Enfrentamientos

Las luces se balanceaban con fuerza de forma circular, parpadeaban, prendiéndose y apagándose como si tuvieran un corto.

Mía miraba amenazante a Lucía, se preguntaba cómo es que era capaz de hacerle daño al hombre que siempre estuvo a su lado.

Mientras Anderson se encontraba aturdido por el golpe sufrido en su nuca y sin darse cuenta de que se estaba iniciando un enfrentamiento entre dos seres iguales que compartían la misma sangre pues eran hermanas sin saberlo.

Lucía había comenzando el primer ataque que fue esquivado ágilmente por la otra.

—No puedo entender como quise ser amiga tuya, nunca cambiaras —. Mencionó con amargura Mía al sentirse decepcionada.

—¡Tienes razón no entiendes nada! —. Chillo Lucía, con dolor y enojo al mismo tiempo.

Lucí sintió como el peso de todo se le caía encima, todo se derrumbaba en su interior. Nada parecía real, estaba dentro de una pesadilla del cual creyó nunca despertar, todos parecían gozar con hacerle daño. Una y otra vez.

<<¿Vale la pena seguir sufriendo por estas escorias? O ¿Abrirás los ojos por fin? Si es así todos serán destruidos, no quedará ni un solo miserable en este mundo>>.

—Mía vete y llévate contigo a mi pa... al doctor Anderson —. Pidió Lucí con voz suave. Calmada.

Mía supo a qué se refería al sentir esa presencia que le erizaba la piel, tan solo voltear la vio. Su cara angelical con una pequeña sonrisa típica de una niña que no rompería ni un plato, había entrado por aquella puerta que se encontraba abierta.

—Valla, valla Lucía —, miró por un momento a esta, —Mía —. menciono ahora mirándola a ella.

—Será divertido jugar con ustedes, la, la, la —. Tarareaba una melodía con esa voz que te haría conmover, estaba emocionada, excitada como nunca antes.

—Mía lárgate de una buena vez o no responderé por tu vida y por la de él.

Al final Mía, pudo mover su cuerpo y caminar hacia Anderson, que ya estaba recuperándose. Lo recargo en su hombro para ayudarlo a caminar y cuando estaba ya aún paso de la calle la puerta se cerró de golpe.

—Nadie sale de aquí a menos que yo quiera y no quiero —. Amenazó Elda, a modo de capricho.

—Tú gran pelea será conmigo, déjalos ir, te aseguro que peleare con todas mis fuerzas hasta que una de las dos caiga —. Aseguró Lucí rogando en su interior porque le hiciera caso.

—No Lucía aquí se hace lo que yo quiera.

Mía intentó abrir la puerta sin éxito pero sintió un fuerte dolor, un dolor que nunca olvidaría, bajo la mirada hacia su mano y ya no estaba, sangre salía salpicando todo lo que estuviera cerca de ella.

Ahhhh. Su grito se oyó por toda una cuadra, se arrodillo con lágrimas en los ojos.

Lucía no podía creerlo, esa niña le había hecho daño en tan solo unos segundos y sin siquiera mirarla, sin dudas era un peligro.

—Jeje, es divertido romper huesos, pero prometí que no te lo haría a ti, debes sentirte afortunada, pero ella sufrirá doble —. Continuó amenazando con malicia.

Otro grito aún más agudo vino de Mía, pues le quito la otra mano. Elda sonreía con maldad, en verdad lo estaba disfrutando.

—Basta, ¡Ya basta! —. Rugió Lucí.

Ya no podía soportar ver como la lastimaban, era compasión o no sabia que, pero odiaba ver esto que le hacían a ella.

Las luces volvían a parpadear hasta estallar una por una, esta vez estaba más que enfurecida. Las camas se mecían, las puertas se abrían y cerraban ocasionando un ruido
ensordecedor.

Elda no dejaba de sonreír, un cuchillo flotaba por los aires a dirección al corazón de Lucí. Todo pasó tan rápido que Lucí no pudo hacer nada más que lamentarlo.

Antes que callera al suelo lo sujetó entre sus brazos dejándose caer por el peso de aquel cuerpo extra que se desangraba.