Capítulo 50
Anna
Eran las cinco de la mañana cuando un médico apareció en la sala de espera y los padres de Maggie se le acercaron para recibir el informe. Ray, Violet, Robin y yo estábamos lo suficientemente cerca para escuchar.
—No está en peligro —dijo el hombre y la madre de Maggie exhaló un suspiro.
—¿La sangre? —preguntó Peter.
—No era suya. No tiene ninguna herida, físicamente está en perfectas condiciones y acaba de despertar. El único problema es que no recuerda nada de los últimos días. Puede ser a causa del shock. —El médico se aclaró la garganta—. No está en condiciones de hablar demasiado, pero quiero que pasen a verla y vea caras conocidas. Ayudará.
Los padres de Maggie desaparecieron.
—¿La pendeja se volvió loca? —preguntó Violet y los tres la mandamos a callar con una mirada.
Habías policías no muy lejos y no dejaban de observarnos. Era normal, teniendo en cuenta lo implicados que estábamos en aquel desastre y que la única razón por la que estábamos libres, de manera temporal, era gracias a los abogados y las influencias de Robin.
Nos mantuvimos en silencio y traté de no pensar demasiado o de mirar a Robin que tenía los brazos cruzados sobre el pecho.
Media hora después, volvieron los padres de Maggie y se veían más relajados. Peter abrazaba a su esposa por los hombros y le hablaba por lo bajo. Caminaron en nuestra dirección y los ojos de la mujer se encontraron con los míos. Su rostro se transformó de un segundo a otro.
—Hijos del pecado —masculló—. ¿Qué creen que hacen aquí sentados? ¡Sácalos, Peter!
El padre de Maggie se percató de nuestra presencia, algo que los dos habían ignorado porque estaban demasiado preocupados como para mirar a su alrededor. Sostuvo a su esposa del brazo.
—¡¿Qué hacen aquí?! —gritó ella, llamando la atención de toda la sala de espera—. ¿Vinieron a terminar el trabajo del demonio? —Miró a Robin—. ¡Hijo del pecado, sucio engendro del...!
—Detente, Gin —le susurró Peter para no hacer un espectáculo.
—¡Tú! ¡Todo esto es tu culpa, maldito Callahan! ¡Ya me dijeron que la estabas acosando! —bramó la mujer en dirección a Robin—. ¡La tentaste y la pusiste en pecado, se la diste de comer a tu padre, hijo del demonio!
—¡Gin!
—Lo veo en tus ojos —masculló, revolviéndose en los brazos de su esposo—, el mismo brillo y la misma maldad que había en Emmanuel. No permitiré que le hagas a mi hija lo que él hizo Regina. ¡Primero te mataré con mis propias manos!
La mujer se soltó del agarre de Peter y corrió hacia nosotros. Todos nos pusimos de pie y me interpuse entre ella y Robin.
—Ni un paso más —murmuré con suavidad y la sorpresa se posó en su rostro—. Lo toca y se queda sin manos, usted y su hija.
Nadie más que ella y yo lo escuchamos. Éramos el centro de atención de la sala de espera y Peter se interpuso entre nosotras.
—Tú eres como tu madre —dijo la mujer con voz temblorosa—, débil, corrompida e insalvable.
—¡Gin! Anna es la hija de William y Alyssa. ¡No le hables así!
El odio con que miró a su esposo no fue normal.
—La hija de la mujer con la que te habría gustado casarte, querrás decir. El chico enamorado de su mejor amiga que jamás le correspondió —escupió ella y di un paso atrás por la sorpresa de tal revelación—. ¿Por eso defiendes tanto a esta? —Me señaló con dedo acusador—. Te habría encantado que fuera tu hija, ¿no es cierto?
Eso no tenía sentido. Peter me miró con los ojos muy abiertos, con miedo. Él y mi madre habían sido mejores amigos. ¿Por qué...?
Robin me tomó de la cintura para traerme a la realidad.
—Vámonos a casa —dijo Peter a su esposa y bajó la mirada, no podía sostenérmela—. Estás cansada, estresada, llevas días sin dormir bien y...
—Vas a pagar por esto —dijo la señora Erikson, entre dientes, mirando a Robin—. Sé lo que haces en las sombras, en ese bosque, hijo del demonio. Sé lo que le hacía tu padre a Regina, a dónde la llevó, cómo corrompió a mi mejor amiga. Los dos van a pagar tarde o temprano —escupió y sentí la mano de Robin apretando mi cintura, le temblaba—. Y ustedes dos van a arder en el infierno como hicieron sus padres.
—Peter, por favor, llévatela —supliqué, volviendo a cubrir a Robin con mi cuerpo, no permitiría que ella lo tocara.
Peter tomó a su esposa del brazo y se la llevó, pero ella no dejó de mirarme.
—Tú tampoco te acerques a mi hija, ni se te ocurra volver a hablarle, hija...
Peter la hizo callar y la desapareció de nuestra vista.
—¿Hija del demonio? —se burló Violet, completando la frase—. Qué poco creativa la señora con los insultos.
Ninguno le encontró gracia a sus palabras. Ray estaba tenso y Robin fingía que no había pasado nada, pero yo había sentido su reacción, la ira contenida en el temblor de su mano cuando su madre había sido mencionada.
Tomé aire y miré a Violet.
—Quiero hablar con Maggie para saber lo que pasó. Tú y yo nos encargaremos de eso.
—¿No te puedes llevar a uno de estos dos? —protestó—. Tengo ganas de bañarme... y sueño.
—Maggie te tiene terror. Necesito que esté asustada para hacerle preguntas y que suelte la verdad.
Alzó una ceja, reacia, pero aceptó. Robin y Ray no dijeron nada, solo que comprarían algo de comer y nos esperarían afuera.
—Maggie también te tiene miedo a ti —murmuró Violet en lo que caminábamos por los pasillos del hospital.
—Sí, pero prefiero hacer ciertas cosas con una mujer y tú eres la única a mano.
Bufó, pero terminó por hacer lo que necesitaba: guiarme a las salas donde estaba los pacientes de estancias largas. Ella había mandado a muchas personas al hospital, algo me había dicho que era la que mejor se manejaría allí dentro y que no era la primera vez que se colaba para un... "interrogatorio".
Caminamos por un pasillo vacío, mirando por los pequeños cristales que mostraban habitaciones con pacientes. Me detuve cuando Violet me tomó de la mano y entramos a la de Maggie con sumo cuidado.
Estaba acostada, con los ojos cerrados y el pelo menos revuelto que la noche anterior. Todavía tenía grabada su imagen con la cara cubierta de tierra, descalza, con un camisón blanco de manga larga y que rozaba sus tobillos, con manchas de sangre. Había caído de rodillas y su madre la había sostenido antes de que se desmayara.
Le di la vuelta a la cama, analizando cada centímetro de la piel expuesta. Levanté la sábana para verle los pies, los tenía vendados. Violet arrugó las cejas, preguntándome silenciosamente qué hacía, y negué para que no hablara.
—Deja de fingir, Maggie. Sabemos que no estás durmiendo.
Me paré a su lado y no reaccionó. Me acerqué a su oído.
—O dejas de fingir o voy a entregar ciertas páginas de un diario que tan bien escondías en el convento. ¿Cómo crees que se tomará tu madre y la iglesia la revelación de tu amorío con Tania?
Le tomó unos segundos, pero finalmente abrió los ojos.
—Qué hija de puta —siseó Violet al darse cuenta de que la pelirroja estaba fingiendo.
—Bienvenida, Maggie —le dije con una sonrisa—. Te vinieron bien las vacaciones.
—¿Anna? —preguntó con voz ronca.
—¿Vas a pretender que no me recuerdas? Me parece que eso es ya pasarse con las mentiras.
—Yo, no...
—¿Tampoco te acuerdas de mí? —cuestionó Violet y se acercó al pie de la cama—. Si la respuesta es no, estaré muy feliz de darte un recordatorio.
—Las recuerdo —dijo Maggie al momento y apoyó los brazos en el colchón para incorporarse.
—¿Y por qué tu médico dice que no recuerdas lo que pasó? —preguntó la castaña.
—No... Lo que no recuerdo es qué pasó después de Navidad. —Me miró con los ojos muy abiertos—. Recuerdo que te vi a la salida del baño, con Robin, después de eso corrí y... —Tragó con dificultad—. Me desperté aquí.
La habitación se quedó en silencio y se escucharon voces desde el pasillo.
—Espérame afuera, Violet.
—Pensé que yo era la mejor para asustarla y hacerle preguntas. ¿Me usarás como guardia? —protestó.
—Afuera —repetí—. Nadie puede sorprendernos aquí. Estoy segura de que la madre de Maggie ya está haciendo que la iglesia obligue a la policía a prohibirnos la entrada al hospital.
—Bien —gruñó de mala gana y nos dejó a solas.
Maggie no movió un músculo y yo volví a analizar su postura.
—¿Escapaste o te soltaron?
—¿De qué hablas?
—Me da curiosidad cómo llegaron esas heridas a tus pies, sería normal que, si corriste huyendo, el resto de tu cuerpo tuviera marcas... Al menos si huiste por el bosque... de noche.
—No recuerdo nada de lo que pasó. Los doctores dijeron que...
—¿Dónde estás las amenazas que te enviaron? —la interrumpí—. Dijiste que las habías guardado en un lugar seguro, pero... —Saqué el sobre que habíamos encontrado en el convento—. Aquí solo están las páginas arrancadas del diario de Gretel, las que delatan tu relación con Tania.
Sus ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas. Guardé el sobre en mi bolsillo cuando quiso tomarlo.
—No pienso devolvértelas a menos que me ayudes.
—No me amenazaron. Las notas no existen —confesó—. Estaba asustada, no quería seguir con ese plan y quería que ustedes decidieran parar, pero no lo hicieron.
Eso nos quitaba lo que habría sido una prueba contundente de nuestra inocencia, pero se podía hacer más para demostrarla. La misma Maggie era testigo de peso.
—Eres una mentirosa y no sé si creerte, pero no importa. Quiero hacer un trato contigo. —No dijo nada—. Si cuentas todo lo que hemos hecho, corroboras nuestras declaraciones y dejas claro que no fue Robin quien te hizo desaparecer todos estos días, yo no haré más preguntas sobre dónde estuviste estos días y tampoco diré nada de Tania y de ti.
—No puedo hacer eso. Ni aunque quisiera.
—Porque no recuerdas nada de los últimos días, ya lo dijiste.
Se alejó de mí cuando me incliné para hablar:
—Eso es una mentira y las dos lo sabemos. —La tomé de la muñeca y apreté hasta que hizo una mueca de dolor—. No me obligues a lastimarte para que sueltes la verdad.
—De verdad no recuerdo nada, yo...
—¿Quieres que te cuente un secreto? Conozco a alguien más que también perdió la memoria después de desaparecer. Me enteré gracias a todas las preguntas que hiciste en casa de la abuela de Violet y que en ese momento me parecieron tontas.
»Esos secuestros hace veintisiete años y la chica que nadie conocía... Fue mi madre. —Maggie contuvo la respiración—. Curioso que ella no recordara lo que pasó y tú tampoco.
—Entonces tú... —Le tembló el labio—. ¿Tú lo sabes todo?
Fue mi momento de poner distancia, confundida.
—¿A qué te refieres con todo? ¿Tú también sabías sobre mi madre?
Maggie tragó con dificultad.
—Sé todo sobre el padre de Robin, tu madre y lo que pasó con ellos. Mi padre me contó, investigué en secreto, alguien me contó cosas que...
—No sé de lo que hablas.
—Sí, sí lo sabes. —Se sentó al borde de la cama—. Y sí, tienes razón, sí recuerdo, pero no quiero decir la verdad porque...
—¿Cómo sabes tú de mi madre y el padre de Robin? ¿Quién es ese alguien que te contó?
—Él... El padre de Robin me contó el resto de la verdad.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo.
—Es él, Anna. El padre de Robin es quien secuestró a Gretel, Tania, Caroline... a mí. Las vi, Anna. —Me tomó del brazo, sus manos estaban heladas—. Están vivas. Las mantiene drogadas, pero pude irme antes de que me sedara por completo.
Me solté de su agarré y di un paso atrás. No era posible.
—El padre de Robin está muerto.
—No, yo lo vi, es como en la foto, pero más viejo y me lo dijo, me contó sobre tu madre y las chicas que mató antes de conocerla y cómo fingió su muerte cuando... —Se sobó la cabeza—. Se lanzó de un acantilado y sobrevivió, no se quemó en la casa como creíamos.
Si solo Robin y yo conocíamos el contenido de esas cartas... ¿Cómo sabía eso?
Era imposible. Si ella también lo sabía, solo había una manera: que mi madre estuviera viva y se lo hubiera contado o que las palabras de Maggie fueran ciertas.
—Fue él, Anna —gimoteó—, lo juro, y tengo miedo a que venga a por mí. No estaba cuando salí de la cueva, había salido, y sabe quién soy, sabe todo de mí.
—¿Cueva?
—Al otro lado del lago, en las cuevas. Primero me tuvo en una cabaña oscura en el bosque y después me llevó a una de esas cuevas. De ahí fue de donde escapé.
Cuevas.
Mi madre las había mencionado en su montaje de amnesia y en varias cartas. Todo encajaba, pero no podía ser que el padre de Robin...
Si Robin se enteraba de eso. ¿Qué pasaría con él? ¿Cuánto más lo destruiría saber que el hombre que le había arruinado la vida de todas las formas posibles, estaba vivo?
—Anna. Tenemos que hacer algo, tenemos que salvarlas, pero si le digo a la policía... Tengo terror. Conoce a mi familia, todo de mis padres. Quizás los está buscando ahora mismo para hacerles daño.
Tragué con dificultad y tomé una bocanada de aire. Me estaba costando respirar.
—No lo creo y no le daremos más tiempo para hacerlo —dije, armando ladrillo a ladrillo un nuevo plan, lo necesitaba—. Tú y yo vamos a ir a esas cuevas y sacaremos a las que están ahí y no sé de qué manera, pero nadie se enterará de que el padre de Robin está vivo. ¿Quedó claro?
No permitiría que hubiese más sufrimiento en la vida de Robin.
—Es un asesino, ha secuestrado a varias personas, ha matado. Es peligroso, no sabemos qué planes tiene y ¿dejaremos que salga libre después de todo? —Maggie negó repetidas veces—. Si le decimos ahora mismo a la policía...
La tomé del cuello de la bata de hospital.
—Dices algo y te arrepentirás. Además, no quieres poner en riesgo la vida de las que están en esa cueva. —No respondió—. No sé cómo, pero esto que me has contado, muere con nosotras.
Y si al padre de Robin se le había ocurrido contarle la verdad a las otras tres sobre su identidad, entonces me quedarían pocas opciones. Podía hacer que Maggie mintiera, pero cuatro personas que habían sido secuestradas y que coincidieran sus declaraciones, muy difícil, casi imposible.
Puedo matarlas a todas. Si Maggie me lleva a ese lugar...
No, demasiado arriesgado y muchos cabos sueltos. Además, quedaba el culpable suelto.
Puedo matar al padre de Robin y dejarlo irreconocible, que no lo puedan identificar. Habrá un culpable y quedará todo en el olvido.
Si el resto de las chicas sabía la verdad, seguía sin servirme de nada.
Si mato a las secuestradas y luego hago que el padre de Robin se pegue un balazo que le desfigure la cara...
Quedaría como si Maggie hubiese mentido y corrido a salvar a las otras chicas. El culpable podría haberlas sorprendido huyendo y las habría asesinado antes de suicidarse.
Es creíble, es la mejor opción, es un buen plan.
¿Tú crees que es una buena idea?
Sacudí la cabeza y me di cuenta de que Maggie repetía mi nombre y yo había caído en esa bruma gris a la que me veía arrastrada constantemente cuando tomaba mis pastillas. Le acababa de hablar a la nada, a alguien dentro de mi cabeza. Me froté la cara.
Es la falta de sueño y el cansancio. No puedo pensar con claridad.
—¿Estás bien? —me preguntó, preocupada—. Parecías... ida, como si...
—Esta tarde vamos a ir a esas cuevas, tú y yo, solas. —Me aclaré la garganta porque acababa de hablar demasiado alto—. ¿Entendido?
La puerta sonó y Violet asomó la cabeza y dijo:
—Hay que salir ya. Se acercan médicos.
Maggie negó imperceptiblemente, asustada.
—A las tres de la tarde estarás lista para escaparte —susurré—. Es eso o las páginas del diario van a parar a manos de la policía, la iglesia y de tu madre.
Le di la espalda y caminé junto a Violet por el pasillo. El corazón me dolía. No era posible, o justo, que esa fuera la verdad, que el padre de Robin estuviera detrás de todo. Me ardieron los ojos, no estaba segura de si acababa de soñar todo aquello.
¿Por qué ese hombre haría algo así?
Nada debía sorprenderme después de las cartas que había leído. No estaba bien de la cabeza.
—¿Todo bien? —preguntó Violet—. ¿Le sacaste algo?
—Nada, pero nos ayudará.
Sentí la mirada de la castaña sobre mi rostro.
—Me alegro —murmuró.
Y yo me alegraba de que faltaran varias horas para las tres de la tarde. Necesitaba dormir algo antes de calcular minuciosamente cada detalle de mi plan para solucionar aquel desastre de una vez por todas.
⌘
¿Y si les digo que falta mes y medio para el final del libro?
Holis!!! Cómo las lleva la semana???
Bueno. Las de cierta teoría de un padre vivo... acertaron, pero aquí está raro todo, ¿no?
Mañana hay capítulo. Nos leemos.
💋
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