
Capítulo 11: Realidad
"Todo lo que puedas imaginar es real."
―Pablo Picasso
Luego de volver a mi cuarto avergonzada por lo que había pasado, tomé una ducha fría e hice lo típico de los domingos: dormir. Lamentablemente también había tenido que estudiar y hacer trabajos que debía entregar durante la semana, pero eso me servía para enfocar toda mi atención en ello. Necesitaba desesperadamente mantener mi mente ocupada y no pensar en Jax.
Traté de no volver a recordar el sueño que había tenido, pero me fue inevitable no hacerlo cuando me volví a topar con él el lunes. Me había olvidado por completo de que él sería el encargado de dar la clase ese día.
Lo vi al entrar al aula. Jax estaba revisando unos papeles, apoyado en su mesa con postura relajada. Alzó la vista cuando entré a la clase. Le sonreí y rápidamente me dirigí a mi asiento. La clase no tardó en comenzar y por más de que intenté evadir su mirada, no pude evitar interesarme y entusiasmarme con su explicación. Eso era lo que provocaba Jax al dar clase: que los demás nos interesáramos y deseáramos saber más sobre el tema. Todos lo escuchaban atentos y eso era algo que no era fácil de lograr. Mucho menos que chicos de casi su misma edad le tuvieran tanto respeto como si realmente fuera el profesor, pero Jax lo lograba.
Estaba tan concentrada tomando apuntes que me sorprendió lo rápido que había pasado las dos horas. Cuando Jax anunció que la clase había finalizado, me apresuré a tomar mis cosas y salir de allí. Estaba por llegar a la puerta cuando Jax me llamó.
―Señorita Denovan ―dijo en voz alta y noté inmediatamente el deje burlón en su voz, a nadie llamaba por el apellido― ¿Podemos hablar un minuto?
Me detuve y me eché a un lado para dejar pasar a los demás.
―Eh... sí, Profesor Kavanagh ―contesté siguiéndole el juego.
Jax esperó a que salieran todos del aula antes de volver a hablar.
―Cierra la puerta, por favor ―dijo mirándome fijamente.
Tomé una respiración profunda y cerré la puerta.
―Con seguro ―ordenó y abrí mucho los ojos.
Por mi mente pasaron muchos escenarios que no eran apropiados para este momento. Me di vuelta. Jax estaba de brazos cruzados, apoyado contra la mesa. Tenía la camisa arremangada y me miraba expectante. Sus ojos estaban fijos en los míos.
Diablos, estaba a punto de tirarme a la mesa cual ballena y recrear alguno de esos escenarios en esa misma aula.
Las hormonas, Emma. Las hormonas.
―¿Sí? ―inquirí. Di unos pasos y me detuve frente a él― ¿Qué pasa? ―logré preguntar.
―Eso mismo es lo que quiero saber ―respondió, estudiándome atentamente.
―No sé a qué te refieres.
―Emma, estás rara. Has estado rara desde que huiste de mi habitación el otro día. ¿Es que hice algo que te incomodó?
Negué, frunciendo el ceño.
―¿Qué? No, no ―bajé la vista hacia la punta de mis botas― Tú no has hecho nada.
―¿Entonces por qué no puedes ni siquiera mirarme a la cara? Has estado evitando mis ojos toda la clase.
Porque cada vez que veo tu rostro tengo la imagen de tus labios recorriendo mi cuerpo.
Tragué saliva.
―Porque estoy distraída ―repuse.
Jax me agarró del brazo con suavidad y me acercó hacia él. Abrió las piernas para que yo pudiera colocarme entre ellas, provocando que mi respiración se acelerara. No podía evitar estar nerviosa si Jax me miraba como si no me creyera ni una palabra. Me observaba como si quisiera leerme la mente. Traté de ponerla en blanco, pero ahora que estábamos tan cerca, el sueño se reproducía con claridad en mi cabeza.
―Distraída ―repitió Jax―, distraída ¿Por qué?
En ese momento utilicé un recurso que me había enseñado mi hermano: utilizar el tarot y los signos para salir de alguna situación. Supuestamente a Kian le había servido en alguna ocasión.
―Es que hoy la luna está en sagitario ―respondí―. Eso provoca distracción e inicia una nueva etapa de... descubrimiento.
Ni siquiera sabía el significado de lo que acababa de decir.
Jax arqueó las cejas y sus labios se curvaron.
―Y dime, ¿en qué piensas cuando te distraes? ―preguntó, ladeando la cabeza.
En ti desnudo.
Me aclaré la garganta.
―No lo sé, en los ovnis, la teoría de la relatividad, las cebras, ¿qué más da?
―Que no te creo ni una palabra ―masculló.
Su mirada bajó hacia mis labios.
―Los profesores no deberían estar tan cerca de sus alumnas ―le informé, tratando de pensar fríamente.
―No soy tu profesor y eso no te supuso ningún problema cuando has dormido en mi cama.
Me quedé en silencio, porque no podía argumentar nada contra eso.
―Hablando de ese día ―continuó―. Te despertaste luego de haber tenido un sueño. En ese momento pensé que había sido una pesadilla, porque te habías despertado agitada, sonrojada, nerviosa...
Niega todo Emma, niega todo.
―No lo recuerdo...
―Luego de que te fueras tan alterada, me puse a pensar que tal vez no había sido una pesadilla después de todo. Tal vez habías soñado con otra cosa.
―¿Cómo qué? ―fingí confusión.
―No lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? ¿Qué soñaste esa noche, Emma?
Creo que nunca me bastará contigo.
―Un poco de todo.
Arqueó una ceja.
―Algo de ese todo... ¿Tiene que ver conmigo?
Me mordí el labio, pero no respondí. La tensión que había entre nosotros era tan intensa que tenía que hacer un esfuerzo para quedarme quieta.
Nos quedamos mirándonos en silencio hasta que Jax volvió a hablar.
―Lo que has soñado, ¿te ha gustado? ―quiso saber, con la mirada fija en mis labios. Su voz sonó extraña y apreté mis rodillas.
Asentí con la cabeza lentamente. Un brillo apareció en sus ojos y sus labios rozaron mi mejilla hasta llegar a mi oreja, haciéndome estremecer. Su boca me hizo cosquillas cuando me susurró.
―La realidad puede llegar a ser mucho mejor que los sueños.
Mi corazón dio un vuelco. Estaba por cruzar una línea con Jax que no sabía a dónde nos iba llevar. Él se dio cuenta de mi reacción y se alejó sonriendo.
―Puede irse, Denovan.
Pestañeé confundida. Jax me seguía mirando con intensidad. De a poco volví a ser consciente de nuestros alrededores y de las voces que se escuchaban desde el pasillo. Me quedé mirándolo por unos segundos antes de darme vuelta. Mierda, ¿qué diablos acababa de pasar?
Agarré la manija de la puerta para darle un tirón, pero ésta no cedió.
―El seguro, Emma ―me recordó Jax.
Cerré los ojos con fuerza y mascullé un insulto hacia Jax quien largó una carcajada. Quité el seguro y salí del aula.
Por la tarde, había quedado con Ethan para estudiar. Nos encontrábamos en una de las salas de la biblioteca donde estaba permitido hablar. Muchos estudiantes se juntaban allí para realizar trabajos grupales (algo que odiaba) e intercambiar ideas.
Estábamos en una mesa compartida, pero por suerte, no había nadie más sentado allí, así que teníamos todo el espacio para poner nuestros libros y apuntes.
―¿Me prestas un resaltador? ―me preguntó Ethan, alzando la vista de sus fotocopias.
Saqué un resaltador naranja de mi cartuchera y se lo entregué.
―Pero no me lo robes ―le advertí.
―Yo no hago esas cosas.
―Esa lapicera es de Maddie ―le dije, señalando la lapicera que tenía en la mano.
―Se la devolveré...
―Lo que digas.
―Hey ―Volvió a hablar Ethan luego de unos minutos― ¿Tú conoces la historia de Picasso y Dora Maar?
Sonreí. No era la primera vez que Ethan me preguntaba sobre historias románticas de artistas. Era un fanático de esas historias. Le encantaba investigar la vida de los pintores y a mí me encantaba aprender sobre ello. Éramos como unos chismosos de la vida de los artistas difuntos.
Hice memoria. Algo había leído tiempo atrás.
―Sé que Dora Maar ha sido una de las amantes de Picasso, que él se había vuelto loco por su inteligencia y su belleza cuando la conoció. Fue su musa por mucho tiempo, pero, la historia no terminaba bien, ¿no?
―No. Picasso la hizo sufrir muchísimo, solía retratarla con expresión triste, con lágrimas en los ojos. Luego, Picasso se aburrió de ella y la sustituyó por otra artista. Pensaba que Dora Maar era una persona desequilibrada. Picasso la maltrató tanto física como mentalmente. Acabó ingresada en un psiquiátrico, luego desapareció del mundo y se recluyó en su casa hasta su muerte.
Lo miré boquiabierta.
―Qué historia tan triste ―musité―. Me recuerda a la de Rodín y... ay, no recuerdo el nombre de ella.
―¿Camille Claudel?
―¡Sí! Entró como aprendiz en su taller y se enamoró de su maestro. Él vio el talento que tenía y creó un taller solo para ella. A medida que pasó el tiempo, él comenzó a sentir celos de su potencial. No quería que ella creciera y fuera mejor que él.
―Nunca la dejó salir adelante ―asintió―. Camille pasó sus últimos años de vida en un psiquiátrico.
―Qué trágico ―comenté, apenada.
―Aun así, las historias trágicas son las mejores.
Fruncí la nariz.
―No estoy de acuerdo ―protesté―. Prefiero que terminen bien.
―Te llevarás grandes desilusiones si esperas eso de todas las historias.
Sentía que estaba hablando por experiencia propia.
―Sí, pero supongo que me repondré.
Él no dijo nada más y continuamos estudiando en silencio. Luego de unos minutos, llegó Maddie y tomó asiento al lado de Ethan.
―¿No odian cuando menosprecian su carrera? ―preguntó, hundiendo las cejas.
―¿Alguien menospreció tu carrera? ―quise saber.
Mi voz sonaba ofendida, porque sabía cuál iba a ser su respuesta y no podía evitar enojarme. Yo misma lo había vivido más de una vez cuando decía que estudiaba Arte, la mayoría de las veces obtenía respuestas como: "Te morirás de hambre", "¿Y eso para que te sirve?", "Eres demasiado inteligente para estudiar algo así", todas en un tono condescendiente. Odiaba cuando las personas juzgaban las carreras de los demás, fuera cual fuera, como si alguna no fuera digna de ser estudiada.
Afortunadamente, nunca lo había escuchado de nadie de mi entorno cercano y me encogí al pensar en Jax y su padre.
―Algunos amigos ―contestó en voz baja.
―Maddie, las personas que suelen decir eso es porque prefieren ir a lo seguro antes de perseguir lo que realmente quieren ―le dijo Ethan.
―Lo sé, pero odio que piensen que una profesión es menos que otra. Estoy harta de que me subestimen.
―Mira, si realmente fueran tus amigos no menospreciarían algo que tanto te gusta, algo que estudias con tanto esfuerzo y posiblemente te dediques en un futuro ―comenté.
Maddie asintió.
―Lo sé, pero aun así es difícil que no me afecte. No cuando estoy trabajando tan duro en una carrera que me cuesta tanto, para luego escuchar a los demás decir: "Eso es demasiado fácil".
―Siempre habrá gente que te quiera tirar abajo ―continué―, pero tú tienes que pensar en ti. ¿Estás feliz con tu carrera? Más allá de lo difícil que sea, más allá de lo mucho que te cueste, ¿estás conforme?
―Sí ―respondió con seguridad.
―Entonces trata de no pensar en los comentarios negativos, porque al final del día tú estás haciendo lo que te gusta, construyendo tu futuro y la otra persona solo está criticando.
―Concuerdo con la pequeña Adele―opinó Ethan y yo lo miré mal.
―Gracias, chicos ―nos dijo, tratando de sonreír, pero se notaba que seguía de mal humor― ¿De qué hablaban antes de que llegara yo con mis penas?
―De historias de amor entre artistas ―respondió Ethan― ¿Quieres compartir alguna?
―Mmm, ¿Leonardo Da Vinci y Miguel Ángel? ―sugirió.
―¡Ellos no estaban juntos! ―protesté, riendo.
―¿Cómo lo sabes? ―preguntó, encarando una ceja― Dicen que Leonardo Da Vinci era homosexual.
―Lo sé, pero Miguel Ángel y él se odiaban ―contracté― Eso se sabe.
―¿De qué hablan? ―dijo una voz detrás de mí, haciendo que me sobresaltara.
Jax se sentó al lado mío observándome con interés y yo solo pude quedarme allí, mirándolo.
―Del amor entre profesores y alumnos ―contestó Ethan, sonriéndome.
Casi me atraganto con la lapicera que estaba mordiendo, un hábito que tenía desde pequeña.
―De historias de amor entre artistas ―corregí.
―A Maddie le gusta pensar que Da Vinci y Miguel Ángel estaban juntos ―le contó Ethan.
―¿Shippeas a Leonardo Da Vinci y a Miguel Ángel? ―preguntó Jax mirando a Maddie con diversión y yo no pude evitar sonreír al ver que usó el término "shippear".
―¿Por qué no? Hubiesen hecho muy buena pareja.
―¿Tú conoces alguna otra historia? ―le preguntó Ethan― Y que sea real, por favor.
Jax se encogió de hombros.
―Conozco un par, pero creo que lo más curioso de esas historias de amor entre aprendices y profesores es que ellos se suelen enamorar del arte del otro y de lo que sus almas expresan, no del aspecto físico ―dijo Jax, descansando su brazo en el respaldo de mi silla.
―Uf, ya te pusiste profundo ―se quejó Ethan.
Jax rio.
―Bueno, un dato que puede interesarte, Ethan, es que muchos artistas se enamoraron de sus musas al retratarlas.
―Esto sí que es interesante ―concordó Ethan―. Probablemente todo cambia cuando las retratan desnudas, ¿tú lo harías? ―le preguntó a Jax.
Dios mío, ¿en qué momento había pasado de prestar resaltadores a querer saber si a Jax le gustaría pintarme a mí desnuda? Digo, a pintar a personas desnudas.
―¿Por qué no? Creo que sería un gran reto como artista y siempre es bueno salir de la zona de confort. ¿Tú qué dices, Emma?
Fruncí el ceño.
―¿Posar desnuda? Ni loca, sería muy vergonzoso e incómodo.
Me callé al ver que todos me miraban sorprendidos.
―Creo que Jax se refería a si tu pintarías alguna persona desnuda ―me dijo Maddie, sonriendo.
Tragué saliva al darme cuenta de mi error.
―Ah... eh... yo, no, como decía, sería muy incómodo para mí.
―Tal vez no lo sea, eso no lo sabes ―replicó Jax.
―Claro que lo sé. No hace falta que lo haya vivido para que sepa de antemano que sería una situación embarazosa ―me defendí.
―Bueno, pero algunas situaciones incómodas valen la pena ―insistió.
―La mayoría no lo valen ―repliqué.
―Esperen, me perdí ―nos interrumpió Ethan― ¿Seguimos hablando de lo del desnudo o esto ya se convirtió en algo personal?
―Seguimos hablando de los desnudos ―me apresuré a afirmar.
―Emma, ¿estás bien? ―me preguntó Maddie, frunciendo el ceño.
Mierda. Seguro me había puesto roja.
―Sí, ¿por qué no lo estaría?
―¿Por la luna en Sagitario tal vez? ―inquirió Jax.
―Tal vez ―musité, bajando la cabeza para que no vieran mi rostro ardiendo.
―Hey, ¿esa no es mi lapicera? ―exclamó Maddie enojada, sacándole la lapicera de la mano a Ethan.
Jax aprovechó la repentina discusión entre ellos para acercarse más a mí.
―Te estaba buscando. Alisha nos ha invitado a una maratón de Grey's Anatomy esta noche. ¿Te gustaría ir?
Sonreí ante la idea.
―Claro ―contesté―, pero no te hubieses molestado en buscarme. Me podrías haber mandado un mensaje.
Él se encogió de hombros, despreocupado.
―Prefería verte.
Todavía sentía tensión al estar cerca de Jax, una tensión que había comenzado la noche que había dormido en su cama y se negaba a irse. Todavía seguía procesando el momento que habíamos tenido en el aula. Una parte de mí lo odiaba por haber frenado lo que sea que estuviera pasando, pero la otra estaba agradecida. Era mejor así.
Yo trataba de actuar con normalidad, aunque sabía que Jax era consciente de mi cambio de actitud. No sabía qué se le pasaba a él por la cabeza, pero yo me negaba a decir nada al respecto.
―¡Emma! ―me saludó Alisha, al entrar a su casa― Qué bueno que has podido venir.
―Hey, yo también he podido venir ―se quejó Jax detrás de mí.
―Hola, Jax ―lo saludó Alisha con mucho menos entusiasmo.
Lexi apareció en nuestro campo de visión con un perro en brazos. Recordé que Alisha había contado que ellas habían adoptado a un perrito hacía unos meses y todavía estaban tratando de que no les destrozara el departamento. Era un perro pequeño, con pelaje marrón y manchas blancas. No paraba de moverse en los brazos Lexi.
―¿Cómo se llama? ―pregunté.
―Frosty ―respondió Lexi.
―¿Krusty? ¿Como el payaso de Los Simpson? ―pregunté, sin entender.
―No, Frosty ―volvió a decir ella―. Como frosted de "Frosted Flakes", que es la marca de cereales que estábamos buscando cuando nos conocimos con Alisha.
―Ahhh. Vaya, ustedes sí que se las ingeniaron con el nombre. Yo sólo le hubiese puesto "pelusa", sin tanta creatividad ―me sinceré.
―¿Escuchaste Frosty? ―le habló Jax al perro― Ya no tienes un nombre de una marca internacional, te han rebajado a "pelusa".
―Hey, pelusa no es un nombre malo ―me quejé―. Así se llamaba el perro de mi abuela.
Jax rio y puso sus manos en mis hombros, guiándome hacia la sala de estar. En el centro de la sala había una mesa donde las chicas habían preparado algunos platos con comida, desde palomitas de maíz hasta pizza. Alrededor había dos sillones de color verde musgo, ambos enfrentados a la televisión. Jax y yo nos sentamos en un sillón, y Lexi y Alisha en el otro.
―Sé que el menú es variado ―dijo Alisha―, pero queríamos que tuvieran opciones para elegir. Cuidado con Frosty que roba comida.
Les agradecí con una sonrisa, sin poder creer que se hubieran preocupado tanto en hacer todo esto para nosotros. Sentí una calidez en el pecho, me alegraba de haber venido.
Mi estómago rugió de hambre y comencé atacando las palomitas. Procuré alejar el plato de Frosty que no paraba de saltar a nuestro alrededor. Comimos y hablamos por un rato. Realmente me sentía a gusto con ellas, no pensaba demasiado en qué decir o cómo comportarme. Jax también parecía relajado, hasta me atrevía a decir que más relajado de lo habitual. No me había dado cuenta hasta ese momento que Jax solía estar tenso, aunque fueran por cortos lapsos de tiempo, a veces lo podía notar rígido o inquieto.
Nos pusimos de acuerdo en ver un capítulo de la tercera temporada de Grey's Anatomy, a pesar de las protestas de Jax de que quería ver el primero ya que nunca había visto la serie. En consecuencia, tuvimos que soportar sus miles de preguntas acerca de los personajes.
―¿Ese es malo? ―preguntó señalando al Dr. Derek Sheperd, uno de los personajes principales.
―¡Claro que no! ―dijimos las tres al unísono.
―¿Esos dos están juntos?
―No, pero pronto lo estarán.
―¡Esos están haciéndolo en el propio hospital!
―Sip.
Luego de mirar cuatro capítulos seguidos la conclusión de Jax fue:
―En esta serie se mueren todos. ¡Quiero ver otro capítulo!
Yo bostecé. Ya sentía los párpados pesados, pero no podía decirle que no a otro capítulo. Cambié de posición mientras Alisha se levantaba para poner otro capítulo.
―Puedes recostarte si quieres ―murmuró Jax.
Lo miré y él me señaló su regazo como invitándome. Tuve que obligarme a no malpensarlo. Asentí y puse un almohadón en el regazo de Jax. Me recosté en el sillón, apoyando mi cabeza en la almohada.
Habían pasado diez minutos del capítulo cuando Jax comenzó a acariciarme el cabello. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y supe que esa iba a ser mi perdición: no pude evitar cerrar los ojos ante la agradable sensación de sus largos dedos enredados en mi cabello.
Cuando abrí los ojos, la pantalla de la televisión ya estaba apagada. Volví a cerrarlos. El ruido de una llamada entrante llenó la habitación y Jax masculló una maldición, mientras se estiraba para agarrar su celular.
―¡Jax! Emma está durmiendo ―se quejó Alisha en voz baja.
Yo seguía con los ojos cerrados y no tenía fuerzas para murmurar que ya me había despertado, así que no dije nada.
―Lo sé, lo sé. Ya lo puse en silencio.
―¿Quién te llama a esta hora?
―Mi padre.
La habitación se quedó en silencio por un momento.
―¿Qué quiere? ―preguntó Alisha, sonaba enojada― ¿Sigue insistiendo con que hagas algo productivo de tu vida?
―No, ahora solo se ocupa de contarme lo bien que le va a Rose en la vida.
¿Quién diablos era Rose?
―Jax...
―Cariño, ¿me acompañas a sacar a pasear a Frosty, entonces? ―escuché decir a Lexi.
―Sí, voy contigo.
Escuché el ruido de llaves y una puerta que se cerraba. Supuse que Jax estaba utilizando el celular, tal vez hablando con su padre.
Pero me quedé paralizada cuando la yema de su dedo hizo contacto con mi cicatriz, su dedo recorrió el largo de la cicatriz que tenía en la mejilla izquierda, y podría jurar que yo ya no estaba respirando. Nunca, nadie, me había tocado la cicatriz, y era una sensación tan extraña para mí que no sabía qué sentir. Esa herida siempre era un recordatorio de la muerte de mi hermana y la mayoría de las veces sentía repulsión al tocarla.
―Jodidamente hermosa ―susurró Jax.
Lo dijo en voz tan baja que no lo hubiese podido escuchar si no fuera porque estaba tan cerca de él.
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