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Capítulo 21

Anna

El sábado en la tarde, Maggie pasó a recogerme para ir a casa de Violet, al otro extremo del pueblo, en las afueras. Era la zona donde estaban las casas más antiguas, construidas por los primeros habitantes de Kencott River.

La casa de la abuela de Violet era la más alejada, con un césped descuidado de color marrón. Era bonita, pero estaba descolorida, con plantas trepadoras invadiendo una de las paredes y, por la manera en que se amoldaban a las ventanas y las puertas de los balcones, podía asegurar que no habían sido abiertas en años.

Mientras más nos acercábamos, más se asemejaba a una casa embrujada.

Maggie, en vez de aparcar en la calle, dobló a la derecha por el camino de tierra que se alejaba de la casa, en dirección a una casucha al límite del bosque.

Reconocí la vieja camioneta de Violet cuando nos bajamos y ella salió a recibirnos.

—Solo para que estén preparadas —dijo como saludo y se nos adelantó para que la siguiéramos—, mi abuela cree que estoy poseída por el demonio y por eso no puedo vivir bajo su techo. Sin embargo, "todos somos hijos del Señor de la Luz". No puede hacer lo mismo que mis padres.

—¿Te dio esa... casa? —preguntó Maggie y llamarle casa al lugar en que vivía Violet era un halago.

Miré sobre mi hombro. La madera desgastada del frente y la puerta descolorida, además del tamaño, me hizo cuestionar si era saludable vivir allí. La casucha no parecía preparada para una lluvia fuerte, mucho menos para una nevada.

—Esa "casa" —dijo Violet con amargura— era la residencia de Prudence.

Apuré el paso para ir a su lado y mirarla de reojo.

—Prudence era la cerdita que mi abuela recogió dos meses antes que a mí —explicó—. Fue una buena compañera de habitación hasta que mi querida abuelita decidió matarla tres años después. —Alzó las cejas repetidas veces y me dio una falsa sonrisa que hicieron que la herida en su rostro se torciera—. La "casa" quedó toda para mí.

El insulto a su abuela, la primera vez que le pedimos que nos la presentara, cobró sentido. Me pareció que a Violet le había dolido más la muerte del animal, que haber sido condenada a vivir en un espacio deplorable.

—¿No preferirías estar con tus padres? —pregunté.

—Cuando mis padres supieron que me gustaban las chicas me llevaron al doctor para "curarme" y ese me remitió a una clínica especializada en personas con mi... "enfermedad".

Maggie ahogó un quejido a nuestra espalda.

—Dan ganas de mantener el secreto, ¿verdad, pendeja? —dijo sin mirarla, solo viéndome a mí—. ¿Sabes lo que son las terapias de electrochoque? —Sonrió—. Puedes estar segura de que tus pastillas son un paseo de hotel comparado con seis meses de puro experimento con una niña de diez años que había descubierto que su cerebro no funciona como el de las demás porque, en vez de besar a los niños, quería besar a las niñas.

Seguimos caminando en dirección a la casa señorial. Preferí no imaginar a Violet en uno de esos lugares.

—¿Cuándo volviste al pueblo? —quise saber.

—Mis padres me dejaron en la calle y desaparecieron. Después me enteré de que mi abuela tenía mi custodia y me trajo aquí, a "curarme"... pero a su manera.

—Entonces has tenido tiempos difíciles.

—Tiempos de mierda —dijo—. Fui la rarita del pueblo. Me acosaban en los pasillos.

Miró a Maggie por encima del hombro.

—¿Recuerdas cuando me rodearon en el patio central y me lanzaron comida hasta que llegó la directora?

La pelirroja asintió y apartó la mirada. Caminó más lento para dejar espacio entre nosotras y no ser partícipe de la conversación.

—Fue interesante —dijo Violet—, pero eso cambió cuando Robin volvió, nadie lo recordaba... —Frunció el ceño y mantuvo la vista al frente—. Se pintaba las uñas, usaba maquillaje y en la primera fiesta a la que asistió, yo debía tener unos trece años y el catorce, besó a Jonas, que después lo negó todo, pero yo lo vi.

»A la primera persona que se atrevió a llamarlo marica, lo dejó inconsciente y con las costillas rotas. —Ladeó la cabeza. Recordarlo le daba satisfacción—. Ese homófobo desgraciado pasó tres semanas sin ir a clases y dos meses de recuperación.

»El segundo fue el mariscal de campo de ese entonces. Robin tenía quince años y el otro era de último curso. Se burló de su maquillaje y le lanzó una bandeja llena de comida a la cara. Robin no hizo nada. No en ese momento...

Violet no pudo controlar la risa.

—Esperó a que estuvieran a solas, a que el equipo se fuera y lo acorraló en los vestidores.

»No sé qué le hizo, pero lo encontraron a mitad del día siguiente, atado a uno de los postes del campo de fútbol, amordazado y con el brazo derecho en una posición que dañó sus músculos y tendones de forma permanente. Jamás pudo volver a jugar.

Suspiró.

—Después de eso nadie se metió con su ropa o sus pendientes, los labios pintados o el delineador. Le temían y yo... —Tragó para fingir que la conversación no le afectaba—. Dijo que sería mi amigo, que le enseñaríamos a este pueblo de mierda que el mundo no se regía por normas tan estúpidas como a quién le querías comer... la boca. —Torció los labios—. En ese entonces eso era lo más que yo sabía hacer, no iba a decirme una palabra más... explícita, como coño.

—Entendí lo que querías decir, no hacía falta explicarlo.

Se encogió de hombros.

—Dejé de ser "la rarita" cuando me defendí y volví a ser Violet, una versión a la que todos respetaban. Nunca nadie me ha llamado lesbiana de mierda o cualquiera de esos insultos y quien lo ha insinuado... Creo que sabes cómo le hago pagar a los que hacen lo que no deben.

La miré de arriba abajo cuando estuvimos frente a la casa de su abuela, inspeccionando desde sus botas desgastadas hasta la camisa con una manga manchada.

—Has tenido una existencia complicada, pero no me das lástima —confesé—. Y tampoco me parece suficiente haberte marcado la cara de por vida. Un día te haré pagar todo lo que me hiciste, ¿lo sabes?

No sonrió, pero la complicidad ondeó entre nosotras.

—Será un honor verte intentarlo —murmuró—. Ponte manos a la obra.

—De momento, solo me importa tu abuela —dije, señalando con la cabeza la puerta de entrada—. Supongo que será más sencillo tratar con ella que vengarme de ti.

Su rostro perdió toda expresión.

—Créeme, ella es mil veces peor que la paliza que te di en el baño.

La abuela de Violet lucía de ochenta años o más. Nos saludó al abrir la puerta, la que no nos dejó pasar sin antes bendecirnos por separado.

Si la casa por fuera era decadente y fantasmal, por dentro resultaba escalofriante. Apenas entraba luz a través de las gruesas cortinas cubiertas de polvo. Las lámparas que colgaban del techo rebosaban de telarañas que tamizaban la luz amarillenta de los bombillos.

Nos invitó a pasar a la sala del té, donde tomó asiento en un cómodo sillón forrado en terciopelo rojo y nosotras nos acomodamos en el sofá frente a ella, con la mesa separándonos. La más fina vajilla se desplegaba para tomar el té y había distintos tipos de pasteles.

Traté de ignorar el olor a humedad y libros viejos, los que ocupaban las estanterías.

—Puedes servir el té, Violet —dijo la mujer con un elegante movimiento de la mano.

Ajustó los grandes anteojos en el puente de su nariz para analizar primero a Maggie y luego a mí.

—¿Ustedes son amigas de mi pequeña?

—Compañeras de instituto —aclaró Violet—. Son un año mayor.

La anciana frunció los labios y se inclinó en dirección a nosotras con la expresión de alguien que acaba de encontrar un montón de basura en la puerta de su casa.

—Y son... ¿como ella?

—¿A qué se refiere? —pregunté sin entender.

—¿Están igual de afectadas por las tentaciones del demonio?

Violet me miró por encima del hombro con un claro "te lo dije" en la cara y prosiguió a terminar de servir la bebida humeante en las bonitas tazas.

—No, abuela —mintió Violet—, ellas están más que sanas.

La mujer se mostró satisfecha.

—Te conozco, ¿no es cierto? —dijo, mirando a Maggie—. Eres la hija de Susan Erickson. Viene muy seguido para contarme sobre los hermosos servicios de cada domingo y es muy activa en nuestra iglesia.

Maggie asintió y la mujer sonrió. El rostro se le llenó de tantas arrugas que habría sido imposible contarlas. Su piel era gruesa y grasienta. Los mofletes le colgaban y, al mostrar los dientes, vi el desnivel de piezas amarillas y amontonadas. Si eran propios, me sorprendían y desagradaban, si eran falsos... no sabía qué pensar de su elección de dentadura.

—Me alegra que Violet tenga una amiga que le muestre la luz de nuestro Señor. —La mujer negó con la decepción escrita en el rostro y miró a su nieta que fingía sordera—. Necesita mucha ayuda para volver al camino correcto.

Maggie escondió las manos entre sus piernas. Estaba avergonzada y muy lejos de aceptar que le gustaban las mujeres.

¿Será capaz de mantener el secreto hasta el fin de sus días?

La vista de la abuela cayó en mí y dejé de preocuparme por problemas ajenos. Si Maggie decidiera casarse y tener hijos con un hombre en lo que fantaseaba con mujeres, no era mi problema.

—¿Y tú eres...?

—Nueva. Me mudé hace poco con mi padre a la casa del lago.

Torció los labios y noté el bigote en las comisuras, como los de un gato, pero finos.

—Esa era la casa de los James, pero ellos murieron. —Me observó de pies a cabeza—. ¿Eres familia de Dorothy?

—Era mi tía abuela —confirmé—. Alyssa James era mi madre.

—Recuerdo a tu madre como si fuera ayer. Alyssa era hermosa, una niña adorable. —Se ajustó los anteojos y se inclinó para inspeccionarme más de cerca—. Te pareces muchísimo.

»Dorothy la crio muy bien, como a una muchacha del Señor, encaminada. Íbamos juntas a la iglesia en ese tiempo, tu tía y yo. —Suspiró—. Fue una de mis mejores amigas, creo que jamás me recuperé de su muerte y Alyssa no volvió al pueblo para su entierro. No entiendo cómo fue tan desagradecida cuando Dorothy dio todo por ella.

—Mi madre estaba muerta cuando mi tía falleció —aclaré y se mostró sorprendida.

—Lo siento mucho, querida, ¿cómo...?

—Tu té, abuela —interrumpió Violet al presentar una taza del líquido humeante con un poco de leche.

La mujer aceptó y se acomodó en el sillón para darle un sorbo.

—Mis compañeras están haciendo una investigación sobre Kencott River —dijo Violet y tomó las riendas de la conversación—. Les dije que eras la persona indicada para contar historias.

—Y tienes toda la razón. —Miró a su nieta—. Espero que tú también quieras escuchar esas y otras historias, las que te ayuden a volver al sendero de la luz.

—Me gustan los caminos oscuros —masculló Violet.

Le encajé las uñas en el brazo para que se contuviera y no arruinara nuestro trato al hacer enojar a su abuela.

—Queríamos saber sobre eventos olvidados —dijo Maggie con voz temblorosa—. ¿Tiene usted algún recuerdo de las desapariciones de veintisiete años? Parecidas a las que tienen lugar ahora, no sé si está al tanto.

Quise pegarle, pero Violet estaba en medio y sería arruinar la farsa. Maggie seguía empecinada en esos casos que de nada servirían.

La señora bebió un trago de su té y sostuvo el plato con la taza encima. Su pulso era admirable, no para alguien de su edad, para cualquiera que se dispusiera a hablar y tuviera fina loza en la mano.

—Recuerdo algo, pero, ¿qué tipo de investigación es esta?

No dije nada. Si Maggie se salía del guion, tenía que atenerse a las consecuencias y salir del problema por sus medios.

—El periódico de la escuela —dijo sin más—. Queremos hacer un número especial con la historia del pueblo. Es necesario incluir las acciones del demonio, de nuestro eterno enemigo, lo que ha hecho para intentar ensuciar la pureza de la comunidad.

La mujer dio un par de asentimientos a modo de aprobación.

—Una decisión muy inteligente para educar. —No di crédito a lo que escuchaba, había colado—. Hoy en día es difícil encauzar a los jóvenes. Me alegra que encontraras una forma. Como siempre dijo mi difunto esposo, uno de los mejores panenks que nos ha guiado: todos tenemos a la mano un arma para encaminar a otros, solo debemos saber cuál.

¿Qué demonios es un panenk? ¿Un sacerdote?

La mujer me miró con los ojos llenos de orgullo.

—Me alegra que tú también estés con la hija de Susan y que recurrieran a mi querida Violet en busca de ayuda. Puede que sean su salvación después de todo.

—Seguro que sí, abuela —concordó Violet cuando le di un codazo para que respaldara nuestra farsa.

—Entonces, ¿recuerda algo de lo que pasó hace veintisiete años? —insistió Maggie.

Debíamos estar preguntando por Robin y ahí estaba ella, creyéndose Sherlock Holmes.

—Yo lo recuerdo todo —dijo la señora con orgullo—. Primero fue la chica huérfana, pero nadie le dio importancia, todos sabían que quería dejar el pueblo. Al cumplir los dieciséis se negó a seguir yendo a la iglesia a pesar de que las navaks habían dado todo por ella cuando su madre murió en el parto. Una mujer de calle y mala vida que jamás dio el nombre del padre porque no sabía quién era.

La sangre me hirvió con sus comentarios que nada aportaban e iban cargados de veneno a pesar de la suavidad en su voz. Ni tan siquiera me interesaba saber si las navaks eran trabajadoras de la iglesia.

—Era una descarriada —continuó—, una oveja perdida que abandonó el rebaño y no nos sorprendió que tomara su camino al infierno.

»Después vino la otra. No recuerdo su nombre, no era nacida aquí y sus padres apenas vivieron unos años en la comunidad. Desapareció de un día a otro y fue casi al mismo tiempo que la tercera. Esa fue toda una sorpresa.

»Era una buena chica, Mariana, la mejor amiga de tu madre. —Señaló a Violet—. Nadie creyó que pudiera haber escapado, iba cada domingo al servicio, rezaba con nosotras en las tardes, siempre dispuesta a ayudar después de clase en lo que fuera necesario.

Dejó salir un largo suspiro.

—El pueblo se puso a buscarla. Era amada y decente, no merecía algo así.

Fue mi turno de respirar profundamente para seguir sentada y escuchando cómo unas personas eran más dignas que otras de estar a salvo basado en cuánto iban a misa o rezaban. La abuela de Violet tenía un tono de voz exasperante, daba ganas de cortarle la lengua y clavarla en la mesa.

Las manos me temblaron y me di cuenta de que estaba hiperventilando, hundida en pensamientos cada vez más oscuros que perfectamente podrían llevarme a tomar del cuello a la anciana.

Mi ira no era solo por sus palabras. Puede que la falta de oxígeno influyera, el polvo, el olor del asqueroso té que se mezclaba con la humedad. El calor, la sensación de encierro o simplemente las pastillas que había dejado de tomar esa mañana y la anterior y la anterior a esa.

Mi sudadera roja era demasiado gruesa para empaparse y las gotas de sudor corrían por mi espalda. Rasqué mi nariz, una excusa para limpiar el sudor de mi labio y la frente con el puño de la sudadera.

Tenía la garganta seca y lo único a mano era té hirviendo. No pensaba tocarlo.

—Buscamos por una semana —continuó la mujer y traté de concentrarme—. Al final, encontraron a la segunda chica y a Mariana.

—¿Estaban juntas? —preguntó Maggie.

—Carbonizadas en un auto en el que estaban huyendo. El Señor las castigó por traicionarlo, a él y a sus familias.

Empezaba a entender la incomodidad de Violet por tener que visitar a su abuela. Aquel lugar era tétrico. Me ahogaba y a la vez estaba tensa con tal de no tiritar de frío cuando un segundo antes quería deshacerme de la ropa.

—Fueron tres chicas —dijo Maggie—, una jamás apareció. ¿Por qué no abrieron una investigación?

—No, fueron cuatro —aclaró ella sin prestar atención a la pregunta—. La cuarta desapareció antes de que encontraran a las del accidente.

—¿Quién? —preguntó Maggie.

La mujer alzó las cejas y terminó su taza de té.

—Parece que me equivoqué, no lo sé todo. —Se acomodó los anteojos—. Alguien más desapareció, pero lo mantuvieron en secreto para no crear caos cuando la comunidad empezaba a asustarse. Mi esposo se encargó del tema y en pocos días la chica volvió a casa. Solo él y la familia sabían del suceso y decidieron no hacerlo público.

Se encogió de hombros.

—Fuera quien fuera la cuarta chica, no lo sé. Mi difunto esposo jamás me lo dijo y yo no pregunté. Su primer deber era con la comunidad y los chismes no es algo que se trate en una casa de hijos del Señor.

Tragué en seco e ignoré los temblores de mi cuerpo. No era normal lo que estaba sintiendo. Tenía que ser un síntoma de abstinencia a alguna de mis pastillas.

—Parece que conoce muy bien a las familias de Kencott River —dije para alejarnos de las absurdas preguntas de Maggie y tratar de concentrarme en algo más.

—Nací aquí cuando pensaban montar una próspera central eléctrica y trajeron a las personas más preparadas que pudieron encontrar para que trabajaran aquí y así convertirnos en un referente para el país. El proyecto no prosperó, pero muchos se quedaron y conozco a todos los que nacieron después como si fueran mis hijos.

—Entonces, ¿conoce a la familia Callahan? —dije, arañando el terreno al que debíamos llegar, el de Robin.

Le hizo un gesto con la mano a Violet que, a regañadientes, le preparó más té.

—Una triste historia. Los Callahan llegaron unos años después de la fundación, buenas personas. Murieron jóvenes y dejaron atrás a un hijo que se quedó solo. Con él vinieron las desgracias.

»Se casó bien. Su esposa, Regina... Era perfecta, cantaba en el coro de la iglesia en cada festividad, su voz no tenía nada que envidiarle a los mismos ángeles. Creció para convertirse en una mujer digna de nuestro Señor. La vi como el mejor partido para tu padre —le dijo a Violet—, habría dado todo para que lo aceptara, pero ella se obsesionó con ese chico, Emmanuel Callahan.

»Todas lo perseguían. Era la viva imagen del pecado, como su hijo. —Le dedicó una mirada reprobatoria a su nieta y supe que se refería a Robin—. Preferiría que estuvieras igual de enferma toda la vida a que esa abominación siguiera a tu alrededor.

—Tranquila, abuela —dijo Violet, entre dientes—, ya no es mi amigo. —Forzó una sonrisa—. Ahora tengo mejor compañía. —Tomó mi mano y la de Maggie y nos dio un apretó que pretendía ser cariñoso—. Voy por el buen camino, como tanto has deseado durante años. Siempre por donde esté todo bien iluminado.

El sarcasmo agresivo al que estaba acostumbrada se vio cubierto por una fina sábana de dulzura. Se refería a seguir siendo lesbiana donde mayor cantidad de personas pudieran saberlo. Los extremos eran la especialidad de Violet y si su abuela quería curarla, ella se pararía en lo alto de un campanario y gritaría lo tanto que le gustaban las mujeres.

—Dijo que algo... malo pasó con ellos, una tragedia —intervine para que la mujer no se desviara o tuviera tiempo suficiente para procesar lo que insinuaba su nieta.

Estábamos llegando a los padres de Robin.

—Por lo que vivieron, creo que el castigo fue excesivo. La pobre Regina escogió al demonio, pero no merecía esa muerte. —Se vio realmente afectada—. Era la mejor amiga de Susan, tu madre —señaló a Maggie—, ella debe recordarla muy bien.

Miré a la pelirroja que se mostró consternada con la noticia.

—Sufrió mucho cuando Regina murió —continuó la señora—. La pobre Regina, siempre padeció de esos extraños desmayos, perdía la consciencia desde niña y se hacía daño. Cayó por la escalera de su casa y fue su fin, un golpe en la cabeza si no me equivoco, pero la desgracia vino días después.

»En ese tiempo ya había de esas pruebas extrañas que le hacen a los muertos.

—¿Autopsias? —pregunté para estar segura de que hablábamos de lo mismo.

—Sí, eso. Una abominación a la palabra de nuestro Señor, pero lo hicieron.

»La policía quiso interrogar a Emmanuel Callahan, el esposo de Regina, ese maldito demonio. Había algo incoherente en los resultados, no concordaba con la declaración de él. Aseguraba haber encontrado a su mujer al regresar del trabajo, pero había marcas en su cuerpo, golpes de momentos antes de su muerte.

»Todo sucedió muy rápido. La sospecha de un asesinato apareció y solo había dos sospechosos: Emmanuel y una criatura de nueve años, pero la casa se incendió antes de que pudieran conseguir una orden para registrarla o detener a alguien.

Negó repetidas veces.

—Una familia destruida en menos de una semana. El único sobreviviente al incendio, fue el niño.

—Robin —murmuré sin poder decir más con la avalancha de información, hasta Violet estaba inmóvil ante el relato.

—Creí que, siendo huérfano, pasaría a manos de nuestras navaks. El Señor le estaba dando una oportunidad tras los pecados de su padre libertino y de su pobre madre cegada por amor. Sin embargo, apareció una madrina que tomó su custodia y se lo llevó.

»Volvió cinco años después y la sombra del demonio cubría su espalda. —Recargó las palmas en la mesa y se acercó a nosotras—. Su madrina murió, pero no se sabe cómo. Todos a su alrededor mueren en extrañas circunstancias. Ese demonio es capaz de todo —sentenció con los ojos demasiado abiertos, gigantescos a través de los gruesos cristales—. Lo vi un día en el pueblo y estas arrugas no son por el sol o el trabajo duro —continuó, tocando su cara—, son de experiencia... Sé reconocer al diablo cuando lo veo.

Intercambiamos miradas entre las tres y la mujer volvió a acomodarse.

—He... hemos revisado en la biblioteca —dijo Maggie—. No encontramos información de la familia Callahan, menos de lo que nos está contando.

—En Kencott River no guardan todo lo que deberían. —Resopló—. Hace poco fue que se dieron cuenta de que los mayores no estaríamos siempre para estas charlas. —Señaló el pequeño círculo que formábamos—. Si quieren saber algo más, arriba tengo los periódicos de los últimos treinta años, también las revistas de crochet que coleccionaba desde que tenía la edad de ustedes.

La esperanza se encendió en mi pecho. Información de él, más fidedigna y específica que la de una anciana que podía estar hablando desde su ceguera para apoyar la palabra de su Señor de la Luz o como le dijeran.

—Por cierto, Violet —dijo—. Llevo meses pidiéndote que bajes mis revistas. Deberías hacerlo cuando tus amigas se vayan.

Debería bajar todo lo que tuvieran y antes de que nos fuéramos.

—Ni lo sueñes —dijo Violet en mi oído—. Lo quemé todo hace un año y no se ha dado cuenta, dudo que lo haga porque no puede subir la escalera.

Mi esperanza fue arrancada de raíz y, cuando la abuela de Violet se puso insistente sobre la temática de nuestro trabajo para el periódico, tuvimos que decir más mentiras y hacer preguntas sin sentido. Un castigo peor de lo esperado porque pasamos dos horas en el horrible salón de té, escuchándola hablar de religión y los altos y bajos de la comunidad durante el último siglo.

—Ustedes lo pidieron —dijo Violet cuando salimos de la aplastante casa.

Me agaché a diez pasos de la entrada y tomé aire.

Unas cuatro veces me invadió la misma desesperación dentro de la casa: las sudoraciones, temblores y el mareo.

Tenía el estómago revuelto a pesar de no haber comido nada y sentía ganas de vomitar. Definitivamente, era mi cuerpo pidiendo las pastillas que le había quitado y no pensaba volver a darle porque estaba empezando a pensar con claridad. Me gustaba tener la mente despejada.

—No averiguamos nada. Fue todo inútil —murmuró Maggie al detenerse a mi lado.

Tocó mi hombro en lo que debía ser un gesto cariñoso o de apoyo. De seguro me veía igual de mal a como me sentía.

—No lo fue —murmuré—. Ahora sabemos más.

—Pues yo no veo nada que me ponga un paso más cerca a saber donde están Tania y Gretel —dijo Maggie.

—Y yo no veo una razón por la que no ir ahora mismo a despedazar a Robin en vez de estar jugando a las detectives en casa de esa cerda —espetó Violet y me miró con recelo—. Más te vale que esas pastillas que me diste hagan pasar un buen rato o pienso desquitarme contigo.

—Yo me voy a casa —dijo Maggie, asustada ante el tono amenazador de Violet—. ¿Quieres venir conmigo? —Me preguntó—. Mi madre prepararía algo especial para ti si se lo pido.

—No tenemos tiempo y no podemos rendirnos. Sé donde conseguir esos periódicos —dije—. No estoy segura, pero mi tía abuela tenía muchos. Si los padres de Robin murieron hace nueve años, puede que esas noticias estén en el ático de mi casa. Mi tía murió hace ocho. Comprobemos hoy, ahora mismo...

Las miré en busca de apoyo. Maggie se acercó a mí con el ceño fruncido.

—Estás pálida, ojerosa y temblando. —Apuntó a mis manos temblorosas y las escondí en los bolsillos—. ¿Así quieres pasar tu cumpleaños?

Yo no se lo había dicho. Debía saberlo por culpa de mi padre y por eso acababa de invitarme a su casa.

—Los cumpleaños son un día como cualquier otro —dije, enderezándome, ignorando el mareo—. Usémoslo para algo útil.

—Como quieras —murmuró Maggie antes de darnos la espalda y encaminarse a su camioneta.

Violet se quedó a mi lado, viendo como la pelirroja se alejaba.

—¿Es tu cumpleaños?

Hice un sonido desde la garganta para decir que sí.

—¿Qué día es hoy? —preguntó.

—Cuatro de noviembre.

—Interesante. —Cruzó los brazos sobre su pecho—. Hoy también es el cumpleaños de Robin.


A @_heeites_ que hoy cumple años. Espero que la pases bonito. 🎉

A todas porque hoy "Nuestros Secretos" cumple tres meses en Wattpad y es día de celebración. Gracias por seguir cada actualización, me dan ganas de escribir y editar cuando sé que están con ganas de capítulo nuevo.


Hola, queridas hijas del mal. ¿Cómo están?

Espero que mejor que Anna: obsesionada con Robin, alterando su medicación como si fuera un juego y de detective el día de su cumpleaños. ¡Feliz cumpleaños Anna... ¿y Robin?!

Aquí pasan muchas cosas raras. Ya no sé si pedir teorías. Leeré comentarios porque hacen algunas muy buenas.

Si son como yo y no entienden nada cuando dicen más de tres nombres seguidos, esto las ayudará:

Recordatorio de que, a excepción de Anna, su padre, Tania y su madre, esta gente nació y creció en Kencott River, todos se conocen. Las líneas azules son de "amistad" y las X ya está desvividos. Mañana agregaremos más información porque habrá otro capítulo.

En la noche haré en vivo en Instagram y pueden hacer las preguntas que quieran.

Las amo. Mañana nos volvemos a leer.

💋

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