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Capítulo XV: En el medio.

Los celos de Florencia comenzaban a aparecer. Augusto, parecía que le daba más importancia a sus asesor que, a ella misma, uno no sabe lo que los celos y estar en el medio de una relación puede llegar a causar en los corazones de las personas.

En los últimos tiempos, la vicepresidenta se había reunido con muchos de los opositores, pidiéndole que les ayudará a derrocar a Augusto y así, ella poder tomar el control para gobernar bajo los intereses de la oposición.

Sin embargo, la postura tomada por Florencia era algo incrédula, estaba claro que la oposición tampoco la quería a ella en el poder, simplemente era una pieza más del juego de ajedrez y cuando pudieran, también la sacarían del medio.

Pero lo que sí estaba claro, que Florencia se encontraba en el medio del océano atlántico, por así decirlo, su gobierno, el de Augusto, había sido uno de los más rígidos e inestables a la vez, la única unidad parlamentaria que tenía era la de su propio oficialismo y la de los pequeños partidos que los apoyaban.

La vicepresidenta, había seguido los pasos de Augusto muy de cerca, sabía exactamente que, si el conflicto armado con Reino Unido no funcionaba, todo volaría por los aires, incluso sus cargos como gobernantes del país. Aunque también, ante la posibilidad de ganar la guerra, no serían vitoreados por todos, solo aquellos que pusieron la confianza en el gobierno lo harían y los demás desatarían el caos en las calles, de lo cual estaba seguro de que Lorenzo no podría contener.

Sabía también que Marcel Lefebvre, su actual mayor opositor y posible futuro candidato presidencial, estaba organizando la muerte del presidente nacional, pero ¿Qué haría ella?, ¿Acaso lo notificaría?, estaba segura de que su equipo presidencial ya lo sabía también.

Las funciones de la vicepresidenta, aunque parecieran bajo las sombras, ella había sido la que puso el pecho muchas veces por las políticas de Augusto, incluso no estando de acuerdo con ellas. Como cuando lanzó el decreto de dolarización o cuando les quitó el sueldo a los diputados y senadores, fue la vicepresidenta la que salió a hablar, a la que le decían que su gobierno no llegaría siquiera al año de mandato.

Todo para qué, si Augusto no se lo agradecía, tampoco quería su lastima, pero le dolía que no la amase, que solo la viera como un objeto de su equipo, pero lo peor, era que Máximo, le haya arrebatado el corazón de su Augusto, no podría soportar ver tanta felicidad en sus rostros cuando estaban juntos.

Sí, claro que ella había pedido que el volviera de España, sabía que el imbécil haría bien su trabajo, sabía que amaba a Augusto y aun así lo trajo al gobierno, pensando que ello pudiera traer estabilidad, pero no, claro que no, los problemas seguían y seguían apareciendo.

Los más recientes, el decreto de guerra todavía no proclamado públicamente, ese día en la noche, miles de llamadas a la oficina y su móvil particular entraban por doquier, la oposición, le pedía que persuadiera al presidente para que no se efectuara el enfrentamiento.

Los políticos, sabían la catástrofe que esto podría causar, sin embargo, Florencia, también sabía que a su gobierno no le importaba, irían hasta las últimas consecuencias y el país marcharía como siempre, como si nada pasara, obras y demás pautadas no se detendrían, tampoco los días laborales, además del trabajo que ella tendría en estos últimos tiempos.

Se esperaban alrededor de veinte secciones ordinarias algunas y otras extraordinarias, para darle seguimiento al conflicto que se llevaría adelante, los diputados y senadores oficialistas, ahora también comenzaban a dudar de la cordura de Augusto y su equipo de conducción.

Pese a esto, Florencia seguía analizando las circunstancias, sí la Argentina ganaba, sería solo por la ayuda de Dios, aunque el presidente haya gastado miles de millones en todo tipo de armamentos, no creía que fueran a ganar la guerra, ella estaba convencida que era una ilusión.

Una especie de espejismo, la vicepresidenta, se encontraba en olivos, en su despacho, serena, dejó la taza de café que tomaba y agarró un teléfono privado, marcó a un número.—Comuníquenme con el diputado Marcel Lefebvre.—solicitó mientras aguardaba.

—Que gran noticia escuchar su voz excelencia.—decía este con un tono de voz irónico.

—Escúcheme una cosa, nos veremos esta noche en el presidente bar.—sentenció Florencia.

—De acuerdo, allí la veré.—respondió el diputado antes de colgar.

Transcurrió el día, la vicepresidente había reservado el lugar solo para aquél encuentro, nadie podía enterarse de aquella cena, el diputado llegó a los minutos que la dama, conversaron, conversaron tanto, que la velada se había hecho larga, al parecer, Florencia y el hombre de unos 39 años, tenían pensamientos muy parecidos, por no decir algo egocéntricos.

Los temas de conversación no iban a ser de agrado para su gobierno, el planeamiento del homicidio de Augusto parecía mejor organizado, que la propia guerra de Malvinas, Florencia escuchó atentamente, estaba maravillada, sinceramente, el diputado y su equipo podrían haber trabajado asaltando bancos y nadie se habría dado cuenta.

—No hay tiempo que esperar para realizar el golpe madame, necesitamos saber si estará de nuestro lado.—expresaba Marcel.

—Trabajaré con ustedes, pero yo pertenezco a este gobierno, sí todo sale como esperan, estaré con ustedes, si no, no cuenten más conmigo, ni tampoco intenten volver a contactarme.—sentenciaba Florencia Magallanes, la vicepresidenta de la república que ahora ella ponía en riesgo.

La vicepresidenta, se puso de pie, estrechó la mano del diputado y se desvaneció entre las sombras de la oscura noche, todo comenzaba a organizarse, para la organización de un atentado, que podría destruir todos los planes del gobierno de Augusto. Pero que no hubiese duda, que no sería fácil querer destruir todo lo que había forjado hasta el momento, Augusto no era ningún tonto y sus colegas tampoco, a quién fuera que quisiera acabar con su vida, le constaría llegar hasta él.

Pero no tenían en cuenta todo el despliegue que se había organizado, habían cambiado de habitación al presidente, que durmiera en la recamara presidencial, era un riesgo, a lo que Máximo se ofreció a que durmieran en la misma habitación. Claro que le pusieron dos camas separadas, pero todos sabían que no le haría falta, Máximo logró que su excelencia esa noche descansara plácidamente en su pecho.

CONTINUARÁ...

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