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-𝟏-

𝐃𝐞𝐬𝐞𝐨 𝐲 𝐦𝐨𝐫𝐚𝐥

Maddy Davis.

Despierto de repente, gritando y cubierta de sudor. Miro a mi alrededor, tratando de recobrar mi noción del espacio y el tiempo. Me toco el cuerpo con desesperación, asegurándome de que esto es real. Me levanto de la cama y corro directo al baño para mirar mi reflejo en el espejo. Veo las mismas ojeras, la misma cara y no hay señales de heridas.

¿Eso fue un sueño?

—Imposible...— musito a la nada.

Pero se sintió tan real que se me eriza la piel de solo recordarlo. Ese hombre me mató, eso lo recuerdo claramente. Sin embargo, no tengo ninguna marca en mi cuerpo, solo recuerdos aterradores. Desesperada, busco mi bolso y, curiosamente, lo encuentro al lado mi cama junto con mi teléfono, que está conectado y cargando. Lo tomo, desconectando el cable, y lo reviso. No hay ninguna notificación, nada fuera de lo común.

Se supone que estoy bien, pero siento algo extraño. Mi cuerpo se ve pálido y mi cabeza está un poco mareada. Mis dientes me duelen, al igual que todo mi cuerpo, y tengo un hambre descomunal. Teniendo en cuenta que no he comido desde ayer, supongo que es completamente normal. Me lavo la cara con abundante agua y, a pesar del dolor, me cepillo los dientes. Luego me dirijo a la cocina en busca de algo de comida. Encuentro algunos panes de sándwich, un poco de pechuga y queso, así que preparo un desayuno rápido, sintiendo ansiedad por la voracidad de mi hambre.

Una vez que termino de cocinar, me sirvo una taza de café y me siento a desayunar, pero aún me siento fuera de lugar, como si algo estuviera mal.

Muerdo mi comida mientras veo videos en mi teléfono, pero noto con frustración que se sigue trabando cada vez que intento hacer clic. Sin embargo, continúo comiendo mi sándwich y, al tragar, una repugnante sensación me invade de repente. Me levanto rápidamente y corro hacia el baño, sintiendo la urgencia de vomitar. Apenas llego mis rodillas tocan la baldosa blanca del suelo haciendo un sonido doloroso y intento vomitar pero, aunque siento asco, nada sale de mi. Miro confundida el interior del retrete, no puedo evitar hacerme una pregunta que surge en mi mente.

—¿Que mierda me pasa? — pero claro, las paredes no tienen voz ni voto, asi que me levanto con dificultad y salgo del baño.

El cuerpo comienza a picarme, mi cabeza palpita y de repente siento que ya no puedo más. Presa de ansiedad, tomo una sudadera, algo de dinero y mis llaves, saliendo al exterior para tomar aire, dando pasos pesados. Nunca en mi vida había experimentado algo así. Siempre he apreciado la comida y nunca he tenido tendencias a la bulimia. Yo no soy así, pero es como si mi cuerpo estuviera rechazando la comida de alguna manera inexplicable.

Apenas salgo de mi casa, suelto un jadeo de fastidio y cierro los ojos con fuerza al sentir el sol en mi rostro. Me molesta más de lo normal, pero decido ignorarlo. Me dirijo a la tienda más cercana y selecciono todos los dulces que no rechazaría ni en mis sueños. Lleno una pequeña canasta con ellos y se la entrego al chico de la caja. Lo conozco, su nombre es Bryan. Tiene veinte, un año menos que yo y es bastante tímido.

—Hola Maddy.

Lo saludo con un asentimiento de cabeza, pero mi mente está llena de pensamientos acelerados y mi corazón late desbocado. A medida que paso los dulces por la cinta, puedo sentir cómo mi ansiedad se intensifica gradualmente. Mis manos tiemblan ligeramente y una sensación opresiva se apodera de mi pecho. Trato de respirar profundamente para calmar los nervios, pero la inquietud persiste, como si hubiera una tormenta interna que amenaza con desbordarse en cualquier momento.

—Sabes...La semana pasada no viniste ¿Trabajando?

—Si... — musito algo ida.

De repente, comienza a resonar un sonido repetitivo y fuerte, es tal su magnitud que mi rostro adopta una expresión de inquietud, pero el ni lo nota, parece no afectarlo ¿Acaso él no escucha ese ruido? es como el golpeteo constante de un martillo sobre metal. Cada "pum, pum" retumba en mis oídos, llenando el ambiente con su permanencia. Aunque resulta molesto, también es intrigante, como si tuviera un atractivo magnético que me llama hacia él. El sonido parece provenir de algún lugar cercano, pero no puedo identificar su origen exacto. Busco con la mirada, tratando de encontrar la fuente de ese ruido perturbadoramente atrayente que llena el aire a mi alrededor.

—Ahh y... ¿Cuándo tienes libre? —pregunta el cajero, desvío mi atención hacia él. Noto claramente el nerviosismo que se refleja en su rostro. Sus ojos se agitan y su expresión se contorsiona ligeramente, como si lo estuviera amenazando con un arma blanca. Puedo percibir su inquietud palpable mientras intenta mantener la compostura frente a mí, pero mi ansiedad se intensifica aún más debido a ese maldito sonido que persiste en el ambiente, que ahora parece aumentar en frecuencia.

—Yo...— trato de apartar de mi mente la idea que acaba de surgir —. Por favor, pasa los dulces... —casi suplico al cajero. Siento cómo la luz que entra por el cristal de la puerta se vuelve insoportable, como si cada rayo se clavara directamente en mis ojos y los quemara. Hago un esfuerzo por mantenerme enfocada en el presente, pero la sensación de malestar y desorientación aumenta con cada segundo que pasa.

—Claro, claro.

El sonido se calma por un breve instante, lo cual me permite respirar con cierta tranquilidad. Aprovecho ese momento para recuperar el aliento, pero mi breve alivio se desvanece cuando el chico me entrega la bolsa de dulces y nuestras manos se rozan ligeramente. En ese preciso instante, el sonido regresa de forma inmisericorde, taladrando mis tímpanos y agudizando mis sentidos.

—Maddy... ¿Te gustaría salir conmigo el domingo? —el chico suelta su pregunta de forma apresurada, liberando todo el aire que parecía haber estado conteniendo.

"Pum,pum,pum"

¿Acaso eso es...? No, no puedo creerlo. ¿Es posible que lo esté escuchando incluso a esta distancia en la que me encuentro?

—¿Maddy? —el chico me mira con una expresión de extrañeza mientras espera mi respuesta. Sin embargo, mi rostro se contorsiona en una expresión de horror. No es por lo que él me ha dicho, sino por lo que mi propio cuerpo me está demandando en este momento.

Escucho claramente cómo el corazón de Bryan late con fuerza, bombeando sangre a un ritmo acelerado debido a sus nervios. Cada latido resuena en mis oídos, como si pudiera percibir la vida misma fluyendo a través de sus venas. El sonido hipnótico se intensifica, convirtiéndose en un eco persistente que busca tentar mi estabilidad mental.

Mis ojos se fijan en su cuello, donde una vena grande y sobresaliente palpita con una regularidad que me vuelve mas inquieta. Puedo sentir cada pulsación, cada latido que hace que mi deseo se intensifique. Una sensación inquietante me invade mientras observo con detalle esa vena, como si estuviera llamándome, invitándome a satisfacer un deseo oscuro y prohibido.

Mi mirada se queda fija en su cuello, y me siento embobada, hipnotizada por la imagen que se despliega frente a mí. Mis pensamientos se vuelven turbios y confusos, consumidos por un único y perturbador deseo: quiero su maldita sangre. La idea misma me hace sentir como una enferma, pero la urgencia y la sed que experimento se vuelven cada vez más insostenibles.

—Entiendo que yo no te guste, pero tampoco es para que pongas esa cara. — el chico me mira ofendido y yo ya no lo soporto mas.

No quiero hacerle daño. Pero, la voz en mi cabeza, proveniente de lo más profundo de mi inconsciente, grita que lo haga, que es lo que deseo, lo que quiero y que tengo el derecho de tomar. Otra parte de mí, sin embargo, me dice que no es correcto, que debo resistirme a esos impulsos oscuros. Ahora me encuentro en una lucha interna, tratando de decidir a cuál de estas voces debo obedecer, mientras la que anhela la sangre empuja con una fuerza avasalladora.

—Te veo luego. — es lo último que puedo decir antes de tomar mi bolsa con manos temblorosas y salir corriendo de aquel lugar. 

Mis pies tropiezan repetidamente, desequilibrados por la intensa luz del sol que parece cegarme en cada paso que doy. Aquella luz, una vez tan familiar y reconfortante, ahora se convierte en un obstáculo que dificulta mi escape. Cada vez que intento avanzar, siento como si una fuerza invisible me empujara hacia atrás, como si el brillo ardiente del sol me recordara que no soy dueña de mis impulsos y debilidades.

—¡¿Eso es un si o un no?!— Escucho el grito de Bryan. Me encuentro en un estado de confusión tan profundo que sus palabras apenas llegan a mi conciencia. Ignoro su pregunta, incapaz de responder, mientras sigo adelante sin mirar atrás. Mi mente está atrapada en una vorágine de pensamientos y deseos oscuros, y no hay espacio para las palabras o las respuestas.

Estoy desesperada por llegar a mi casa, cada paso que doy se vuelve una tortura. Cada persona que pasa a mi lado despierta un deseo primitivo en mí, una sed insaciable que amenaza con desbordarse. Me esfuerzo por ignorar esas tentaciones, manteniendo mi mirada fija en el camino frente a mí.

Finalmente, llego a mi hogar y cierro la puerta con un cerrojo apresurado. Me siento aliviada al estar en un lugar seguro, pero la inquietud persiste en lo más profundo de mi ser. Me adentro en mi habitación intentando encontrar una solución a este gigante problema, pero nada se me ocurre. Como una niña pequeña me dirijo a mi cama que sigue desecha desde hace días atrás, me envuelvo en mis mantas, buscando alguna forma de encontrar consuelo y calma.

Sin embargo, envolverme en las mantas no es suficiente para detener la tormenta que se desata dentro de mí. Mi cuerpo arde con un hambre incontrolable, como si mis entrañas fueran devoradas por las llamas del deseo. Rascarme con desesperación parece aliviar momentáneamente la sensación, pero solo es una distracción temporal, porque la idea me nubla de una manera que me desespera.

Mis gimoteos se mezclan con las lágrimas que inundan mis mejillas. La angustia se hace eco en mi mente, recordándome lo fuera de control que estoy. El pánico se apodera de mí, dejando claro que estoy al borde del abismo emocional, sin saber cómo salir de este estado de agonía.

—Niña ¿te calmas?

Por un momento, pensé que lo había imaginado, que mi mente perturbada estaba jugando trucos conmigo. Sin embargo, esa voz, que me resulta terriblemente familiar y llena de malicia, me empuja a deshacerme de la falsa seguridad de las mantas. Y allí está, en mi habitación, el maldito que me arrebató la vida.

La ira se apodera de todo mi ser y me levanto de un salto, lista para arremeter contra él. Mi cuerpo se siente débil, pero las emociones del momento hacen que mis puños den lo mejor de si y descargo mi furia sin piedad. Grito todas las groserías y maldiciones que conozco, liberando el odio acumulado en mi pecho. De manera sorprendente, él se queda quieto, dejándome desahogar mi rabia sin ofrecer resistencia.

Sigo golpeándolo sin cesar, sin importar las heridas que mis manos sufren. Cada golpe es una liberación, una forma de recuperar mi poder sobre algo que se que ya perdí, de hacerle pagar por lo que me ha hecho. Pero en un momento, me detiene. Sus manos frías y desalmadas sujetan con firmeza mis puños, y su mirada aburrida se clava en la mía

—Ya, ya. ¡Basta de golpes! — se queja apartándome bruscamente con un manotazo.

—¡¿Qué mierda me has hecho, maldito depravado infeliz?! ¡Sucio cerdo, come mierda, embustero!

—¿Con esa boca comes? — responde con cinismo y algo de diversión.

Suelto un grito desgarrador, un grito de pura desesperación y despecho, como el de Regina cuando descubrió lo que Cady había hecho. No puedo controlar mis emociones, está claro. Todo el dolor, la rabia y la impotencia se mezclan en un torbellino dentro de mí, amenazando con consumirme por completo.

—¿Ya te has calmado? — su voz suena tranquila, anunciando mi derrota. Asiento con delicadeza mientras él se dirige hacia mi cama y se sienta a mi lado. No entiendo que me pasa, pero se que el puede darme respuestas.

—¿Por qué me has hecho esto? — pregunto en voz baja.

—Sentí que lo necesitabas — responde sinceramente encogiéndose de hombros.

—¿Qué me está pasando?

—¿No es obvio? — lo miro con enfado, dejándole en claro mi respuesta —Bueno, está bien, no te enfades de nuevo — suspira cansado. —Sinceramente, pensé que sería peor, pero veo que tienes mucha suerte. — Suelto una risa incrédula. Nuevamente no comprendo nada.

—¿Cómo se supone que debía ser? — pregunto, más perdida que nunca.

—Bueno... debiste haber arrancado la garganta del cajero y de la viejita con la que te tropezaste — su tono burlón solo logra que suelte un sollozo. —Qué descuido, a veces olvido lo susceptibles que pueden ser los novel.

—¿Por qué siento esto? ¡No entiendo! — exclamo con creciente frustración, sintiendo que la impotencia se apodera de mí.

El hombre suspira, como si mi reacción le resultara predecible. Luego, me mira con una mezcla de condescendencia y cansancio en sus ojos.

—¿Te refieres a la sed de sangre, a tu poca tolerancia al sol o al dolor en tu dentadura? — lo observo con sorpresa, sabe lo que estoy sintiendo, aunque no se lo haya mencionado —Mira, es complicado explicarlo. Lo que estás experimentando es parte de tu nueva naturaleza, de lo que te has convertido. No esperes entenderlo todo de inmediato, lleva tiempo ajustarse a ello.

Mis manos tiemblan de rabia y desesperación, mientras luchó por contener mis emociones en medio de esta extraña situación.

Él suspira de nuevo, como si estuviera resignado a mis reacciones.

—No puedo aceptarlo... No puedo aceptar lo que soy ahora. No quiero ser así.

—Entiendo que sea difícil de aceptar. Pero no puedes cambiar lo que ya ha sucedido. Lo único que puedes hacer es aprender a vivir con ello y encontrar una manera de controlar tus impulsos.

Me quedo en silencio, sintiéndome derrotada y atrapada en una realidad que no elegí. La frustración sigue bullendo en mi interior, pero también una pequeña chispa de curiosidad y esperanza, preguntándome si podré encontrar la forma de sobrellevar esta nueva vida.

—¿Qué debo hacer? Soy un monstruo — me lamento, sintiendo cómo vuelven aquellas intensas ganas de llorar.

El hombre suspira otra vez, a este paso romperá un récord de suspiros. trata de encontrar las palabras adecuadas. No puedo evitar pensar que su aspecto elegante contrasta con mi angustia interna.

—Aún no todo está perdido... — murmura, dándome una pequeña dosis de esperanza. Levanto la vista y noto su impecable traje, que denota un estatus distinto al mío —. Madeline, tienes algo dentro de ti que me empuja a sanarte. Lamento haberme entrometido de esta manera en tu vida, pero se suponía que cuando despertaras de la muerte, no tendrías conciencia de tu verdadero ser.

—¿A qué te refieres...? — lo interrumpo, ansiosa por entender. El me hace una ceña de que lo dejara hablar.

—Soy un vampiro, Madeline. Sé que suena confuso, pero tengo problemas con otra familia que, en este momento, no importan. Lo que te di antes de morir debía hacer que despertaras como un animal irracional cuyo único objetivo sería beber sangre. Sin embargo, eso no sucedió, y te pido disculpas sinceramente por ello — me toma del hombro haciéndome brincar al sentir su mano fría, dejándome perpleja. Aunque estoy enojada, siento cierta compasión hacia él por disculparse —. Para convertirte en un vampiro, debes tomar sangre de otro y morir con ella en tu sistema. En tu caso, es sangre de un hechizo, pero funciona de manera similar. Tienes dos opciones: tomar sangre humana y convertirte, o... no hacerlo.

Mis pensamientos se agolpan, mezclando el miedo, la confusión y la incertidumbre. Tomar sangre humana va en contra de mis principios, pero rechazarlo significaría seguir lidiando con las ansias incontrolables que me atormentan. Soy una miedosa total, no puedo siquiera con la idea de que por mi garganta pase la sangre de otra persona.

—¿Y si no lo hago, qué sucede? — pregunto con un nudo en la garganta, buscando desesperadamente una alternativa.

—Mueres. — responde sin titubear, y eso provoca que un nuevo torrente de lágrimas brote de mis ojos. Me derrumbo emocionalmente una vez más —. Si eliges no convertirte, te recomendaría quedarte aquí hasta que pase. Cada hora, la ansiedad crecerá. Sentirás que tu piel se desprende, que tus huesos se rompen constantemente. Pero si logras resistir, podrás morir en paz.

Sus palabras me llenan de temor y desesperanza.

—¿Y si no quiero? — me levanto de la cama mirándolo —. No quiero morir, pero tampoco quiero convertirme en un monstruo.

El hombre me observa durante unos segundos, aparentemente considerando mis palabras. Luego, saca de su chaleco refinado un libro bastante pequeño y una caja de joyería. Primero, abre la caja revelando un hermoso collar de plata con una piedra azul incrustada que es bastante elegante y sencilla, hasta puedo decir que pasa desapercibida.

—Madeline, entiendo tus miedos y tu dilema — me dice con voz calmada, extendiéndome el libro con cuidado —. Aquí encontrarás todo lo que necesitas saber por el momento, lo escribí para un... Amigo hace un tiempo. Una vez que tomes sangre humana, tendrás ciertas debilidades, como la sensibilidad al sol. Pero este collar que contiene zafiros azules te protegerá. Estos zafiros son utilizados por las brujas en hechizos de protección.

—¿Brujas? — inquiero incrédula, sintiendo la necesidad de confirmarlo y este asiente con una sonrisa que resulta algo encantadora y enigmática.

¿Como es posible que este sea el mismo tipo que literalmente me asfixio hasta la muerte?

—Sí, las brujas y los vampiros a menudo están conectados en el mundo sobrenatural. Pero ese es un tema para otro momento — responde con calma —. No puedo quedarme mucho tiempo. He acudido aquí con la intención de solventar ciertas cuestiones pendientes, pero tus actuales circunstancias han propiciado un cambio de parecer momentáneo. — admite sereno —. Ah, casi lo olvido — agrega, sacando otro objeto de uno de sus bolsillos. Es un pequeño frasco que contiene un líquido espeso y carmesí —. Por si acaso...

Coloca el frasco en mi mesa de noche y se despide, marchándose sin más. Me deja con las dos opciones frente a mí, como en una escena de la película "Matrix", solo que en un contexto completamente distinto. Observo el frasco con detenimiento, sintiendo como si tuviera la tentación misma frente a mis ojos, como si la manzana prohibida estuviera siendo ofrecida y Dios me estuviera juzgando desde lo alto, esperando a ver qué decisión tomo. Las horas pasan y el aroma característico del líquido se hace cada vez más fuerte, incitándome a probarlo. Mi conciencia comienza a perder la batalla contra la razón, y yo me acerco lentamente al frasco. Me arrodillo y lo tomo en mis manos, quitándole la tapa con cuidado. Sin embargo, en lugar de beberlo de inmediato, decido detenerme.

Una oleada de incertidumbre y duda recorre mi cuerpo. Sé que la decisión es crucial y que mi vida cambiará irremediablemente, sin importar qué opción elija. Miro fijamente el contenido del frasco, el líquido espejo y rojo que promete saciar mi sed pero, que también desatará una parte de mí que desconozco por completo.

Respiro profundamente, tratando de encontrar fuerzas en mi interior. Sé que esta elección determinará mi destino y el tipo de persona en la que me convertiré. Cierro los ojos, dejando que mi intuición y mi corazón guíen mi decisión.

Con determinación, vuelvo a cerrar el frasco y lo coloco en la mesa. Me levanto lentamente, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Aunque la sed de sangre sigue presente, también hay una nueva chispa de esperanza y control. Me acerco al espejo y me observo, recordando quién era antes y quién deseo ser ahora.

—Dios, dame una razón. ¿Qué debo hacer? — pido al divino una última vez, esperando desesperadamente alguna señal que me guíe. Sin embargo, el silencio prevalece, dejándome cara a cara con mi propia decisión. Es solo yo y mi deseo profundo y animal contra el mundo.

Sin más contemplaciones, regreso rápidamente a mi habitación y tomo el frasco entre mis manos temblorosas. Mis principios morales se ven eclipsados por la intensidad de mi anhelo y, lentamente, vierto el líquido en mi boca. Un alivio abrumador surge de inmediato, haciendo que suelte un gemido de puro placer. En un instante, mi cuerpo se llena de miles de sensaciones arrolladoras. Siento cada capa de mi piel, mis órganos en movimiento, mis uñas creciendo, mis pulmones abriéndose y cerrándose rítmicamente. Los sonidos del mundo exterior se vuelven nítidos y amplificados: las patitas del perro vecino chocando contra el asfalto, la tos de una niña que pasa frente a mi puerta, incluso el sigiloso caminar de una rata en la alacena de mi cocina. Pero eso no es todo.

Un torbellino de sensaciones me arrastra, impulsándome a toda velocidad hacia el baño. El dolor en mis dientes se intensifica hasta convertirse en una agonía insoportable. Al llegar y enfrentarme a mi reflejo en el espejo, la realidad se manifiesta con brutalidad, y un grito desgarrador escapa de mi garganta.

Veo en primera plana cómo mis colmillos se alargan y se vuelven completamente afilados, listos para perforar la carne. Mis ojos, antes de un cálido color miel, se transforman en un intenso tono rojo que brilla con una sed insaciable. Varias venas en mi rostro se marcan de manera grotesca, revelando la oscuridad que ahora habita en mi interior. Me contemplo en el espejo, horrorizada por mi nueva apariencia, pero esto es lo que he elegido y no puedo dar marcha atrás.

La sed me consume por completo, es una sensación abrumadora y desesperada. Sé exactamente lo que necesito y no puedo ignorarlo. En mi mente, se forma una imagen nítida de una vena palpitante, cargada de vida y vitalidad. Mi cuerpo se tensa en respuesta, mis sentidos agudizados perciben cada latido de mi presa potencial. No hay más opción, es hora de saciar mi hambre.

Con un impulso sobrenatural, atravieso la puerta de mi habitación. Cada paso que doy resuena en el silencio de la casa, aumentando mi ansiedad y anticipación. Mi corazón, ahora más oscuro que nunca, late con una intensidad desmedida. La presencia humana atrae mi atención, puedo sentir su calidez y fragilidad, pero aun existe aquella pelea en mi conciencia que impide que abra mi puerta principal. Aquello que llaman autocontrol se materializa en mi cuerpo, haciendo que mi mano quede extendida en el aire con una mínima distancia a la perilla de la puerta, representando lo cerca que estoy de lo que deseo y lo lejos que mi moral me lleva de el.

"Lo que te di antes de morir debía hacer que despertaras como un animal irracional cuyo único objetivo sería beber sangre"

Las palabras de aquel hombre resuenen en mi cabeza. Las consecuencias de mi sobresalto podrían ser fatales, si soy el medio de su venganza, entonces esto es lo que quiere, asi que debo ser precavida. Tomando un respiro mucho más profundo, giro la manija de la puerta y logro abrirla un poco antes de sentir un quemazón en mi brazo que me empuja hacia atrás.

—Mierda, el collar.

A este paso, terminaré muriendo. Con todo el autocontrol que tengo, cierro aquella puerta de madera que ahora me parece débil y decido leer el maldito libro. Supongo que la comida tendrá que esperar.

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