Capítulo 22: Piedra en el camino
"Sin el arte, la crudeza de la realidad haría que el mundo fuese insoportable."
George Bernard Shaw
A veces sentía como si las paredes se cerraran y yo estuviera en medio de la habitación, de pie, sin hacer nada. A veces sentía que no tenía control de lo que me pasaba, de lo que sentía y lo que decía. Era como si estuviera viendo mi propia historia a través de otros ojos y yo no tuviera ningún tipo de injerencia en ella. En ocasiones, no actuaba, por miedo, porque si lo hacía las cosas podían ser mucho peor de lo que ya eran. No actuaba porque me podía equivocar, por temor al daño que podría causar.
Y es que me costaba creer que siempre estaba a una decisión de una vida completamente diferente, que uno forjaba su propio destino. Pensaba que no todos nacíamos con las mismas posibilidades ni en las mismas circunstancias, pero quería creer que todos teníamos la facultad de cambiar nuestro rumbo y lograrlo. No era fácil, pero si nunca daba ese paso hacia adelante, hacia la vida que deseaba, siempre me iba a quedar en el mismo lugar, en esa misma habitación en donde las paredes eventualmente se cerrarían sin importar que esté dentro.
Yo dudaba de mi arte, de mi personalidad, de mí misma; eso se veía reflejado en mi timidez, me rehusaba a mostrar lo que pintaba a menos que fuera necesario. Dejaba pasar muchas oportunidades porque no sentía que era lo suficientemente buena. Me aterraba que la gente viera mi trabajo, que conociera una parte de mí y no le gustara. Odiaba quedar expuesta y vulnerable.
Y eso traía consecuencias.
―Es solo una exposición oral, Emma ―recordaba que me había dicho Maddie, una hora antes de la clase―. Has estudiado toda la noche, confía en lo que sabes y te irá bien.
Sí, para muchos alumnos de la clase debería ser solo eso: una exposición oral. Se podrían nerviosos como con cualquier otro examen. Dirían algunas palabras equivocadas, pero seguirían adelante. En cambio, en mí, significaba algo totalmente diferente. No estaba en mi ADN ser el centro de la atención, yo escapaba de cualquier situación que me hiciera sentir vulnerable y sabía que muchas veces daba la impresión de ser amargada, aburrida o poco inteligente. En el instituto nunca funcioné en grandes grupos, no salía de mí interactuar.
Durante mi niñez, luego del accidente, pasé años sin emitir una palabra a personas desconocidas. Tenía mutismo selectivo. Podía hablar, lo hacía con mi familia y con personas con las que me sintiera cómoda, pero no podía hacerlo enfrente de desconocidos o contextos ajenos a los que estaba acostumbrada. Los años pasaron, traté mi mutismo y cuando crecí, entendí que fueron daños colaterales, que había canalizado el trauma y el dolor dentro de mí y se me dificultaba interactuar. Entre otras explicaciones, el médico me dijo que veía a los demás como amenazas.
Pero tal vez yo era mi mayor amenaza.
La profesora llamó a mi grupo para que pasáramos al frente y comenzáramos con la exposición. Tomé una respiración honda y, mientras caminaba hacia el frente del aula, puse las manos a los costados de mi cuerpo porque no sabía qué hacer con ellas. Miré a mis dos compañeras desenvolviéndose de forma natural, abriendo el archivo en la computadora y buscando la presentación. Miré por unos segundos al resto de la clase. Había alrededor de cincuenta personas; algunos nos miraban, otros miraban el celular y los demás hablaban entre ellos.
Tragué saliva repitiendo en mi mente las primeras frases de lo que tenía que decir. Sentí la boca seca, pero ya era tarde para ir a buscar mi botella de agua. La profesora aplaudió para que el resto de la clase prestara atención a lo que estábamos por decir. Seguí repitiendo las mismas frases en mi cabeza. Mi compañera comenzó a hablar, explicando sobre la corriente artística que teníamos que investigar a fondo. La profesora nos escrutaba sin decir palabra. Esperaba que estuviera de acuerdo porque el trabajo lo había hecho yo en su mayoría.
Miré la pantalla, faltaban dos diapositivas para que me tocara hablar. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y mentalmente me obligué a tranquilizarme. Solo era una presentación. Mi voz no iba a fallar, iba a estar todo bien. Mi compañera terminó su monólogo con una frase que hizo reír a la clase y me señaló para que yo continuara con la lección. Observé la pantalla y luego a la clase. Ahora todos me estaban mirando, esperando que dijera algo. Comencé a decir las primeras frases que había memorizado y tartamudeé un poco. Dije las frases que había aprendido, pero a la tercera diapositiva mi mente se quedó en blanco y todo lo que había estudiado se evaporó. Lo único que podía hacer era mirar a los demás sin saber qué decir. Mis manos se llenaron de sudor. No podía hablar de los nervios. Algunos se empezaron a reír, otros me miraban con el ceño fruncido como si no supieran qué me pasaba. Mis compañeras me miraron disgustadas, como si estuviera arruinando la presentación. Y es que la estaba arruinando, porque no sabía qué diablos decir. Todo lo que había estudiado hasta las seis de la mañana se había borrado. Me removí incómoda y sentí mi cicatriz hacerse más grande y visible. No podía parar de pensar en lo que estarían opinando de mí.
"Que hueca."
"¿Acaso no sabe hablar?"
"No tiene ni idea del tema que le tocó, qué pérdida de tiempo."
"Me da vergüenza ajena, pobre sus compañeras."
―Denovan, ¿puede continuar? ―me preguntó la profesora con cierta exasperación.
―Yo... ¿Me podría tomar unos minutos? ―pregunté con un hilo de voz.
―No. Está dando una presentación oral. ¿Acaso no estudió? ―se sacó los anteojos que llevaba puestos y me miró cuestionándome.
―Sí, sí.
―Entonces termine de hablar.
―Yo... ―pensé algo para decir, pero no se me ocurrió nada. Me quedé callada con la vista fija en la profesora, pero sin mirarla realmente.
―No nos haga perder el tiempo ―se quejó ella― Ya está en la universidad, no se debería comportar así, alumna. Si no tiene nada que decir, siéntese. Está reprobada.
Estaba segura de que había palidecido. Mis piernas temblaron un poco y me asusté. Lo último que me faltaba era caerme en el medio de la clase por baja presión. Me apresuré a sentarme en mi banco y en el camino me choqué con otro. Más risas. Mis ojos se empañaron.
Me sentí abochornada. Frustrada. En ese momento deseé con todas mis fuerzas ser otra persona. Estar en otra piel. Que idiota que era, yo había estudiado. ¿Por qué diablos no me salían las palabras?
Mi profesora les dijo a mis compañeras que siguieran con la presentación y ellas tardaron un poco en encontrar el ritmo ya que era obvio que faltaba una gran explicación en el medio. Me odiaban, seguramente también les iba a afectar la nota a ellas.
Me sentía observada por todos, así que decidí levantarme e irme. De no ser así, me hubiera largado a llorar ahí mismo y hubiese sido más bochornoso aún.
Volví a mi habitación casi corriendo. Cuando abrí la puerta, Maddie estaba colocando sus libros en la mochila.
―¿Y? ―preguntó entusiasmada, pero sin mirarme― ¿Cómo te fue?
Me tiré en la cama.
―No quiero hablar de ello ―contesté secamente.
―¡Vamos! Es lo típico. Piensas que te fue mal, pero te fue excelente.
―No, Maddie, no ―mi voz sonaba ahogada por mi posición, mi cabeza contra la almohada.
―Vamos, si has estudiado toda la noche y―
―¿Es que no sabes lo que es no? ―le grité, incorporándome. Ella me miró sobresaltada― Te he dicho que no quiero hablar de ello.
Y en ese momento me sentí peor aún. Sabía que me estaba desquitando contra quien no debía. Claro que Maddie no se merecía que le hablara mal, pero en ese momento estaba tan llena de frustración y mal humor que no me importó y a la vez me odié por haberla tratado así.
Maddie no emitió palabra. Agarró su mochila y salió de la habitación.
Lloré sintiéndome una fracasada. Lloré sintiéndome sola.
Dos horas después, me desperté y la habitación estaba vacía. Maddie no había vuelto. Recordé el episodio de esa mañana y sentí nuevamente una opresión en el pecho.
Tenía la necesidad de hablar con alguien que me entendiera, pero no quería molestar a Jax. Sabía que estaba trabajando. Y no tenía ganas de hablar de este tema con Ethan. Tragué saliva y pensé en una persona con la que sí me sentiría cómoda hablando de este tema.
Agarré mi celular, ignorando los mensajes que tenía y llamé a la persona que sentía que me podía dar un buen consejo. No atendió en el primer llamado, probé diez minutos después y mi ánimo mejoró al escuchar una voz familiar.
―¡Emma! ¿Es que te vas a la universidad y te olvidas de tus amigos? ―inquirió Sebastian en tono burlón― Yo no te he educado así, muchacha.
Emití una risa baja.
―Lo siento, Seb. He estado llena de entregas y de exámenes este último tiempo.
―Lo sé, lo sé. Tu hermano me ha contado. Te extrañamos. Hey, tienes voz cansada. ¿Te encuentras bien?
No le mentí. Le conté todo, aunque se me quebró la voz y, en ocasiones, cerré los ojos por pudor.
―...Y necesitaba hablar con alguien y recordé las veces que me has hablado de lo difícil que fue para ti elegir ser jugador del deporte que tanto amas, de las veces te has sentido inseguro contigo mismo y... ―suspiré pesadamente―. Siento que no soy buena en lo que hago, siento que soy débil y que eso me influye tanto en la carrera como en mi vida. Estoy harta de querer ser otra persona...
―Claro que te entiendo, Emmi ―contestó Sebastian, su voz irradiaba cariño―. El primer año la pasé horrible, muchas personas que me rodeaban me preguntaban por qué había elegido ser jugador y no estudiar una carrera "en serio". Me decían que iba a necesitar mucha suerte para triunfar de verdad ―se rio― ¿Y qué diablos es triunfar? Es algo totalmente subjetivo. De todas maneras, los comentarios me afectaron. No me podía desenvolver bien por terror a fracasar. Todo el tiempo estaba pensando en qué pensarían los demás de mí y mis decisiones. Y, ¿Sabes? A veces, estás tan obsesionado con el qué dirán, que no te das cuenta de que todos esos comentarios que piensas que los demás dicen, en realidad solo eres tú pensando lo peor de ti. Solo eres tú saboteándote. En tu cabeza armas escenarios horribles que la gente realmente no piensa; y los que lo hacen, los que critican con el único objetivo de lastimar, dice mucho más de ellos mismos que de ti. Son personas vacías y no hay que escucharlas.
―¿Pero cómo lo hiciste? ―le pregunté― Para no escucharte y seguir adelante.
―Primero acepté lo que me pasaba. Me conocí a mí mismo, reconocí mis limitaciones, mis defectos y mis virtudes. Aprendí a convivir conmigo mismo. No es fácil hacerlo. Me llevó mucho trabajo, no solo con mi profesión. Mi adolescencia también fue dura y lo sabes. Estuve mucho tiempo fingiendo ser alguien que no era, queriendo ser alguien que no podía ser. Pero aprendí que no tenía que odiarme, que iba a estar en mi cuerpo, con mi personalidad toda mi vida y si no aprendía a quererme, nadie más lo iba a hacer por mí... No seas tan dura contigo, Emma. Te caerás muchas veces, querrás renunciar más todavía, pero siempre seguirás adelante. Y puede que todo esto que te diga no lo escuches y todos los consejos que te den no los sigas, y... ¿Sabes qué? Está perfecto, porque tú tienes que hacer tu propio camino, pero primero tienes que querer transitarlo. A veces no hay piedras en el camino, a veces solo hay una y eres tú.
Sonreí, porque no sabía cuánto necesitaba esas palabras hasta que Sebastian me las dijo y se quedaron grabadas en mi mente.
Seguí hablando con él un buen rato. A pesar de que estaba de gira con su equipo y no tenía mucho tiempo, se preocupó y se aseguró de tranquilizarme. Y realmente lo hizo, luego de hablar con él me sentía mucho menos negativa.
Lo próximo que hice fue intentar hablar con Maddie. No me contestaba el teléfono y en mi mente ella ya se estaba cambiando de compañera de habitación. Cuando finalmente volvió al cuarto salté a abrazarla.
―¡Perdóname, perdóname! He sido una idiota, no tuve que haberte hablado así ―le dije abrazándola con fuerza.
Ella se río y me devolvió el abrazo.
―Está bien, amiga. Has tenido un mal día.
―Sí, pero no se justifica haberte hablado mal.
―No, pero todos tenemos malos días donde hablamos mal a alguien sin quererlo realmente ―me sonrió―. Estás perdonada. Ahora, ¿pedimos pizza y vemos una película?
Le devolví la sonrisa, sintiendo un increíble alivio.
La frase de Sebastian volvió a resonar en mi cabeza:
"A veces no hay piedras en el camino, a veces solo hay una y eres tú."
Una semana después, me miré en el espejo de mi habitación por quinta vez consecutiva. Tenía la camiseta levantada y la mano en el estómago.
―Definitivamente estoy embarazada ―sentencié y Maddie exhaló, harta de mí.
―Emma, no estás embarazada. Deja de pensar en eso, por Dios.
La miré desesperada mientras ella escribía desde su computadora en su cama, sin mirarme. Luego me volví a contemplar en el espejo atentamente. Tenía más panza, estaba segura. Y ya me tendría que haber venido la regla. Además, me sentía mal.
―Estoy embarazada ―lloriqueé― ¡No es coincidencia que haya tenido sexo después de meses y ahora tenga un atraso!
―¡Tienes un atraso de dos días, dramática! ―exclamó Maddie.
―¡Y yo nunca tengo atrasos! ―contesté, buscando mi celular.
―¿Qué haces?
―Voy a llamar al padre. Más le vale que se haga cargo.
―Emma, Jax va a desmayarse si lo llamas y le dices que estás embarazada ―Maddie se levantó de su cama y me sacó el teléfono de la mano―. Tienes que tranquilizarte y no estresarte, porque así es peor.
En ese momento tocaron la puerta y corrí a abrirla. Después me di cuenta de que probablemente estaba embarazada y no debía correr. Ralenticé el paso y abrí. Era Ethan.
―¡Estoy embarazada! ―le conté con la esperanza de que me prestara más atención que Maddie.
Ethan dio tres pasos hacia atrás y me miró como si le hubiera dicho que tenía lepra.
―No está embarazada ―se quejó Maddie―, solo está paranoica.
Ethan pareció salir de su estupor y horror momentáneo.
―¡¿Estás embarazada?! ―gritó Ethan, mirando mi estómago― ¡Voy a ser tío!
―Nadie va a ser tío ―insistió Maddie.
Entré de nuevo a mi habitación y Ethan se apresuró a ayudarme a sentarme en la cama. Maddie puso los ojos en blanco, murmurando que nunca había conocido personas tan ridículas.
Sentí un dolor intenso en los ovarios y me rodeé el estómago con los brazos.
―¿¡Ya patea!? ―se emocionó Ethan.
Me reí.
―Bueno, creo que ya estamos exagerando ―respondí―. No sigamos así o me lo voy a creer en serio y me desmayaré.
Me recosté en la cama. El dolor era cada vez más fuerte.
―¿Quieres que te dejemos sola? ―preguntó Ethan y yo negué con la cabeza.
―Solo cerraré los ojos un rato.
Cerré los ojos, sintiendo como si un cuchillo estuviera rasgando mis ovarios y no encontraba una posición cómoda donde no me doliera el abdomen. Dios, quería que esta tortura terminara. Traté de pensar en otra cosa que no fuera el dolor. Le presté atención a la conversación de los chicos que estaban hablando de exámenes, luego de una película que se había estrenado y estaban ansiosos por ir a ver, y cuando estaban discutiendo sobre el juego de cartas que deberían jugar, me incorporé y sentí mis piernas húmedas; corrí al baño.
―¡Me vino! ―grité con felicidad.
―¡Síí! ―festejó Maddie― ¡Yo te dije que no estabas embarazada!
―Ohh, yo quería ser tío. Ahora solo me queda la esperanza de Walter y Erica ―escuché a Ethan decir.
La mañana siguiente no pude levantarme de la cama para ir a clases a causa del dolor. Solo lo hice para ir al baño, luego corrí a mi cama de nuevo para encontrar alguna posición que disminuyera el intenso dolor en la zona baja del abdomen. Ninguna funcionó.
―Cuando me dejen de doler los ovarios, voy a tomarme unos minutos para ser consciente de lo hermoso que es no sentir este dolor de mierda ―murmuré con los ojos cerrados.
―Ey, ¿Estás segura de que no quieres que me quede? ―preguntó Maddie, ya se tenía que ir a clases.
―Tranquila, ya me tomé un analgésico. En breve debería sentirme mejor.
―Eso espero, de todas formas, si―
Alguien tocó la puerta interrumpiendo a Maddie y ella se acercó a abrir. Esperaba que fuera Ethan, así podía distraerme un poco, pero escuché la voz de Jax y todo mi cuerpo se puso alerta.
―Hola, Maddie. ¿Está Emma? ―su voz sonaba intranquila― No ha ido a clases y no me ha contestado los mensajes.
Mierda, había dejado el celular en silencio y no había visto sus mensajes.
―Oh, es que Emma no se encuentra muy bien...
Noté que Maddie no sabía qué hacer: si cubrirme, si decirle la verdad, si mentirle.
―Pero ¿está bien? No quiero molestarla si no quiere hablar conmigo, pero solo quiero asegurarme de que ella está bien.
Maddie se quedó en silencio, pero yo hablé por ella.
―Estoy bien ―dije lo suficientemente alto para que me escuchara― Pasa, Jax.
Mi amiga se hizo a un lado y Jax entró. Su presencia llenó la habitación. Me recorrió el rostro con la mirada, como para asegurarse de que realmente estaba bien.
Tragué saliva al sentir su aroma. Lo había extrañado. Llevaba puesta una camisa azul y unos pantalones de gabardina, seguramente venía de dar clases.
―Bueno... yo debo irme ―anunció Maddie quien estaba atrás de Jax observándonos―. Emma, hazme saber si necesitas algo ¿sí? ―me dijo antes de marcharse.
―¿Yo también debería irme? ―me preguntó Jax con cautela.
Negué con la cabeza. Jax se me quedó mirando por unos segundos antes de acercarse a mi cama y sentarse al lado mío.
―Luces cansada ―dijo y su mano me recorrió la frente, apartándome el pelo del rostro― ¿Qué te sucede?
―Nada grave ―contesté y, como si mi cuerpo se quejara de tal declaración, sentí una punzada de dolor e hice una mueca―. Tengo la regla y me duelen los ovarios.
―¿Puedo hacer algo para ayudarte? ¿Quieres que vaya a la farmacia a comprarte algo? ―ofreció.
―Gracias ―le sonreí― Ya me he tomado una pastilla, pronto se me pasará. ―Sentí otra ola de dolor y rezongué― En estos momentos extraño a mi madre, siempre me planchaba un pañuelo para que el calor calmara un poco la tortura.
Jax se levantó y lo miré decepcionada.
―¿Ya te vas? ―pregunté.
―Iré a buscar una plancha.
Me reí, pero, cuando entendí que hablaba en serio, agarré su brazo.
―Jax, ¡No hace falta! No te lo he dicho para que lo hicieras ―le dije asombrada, no me imaginé que se ofrecería a hacerlo.
Él puso una mano sobre la mía.
―Emma, no me gusta verte retorciéndote de dolor y no me cuesta nada ir a buscar una plancha a recepción. Tranquila, ahora vuelvo.
Salió y yo me quedé mirando el techo. Estaba sorprendida. No solo por el gesto, pero también por lo bien que me hizo sentirme cuidada.
Jax volvió unos instantes después con la plancha y una tabla en alto como un superhéroe, lo que me hizo reír. La colocó en el medio de la habitación y me miró.
―¿Tienes algún pañuelo?
―En el armario ―indiqué.
Se acercó a abrirlo y tardó unos segundos en encontrar un pañuelo.
―Lindo peluche ―me dijo con una media sonrisa.
Mierda, había descubierto a Alisson.
No pude evitar mirarlo fijamente mientras planchaba. Mis ojos siguieron el movimiento de su brazo extendiéndose y contrayéndose. Jax me atrapó mirándolo y alzó una ceja, pero no dijo nada. Cuando terminó, se acercó a mi cama, se sacó los zapatos y abrió las sábanas para meterse adentro. Ahora fue mi turno de alzar las cejas.
―¿Qué? Soy tu enfermero personal.
Lanzó una carcajada.
―No soy profesor así que no me hago cargo de lo que dices. ¿Puedo? ―me pidió agarrando el extremo de mi camiseta.
Asentí.
Lentamente, me subió un poco la camiseta y bajó el pañuelo. Yo lo ayudé a colocármelo. Hice una mueca cuando me moví un poco. Él subió la mano y la puso en mi estómago, luego pasó el otro brazo por debajo de mi cabeza. Comenzó a hacerme caricias en el estómago con su pulgar, lo que me hizo estremecer.
―¿Te molesta? ―preguntó, deteniendo sus movimientos― Tal vez es peor.
―No, no ―le contesté―. Me relaja.
Él continuó acariciándome el estómago y la cintura. Yo cerré los ojos para perderme en la sensación.
―Pensé que tal vez no querías volver a verme ―murmuró contra mi cabello.
Abrí los ojos de repente. Supuse que pensaba que lo estaba evitando, pero percibía algo más en su voz.
―Quiero seguir viéndote ―le aseguré.
Jax asintió con cierta inseguridad.
―Pero... ―inspiró despacio― pensé que tal vez no te había gustado... la noche que pasamos. Tal vez no lo disfrutaste. ―No era una pregunta, pero estaba claro que necesitaba una respuesta.
Pestañeé pensando qué decirle. Me asombraba que admitiera que le preocupaba cómo la había pasado y me avergonzaba admitir que yo no me había detenido a pensar cómo la había pasado él porque asumí que lo había disfrutado tanto como yo. Luego recordé que había salido disparada de su habitación a la mañana siguiente y hasta ahora no había vuelto a hablar con él.
Al ver que no contestaba, siguió hablando.
―Si hice algo que te incomodó o hice algo mal, yo―
―Me encantó ―lo interrumpí, poniendo una mano en su mejilla―. No puedo ni siquiera comenzar a explicar lo bien que la pasé ―le sonreí―. Créeme no has hecho nada mal.
Su cuerpo se relajó. Unos segundos después sus ojos brillaron.
―¿Puedo saber por qué Ethan me dijo que has estado embarazada por media hora?
Me reí.
―Ethan siempre está diciendo cosas extrañas ―respondí, haciéndome la desentendida.
―No me lo tienes que decir a mí―dijo y luego observó los cuadros tapados con una sábana que tenía en una esquina de la habitación― Has estado pintando mucho ―observó.
Asentí. Luego del episodio de la exposición oral me desquité pintando y pintando. Me había servido mucho para exteriorizar lo que sentía.
―Últimamente lo necesité ―confesé, medio adormecida ante su tacto en mi piel. Ya no me sentía tan adolorida, o tal vez no estaba tan consciente de ello.
―¿Quieres hablar de ello? ―preguntó.
Iba a hacerlo, pero luego me concentré en sus lunares y en sus ojeras, y en el hecho de que sentía que últimamente siempre estábamos hablando de mí.
―Quiero que me hables de ti.
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