima violeta bajo su ojo izquierdo y su pintalabios del mismo color se mantenían.
—¿Qué haces aquí? ¿Te separaste de tus padres? ¿O...? —Le preguntó ella mientras se acercaba y observaba su cuerpo vendado—. ¿Escapaste de ellos?
Él bufó ante esta pregunta, todo el que veía las vendas en su cuerpo pensaba algo similar. Por eso lo odiaba tanto.
—No es nada de tu incumbencia. Y una niña no debería estar fuera a estas horas. —Le dijo volviendo su atención al gato.
No tenía intención de formar una relación personal con la trapecista, solo había captado su interés y este pronto desaparecería junto con la vida de la chica.
—¿¡A quién le llamas niña!? —Gritó ella—. ¡Ya tengo 16, soy una adulta en toda regla!
Él la observó de pies a cabeza, si bien ella era alta su complexión era muy delgada y su rostro preservaba rasgos infantiles, más con el sonrojo y el puchero que lo adornaban en ese momento. Bufó para ahogar su risa y la encaró con su único ojos visible.
—Yo tengo más de 500 años, ¿de verdad piensas que no eres una niña para mi?
Ella abrió sus ojos sorprendida por su respuesta. Ya la podía imaginar riendo y comentando sobre la imaginación infantil o criticando a sus padres por permitir que ideas tan locas se instalaran en su mente. Siempre era así cuando le comentaba su edad a alguien, cosa que a veces hacía solo para matar el aburrimiento.
Pero se sorprendió al ver como la chica se arrodillaba en el suelo y apoyaba sus brazos sobre el contenedor para igualar su altura y preguntarle:
—¿Cómo has vivido tanto tiempo? —Sin una pizca de incredulidad en su rostro.
—...¿Por qué me creés?
—¿Por qué no debería? Sé muy bien lo que se siente no poder morir, aunque no creo que sea el mismo caso.
Él la miró confundido, más al ver como volteaba a los lados como si buscará algo, al final tomó una piedra grande que había cerca y volvió junto a él con una sonrisa. Entonces usó la roca para golpearse fuertemente.
—¿¡Estas loca!? —Le gritó incorporándose para sostenerla al ver como se apoyaba en el contenedor aturdida.
Pero se desconcertó al ver como ella comenzaba a reír a pesar de que la sangre escurriera de su frente.
—Mira que eres un exagerado, solo fue un golpecito. —Él quiso refutar enojado, pero antes de eso ella apartó su flequillo mostrándole como la que debió ser una gran herida era solo un rasguño que se terminó de cerrar entre llamas purpuras—. ¿Ahora entiendes por qué te creo?
Ese día fue el comienzo para ellos.
Él, creador de las llamas de la noche, un muerto viviente que se mantenía en pié a través de los siglos por su sed de venganza. Bermuda Von Veckenschtein.
Y ella, solo una chica cuyas llamas de la nube la convertían en un monstruo a los ojos ajenos y la alejaban de la muerte. Denisse Tusha.
Dos inmortales que se conocieron por azares del destino, pero que terminaron con la misma maldición.
—Por cierto, ¿qué pacificador tuviste en tus tiempos?
—¡Eso no importa! ¿¡Por qué estás tan tranquila en esta situación Denisse!? ¿¡No te das cuenta de lo que te espera!?
Dos años habían pasado desde que se conocieron y ella había caído víctima de la misma maldición que lo condenó en antaño. Pero aún así ella sonreía con ese cuerpo infantil en el que estaba atrapada.
—No tiene caso entrar en pánico, ¿verdad? Aunque admito que extrañaré mis acrobacias... —Él suavizó su expresión al ver la melancolía de la menor.
Nunca se le dió bien consolar a otros, así que solo tomó la mano de la chica y volteó su rostro para evitar el contacto visual.
—Al menos no estarás sola...
Ella sonrió ante esto y se lanzó a abrazarlo como si fuera un koala, sabía que él estaría a su lado pasara lo que pasara.
—¡Luce! ¡Luce! —Llamaba entre lágrimas la pequeña nube a su cielo.
La mujer había recuperado su cuerpo adulto para dar a luz a su hija, pero estaba débil y su pacificador refulgía en llamas.
—¡Suéltame Bermuda! ¡Déjame ayudarla! —Le gritó retorciéndose en su agarre.
—¡No servirá! ¡Solo conseguirás consumirte tú también!
—¡No me importa! ¡Luce!
La peliverde enfocó sus ojos azules en ambos bebés y contempló el estado de su nube.
—Lo lamento... Pero al menos... Déjame dejarte... Un último... regalo... —Susurró ella antes de soltar un último grito tras el cual se escuchó un llanto en la habitación.
Pero al mismo tiempo que la pequeña nació, las llamas del pacificador del cielo se expandieron rodeando a ambos bebés malditos, Bermuda abrazó a Denisse para protegerla, pero las llamas no los quemaron.
—Por favor... Que mi fuerza... Les permita ser... Felices... Como yo lo fuí... Una vez... Y que Aria... Sonría... Con... Vosotros... —Susurró Luce antes de que su cuerpo desapareciera entre las llamas.
Denisse quiso llamar su nombre una vez más, pero su garganta no emitía ningún sonido ante el shock de volver a ver sus manos adultas. Y no era la única, a su lado, Bermuda lucía aún más consternado, pues él ni siquiera había llegado a la adultez antes de ser maldito, pero aún así, podía ver sus manos más grandes de lo que jamás recordó y sin un rastro de putrefacción.
La Vindice que había ayudado con el parto los observaba a ambos atónita, pero el llanto de la bebé en sus brazos la distrajo. Fue entonces que Denisse y Bermuda observaron a la niña que lloraba como si supiera que su madre se había ido, ambos vieron como el pacificador flotaba hasta ella y generaba unas cadenas que lo ataron a su cuello, mismas cadenas que ahora sostenían los pacificadores de la noche y la nube en sus cuellos.
Ambos lloraron, abrazados con una mezcla de alegría, tristeza, culpa, y gratitud.
—¿Entonces la vas a criar? —Le preguntó Bermuda a la pelivioleta mientras la veía mecer a la recién nacida después de calmarse ambos.
—Sí, Luce me nombró su madrina y nos liberó de la maldición a costa de su vida, no puedo abandonarla, ni tampoco quiero hacerlo.
—Eso pensé, supongo que tendremos que aprender a cambiar pañales.
—...¿Tendremos?
—No me pidas más, sabes como soy... —Dijo él cubriendo su sonrojo con la palma de su mano y desviando la mirada.
—Pff... Y eso que tú eres el mayor. —Dijo ella riendo.
—Si no te gusto dilo y ya...
—Sabes que me gustas, pero no pienso entrar en una relación sin una confesión adecuada. —Él observó su sonrisa con un tic en el ojo.
—¿En serio? ¿Delante de Aria?
—A ella no le molesta para nada, ¿verdad Aria? —La bebé río mientras Denisse la dejaba en su cuna.
Bermuda restregó su rostro en un intento por serenarse, sabía que la chica disfrutaba molestándolo, pero ya era hora de que cayera en su propio juego. Así que se arrodilló junto a ella y tomó su mano para depositar un beso en el dorso.
—¿¡Bermuda!? —No se esperaba que tomara en serio sus palabras.
—Tienes razón, tú te mereces una confesión en todo su esplendor, pero yo no tengo nada para cumplir esas expectativas en este momento. —Alzó su rostro para observar el sonrojo de la nube—. Denisse, fuiste la primera mujer que movió mi corazón tras tantos siglos de existencia, y no tengo dudas de que serás la única capaz de hacerme olvidar el odio para imaginar un futuro feliz a tu lado. Sabes quién soy, qué soy, pero si aún así no te importa... Entonces por favor acepta mis sentimientos y toma esta oportunidad que nos otorgó Luce para vivir a mi lado.
Ella no encontraba palabras para responder en medio de la emoción, así que lo besó entre lágrimas y lo abrazó como si tuviera miedo de que todo eso fuera sueño.
Ese fue su comienzo, su historia, y las raíces de cierto chico de cabellos albinos como su padre y ojos púrpuras como los de su madre.
Esa fue la primera nueva oportunidad.
Fin
YO: Hermoso... —Dice limpiándose las lágrimas.
VERDE: ¿Por qué no me tocó un hombre así en lugar de un demonio sádico?
YO: ¿No firmó los papeles verdad?
VERDE: Los quemó... Bueno, tengo a Mammon y Bianchi trabajando en el divorcio así que no habrá problema.
YO: Solo te costará caro.
VERDE: No más que tus chucherías.
YO: ¡Mira la hora que es! Mejor hacemos el recuento de palabras y nos vamos a recoger a Mosca Verde del taller.
VERDE: Cierto, espero que Giannini no le haya echo cambios innecesarios...
YO: No pidas lo imposible. Fueron 1677 palabras mis amores.
VERDE: Hasta otra.
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