Nueva integrante
"He pensado en dejar por escrito todo lo que ha pasado hoy." Fue lo que me dijo Mei en nuestra noche de bodas, pero no me imaginé que llevase haciendo eso desde días, semanas, meses atrás.
Desde que la conocí me hice consciente de su afición por la lectura y siempre supe que escribía cosas de vez en cuando, pero jamás se me pasó por la mente el hecho de que varias de sus anotaciones no fueran sobre la escuela, sino sobre nosotras.
Estuve a punto de llorar cuando con un ligero sonrojo y una apenas perceptible sonrisa Mei me entregó una libreta llena de anotaciones sobre sus primeras impresiones de mí y los pequeños detalles que iba descrubriendo sobre mi persona; asimismo habían poemas que me dedicaba y unos cuantos escritos acerca de lo que ella sentía y de días especiales para ambas.
Estaba feliz con ella y me sentía dichosa de tenerla a mi lado.
Me mantenía pensando en todas esas cosas antes de que sonara la alarma; era domingo así que podría posponerla, no obstante, a mi esposa le gustaba madrugar y eso de vez en cuando yo lo aceptaba, ya que así podría verla durante más tiempo.
Sonreí y mordí mi lengua; tenía el cuerpo de Mei recostado sobre el mío, sentía su peso y la calidez de su cuerpo. Aún dormida mantenía esa nueva costumbre que agarró al mes de nuestra boda, la cual consistía en entrelazar nuestras manos. La amaba y me emocionaba tenerla tan cerca al despertar, después de todo así podía admirar su belleza y pasar mis dedos entre su oscuro y sedoso cabello, además de acariciar esa suave y fresca pijama que tanto le gustaba usar.
Llevabamos seis años con esta "nueva vida" -bueno, no tan nueva de hecho-, pero mientras más tiempo pasábamos más me daba cuenta de que la decisión de casarnos había sido la mejor y jamás me arrepentiría.
Escuché el ruido de la alarma e inmediatamente sentí el cuerpo de Mei moverse. Volteó a verme con esa cara de seriedad tan suya y yo la recibí con una sonrisa de vuelta, entonces ella suspiró en rendición y también me sonrió. Hoy era un día especial para ambas.
Cada una se arregló y desayunó, pues teníamos que ir a recoger a nuestra hija, así de bello como se escucha. Últimamente habíamos estado haciendo bastante papeleo ya que, después de visitar varios horfanatos, finalmente habíamos logrado encontrar una pequeña niña que iluminó nuestros corazones. ¡Estaba tan chiquita!, y sus ojitos eran verdes como los míos y su cabello negro como el de Mei.
Las dos caminamos juntas, tomadas de la mano hasta llegar al lugar donde nos la entregarían. Casi no se notaba, pero si ponías un poco de más atención, se podía ver que Mei estaba tan emocionada y nerviosa como yo, sobretodo por el fuerte y firme agarre de su mano.
Cuando por fin llegamos, nos atendieron y nos hicieron firmar un último papel, entonces fue ahí cuando nos entregaron a nuestra pequeña, y quien la recibió primero en brazos fue Mei, ya que así lo habíamos acordado la noche anterior.
Unas cuantas lágrimas se me salieron al ver la ternura y amor con el que mi esposa besaba la cabecita de Katara, nombre que habíamos decido ponerle a esa bebita de diez meses. Pero lo que más me llegó al corazón fue ver que Mei tenía los ojos llorosos cuando me volteó a ver y me dijo que me acercara. ¡Este era el día más feliz de mi vida!
Entre tanto, subimos ciertas pertenencias de la niña en el carro y nos fuimos de regreso a casa, donde aguardaan mamá y papá por conocer a su nieta.
Mi madre pegó un grito cuando la vio e inmediatamente quiso cargarla, y padre se acercó a nosotras para felicitarnos y darnos un fuerte pero cálido abrazo. Posteriormente me dejaron cargar a mi niña; al observarla me enamoré una vez más en esta vida y juré que la protegería.
Después de un rato mamá llegó con una cámara e hizo que Mei y yo nos juntáramos para que entre las dos cargáramos a Katara y nos pudiese sacar una foto familiar. Mi esposa y yo nos vimos y sonreímos; nuestra nueva integrante por fin había llegado a casa.
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