
Capítulo I: Buenos Aires.
El sol se filtraba a través de las cortinas pesadas de la embajada argentina en Buenos Aires, tiñendo de dorado los muebles de madera oscura y los retratos de presidentes argentinos que adornaban las paredes. En la sala de conferencias, un grupo de funcionarios se encontraba reunido alrededor de una mesa de roble macizo, discutiendo animadamente mientras revisaban una carta dirigida a la República de Rusia.
Con gesto serio, Álvaro González, el Embajador de la República Argentina, tomó la palabra y comenzó a leer en voz alta:
"Estimada Presidenta Ágata Vasilev:
A los días 18 del mes de Mayo del 2045, las recientes elecciones presidenciales han llevado a Augusto Quiroga al poder en Argentina, quien durante su campaña electoral prometió fervientemente la recuperación de las Islas Malvinas. Ha llegado el momento de actuar en consecuencia. Con Gran Bretaña fuera de la Unión Europea y sin el respaldo de muchos de sus miembros, así como también sin el apoyo de la OTAN, el Reino Unido se encuentra en una posición de debilidad. Como usted bien sabe, los gobiernos anteriores, ya fueran de izquierda o derecha, no lograron resolver este conflicto. En esta ocasión, la diplomacia debe desempeñar un papel fundamental, pero no se trata únicamente de acuerdos internacionales; debemos prepararnos militarmente para enfrentar al gobierno británico y recuperar nuestro territorio en las Islas Soledad y Gran Malvinas.
El tratado de reclamo diplomático sobre el territorio usurpado está llegando a su punto álgido. Necesitamos el respaldo de la República Rusa. Su país podría proporcionarnos acceso a la compra de equipamiento militar, incluyendo aeronaves, tanques, helicópteros y armas de última tecnología, así como también un transportador de aviones. Somos conscientes de que esto implicará un costo considerable, un esfuerzo multimillonario, pero el actual gobierno argentino está dispuesto a arriesgarse y comprometerse con su gobierno, cumpliendo gradualmente con el pago por los diversos elementos necesarios para fortalecer nuestra seguridad nacional.
Esperamos con ansias su respuesta.
Atentamente:
Álvaro González, Embajador de la República Argentina."
Concluyó la lectura, y un silencio tenso llenó la sala, mientras todos aguardaban con expectación la respuesta que sellaría el destino de la nación en esta nueva etapa de su historia.
Mientras la carta con las ambiciosas solicitudes llegaba a manos de la embajada rusa, en Argentina el presidente electo arribaba al Obelisco a un par de cuadras de Casa Rosada en una imponente limusina negra. El convoy presidencial era escoltado por varias patrullas policiales y motocicletas con guardias de seguridad privada, destacando la importancia y el resguardo que se le otorgaba al nuevo líder del país.
Los ciudadanos se congregaban en las calles, ansiosos por presenciar el momento histórico. Augusto Quiroga, un joven de mirada fría y calculadora, era aclamado como el mejor candidato que la nación había visto. Su carisma, inteligencia y determinación lo habían convertido en un símbolo de esperanza para muchos argentinos, quienes lo veían como el líder capaz de cambiar el rumbo del país. Al llegar al sitio, Augusto descendió del vehículo entre aplausos y vítores de la multitud. Levantó la mano en un gesto de saludo, reconocimiento y gratitud hacia aquellos que lo vitoreaban.
Sin más preámbulos, Augusto subió al escenario situado frente al majestuoso Obelisco de Buenos Aires, un símbolo icónico de la capital argentina. En el centro del escenario, se erigía un imponente podio de roble, con el escudo nacional argentino impreso en su frente.
El podio, tallado con esmero y adornado con detalles intrincados, irradiaba solemnidad y autoridad, destacando la importancia del momento y la dignidad del cargo que Augusto acababa de asumir. Con apenas 30 años de edad, Augusto desafiaba las convenciones y las expectativas establecidas. Su personalidad enérgica y su retórica persuasiva habían logrado convencer a la población de que era la mejor opción para liderar el país en aquellos tiempos turbulentos.
Sobre el escenario, dos imponentes banderas argentinas flanqueaban el podio, ondeando con orgullo y majestuosidad en el aire, iluminadas por potentes focos que resaltaban sus colores celeste y blanco en la oscuridad de la noche. La luz artificial hacía que los tonos de la bandera resplandecieran con una intensidad especial, creando un espectáculo visual que capturaba la atención de todos los presentes.
Los colores celeste y blanco brillaban con fuerza contra el fondo oscuro del cielo nocturno, simbolizando la identidad y la unidad de la nación argentina incluso en las horas más oscuras. Las estrellas en el cielo parecían palidecer ante el resplandor de las banderas, que irradiaban un sentido de patriotismo y determinación en medio de la noche.
Desde su posición en el podio, Augusto observaba las banderas argentinas con orgullo, consciente del poderoso mensaje visual que transmitían. Eran un símbolo de esperanza y fortaleza, recordándole a todos los presentes la grandeza y la resiliencia del pueblo argentino.
Con las banderas argentinas ondeando majestuosamente a su alrededor, Augusto comenzó a hablar, su voz resonando en la noche con una claridad que cortaba el silencio. Era un momento de importancia histórica, y las banderas argentinas, iluminadas por la luz de la determinación y el compromiso, estaban allí para guiar el camino hacia un futuro mejor y más brillante para Argentina.
"Queridos ciudadanos". —comenzó Augusto, con fuerza.— Hoy damos inicio a la semana de Mayo, una semana de profundo significado histórico para nuestra nación. Los símbolos patrios que nos identifican, desde el escudo nacional hasta nuestra amada bandera, representan la lucha y la determinación de nuestros antepasados.
La multitud escuchaba atentamente cada palabra del nuevo presidente, cautivada por su carisma y sus promesas de cambio.—Augusto continuó—"Yo he venido aquí para acabar con el imperialismo colonial que ha menospreciado a nuestro gran pueblo argentino. Mi primera misión será la recuperación de las Islas Malvinas. Iré personalmente a Gran Bretaña para dialogar sobre este asunto, y les aseguro que no descansaré hasta ver nuestra bandera ondeando sobre todo el territorio que nos corresponde".—finalizó Augusto.
El fervor patriótico se apoderaba del lugar, mientras los ciudadanos coreaban el nombre de Augusto y agitaban banderas argentinas en señal de apoyo. El discurso del nuevo presidente había despertado un sentimiento de unidad y esperanza en la población, que lo veía como el líder capaz de llevar al país hacia un futuro próspero y digno.
Luego, en el Congreso de la Nación, Augusto fue nuevamente escoltado con gran solemnidad por los granaderos. Una procesión de autoridades y funcionarios lo acompañaba mientras avanzaba por las calles hasta llegar al majestuoso edificio. Las banderas argentinas adornaban cada rincón de la fachada, sus colores celeste y blanco resplandecían en la luz tenue, llenando el ambiente con un aura de patriotismo y alegría.
El trayecto de Augusto hacia las puertas del Congreso estaba revestido de cintas de celeste y blanco, que se extendían a lo largo de las columnas del edificio como un símbolo de unidad nacional y compromiso con la patria. El suelo estaba decorado con alfombras en los mismos tonos, creando un camino festivo y solemne para el presidente electo.
A medida que Augusto avanzaba hacia el escenario situado en la entrada del Congreso, la multitud congregada fuera del edificio estallaba en vítores y aplausos, saludando su llegada con un entusiasmo desbordante. Al llegar al estrado ubicado en el recinto del Congreso, Augusto fue recibido con un ambiente cargado de emoción y expectativa.
El estrado estaba adornado con cintas de celeste y blanco, que habían marcado su camino hasta allí, reflejando el espíritu de unidad nacional y compromiso con la patria. En ese momento crucial, Florencia, la vicepresidenta, se acercó con solemnidad, sosteniendo en sus manos el bastón de mando, símbolo del liderazgo y la autoridad presidencial.
El bastón de mando, hecho de hierro y plata dorada, brillaba con un resplandor especial bajo la luz del imponente edificio. Los símbolos patrios grabados en su superficie relucían con orgullo, mientras la frase inscrita, "La nueva Argentina renace", resonaba en los corazones de todos los presentes.
Con un gesto reverente, Florencia entregó el bastón de mando a Augusto, quien lo recibió con solemnidad y determinación. La multitud estalló en aplausos y vítores, reconociendo el comienzo de una nueva era para Argentina bajo el liderazgo de Augusto.
También, Florencia, la vicepresidenta, con las manos seguras, colocó sobre su hombro la banda presidencial, una elegante y recargada pieza de tela refinada, bordeada con los icónicos colores celeste y blanco de la bandera nacional. Esta banda, adornada con el sol radiante, símbolo de la grandeza y el esplendor del país, añadía un toque de esplendor y distinción al momento histórico que estaban presenciando.
Este momento marcaba un nuevo inicio en la historia del país, de renovación, determinación y esperanza. Con el bastón de mando en sus manos, Augusto se preparaba para liderar a Argentina hacia un futuro de grandeza y prosperidad, mientras el Congreso resonaba con el eco de los himnos nacionales y el clamor del pueblo argentino.
Después del emotivo acto presidencial, Augusto se instaló en la residencia gubernamental, la Casa Rosada, donde lo esperaba su equipo de gobierno para discutir las nuevas medidas a implementar. El salón blanco se llenó con la presencia de destacados funcionarios, entre ellos el embajador Álvaro González, el ministro de defensa nacional Lorenzo López, el jefe mayor del ejército Juan Ignacio, y la vicepresidenta y amiga de Augusto, Florencia Magallanes.
Con la determinación y la confianza que lo caracterizaban, Augusto dirigió la reunión, repasando meticulosamente cada detalle de las medidas a implementar. La recuperación de las Islas Malvinas era el objetivo principal del gobierno, y se estaban preparando para ello con una serie de inversiones en equipamiento militar y un plan estratégico cuidadosamente elaborado.
Entre las propuestas más destacadas se encontraba la militarización del Río de la Plata y la preparación de una fuerza de "soldados carcelarios" para un posible enfrentamiento bélico. Aunque la idea de una guerra con una potencia mundial como el Reino Unido podría parecer arriesgada, el gobierno de Augusto estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para recuperar lo que consideraban legítimamente argentino.
Con el apoyo unánime de su equipo de gobierno, Augusto se preparaba para embarcarse en una misión que cambiaría el curso de la historia de Argentina. Su visión de una "Nueva Argentina" estaba a punto de convertirse en una realidad, y el pueblo argentino lo seguía con fervor y determinación hacia un futuro más próspero y soberano.
—Amigos, buenas tardes.—emitió Augusto tomando asiento en el sillón presidencial, mientras el resto ocupaba respectivamente sus lugares.
—Felicidades, excelencia.—exclamó Álvaro sonriente.
—Gracias fiel amigo, esto no hubiera sido posible sin su ayuda.—decía Augusto recordando cuando eran universitarios en ciencias políticas, aquello no hacía más de cuatro años atrás.
—Augusto, ya que hemos ganado como predecías, que haremos ahora...—consultaba Lorenzo.
—Pregunto lo mismo.—alegaba Juan Ignacio.
—Mantengan la calma.—expresaba Florencia.
—Así es, debemos estar tranquilos, si todo sale como lo planeamos tendremos larga estadía.—mencionaba Augusto con una mirada oscura mientras tronaba los dedos de sus manos.
—Repasemos nuestros primeros protocolos, ¿Les parece?—preguntaba Florencia.
—De acuerdo—sentenció el resto.
—Algunas de las nuevas medidas son... —comenzaba Florencia, sosteniendo en sus manos la extensa lista de propuestas. Entre ellas, el principal objetivo del gobierno de Augusto era la recuperación de las Falkland Islands, conocidas por los ingleses como Islas Malvinas. A pesar de las posibles críticas que esta iniciativa podría generar, el año en curso marcaba el fin de los tratados internacionales que favorecían la soberanía británica sobre las islas, lo que otorgaba a Argentina una oportunidad histórica para reclamar su territorio.
La inversión multimillonaria en armamento y equipamiento militar por parte de Argentina estaba pendiente de respuesta por parte del gobierno ruso. Esta inversión incluía la adquisición de aeronaves de guerra, buques militares, helicópteros, fragatas, destructores y submarinos. Además, se contemplaba la militarización extrema del Río de la Plata como medida de seguridad ante futuros conflictos.
Entre las propuestas más destacadas se encontraba la preparación de más de seiscientos mil hombres presos para un posible enfrentamiento bélico, una medida conocida como "Soldados carcelarios". Esta estrategia debía mantenerse en secreto hasta que fuera el momento adecuado para su ejecución.
—Entonces, de momento solo reforzaremos las guardias costeras, fronterizas y la protección de la casa presidencial —preguntaba Juan Ignacio, quien observaba a Augusto con una mirada inquisitiva.
—Estás en lo correcto. Tú y Lorenzo deben asegurar todos los posibles accesos a nuestra nación. También necesito refuerzos en el territorio de Ushuaia —exclamaba Augusto.
—Exactamente, ¿Qué planeamos? —preguntaba Álvaro con curiosidad.
—Una vez que Rusia confirme el pedido de apoyo, visitaré personalmente todo el parlamento británico. Trataremos el tema de soberanía, aunque es poco probable que lleguemos a un acuerdo. En ese caso, proclamaré la "Misión rescate", es decir, la recuperación de las islas —afirmaba Augusto con determinación.
—Si mal no recuerdo, la vicepresidenta se quedará aquí en la Casa de Gobierno hasta su regreso, ¿No es así? —consultaba Lorenzo.
—Así es. No podemos ambos ir al Reino Unido por razones de seguridad nacional. Alguien debe quedarse gobernando en el país —explicaba Florencia con seriedad.
—Entonces, sin más preámbulos, pongamos manos a la obra. Es posible que los embajadores británicos y estadounidenses abandonen el país tras mi discurso y por temor a la guerra. Mañana será un día largo. —concluía Augusto, poniéndose de pie mientras el resto lo seguía.
El gobierno de Augusto no solo traía consigo nuevas políticas de estado, sino que también representaba una nueva Argentina, comprometida a cambiar el sistema arruinado y a posicionarse como una potencia mundial y militar emergente desde el Atlántico Sur.
CONTINUARÁ...
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