Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XVI. Luca

Con los ojos cerrados, Luca tomó aire y dejó que la música lo arrastrara consigo. No podía decirse que él fuera un gran fanático del ballet —irónico si tenían en cuenta que estaba destinado a dirigir un teatro—, pero sí que se consideraba un experto en lo que a reconocer el arte se refería. Al fin y al cabo, el arte no dejaba de ser un reflejo de lo que las personas guardaban en su interior.

Llevaba semanas acudiendo a los ensayos de la obra de su tío. Aunque al principio Lara era su único motivo para pasar mañanas enteras en el Isabel I, no había tardado en darse cuenta de lo mucho que disfrutaba al ver la evolución del resto de bailarines. Sus cuerpos flotantes en el escenario y sus expresiones de pura felicidad eran lo único que necesitaba Luca para quedarse.

La música se detuvo y el aura de tranquilidad que envolvía al italiano se disipó con la misma rapidez. Sus párpados se abrieron poco a poco, perezosos. Tardó unos cuantos segundos en volver a asentar la vista al ambiente luminoso del teatro: tapizados rojos y dorados o focos que destacaban las figuras de los bailarines sobre el escenario. Si no fuera por el crujir del suelo al caminar, Luca nunca habría sido capaz de adivinar que aquella maravilla arquitectónica era, en su mayoría, de madera. Sus ojos terminaron de enfocar justo a tiempo para presenciar cómo Julie, la coreógrafa de su tío, daba indicaciones a Alice Collingwood, que asentía con la espalda recta y los brazos a la espalda.

Alice Collingwood. Lara le había comentado que tenía una hermana mayor que causaba sensación allá donde iba, pero Luca se negaba a creer que la belleza de esa mujer superara al magnetismo que tenía Alice a la hora de bailar. La admiraba por ser capaz de complementar el arte de la música con el de su cuerpo, aunque, después de haber intercambiado un par de palabras con ella, estaba claro que no era una persona muy agradable.

Parecía trabajadora y obstinada, dos características que no casaban bien con la personalidad despreocupada de Luca. No tenía claro que pudieran llevarse bien, por mucho que la bailarina hubiera tenido el detalle de contratar a Lara, la que no había tardado en convertirse en la mejor amiga de Luca en Londres. La misma Lara que observaba la escena a su lado, sin pronunciar palabra y guardando una pequeña distancia de seguridad entre ambos. Luca no se lo tomaba como algo personal.

Todos sus recelos hacia Alice desaparecieron en cuanto la orquesta retomó su trabajo. La imagen del cuerpo de la bailarina moviéndose al son de la música era capaz de eliminar cualquier sentimiento negativo hacia ella. No hacía falta pensarlo mucho para darse cuenta de que, aparte de su amistad con Lara y la relación con su tío, Alice Collingwood era el otro motivo por el que no le disgustaba no haberse perdido ni un ensayo de la obra.

Esbozó una media sonrisa y concluyó que sentía un poco de envidia hacia ella. A veces, le daba por pensar que le habría gustado ser artista de algún tipo, ser alguien más allá de un actor secundario. Lo único que llamaba la atención de él era la cicatriz que le recorría media cara, y eso ni siquiera era un recuerdo bonito. De todas formas, con el tiempo había aprendido a conformarse con el mundo del teatro, las luces y la escenografía. Se adecuaba bastante a su personalidad el ser un observador desde las sombras, la mano invisible detrás del arte.

Alice Collingwood bajó del escenario un segundo, momento que Luca aprovechó para girar la cabeza hacia su derecha.

—¿Qué opinas? ¿No es una...?

Se detuvo de golpe. No tenía mucho sentido mantener una conversación con el aire. ¿En qué momento Lara se había marchado de su lado? Dio una vuelta sobre sí mismo para cerciorarse de que sus ojos no lo engañaban: Lara había desaparecido por completo de su campo de visión. Maldijo por lo bajo. Aquella mañana la había notado más callada que de costumbre, pero estaba tan ensimismado con los ensayos que no se le había pasado por la cabeza preguntar si ocurría algo. Era un amigo horrible.

Respiró hondo y volvió a centrarse en lo que importaba. No podía culpar a Lara por huir; era él quien se había empeñado en rescatarla de sí misma igual que lo hacía con todo el mundo.

Los bailarines le echaron una mirada de reojo cuando subió al escenario y se escabulló entre las cajas en busca de su amiga. Conociéndola, solo había un sitio donde podía estar. A paso rápido, bajó las escaleras que conducían a los vestuarios femeninos, tras cuyas puertas se escuchaba un leve sollozo. Luca contuvo la respiración y golpeó sus nudillos contra la madera de la puerta con tanta delicadeza como fue capaz.

—¿Lara? —preguntó—. ¿Estás ahí?

El llanto se detuvo súbitamente. Luca acercó la oreja a la puerta, obteniendo como respuesta un grito que hizo que tuviera que apartarla al instante.

—¡Déjame!

Luca pegó un respingo. Nunca se habría imaginado que alguien tan menudo como Lara tuviera esa capacidad pulmonar. Intentó abrir la puerta del vestuario, pero ella la estaba sujetando desde dentro. Forcejearon un poco hasta que él se rindió y tuvo que apoyarse contra la madera y dejarse caer al suelo.

—Lara, por favor, ábreme la puerta —suplicó el italiano, sin respuesta—. Sé que esto es un vestuario de chicas, pero...

—¡Vete, por favor! ¡Déjame en paz!

La voz de su amiga sonaba desesperada, lo que hizo que Luca se llevara las manos a la cabeza para masajearse las sienes. Aquello iba a ser más complicado de lo que pensaba. Se abrazó las piernas. Quería enfadarse, irse. Sabía que él no se merecía eso. Pero lo peor de todo no era sentirse inservible, sino saber qué era lo que estaba pensando Lara, saber que no entraría en razón hasta que se diera cuenta de que no podía seguir evitando aquella conversación más tiempo. De repente, tuvo una idea. Cuando volvió a levantar la cabeza, tenía una nueva sonrisa agotada en los labios.

—Cuando era pequeño me gustaba creer que sabía más que los demás —comenzó a decir, como si no hablara a nadie en particular—. Era más listo que el resto de niños del colegio y por eso creía que sabía más que nadie. Era presumido, un imbécil. Mis compañeros de clase me respetaban, de todas formas. Yo creo que me tenían algo de miedo.

Hizo una pequeña pausa por si acaso Lara decidía contestar, aunque no obtuvo más que silencio desde el otro lado de la puerta. «¿Qué estás haciendo, Luca?», se preguntó. Aclaró la garganta y continuó:

—Con cinco años, ya leía y escribía mejor que todos los niños de la escuela, en italiano y en inglés. —Rio—. Empecé a fingir delante de todos que sabía más que los profesores, aunque no fuera verdad. Llegado un punto, creo que yo mismo empecé a creérmelo. Sí, era un idiota. Ya está, ya puedes reírte de mí si quieres.

Sin embargo, ningún sonido llegó a través de la puerta. Luca tragó saliva y cerró los ojos, tal y como había hecho unos minutos antes mientras escuchaba la música. Aquello era una idea terrible y, aun así, sabía que no sería capaz de callarse hasta saber que su amiga entendiera que no era la única que había sufrido en silencio. Tomó aire a la vez que retomaba su historia:

—Todas las mañanas, antes de ir a clase, ayudaba a mi padre con la panadería. Por aquel entonces, yo no quería heredar el negocio de mi tío porque se me hacía aburrido. En cambio, me encantaba ver el pan hornearse, me encantaba el olor a bollos recién hechos y me encantaba decorar las galletas. Mi padre me prometió que algún día sería yo quien ocupara su lugar y, como forma de mostrarme que su promesa iba en serio me levantaba todos los días a las cinco para que le ayudara a hornear el pan. Yo en realidad no hacía nada, claro está, pero me sentía mayor, superior al resto de niños de mi edad.

»Un día cuando yo tenía siete años, llegó una niña nueva a clase. Tengo la imagen de sus coletitas con cintas rojas a juego con el uniforme grabada en mi cabeza, aunque soy incapaz de recordar su cara. Se llamaba Fiorella, creo, o Filippa. No me acuerdo, pero eso es lo de menos. El caso es que aquel día, cuando la profesora nos preguntó por el temario que estábamos dando, yo no fui el primero en levantar la mano. Y aquello me sentó fatal, ¿sabes? Como una patada en el culo.

»Fiorella era inteligente, mucho más que yo. Y yo, bueno, no pude soportarlo. Tal vez ella fuera más lista, pero yo no era idiota, así que intenté hacerme su amigo para conocer de cerca sus puntos débiles. Sin embargo, al intentar acercarme, lo único que recibí por su parte fue desprecio. Me miraba por encima del hombro. Nunca nadie me había mirado como si fuera inferior. Nunca me había dado cuenta de lo mal que sentaba.

»Pasó una semana en la que Fiorella no hacía más que superarme en todo lo que se proponía. Aparte de inglés e italiano, hablaba con fluidez francés y español. Sus padres eran diplomáticos y había estado en lugares que yo ni siquiera podía imagina. Y durante todo este tiempo, no se me quitaba de la cabeza su forma de tratarme, como si fuera un niño pequeño. Al día siguiente llevé una barra de pan de las que hacía con mi padre a clase y dije que era obra mía, que trabajaba como los adultos, pero lo único que recibí fueron burlas

»Esa noche, no dormí. Me quedé despierto, esperando a que no hubiera ruido en la habitación de mis padres para bajar a la panadería y hornear yo mismo el pan. Tenía que practicar si quería invitar a mis compañeros a casa para que vieran que yo solito era capaz de hacer lo mismo que un adulto. Hice la masa y encendí el horno como había visto hacer a mi padre mil veces.

»De aquella noche, es todo lo que recuerdo.

»Lo siguiente que sé es que desperté en el hospital. Había tenido suerte, me dijeron los médicos. Si no hubiese sido porque mi madre se levantó a por un vaso de agua justo cuando las llamas saltaron hacia mí, tal vez habría muerto aquella noche. Apenas me quedaron secuelas de las quemaduras, solo estas cicatrices en la cara. A mí me parece que me dan un aspecto varonil, ¿no crees? —Escuchó un golpe sordo a sus espaldas —. ¡Auch!

—Perdón.

Luca se apartó un poco de la puerta para dejar pasar a Lara, que al intentar abrirla se la había clavado en la espalda. El rostro rojo e hinchado de su amiga contrastaba con la sonrisa de Luca. Por dentro, sus sentimientos se asemejaban más a los de ella, pero lo último que quería era contagiarle más tristeza. Le sorprendía haber sido capaz de decir todo aquello sin romperse. Le sorprendía haber sido capaz de rememorar todo aquello, a secas. Su sonrisa se transformó en una mueca.

—Nunca se lo había contado a nadie —comentó.

Lara se sentó a su lado con las piernas cruzadas y apoyó la cabeza en su hombro. Con un hilo de voz, fue capaz de murmurar:

—¿Y qué pasó después?

Luca intentó esbozar una sonrisa que acabó convirtiéndose en una mueca.

—Los niños del colegio se reían de mí. Me rehuían. Creo que no era tanto porque de la noche a la mañana me hubiera convertido en un niño feo, sino más bien porque habían encontrado la manera de neutralizar al bully. —Se encogió de hombros—. Me estaban devolviendo todo lo que yo les había hecho a lo largo de los años, no sé. Da igual, ¿vale? No sé por qué te he contado esto.

De repente, sintió algo tocándole el brazo y lo apartó sin pensárselo dos veces antes de darse cuenta de que era la mano de Lara buscando la suya. El calor se le subió a las mejillas y, más tarde, también le envolvió la mano cuando aceptó la de su amiga. Le dio un apretón y tragó saliva. Quería llorar, pero no podía, no si quería consolar a Lara.

Durante un rato, lo único que escucharon fue el ruido calmado de sus respiraciones hasta que Luca se atrevió a romper la falsa tranquilidad que había entre ambos.

—Pasé mucho tiempo enfadado, ¿sabes? —añadió mientras jugueteaba con los dedos de la bailarina—. Odiaba a todo el mundo. A mi padre, a los niños de clase, a mí mismo. Incluso cuando Fiorella se acercó a mí e intentó ser mi amiga yo la rechacé. La culpaba de todo. Más tarde, empecé a ser consciente de todo lo que había hecho en el pasado y me di cuenta de que la culpa era mía y solo mía.

Luca se giró hacia su amiga en un movimiento brusco que la sobresaltó.

—No tuve una infancia feliz, Lara. Y lo peor es que fue por mi culpa.

Ella le soltó la mano y sintió un repentino frío invadirle no solo el brazo sino todas las extremidades. Su amiga se encogió sobre sí misma, abrazándose las piernas y tensando la espalda. Se estaba protegiendo de alguien o de algo y a Luca le aterraba que ese alguien pudiera ser él. No se había abierto ante ella para nada. Quería ayudarla.

—¿Por qué me cuentas todo esto, Luca?

No lo sabía. ¿O es que no había escuchado lo que acababa de decirle? Tuvo la tentación de rehuirla, pero acabó agarrándola con cuidado del hombro para girarla hacia él.

—Lara, te crees que no me doy cuenta, pero sé lo que es odiarse a uno mismo. No hace falta que me cuentes nada, si no quieres, pero por favor, no dejes que ese sentimiento defina quién eres.

Fuera de conseguir que su amiga se soltase, las palabras de Luca hicieron que Lara atrajera sus piernas más hacia sí.

—¿Era ese el secreto que tenías que contarme?

Luca colocó las manos en su nuca y se repantingó con su habitual sonrisa burlona pintada en el rostro. El ambiente se había destensado y ya no tenía razones para volver a quitarse la coraza.

—No —se limitó a contestar. Lara tendría que esforzarse un poco más para descubrir su secreto.

Su amiga le dedicó una mirada iracunda antes de pegarle un puñetazo en el hombro y él no tuvo más remedio que soltar una carcajada mientras volvía a atrapar la mano de Lara con la suya. Sus ojos encontraron los de ella y volvió a dedicarle una sonrisa que la española no tardó en devolverle con timidez.

—Luca...

—¿Sí?

Lara bajó la mirada, huidiza de nuevo. Echó un ligero vistazo por encima del hombro y, tras asegurarse de que no había nadie alrededor que pudiera interrumpirlos, apoyó la cabeza sobre el hombro de Luca. Unos segundos después, comenzó a hablar.

Luca escuchó a su amiga sin interrumpir una sola vez, tal y como había hecho ella con él. Lo descubrió todo sobre su infancia: su padre, la casa de acogida y un misterioso chico de ojos azules. Descubrió cómo las cosas habían terminado por torcerse mucho más de lo que alguien como Lara se merecía.

Y ahora ella estaba segura de que ese chico estaba en Londres, buscando su venganza.

Cuando la española terminó su historia, Luca se mantuvo en silencio durante unos segundos hasta que por fin declaró:

—No estuvo bien lo que hiciste. Eso ya lo sabes, ¿no?

Lara hizo un gesto de asentimiento, con el rostro aún húmedo.

—Lo siento.

Luca sacudió la cabeza.

—A mí no tienes que pedirme perdón, Lara. Yo no te voy a juzgar, pero tal vez deberías ver esto como una oportunidad para dejar el pasado atrás. A lo mejor si te encuentras con él puedes disculparte. Ya sé que no sirve de mucho, pero...

Luca se detuvo ante la negativa de su amiga.

—Ya lo has escuchado, Luca. Me lo juró —aseguró ella—. Juró que me mataría cuando me volviera a ver.

El chico esbozó una media sonrisa.

—¿Y tú crees que de verdad, con lo que me has contado, él querría matarte? ¿No te parece un poco loco teniendo en cuenta que nunca fue un chico agresivo?

Lara se encogió sobre sí misma y Luca le pasó un brazo por encima del hombro. Después, la atrajo hacia sí y ella se dejó abrazar.

—Yo... no lo sé. Pero es que me da miedo que esté aquí. Y no saber qué tienen que ver los Collingwood con todo esto y... ¿Luca?

El italiano dio un último abrazo a su amiga y se puso en pie. Ella entreabrió la boca para hablar, pero él la interrumpió antes de que pudiera decir nada.

—Dame un segundo. Acabo de tener una idea.

Si, como Lara acababa de contarle, Delilah Collingwood tenía algún tipo de relación con ese chico de su pasado, Alice Collingwood era tan buen cabo suelto como cualquier otro para empezar a investigar.

No dio tiempo a Lara a intentar detenerlo. Le echó un vistazo a su reloj mientras caminaba en dirección a donde sabía que se encontraría su presa. Si los cálculos no le fallaban, hacía quince minutos que habían terminado los ensayos de forma oficial, pero conociendo a Alice estaba claro que ella todavía seguiría practicando. Pasados un par de minutos, alcanzó la puerta de entrada al escenario y divisó el moño rubio que estaba buscando, su dueña caminando con diligencia hacia la puerta.

—¡Espera! ¡Alice! ¡Por favor, un momento!

Ella no dio muestras de haberle escuchado y Luca no tuvo más remedio que correr en su dirección. Tocó su hombro para llamar su atención y al fin pudo detenerse a tomar aire. Mientras se recuperaba, la chica se giró sobre sus talones con el ceño fruncido y una mueca en los labios.

—¿Qué es lo que quieres, italiano?

En sus labios, aquel apelativo sonaba como un insulto. Era sorprendente cómo cualquier cosa en los labios de Alice Collingwood tenía el poder de parecer obscena, aunque Luca estaba segura de que aquella no era la intención de la bailarina. Una vez hubo recuperado el aliento, Luca fue capaz de replicarle:

—Llevo... un buen rato buscándote. Quería hablar contigo.

Todo aquello era mentira, desde luego, pero estaba mintiendo por una buena causa. Se sentía eufórico, expectante por lo que estaba a punto de hacer.

—¿Y? ¿Qué es lo que quieres? No tengo tiempo para esto.

—Nunca llegué a felicitarte por conseguir el papel de Clara.

Ahí estaba, la sorpresa que él esperaba. Alice estaba tratando de ocultarla, pero no podía disimular el brillo de sus ojos ni la desaparición repentina de toda tensión en su rostro. A Luca se le daba bien analizar a las personas, y sabía que la mejor manera de abordar a Alice Collingwood era a través de su orgullo.

—¿Me estabas buscando solo para decirme eso?

El tembleque de su voz hacía que su escepticismo sonara falso. Luca casi podía sentir su corazón latir de alegría ante el cumplido.

—Bueno, es que llevo unos días viéndote bailar, y la verdad es que lo haces bastante bien.

Alice era de ese tipo de personas minuciosas, que se fijan en los detalles. Seguro que se había percatado de su presencia en los ensayos.

—Lo hago más que bien, italiano. Aspiro a la perfección.

Luca soltó una pequeña risa.

—Lo sé, lo sé. Y no te queda mucho para conseguirlo.

El chico esperó a que ella retomara la conversación. Sin embargo, lo único que hizo fue mirarlo con sus ojos azules entrecerrados. Alice era orgullosa, pero Luca sabía que eso no la hacía más estúpida. Sospechaba que él se traía algo entre manos, y no le faltaba razón. En cuanto el silencio entre ambos se hizo demasiado largo, Luca se decidió a romperlo.

—También te buscaba para proponerte algo.

Esta vez, Alice no intentó disimular su sorpresa, sino que enarcó las cejas en su dirección.

—¿Y bien?

—¿Te gustaría salir a tomar algo conmigo? ¿Mañana sábado? ¿A las cuatro? No creo que tengas nada que hacer, ¿no? O sea, tampoco te estoy obligando. Es para ver si puedes. ¿Puedes? ¿Quieres?

Estaba claro que sus dotes de flirteo estaban algo oxidadas. Nunca le había gustado demasiado ponerlas en práctica. Al menos, consiguió causar algún tipo de efecto en Alice. Sus mejillas color blanco inglés se volvieron de un rojo intenso. Balbució un par de palabras sin sentido antes de ser capaz de pronunciar algo coherente.

—¿Me... me estás pidiendo una cita? ¿Tú? ¿A mí?

Aunque fuera por la curiosidad de Alice, Luca sabía que había ganado esa partida.

—Solo una. Te doy permiso para dejar de hablarme si no te gusta, lo prometo.

Sabía que iba a hacerlo, pero eso no hizo menos extraño que Alice Collingwood le dijera que sí.

Ay, ay. ¿Qué se traerá este Luca entre manos?

El capítulo de hoy ha sido largo e intenso. ¿Qué os ha parecido la historia de Luca? ¿Qué opináis sobre cómo se va desarrollando su relación con Lara?

Y, más importante, ¿cuál creéis que es su plan maestro para ayudar a Lara? Lo descubriremos próximamente.

¡Hasta la semana que viene!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro