Capítulo 9
Anna
Acostado en una tumbona y con las manos detrás de la cabeza, exponiendo el pecho desnudo por la camisa abierta, estaba Robin. El cuerpo de músculos marcados demostraba que era el mariscal de campo del equipo de fútbol. Su pelo estaba suelto y rebelde, además, llevaba maquillaje oscuro que hacía resaltar sus ojos
Lo impactante no era su imagen o que un chico estuviera acostado a su lado, chupando y mordiendo su cuello en lo que acariciaba su entrepierna por encima del pantalón. Lo impactante fue reconocer a Jonas, uno de sus secuaces, el de las guantillas de cuero que siempre estaba a su alrededor.
Interesante, ¿no crees?
Jonas solo tenía ojos para él.
O lengua, si nos ponemos técnicas. Sí, mucha lengua.
Robin deslizó la mano por la espalda del chico cuando le lamió el pecho y fue ese el momento en que nuestras miradas se encontraron. Sonrió y tomó a Jonas de la nuca hasta que sus labios chocaron. Lo devoró como si fuera el último beso de su vida, sin quitarme la vista de encima o parpadear.
—Anna —llamó Maggie y me trajo a la realidad—. ¿Quieres algo de beber?
La respuesta debía ser "no" debido a la cantidad de pastillas que había tomado después de la cena. Ya me había saltado algunas en las últimas semanas, no era una buena idea ir en contra de las indicaciones de mi psiquiatra.
—Vinieron —dijo una voz femenina y Tania apareció en nuestro campo de visión.
Se paró a mi lado sin mirar a Maggie, como si no existiera, ajena a que acababa de salvarme de tomar una decisión muy estúpida: beber alcohol.
—¿No quieren algo de beber? —Mostró una sonrisa digna de una anfitriona—. Tenemos de todo, pero les voy a preparar la especialidad de la casa... o mejor, de la fiesta.
Tomó dos vasos plásticos y un par de botellas.
—El trago de la casa solo lo sabe preparar mi padre y está muy lejos para hacerlo.
Sabía cómo preparar un trago, se notaba por la fluidez de sus movimientos. Me tentaba.
Si solo tomo un sorbo, no pasará nada malo.
—Gracias —dije cuando me alcanzó la mezcla de brandy, soda y licor de anís.
—Disfruta. —Pellizcó mi barbilla y le guiñó el ojo a una retraída Maggie que aceptó el vaso sin decir nada—. Y cuida a la mascota, no creas que es solo tuya.
Tania se alejó hacia su grupo de amigos, donde Robin y Jonas daban un espectáculo más explícito, ambos sin camisa. Miré el vaso, quería beber, pero no iba a hacerlo, no era tan tonta si venía de la mano de Tania.
—No lo bebas —dijo Maggie.
Me quitó el vaso y vertió el contenido en el suelo sin que nadie lo notara.
—¿Veneno?
—Droga —murmuró al mostrarme el fondo del vaso con una pastilla casi diluida—. Lo hace para que hagas el ridículo en algún momento de la fiesta, o peor.
No pude apartar la vista del vaso, imaginando lo que eso podría causarme con todo lo que corría por mis venas en ese momento. Ella no lo sabía, pero el alcohol no era mi mejor amigo y si añadía otra sustancia, podía terminar en serios problemas. Prefería no pensar que muerta, aunque fuera una posibilidad.
Drogar a alguien dejaba muy claro el tipo de persona que eras, una sin límites. No me había equivocado juzgando a Tania. Debía ser la mano que ejecutaba y Robin el de la idea.
—¿Cómo sabías? —pregunté—. ¿La viste?
—Es el estilo de Tania Grimmes. —Miró con disimulo al grupo donde estaba—. Es el estilo de ellos.
Mi guardia estaba baja. Si ellos jugaban duro, yo tendría que responder de la misma manera.
—¿Se lo han hecho a otros?
—Nunca bebas nada que no abras tú misma, menos en estas fiestas.
Era un consejo vital para los lugares a los que acostumbraba a entrar con falsas identificaciones en la ciudad, pero allí, un pueblucho que...
¿Por qué Maggie es consciente de esa regla?
—Pensé que nunca habías ido a una fiesta.
Frunció los labios. Se veía molesta, demasiado seria, además, me había guiado por la casa en cuanto entramos, como si la conociera.
—¿Te drogaron alguna vez? —pregunté—. El grupo de Robin... ¿Te hicieron algo aquí?
Apretó el vaso entre sus manos.
—A mí no, pero a ella sí.
—¿A Gretel? ¿A tu amiga? —Las palabras se atoraron en mi garganta—. Grimmes —repetí el apellido de Tania—. ¿Gretel y Tania son familia?
—Hermanastras —masculló—. Sus padres están en la ciudad para ver a un detective que los ayudará con el caso de Gretel y ella está aquí, festejando como si nada hubiera pasado.
Sus ojos brillaban con lágrimas de impotencia.
—A Tania no le importa nadie más que ella misma —continuó con la vista fija en la rubia, que en ese momento era abordada por Violet, su novia—. Le interesan las personas por la satisfacción que le puedan dar a corto plazo.
El enojo de Maggie era contagioso porque tuve ganas de partirle la cara a Tania y la idea hizo que un cosquilleo me recorriera de pies a cabeza, activando cada nervio de mi cuerpo. Los instintos violentos era algo que mi medicación había eliminado, no era buena idea que volvieran. Sin embargo, el placer de golpearla...
Imagina si de verdad lo hubiese hecho, tendría algo más interesante para contarte de ese momento.
Abrí y cerré los ojos varias veces porque me había perdido en la bruma de las malditas pastillas.
Giré sobre los talones y miré al grupo de Robin. Tania me sonrió y tomé el vaso de Maggie. Lo alcé en su dirección para brindar a su nombre antes de vaciarlo. El líquido golpeó el suelo y salpicó en todas direcciones, incluido mi pantalón, pero con él desapareció la sonrisa de la rubia.
Le dijo algo a Violet, muy cerca del oído. La chica me miró por encima del hombro y entrecerró los ojos. Me pregunté qué habrían hecho ellos si Maggie no me hubiese advertido y la bebida estuviera en mi estómago en ese momento.
—Si tanto te molesta Tania y lo que hace cuando su hermanastra está desaparecida, ¿por qué viniste? —le pregunté a Maggie.
—Quiero buscar algo.
La insistencia y la mentira sobre las fiestas cobró sentido. Aunque inofensiva, Maggie no era tan tonta como aparentaba.
—Gretel tenía un diario —susurró—. Varios. Los escondía bien y solo yo sé de su existencia porque una vez la atrapé escribiendo.
—¿Viniste a robarlos?
—Sí. No creo que la policía los tenga o los padres de Gretel, no lo han mencionado. Eso quiere decir que siguen en su habitación y pueden contener información importante.
—¿Por qué no se lo has dicho a la policía?
—A nadie le importa —dijo con voz aguda—. Gretel lleva desaparecida más de un mes y ahora es que sus padres decidieron buscar un detective. Para su hermanastra, que ellos desaparezcan, es solo la oportunidad para otra fiesta y en el instituto es como si mi amiga nunca hubiese existido.
Le podía dar mil razones por las que llevar a cabo una investigación amateur no era la mejor idea del mundo. Sin embargo, no tenía ganas de hacerlo.
Cuando miré a mi alrededor, ninguno de los del grupo de la muerte estaba donde los había dejado. Las dos chicas se habían perdido de la vista y Jonas tiraba de la mano de Robin para llevarlo dentro de la casa.
Maggie quería ayudar a su amiga y yo tenía ganas de curiosear, de seguir a Robin y Jonas.
—Dime qué puedo hacer para ayudarte —murmuré.
—No... No lo sé.
—¿Viniste sin un plan?
—Su puerta está cerrada. Traté de buscar la llave hace dos semanas cuando estuve aquí, pero...
—¿Viniste?
Asintió sin decir palabra.
—No encontré la llave y hoy solo imaginé patear la puerta hasta que se abriera.
—O no —concluí—. Puede que alguien tenga facilidad para abrir cerraduras y puede que ese alguien esté dispuesta a ayudar.
⌘
La casa tenía muchas habitaciones y Maggie conocía cada detalle.
—¿No le permitían pasar seguro a su habitación? —pregunté al ver la puerta blanca con el pomo redondo.
—Sí, pero una vez su padre casi tumbó la puerta porque ella no contestaba.
—Con razón pusieron esto —murmuré.
Los padres de Gretel habían instalado una cerradura barata y que no iba acorde con la casa. Fue fácil abrirla con un par de horquillas. No podía imaginar qué temían que hiciera la chica a solas, o cuán poco respeto tenían por su intimidad.
—Vigilaré —dije antes de que entrara y escuchando a personas muy cerca, corriendo.
—Sería más sospechoso, mejor nos vemos en mi auto en veinte minutos.
—¿Nos iremos tan pronto?
—Ya es tarde. Llegaré pasada las dos a casa —explicó—. Mi madre no me dejará cruzar la calle sola en un mes y me obligará a rezar el doble mañana.
Quería quedarme, averiguar dónde estaba Robin o cualquiera de sus amigos, me faltaba ver a Ray, del que menos sabía. Pero Maggie tenía razón, era tarde y, quizás, aquella fiesta había sido una pérdida de tiempo.
Dejé que Maggie se ocupara de sus asuntos y supuse que podía hacer el camino al auto en lo que curioseaba por la casa. Me detuve en una esquina y, subiendo la escalera, aparecieron ellos como si los hubiese convocado: Robin, seguido de Jonas, que reía, embelesado con las palabras del pelinegro que lo tomó de la cintura para besarlo. Corrieron por el pasillo y se perdieron de vista en dirección contraria, doblando en el primer desvío.
¿Qué ganaba siguiéndolos? No lo sabía, pero quería hacerlo.
Encontré otro largo pasillo lleno de puertas. No tuve que acercarme demasiado para saber que algunas estaban ocupadas por más de dos personas. Probé abrirlas y me excusé cada vez que los ocupantes se dieron cuenta de mi intrusión. Aunque la mayoría se veían más enfocados en lamer, chupar y gemir.
Iba en zigzag de una puerta a otra hasta que apoyé la oreja en una más silenciosa. Escuché una voz baja y ronca:
—Más profundo. Métela completa.
Resonó la risa de otro chico.
—Sabes que no me cabe completa, al menos no en la boca. Si...
—Sigue chupando —ordenó el primero y no tuve dudas de que era Robin.
Mi mano se fue a la manija como si fuera un imán y ahí estaba. El latido apresurado de mi corazón, los nervios por hacer algo indebido, lo que no despertaba forzar la cerradura del cuarto de una chica desaparecida.
Mordí mi labio al disfrutar la sensación, el calor en mi cuerpo, las ganas de sonreír.
Abrí despacio, más sigilosa de lo que me creía capaz y me colé en la habitación. Mantuve la espalda pegada al marco.
Me recibió un espacio tres veces más grande que una habitación común, con luces apagadas y la luz amarillenta de una lámpara junto a la cama como única fuente de luz.
Ahí estaba él, con los brazos por debajo de la almohada, descansando su cabeza, con el pecho desnudo. Miraba hacia abajo donde Jonas se ubicaba, entre sus piernas, recorriendo sus abdominales con las manos y con la boca chupando su polla, como si su vida dependiera de ello.
La sostuvo con una mano e hizo hasta lo posible por meterla por completo y llegar a la base, pero fue imposible. Era una bonita imagen.
Una mejor cuando me descubran.
Empujé la puerta y el sonido al cerrarse llamó la atención de ambos. Jonas tensó la mandíbula, todavía con la mano en la polla de Robin. Fue gracioso ver su rostro crispado, pero Robin... El impacto de mi llegada desapareció al instante y una sonrisa subió de sus labios a sus ojos, brillantes e hipnóticos, como si acabara de recibir algo que estaba esperando, un regalo.
—Vete —demandó Jonas.
—No —dijo Robin y Jonas lo miró como si acabara de insultarlo.
—Dile que se vaya —masculló—. No la quiero aquí.
Robin acarició la barbilla del chico con delicadeza.
—Parece que le gusta mirar —le dijo con voz sensual—. Si quieres, puedes darle un espectáculo para recordar y le enseñas un par de técnicas.
Las fosas nasales de Jonas se dilataron y miró la polla de Robin con asco, como si fuera ella y no él quien lo estuviera invitando a hacerle sexo oral delante de mí. Se levantó con más rapidez de la que empleaba para chupársela y caminó en dirección a la salida. Puso una mano en la pared junto a mi cara, acorralándome.
—Vas a pagar, perra.
¿Tengo que explicarte lo que disfruté esa amenaza?
El cuerpo me tembló de satisfacción.
—¿Por quitarte un caramelo? —murmuré—. Hay muchos por ahí.
—Él es mío.
Un despreocupado Robin no apartaba la vista de nosotros.
—Por lo que he visto —dije, manteniendo la conversación para nosotros—, no me parece que le interese ser solo tuyo.
Se acercó a mi oído.
—No creas todo lo que ves. Él es mío y yo soy quien único puede tocarlo.
Abrió la puerta y lo sostuve del brazo antes de que saliera.
—Tranquilo, Jonas. —Hice énfasis en su nombre para que supiera que yo no era una niña indefensa que se molestaba porque le llamaran "perra"—. No me interesa tocarle un pelo, ya lo hice y me pareció muy aburrido.
—Mentirosa.
—Pregúntale —lo reté.
Lo carcomían los celos, por eso me miraba mal cada vez que coincidíamos, porque se había dado cuenta de que Robin tenía su atención en mí. En ese momento, su odio acababa de subir de nivel y eso me gustó. No sabía cuántos enemigos quería ganarme, pero con cada uno que se sumaba a la lista, me sentía mejor, más viva.
Jonas cerró la puerta de un tirón y quedamos en silencio.
Se volvía una costumbre que Robin y yo nos miráramos el uno al otro por demasiado tiempo, sin pestañear, más si estábamos a solas. Cada una de esas miradas había apagado el mundo a mi alrededor, lo detenía, me hacía sentir al borde de un abismo y eso era... agradable.
—¿Tengo que vestirme o vienes a hacer algo para lo que me prefieras sin ropa? —preguntó.
Caminé hasta el pie de la cama con sus ojos persiguiendo cada uno de mis movimientos. Mantenía los brazos por detrás de la almohada.
—Deja tu ropa donde más te guste —le dije—. No me importa lo que hagas con ella.
Se mantuvo con el torso desnudo, plagado de tatuajes que no me importó entender, y el pantalón a media pierna, ni se molestó en subir la ropa interior para cubrirse. La piel le brillaba con destellos perlados. La V de sus caderas se marcaba en dirección a su entrepierna.
—¿Te parece divertido drogar a otros? —pregunté.
—No es mi estilo, pero ¿a qué viene la pregunta?
—Tu amiga Tania, la que hiciste que me invitara y a la que le pediste que dejara un regalo en mi bebida. ¿Te suena?
—Tania no es mi amiga. —Sonrió de medio lado—. Tampoco le pedí que te drogara. Las personas que no pueden dar consentimiento son aburridas, pero... —Me miró de arriba abajo—. Chica lista.
—¿Tania? Esa es una idiota.
—Me refería a ti.
Bordeé la cama, despacio, deslizando el dedo índice por la sábana de satén negro, cerca de su cuerpo, sin tocarlo. Bajé la vista cuando estuve cerca de la cabecera, a su lado.
—Crees que soy lista.
—Demasiado para mi gusto. —Sus ojos brillaron con malicia—. Pero siempre se puede cambiar de opinión.
Apoyé las palmas sobre la cama a los lados de su cintura. El maquillaje entre negro y plata de sus ojos, se había corrido por su rostro, destellaba a tan corta distancia.
No le creía. Su mano oscura estaba detrás de todo lo que hacía su pequeño grupo de la muerte. Él había mandado a Tania a drogarme.
Me acerqué a su cara.
—Si me consideras inteligente —susurré—, no me hagas la guerra que le harías a un tonto, con trucos baratos como droga en un vaso.
Un suave gruñido se escapó desde lo más hondo de su pecho. Algo le gustaba de mí y yo iba detrás de ser su enemiga, de la satisfacción que representaba. Si se sentía atraído por mí, sería una buena arma, solo necesitaba averiguar cómo usarla.
Su atención pasó de mis labios a su polla. Seguía duro, demasiado para no notarlo. Aquel día en los vestidores no había mostrado esa reacción ante mis caricias. Era evidente que Jonas era bueno chupándola, pero algo me decía que a Robin no le gustaban solo los chicos.
La cabeza de su polla estaba hinchada y de color rosa y una gota brillante se avistaba en la punta. Me habría entretenido en detallar el resto de su longitud de no ser por la mancha sobre su ombligo, era una pequeña marca de nacimiento, solo un poco más oscura que su tono de piel.
Algo en ella me hizo dudar, alejarme. Sentí como si hubiese vivido antes esa experiencia, estado sobre él de la misma manera. Odiaba lo seguido que llegaban esos extraños déjà vú cuando tomaba las pastillas de la noche y me quedaba despierta. Mi cerebro funcionaba distinto.
Me enderecé en el lugar, fingí que no había pasado nada y le di la espalda. No podía seguir provocándolo en ese momento, me empezaba a doler un costado de la cabeza.
Necesitaba estar lejos de él porque ver esa marca de nacimiento me hacía enojar, como si fuera mi culpa que existiera. Necesitaba más pastillas para dormir y volver a casa.
⌘
Sigan leyendo, hijas del mal, hay otro mini capítulo que va con este.
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