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Capítulo 18: Cicatrices

"Sin el arte, la crudeza de la realidad haría que el mundo fuese insoportable."

George Bernard Shaw

No sabría identificar qué fue exactamente lo que sucedió aquella tarde con Jax que hizo que algo cambiara en mí.

De repente, tenía ganas de animarme a mostrar mi arte. Tal vez fuera el hecho de que comprendía demasiado bien a Jax o que yo también quería vencer esa voz en mi cabeza que todo el tiempo me gritaba.

Cuando les conté a Maddie y a Ethan que estaba pensando anotarme al concurso de arte que se organizaría dentro de dos meses en la universidad, no hubo vuelta atrás. Cuando lo dije en voz alta, puede que no hubiera sonado tan segura como me sentía y ellos tuvieran miedo de que cambiara de opinión, porque me obligaron a anotarme en ese mismo momento. Me hicieron levantarme de la biblioteca donde estaba realizando un trabajo y me apresuraron a que guardara mis cosas.

―Hey ―me quejé―. No tenemos apuro. Todavía faltan dos semanas para que cierren las inscripciones.

―De eso nada ―contestó Maddie. Se colocó su mochila en la espalda y tiró de mí para que avanzara―. Es mejor que te anotes ahora y te lo quites de encima.

―Pero tengo tiempo...

―Excusas ―me interrumpió Ethan, abriendo la puerta de la biblioteca para que saliéramos―. Ya sabemos cómo eres.

Fruncí el ceño.

―¿Cómo soy?

Maddie miró mal a Ethan

―No la hagas enojar ahora ―masculló.

Ethan alzó las manos proclamando inocencia.

―Hey, yo solo digo, tienes que aprovechar que te has levantado con ganas de salir de tu zona de confort.

Abrí la boca para protestar, pero la verdad era que tenía razón.

Cuando llegamos a la secretaría del departamento de arte, tuvimos que esperar a que una chica del centro de estudiantes nos atendiera para que yo pudiera inscribirme en el concurso. Ella buscó un folio en blanco donde había varias personas anotadas. Tragué saliva.

―Son muchas ―observé, leyendo los nombres de las personas que concursarían.

Ethan le quitó la lapicera de la mano a la chica y me la entregó para que dejara de prolongar el tiempo. La chica lo miró exasperada, pero siguió explicándome condiciones del concurso: cómo tenía que entregar el cuadro, cuándo sería la votación, dónde me enteraría el resultado.

―Se hará un fin de semana de forma presencial ―explicaba ella―. El sábado habrá una exposición de arte donde estarán los jurados y el domingo se hará el evento para comunicar el resultado del concurso.

Coloqué la hoja en la mesa y me agaché para firmar mi nombre.

―¿Quiénes serán los jurados?

―Dos profesoras de la universidad y dos artistas que han estudiado aquí: Larkon y Bauer.

Mi mano se paralizó en la hoja de inscripción en ese mismo instante y miré a la chica con el corazón latiéndome desbocado. Maddie y Ethan fruncieron el ceño ante mi reacción.

―¿Te has olvidado tu nombre? ―se quejó Ethan, señalando la hoja.

¿Ba...Bauer? ―balbuceé.

―Así es ―confirmó.

―¿Lo conoces? ―preguntó Maddie.

―¿Quién no conoce a Bauer? ―inquirió Ethan.

―Emm... ¿yo? ―contestó Maddie, cruzándose de brazos.

―Eso es porque eres de fotografía ―dijo Ethan poniendo los ojos en blanco.

Me enderecé y dejé la lapicera. Mi inscripción quedó por la mitad. No podía inscribirme.

―No puedo hacerlo entonces ―aseguré.

Estaba sudando así que pasé mis manos por mis muslos y traté de respirar hondo.

No puedo hacerlo, claro que no puedo hacerlo. Bauer me juzgaría. Mi artista favorito. Mi artista favorito vería una obra mía y la criticaría.

¿Cómo podía creer que estaba a la altura de un artista así? Era una persona inútil. Mi arte no era especial. No iba a destacar entre tanta gente.

―Emma, ¿en serio te echarás para atrás? ―me preguntó Maddie con suavidad― Bauer es solo un artista.

Mirarían mi obra con pena. Toda la universidad se daría cuenta que yo no tenía futuro siendo artista.

Ethan resopló una risa.

―Solo un artista que ha ganado miles de premios y sus obras están en miles de museos.

Qué idiota era. ¿Cómo se me ocurrió que de verdad podía hacerlo? Nunca estaría a la altura. Mi ilusión confirmaba que era una persona hueca. Tenía que pensar más antes de tomar una decisión así.

―¡Ethan! No ayudas, ¿no ves que Emma está hiperventilando?

¿Estaba hiperventilando? Probablemente. Clavé mis uñas en mi pantalón.

―Lo siento ―logré decir y miré a la chica que estaba mirándome con preocupación―. Fue una idea absurda, no me voy a inscribir

La chica hizo una mueca como si le diera lástima. La entendía.

―Ya estás inscripta ―dijo, señalando la hoja―. Ya has puesto tu nombre, aunque falten datos, yo no puedo cambiarlo. El jurado leerá que estás inscripta, pero puedes no presentar nada. No te preocupes por eso.

Volví a mirar la hoja: mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi firma ya estaban allí. Solo faltaban datos personales como en qué año de la carrera me encontraba y mi número de contacto. Información que estaba en el sistema de la universidad y no hacía falta que yo misma completara.

Ethan le pidió a la chica que nos diera un momento a solas, luego nos alejó a Maddie y a mí un poco.

―Si quieres, Maddie la distrae y yo borro tu nombre ―murmuró, hablando de costado para que la chica no nos escuchara.

Maddie lo miró boquiabierta.

―Alterar documentos universitarios es ilegal.

Ethan frunció el ceño.

―¿Puedo ir a la cárcel?

―No, pero te pueden poner una sanción...

―Bah, ya tengo una.

―...o expulsar ―insistió Maddie.

―Tampoco me gustaba tanto la carrera.

Eso me hizo sonreír a pesar de los nervios.

―No es necesario borrar ni robar nada ―musité.

Me hubiese gustado preguntar sobre el jurado antes de inscribirme, pero ya no podía hacer nada. Anthony Bauer iba a leer mi nombre e iba a saber que no había presentado nada, pero tampoco era tan grave, se olvidaría de mí a los dos segundos.

Aunque... ¿realmente quería eso? ¿Que mi nombre pasara desapercibido? ¿Quería otra vez quedarme en las sombras?

Maddie me estaba diciendo algo, pero no le estaba prestando atención. No podía enfocarme en la conversación. Solo estaba pensando en que Ethan tenía razón. Mi seguridad no duró mucho después de todo.

―Creo que se bloqueó ―escuché decir a Ethan y pestañeé para volver a la realidad y lo miré.

―¿Qué? ―le pregunté, frunciendo el ceño.

―Ahí volvió ―dijo Maddie.

―Estabas como bloqueada ―me dijo Ethan―. Desde que te dijeron que Bauer sería el jurado estás en modo zombie.

―Los zombies creo que tienen más reacción ―bromeó Maddie.

Era gracioso que Ethan usara la palabra bloqueo y no pude evitar pensar en Jax, en su propio bloqueo y en qué me diría si estuviera aquí conmigo.

―¿En qué estás pensando? ―quiso saber Maddie.

―En Jax ―me sinceré.

―¡Ah, no! Uno aquí preocupado por tu salud mental y tú calenturienta pensando en Jax ―se quejó Ethan.

―¡No estoy pensando en él por eso! ―me quejé―. Solo que me gustaría hablar con él del tema.

―Me siento usado igualmente ―masculló Ethan.

―¿Vas a terminar de inscribirte? ―me preguntó Maddie.

―No. Sí. No lo sé ―dije, sintiéndome frustrada.

―Emma ya estás inscripta. Que termines la inscripción o no, no cambia las cosas. Yo diría que lo hagas y luego analices si quieres presentar algo o no.

Suspiré y asentí. Maddie tenía razón. A esta altura era lo mismo si terminaba mi inscripción o no, y era mejor hacer las cosas bien, así que me volví a acercar al escritorio donde se encontraba la chica y terminé de inscribirme. Agradecí que Ethan y Maddie se encontraran a mi lado para darme ánimos por más que tal vez les pareciera que estuviera exagerando. Me sentía mejor con ellos acompañándome y se los dije una vez que nos alejamos de la secretaría.

―No hace falta que nos agradezcas, tonta ―me contestó Maddie con una sonrisa, pasando su brazo por mis hombros.

Ethan, que se encontraba a mi otro costado, alzó las cejas en desacuerdo.

―Casi me expulsan por ella, creo que sí tiene que agradecernos.

Maddie puso los ojos en blanco.

―Eso nunca sucedió.

Miré a Ethan con curiosidad. Necesitaba despejar mi mente.

―¿Puedes explicarnos por qué tienes una sanción?

Lo dijo a la ligera, pero tener una sanción en la universidad era algo grave, por lo menos para mí.

Ethan miró al frente con cierto orgullo.

―No quieren saberlo.

Maddie y yo nos miramos. A pesar de que todavía seguía intranquila, no pude evitar reírme con Maddie y Ethan, y eso me hizo sentir mejor.

Ese día concurrí a clases como siempre, a pesar de que mi cabeza estaba en otro lado. Hablé con mi familia por teléfono, pero no les mencioné el concurso. Por algún motivo, me daba vergüenza confesarles que tenía miedo. A Maddie y a Ethan les había dicho que me sentía intimidada por Bauer, pero que lo pensaría.

Esa no era la verdad. O por lo menos, no era la completa verdad. Sí, me sentía intimidada por el hecho de que mi artista favorita podría juzgar una obra mía, pero, en el fondo, me di cuenta de que eso no era eso lo que más me preocupaba. La realidad era que no quería presentar una obra de las que siempre creaba para mis clases, una parte de mí tenía ganas de presentar las otras obras que guardaba solo para mí, que pintaba en la privacidad de mi habitación y escondía de los ojos de los demás. Y de allí surgían todos los demás miedos: ¿Qué pensaría mi artista favorito de una obra así? Nunca había visto una creación suya de ese estilo, las de Bauer eran más esperanzadoras, pero no estaba segura de poder crear algo así. ¿Qué pensarían el resto de jurado? Tal vez eran profesores que ya conocía. O tal vez las obras de los concursantes se expondrían en algún sitio para el resto de los alumnos. ¿Estaba preparada para ese nivel de exposición? ¿Para que otras personas juzgaran aquellos sentimientos que volcaba en los cuadros?

No. No lo estaba. Así que, si decidía presentar una obra, iba a tener que pintar algo de otro estilo.

No tenía ni idea qué, pero tenía que comenzar por alguna parte. Todavía faltaban dos meses, pero no iba a ser fácil encontrar la imagen perfecta para presentar.

Aproveché que Maddie estaba en clase y agarré un lienzo en blanco. Cubrí el piso de papel para no ensuciarlo. Una vez sentada en mi taburete, inhalé hondo y comencé a reflejar mis sentimientos a través de los pinceles y los colores. Dejé que mi imaginación y mi arte fluyeran, y a mitad del cuadro mis dedos comenzaron a cosquillear. A veces me sucedía, cuando sentía tanta urgencia por exteriorizar todo lo que sentía, cuando ya no soportaba a mi propio ser dentro de mí, sentía la necesidad de pintar con mis propias manos. Si lo podía exteriorizar, si me podía adueñar de lo que sentía y plasmarlo, ya no me podía controlar. Y una vez que saliera de mí, en parte, ya no era mío.

Sumergí mis dedos en la pintura y seguí creando. Me até el pelo y me pasé las manos por la frente para quitar el sudor. Seguí pintando y pintando, hasta que mi visión se volvió borrosa y el olor a pintura comenzó a afectarme, señal de que tenía que detenerme. Amaba pintar, pero si no lo hacía en una justa medida, podía volverse en mi contra. Creía que ese era un reflejo de mi personalidad.

Al alejarme, contemplé mi cuadro e hice una mueca. Había representado a una mujer mirándose al espejo, pero su reflejo salía del cuadro y la ahorcaba.

Cerré los ojos con fuerza. Definitivamente este no era el tipo de cuadro que quería presentar en el concurso. O tal vez lo era, pero sabía que no me animaría.

Necesitaba agua y salir de la habitación mientras el cuadro se secaba. No quería verlo mientras tanto.

Al salir de mi habitación, me dirigí hacia la salida del campus. Me coloqué los auriculares para escuchar música y despejar mi cabeza, pero estaba enojada conmigo. Se suponía que iba a pintar algo con lo que me sintiera segura presentando, pero inconscientemente había decidido representar otra cosa y no me había detenido. Ahora me arrepentía. Había gastado tiempo y pintura. ¿Y por qué diablos había representado algo así? No entendía...

Unas manos me agarraron de la cintura y me dieron vuelta con velocidad. Grité sintiendo mis pies en el aire y Jax gritó, y volví a gritar ante su grito, y Jax gritó cuando me vio el rostro lleno de pintura. Me saqué los auriculares cuando me dejó en el piso y llevé una mano a mi pecho para que mi corazón se calmara.

―¡¿Realmente hacía falta agarrarme así y casi provocarme un infarto?! ―me quejé.

―¡Te estaba llamando! Pensé que me estabas ignorando, no sabía que tenías auriculares puestos ―explicó y sus ojos recorrieron mi rostro― ¿Y por qué tienes la cara pintada como si hubieses usado la escopeta maquilladora de Marge?

Me reí ante su referencia de Los Simpson, pero luego mi sonrisa desapareció al darme cuenta de que debía estar hecha un asco, con el pelo desordenado y toda la cara pintada de rojo y negro. Él estaba con una camiseta blanca y jeans negros. Su cabello negro estaba más enrulado de lo habitual y sus ojos claros denotaban cansancio, pero parecía diferente. Sus ojos estaban más iluminados. Bajé la mirada y sus manos entraron en mi campo de visión.

―¡Hey, tú también has estado pintado! ―le dije, señalando sus manos llenas de pintura azul.

El dedo pulgar de su mano derecha frotó la pintura de su palma izquierda. Podía jurar que se había sonrojado.

―Sí, pero yo he estado pintando con las manos, no con la cara ―se burló, esbozando una media sonrisa.

Resoplé.

―No subestimes el poder de mis dedos ―respondí y al instante abrí mucho los ojos dándome cuenta lo mal que había sonado. Jax se rio y yo agregué―. Para... para pintar ―aclaré.

Jax alzó su mano y pasó sus nudillos por mi brazo derecho con suavidad, causándome un escalofrío.

―Aquí también te has ensuciado ―murmuró.

Yo asentí, sin saber qué decir. Dejó caer su mano y yo sentí la ausencia de su contacto al instante. Quería que volviera a extender su brazo y siguiera tocándome, pero no podía pedírselo. No debía pedírselo.

Nos miramos fijamente y él ladeó la cabeza. No esperaba para nada lo que dijo a continuación.

―Vamos a sacarnos la pintura ―propuso haciendo un ademán hacia las escaleras.

Lo miré sin entender. ¿Sacarnos la pintura? ¿Juntos? ¿En su ducha? ¿Desnudos?

Jax sonrió ante mi rostro de confusión.

―Vayamos a la piscina de la universidad. Está cerrada a esta hora, no habrá nadie.

Fruncí el ceño.

―¿Tú estás loco? ¿Y cómo entraremos si está cerrado?

―¿Te olvidas que soy ayudante de los profesores? Tengo acceso a algunos lugares ―contestó y me guiñó el ojo.

A pesar de su sonrisa segura, podía notar la incertidumbre ante mi respuesta. Tenía miedo de que le dijera que no, pero yo tenía miedo de decirle que sí. Éramos amigos y habíamos decidido continuar por ese camino, pero parecía que él ahora estaba tirando de una cuerda, a la espera de ver si se rompía o no. Los dos sabíamos que no deberíamos hacerlo.

Ya me costaba de sobremanera no pensar en él, iba a ser mucho más difícil no hacerlo si compartíamos tantas cosas juntos, si seguíamos acercándonos cada vez más. Y, aun así, a pesar de saber que la respuesta correcta era una negativa, aunque sabía que no debía, acepté.

―Si llego a meterme en problemas por tu culpa, tú te harás cargo de las consecuencias ―lo señalé y caminé hacia las escaleras.

Él sonrió, aliviado y me siguió.

Nos detuvimos en una sala de profesores que estaba cerrada con llave. Jax abrió y se dirigió a un cajón donde se encontraba la llave del gimnasio. Tuvimos que cruzar la mayor parte del campus ya que el gimnasio se encontraba en otro edificio. Nos cruzamos con muchos estudiantes y profesores en el camino, pero ninguno pareció prestarnos atención. Aun así, me negaba a relajarme del todo.

―No eres de romper las reglas, ¿verdad? ―me preguntó Jax al ver que estaba mirando hacia todos lados con nerviosismo.

Bueno, estaba rompiendo las reglas que me había puesto a mí misma estando con él ahora, ¿no?

Me aclaré la garganta.

―Solo cuando es necesario ―contesté e hice una mueca―. Sacarme la pintura del rostro es algo muy necesario, ¿no?

―Claro que sí. De no hacerlo tu piel puede irritarse, y no queremos eso.

―No, no queremos ―concordé.

Jax abrió la puerta del gimnasio que estaba vacío porque ya había cerrado y pasamos a la planta baja donde estaba la piscina climatizada. Solo se escuchaban nuestros pasos. La piscina ocupaba toda la planta y estaba separada por andariveles para nadar. El olor a cloro llenaba el ambiente cuando nos acercamos hasta uno de los bordes.

―La tienen que limpiar mañana por la mañana antes de abrir, así que no pasa nada si la ensuciamos ―aseguró Jax.

Dios, este chico me estaba matando.

Casi empecé a hiperventilar cuando me di cuenta de que estábamos parados en frente de la piscina y que nos estábamos a punto de meter juntos. Era una locura. ¿Debería sacarme la ropa? Dejé mi celular y mis auriculares a una distancia segura del agua.

―¿Sabes nadar? ―me preguntó al verme contemplando la pileta.

―No sé nadar bien. Sé flotar y nadar como perrito ―me sinceré.

Escuché la carcajada de Jax a mis espaldas.

―Bueno, espero que eso baste ―dijo en mi oído y acto seguido me empujó al agua.

Me sumergí en el agua insultándolo. Cuando mis pies tocaron el fondo de la pileta, me impulsé hacia arriba para salir de la superficie y seguir insultándolo, pero él también se había tirado al agua y estaba sumergido. Aproveché para nadar como perrito hacia una de las esquinas sin que me viera.

Agradecí la temperatura caliente del agua, porque si hubiese estado fría hubiese sido capaz de asesinar a Jax. Cuando Jax emergió, me miró con una sonrisa de oreja a oreja que hizo que mi estómago cosquilleara. Nadó hacia mí y me miró con precaución.

―No vas a ahogarme, ¿verdad?

―Demasiado trabajo, planeo envenenarte la comida ―contesté.

―Bueno, entonces voy a tener que prestarle más atención a lo que como ―dijo bajando la mirada hacia mi boca.

No hiperventile Emma, no hiperventiles.

―Sigues sucia ―murmuró, poniendo un brazo a cada lado de mi cuerpo para agarrarse del borde. Mi espalda estaba apoyada contra la pared de la piscina y sentía el calor del cuerpo de Jax cerca del mío. En estos momentos necesitaba estar apoyada en algo para que mis piernas no flaqueasen.

―¿Qué? ―pregunté dándome cuenta de que me seguía mirando fijamente.

―Todavía tienes pintura en la cara ―aclaró.

Seguí el movimiento de su mano cuando la acercó a mí. Con su dedo pulgar comenzó a frotarme la frente con suavidad. Pequeñas gotas caían a los costados de mi rostro, y no podía dejar de mirar su cara que estaba a centímetros de la mía. Jax tenía la boca ligeramente abierta, sus labios rosados estaban húmedos y sus ojos verdes contrastaban con su pelo oscuro, más oscuro aún porque estaba mojado.

Cuando pareció estar satisfecho con su trabajo en mi frente, pasó a sacarme la pintura de mi mejilla derecha. Sus dedos trazaban líneas sobre mi piel con suma lentitud y su toque me quemaba, pero no quería que dejara de hacerlo. Mi corazón se saltó un latido cuando pasó su mano por mi barbilla y la subió hacia mi mejilla izquierda donde se encontraba la cicatriz. Cuando deslizó sus dedos sobre ella con cuidado, me quedé inmóvil.

―Nunca me preguntaste que me pasó―susurré, casi con temor a decir algo y que dejara de tocarme, pero Jax no se alejó.

Me llamaba la atención como él nunca me había preguntado por la cicatriz. Siempre las personas me preguntaban qué me había pasado en cierto punto, ya fueran desconocidos o no. Hasta Ethan y Maddie lo habían hecho, y no los culpaba, era algo peculiar y a la gente le daba curiosidad. Ya estaba acostumbrada.

―No.

―¿Por qué?

―No me parece bien ponerte en la posición en la que me tengas que contar algo que tal vez no quieras recordar. Tal vez te de lo mismo hablar de eso o no, pero yo no lo sé. Solo sé que, si tuviera alguna cicatriz de algún recuerdo doloroso, no me gustaría que todos me estuvieran preguntando acerca de ello.

Pestañeé sorprendida porque yo siempre había tenido un pensamiento similar al respecto. Pensaba que todos teníamos cicatrices, y muchas de esas cicatrices no estaban en el cuerpo, no eran visibles. Yo tenía la mala suerte de tener una cicatriz profunda en el rostro, pero esa cicatriz era igual de profunda en mi corazón, y era doloroso cómo siempre tenía que hablar de ella hasta cuando no quería. Pensaba que era injusto, porque yo no estaba preguntando sobre las cicatrices de los demás, aunque no estuvieran en sus cuerpos.

Y en ese momento me di cuenta de que quería hablar sobre ello con él, a pesar de que no me lo hubiera preguntado. Tal vez era la primera vez que quería hablar de ello sin que me lo preguntaran.

―Fue a causa de un accidente en la ruta ―comencé a decir con un nudo en la garganta―. En ese accidente perdí a mi hermana, ella era la melliza de Kian. Era la persona más buena que conocí. Yo era pequeña, pero recuerdo cómo me cuidaba, cómo me leía cuentos a pesar de que estuviera cansada para que yo me durmiera. Cómo siempre me daba el último bocado de todo, cancelaba salidas para estar conmigo y llevarme al parque porque yo quería salir. Cuando mis padres se peleaban, ella me llevaba a mirar dibujitos para que no escuchara, y me dejaba dormir en su cama cuando tenía miedo a pesar de que mis padres le decían que no me deje porque yo debía dormir en mi cama y...

Mi voz se quebró y Jax me atrajo hacia su cuerpo para abrazarme. Pasé los brazos por su cuello y no pude evitar apoyar la frente en su hombro. Él me acariciaba la espalda con ternura, tratando de tranquilizarme.

―A veces tengo miedo de olvidarme de ella ―confesé, mi voz sonaba ahogada por la posición― tengo miedo de no recordar su rostro o su voz. A veces tengo que mirar videos donde estaba ella para asegurarme de que me acuerdo de cómo era.

Jax se alejó un poco para mirarme a los ojos y me sorprendí al ver sus ojos brillosos, llenos de comprensión.

―Nunca la olvidarás, Emma. Yo realmente creo en la frase que dice que solo muere quien es olvidado. Y tu hermana sigue viva aquí ―dijo, señalando mi corazón―, es imposible que la olvides. A veces me pregunto qué pensaría mi madre de mí si siguiera viva. Estoy seguro de que tu hermana estaría orgullosa de ti, yo te conozco hace menos de un año y lo estoy.

Sus palabras me reconfortaron y me hicieron sonreír.

―Eso no lo sabemos. Y, además, ¿de qué estás orgulloso?

―De conocer a la artista detrás de los cuadros increíbles que crea, porque no solo su arte me hace sentir cosas. Ella también lo hace ―contestó con voz ronca.

Eso era todo lo que necesitaba para que mi corazón estuviera martillando en mi pecho.

Había sido consciente de su proximidad desde el segundo en que puso sus brazos alrededor de mi cuerpo antes de limpiarme la cara, pero no me había parecido tan peligroso hasta ese preciso momento.

―Deberíamos alejarnos ―murmuré, aunque era lo último que quería hacer―, no deberíamos estar tan cerca y lo sabes.

Jax puso su mano derecha en mi nuca sin dejar de mirarme a los ojos y se acercó más a mí cuerpo.

―Lo sé ―respondió―. Dime que me aleje y lo haré. Dime que no quieres que esto suceda y no volverá a pasar.

Sentí que mi respiración se entrecortaba.

―No quiero que te alejes, pero... pero sabes que esto no está bien.

―Dilo hasta que te lo creas ―susurró contra mis labios.

―Jax ―murmuré cuando agarró mis piernas e hizo que le rodeé la cintura con ellas.

―Ya nos arrepentiremos mañana.

Y eso fue lo último que dijo antes de arrastrar mi boca hacia la suya y besarme con desesperación. Una de sus manos estaba en mi pierna y la otra en mi rostro. Yo me sentía eufórica en sus brazos. Me sentía feliz, y no solo porque estaba besando a un chico que me encantaba sino porque finalmente me estaba permitiendo acallar mis miedos y perderme en ese beso.

Su agarre se hizo más fuerte en mi pierna cuando nuestras lenguas se encontraron y empecé a sentir calor. Entre el cuerpo de Jax, el agua caliente de la pileta y mi propio calor corporal estaba ardiendo. Parecía que él se sentía igual porque se alejó un poco para sacarse la camiseta y tirarla fuera de la pileta. Lo miré alzando las cejas.

―¿Qué? Es difícil flotar con ropa.

Me reí.

―Creo que yo también estoy teniendo problemas para flotar ―lo provoqué.

―Yo puedo ayudarte con eso ―afirmó.

Pasó las manos por debajo de mi camiseta y me la subió despacio. Cuando me la quitó, se inclinó un poco hacia mí para dejarla detrás de mí, fuera de la pileta. Su cuerpo se apretó más contra el mío y me miró con deseo. Su mirada cayó en mi sostén verde oscuro y jadeó.

―Creo que el verde es mi nuevo color favorito ―musitó antes de besar mi cuello.

Eché mi cabeza hacia atrás para darle más acceso, mientras me estremecía. Su boca pasó de mi cuello, a mi mentón y tiré de su cabello para poder besarlo. Enredé mis manos en su pelo y lo besé. Mis manos recorrieron su cuerpo y mis piernas comenzaron a resbalar de su cintura, pero él me agarró del trasero y me sostuvo con fuerza.

―He estado fantaseando tanto con besarte este último tiempo ―confesó―. Me había prohibido pensar en ti, pero no lo logré. No puedo cuando se trata de ti.

Me sentía aliviada de que no fuera solo yo la que no podía dejar de pensar en él, aunque eso no hiciera las cosas más fáciles. Tal vez las hacía más difíciles, pero nada de eso me importó cuando su boca volvió a cubrir la mía. 

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