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Sacrificios de amor

Sacrificios de amor

Lucía y Mía comenzaban a pelear.

Mientras Anderson se encontraba aturdido por el golpe sufrido en su nuca, no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor.

Mía veía a la chica con ojos llenos de furia, algo que jamás podría perdonarle es que dañara a su padre o a quien consideraba como tal.

Lucía se protegía con sus brazos con fuerza esta vez, Mía había decidido atacarla con los puños los cuales todos eran certeros. Pero de pronto se detuvieron al percatarse de otras presencias.

Elda y al lado de ella una mujer con un traje con falda de color gris,  y junto con ellas más atrás varios hombres las acompañaban.

Elda sonreía tiernamente cual niña normal de su edad, de pronto esa sonrisa se distorsionó en una mueca.

Primero dirigió la mirada a Mía, quien la vio con odio. Su mano izquierda se alzó haciendo que la televisión de la sala se alzara chocando con fuerza hacía el cuerpo de Mía, provocando dolor, y raspones.

— Tu pelea es conmigo —. Advirtió Lucía poniéndose en medio de las dos mujeres.

La navaja no llegó a su destino ocasionando el malestar a la pequeña,  quien dirigió de nueva cuenta solo que esta vez fue por la espalda. En esta ocasión llegó sí, pero no a Lucía si no a Anderson salvando a su hija. A su más grande amor.

Lucía estaba frente al cuerpo sin vida de Anderson o eso parecía, de su padre que apenas hace poco se había enterado. Había perdido un valioso tiempo en conocerlo ahora como padre.

Dos lágrimas le brotaron de sus ojos negros llenos de dolor y frustración, culpa, por no haber podido salvarlo, su corazón palpitaba al cien por segundo.

Sus manos al igual que todo su cuerpo lo sentía pesado, frágil que pensó que se rompería al más mínimo tacto. Temblaba.

De pronto la otra presencia se hizo notar y dónde una vez había inocencia, temor, dolor, amor; ahora su mirada expresaba todo aquel odio, maldad, impureza, frialdad.

Melisa ocupaba toda su mente y cuerpo. Como siempre enseñando su superioridad.

—Tú no eres Lucia pero aún así será divertido —. Dijo la pequeña feliz observando a su rival como si solo fuera su distracción, su vía de diversión.

—¡Aaaaaaaaah! —. Gritaron ambas Melisa y Lucí por un momento de conexión entre la una y la otra como pocas veces.

Los vidrios se rompieron en mil pedazos estrepitosamente cayendo al suelo, el viento soplaba con fuerza esa noche, las luces titilaban.

Mía arrodillada solo pudo contemplar a Anderson pues no podía acariciarlo como ella quería.

—Lo siento mucho, papá —. Se disculpó aún sintiendo que había perdido a su padre aunque no lo fuera realmente.

—Muy divertido, no sabes cuanto te haré sufrir —. Amenazó Melisa, sus cabellos para ese punto ya le cubrían la mayor parte de sus ojos quien miraban con tal fuerza que serían capaces de cualquier cosa.

Varios vidrios flotaron al aire y la pequeña alzó la mano derecha y sin siquiera tocarlos los lanzó directo al cuerpo de Melisa, que no llegaron ni a tocarla.

Melisa era superior o por lo menos ella se sentía de ese modo y tal vez así era. Pero era maldad pura en todo su ser, y si no fuera por Lucía hubiera sido como las demás de su especie.  

Lucía era todo lo contrario a Melisa, era toda pureza,  con deseos y enojo si, pero solía perdonar,  así lo había hecho ya,  perdonando a su padre aunque demasiado tarde. Hasta que escuchó una voz suave que reconoció en seguida.

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