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Prólogo

Prólogo:

El hombre caminaba por los amplios pasillos del laboratorio. Las paredes blancas lo habían cegado las primeras veces que había entrado a aquel lugar, pero ese día las lágrimas que llenaban sus ojos los protegían de la luz reflejada.

Llevaba a su hija en brazos, y no paraba de preguntarse si estaba haciendo lo correcto. Separarse de ella a tan temprana edad... bueno, al fin y al cabo era mejor no esperar a encariñarse.
La pequeña lloraba, como si estuviese presagiando su futuro próximo. Con pequeñas palmadas el hombre trataba de calmarla.


Esta sería la primera vez que un bebé iba a ser examinado.

El hombre dobló una esquina. Le costaba mantener al bebé en brazos, sobre todo por su condición.

Se repetía una y otra vez que lo que hacía estaba bien. Que la ciencia lo necesitaba y que, como siempre había hecho, él debía acudir.

Solo esperaba no arrepentirse, porque el sentimiento de opresión en su pecho lo hacía dudar increíblemente.

Mientras avanzaba, el hombre observó la habitación a la que se dirigía. Puerta 208. Qué valientes eran los que estarían allí. Su pequeña... no quería ni pensarlo.
Los paneles de vidrio eran lo único que lo separaban de dar un paso incorregible.
¿Estaba seguro de esto?

Él mismo no podía contestarse.
Entonces tomó el picaporte y se convenció de que hacía esto no solo por la ciencia, sino por su propia hija.
De todas formas, sabía que se estaba engañando a sí mismo.

Dentro de la habitación, fue recibido por un hombre claramente mayor a él. Su actitud arrogante y su expresión indescifrable lo hacían volver a replantearse lo que estaba haciendo.
-Buenas tardes, caballero- lo saludó. El hombre no contestó.

En cambio, miró hacia la cortina. Ni siquiera le dirían al hombre que su hija estaría en buenas manos, porque él ya conocía la verdad. Sabía bien que lo que pasaría allí adentro podía asemejarse a cualquier cosa menos al buen cuidado.

El señor más mayor pateaba el piso con el pie y se mostraba impaciente, pero cuando sus ojos se encontraban con los del otro hombre, se detenía para sonreír. Su sonrisa tenía, sin embargo, un dejo de ironía.

El hombre echó una última mirada a su hija y, con lágrimas empapando su expresión angustiada, la entregó. En aquel momento no tenía idea de cuánto le costaría esa decisión...

EditorialAquarelle

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