IV. Maxime
En los últimos tiempos, la vida de Maxime no había hecho más que empeorar. Primero, la locura de Diane; después, la escuela al borde de la quiebra; y ahora, una alumna becada que él no había aceptado, pero que su jefa se había empeñado en dejar a su cargo. Maxime había venido de Francia con una mano delante y otra detrás, había tenido que labrarse una reputación y construir su propio camino, sin becas no merecidas. Había luchado hasta la saciedad por cumplir su sueño y no había nada que soportara menos que aquellos bailarines que no sentían lo que estaban haciendo. Como si no fuera poco el no haber pasado por su filtro para entrar a la academia, Lara Díaz pertenecía a este grupo de niñatos que se quejaban mucho y trabajaban poco.
Es por eso que, cuando Maxime acudió aquel día al trabajo antes de la hora de comienzo de su turno, la española era la última persona que esperaba encontrarse en su aula. Maxime juraría que estaba ensayando la coreografía del día anterior, pero estaba seguro de que sus ojos debían estar engañándolo, así que preguntó:
—Díaz. ¿Quién te ha dado permiso para estar aquí? ¿Qué estás haciendo?
La aludida se giró casi tan perpleja como el propio Maxime. Estaba claro que ella tampoco esperaba encontrar a nadie. Su piel morena destacaba en la sala blanquecina y Maxime no pudo evitar sentirse incómodo al verla, con sus ojos clavados en él y su pecho encogido. «Qué chica más extraña».
—Te estoy hablando, Díaz —la reprendió Maxime—. ¿Qué haces en mi aula a estas horas?
Lara rodeó su propio cuerpo con los brazos y comenzó a frotarse, como si hiciera frío. Maxime frunció el ceño. Estaba a punto de repetir sus palabras cuando, al fin, ella contestó.
—Estaba... calentando, señor Villeneuve. Y ensayando. Usted dijo que...
Que podían y debían ir antes a ensayar siempre que así lo quisieran. Era algo que él diría, aunque no recordaba haberlo mencionado. Sin embargo, por algún motivo no podía soportar la idea de que fuera esa chica quien se estuviera aprovechando de su hospitalidad.
—Hoy no hay clase —la interrumpió—. Tenemos la charla del teatro y las aulas deben permanecer cerradas. ¿Tú no vas a ir?
La chica sacudió la cabeza. Maxime se lo imaginaba. Alguien como ella, que parecía no haberse puesto una zapatilla en su vida, no tenía ninguna posibilidad de ser aceptada en una obra de aquel calibre, reservada solo para los mejores.
—No. Yo... Pensé que...
—Me da igual lo que pensaras, Larita. El caso es que tienes que irte y punto. Me da igual a dónde. Fuera.
Acompañó sus palabras con un gesto que no dejaba lugar a dudas y Díaz no tardó en ponerse en pie de un salto. Maxime enarcó una ceja y ella apartó la mirada. Bien. Que así fuera. Cuanto más lejos quisiera estar de él, mejor para todos. Maxime no tenía ni la paciencia ni el temple para soportar los llantos de una quejica incapaz de seguir su coreografía. La chica agarró sus cosas y estaba a punto de salir por la puerta cuando esta se abrió de golpe, dando paso a la figura pequeña y esquelética de Diane. La directora los miró a ambos con el ceño fruncido.
—¿Todo bien? ¿Sucede algo? —Diane nunca había sido una mujer de muchas palabras.
Maxime esbozó su mejor sonrisa, aunque estaba seguro de que más bien parecía una mueca.
—Todo bien, Diane. Díaz ya se iba, ¿verdad?
Como única respuesta, la bailarina cuadró los hombros y caminó hacia la puerta. Si Diane no se hubiera apartado, lo más probable es que hubiera acabado siendo empujada a un lado. Maxime reprimió un bufido.
—Voy... a cambiarme. Al vestuario. Sí —fue capaz de pronunciar la chica.
Acto seguido, puso un pie fuera de la clase antes de que Diane se apresurase a mencionar:
—A cambiarse para ir a la charla, imagino. ¿No es así?
Díaz miró a la directora por encima del hombro, sin llegar a girarse del todo y con la mirada perdida. Maxime estaba cada vez más confuso. No sabía qué pretendía la chica actuando de esa manera tan infantil.
—No. Yo... Lo siento.
Sacudió la cabeza y se marchó a paso rápido. Solo cuando sus pasos se hubieron perdido por el pasillo, Maxime se permitió el lujo de resoplar.
—Menuda inútil —insultó por lo bajo.
Su intención ahora era desaparecer, tal y como había hecho la chica, antes de que comenzara la charla y se requiriese su presencia, aunque Diane no parecía estar muy de acuerdo con esa decisión. La mujer lo detuvo con una simple mirada antes de que pudiera pensárselo dos veces. La odiaba. Odiaba cómo, aun después de tantos años, seguía tratándolo como a un niño.
—¿Es que no piensa usted hacer nada para convencerla? Estoy segura de que esa chica tiene mucho potencial que va a desperdiciar porque usted no es capaz de motivarla como es debido.
Maxime se llevó las manos al rostro y restregó sus ojos. Imposible. Diane Blake era imposible.
—Esa chica, como tú la llamas, es una completa negada para el baile. No ha hecho más que fastidiarme las clases desde que empezó el curso, así que no me vengas con cuentos cuando tú no te has manchado las manos teniendo que aguantarla todos los días.
Diane no mostró signos de estar ofendida más allá de una pequeña arruga en su nariz. Eso era algo que Maxime tampoco soportaba: la capacidad que tenía de ocultar sus sentimientos pasara lo que pasara.
—¿No tendrá algo que ver con sus prejuicios por no haberla elegido usted?
Diane y él se quedaron unos segundos en silencio hasta que la mujer decidió seguir atacando su paciencia.
—Voy a darle clases particulares, señor Villeneuve. Ya que no puede usted hacer su trabajo, yo lo haré para que pueda presentarse a las audiciones.
—¿Qué?
Maxime se atragantó con su propia saliva. ¿Cómo que iba a poner a Lara Díaz bajo su protección? Diane Blake había terminado de perder la cabeza, sin ninguna duda. Nada bueno podía salir de aquella relación, y la directora más que nadie debería saberlo. Se apartó de ella mientras gesticulaba con tal vez demasiado énfasis.
—Estás loca, Diane. Loca. No pienso permitir...
—¿No piensa permitirme qué? —Diane lo apuntó con un dedo acusador—. No me venga con idioteces, que soy su jefa, Maxime. Un poco más de respeto. Si tan buen profesor asegura ser, usted habría sido el primero en ayudar a la chica, a ese supuesto caso perdido.
¿Acaso estaba Diane insinuando...? ¿Cómo se atrevía? La rabia comenzó a inundarle los sentidos. El rostro le ardía de ira mientras apretaba los puños. Ni siquiera pensó en qué decir a continuación, sino que las palabras fluyeron fuera de su boca como puñales directos a la garganta de Diane.
—Pues a lo mejor lo hago, Diane. A lo mejor lo hago.
No dio tiempo a la directora de replicar. Se aproximó a la salida y se marchó de allí a paso rápido, sin tomarse la molestia de cerrar la puerta.
Solía tener una institutriz cuando era niño que le recordaba a la Diane. Antoinette, se llamaba. Era una mujer seria, pero capaz de enseñarle lo necesario. En aquel momento, sin embargo, sentía que sus roles se habían invertido y que ahora era él la anciana que debía cuidar de Miss Blake y ella se parecía a él de niño: imbécil, testarudo, descuidado. Resultaba asombroso ver cómo a veces los viejos se comportaban igual que los críos.
Si no recordaba mal, Lara Díaz había dicho que estaría en el vestuario, así que fue allí a donde se dirigió. Por suerte, ella ya estaba saliendo cuando Maxime llegó y no tuvo necesidad de irrumpir en un espacio exclusivo para mujeres.
—Díaz. Espera.
Se adelantó y la agarró con fuerza del brazo. Lo último que necesitaba era que la chica saliera huyendo. Ella se detuvo en seco y giró la cabeza para mirarlo con ojos desorbitados. Maxime sintió cómo sus músculos se tensaban bajo su agarre.
—Vas a venir a la charla, lo quieras o no.
Lara inclinó la barbilla hacia un lado.
—¿Señor...?
Cualquiera diría que a esa chica le faltaba un hervor.
—¿No crees que estás siendo egoísta al no aceptar esta oportunidad? —la chantajeó, pero ella no mostró señales de verse avergonzada, así que Maxime añadió—: He dicho que vengas conmigo. Voy a darte clases para que pases las audiciones, pero antes tienes que enterarte de qué va el asunto. Venga. Vamos.
Maxime comenzó a andar con la chica todavía sujeta, por lo que ella no tuvo más remedio que caminar a su lado. La sonrisa del profesor se ensanchó.
—Te enseñaré donde va a ser la charla.
Deshizo sus pasos a través de los corredores, con Lara tras él, y avanzó en dirección al auditorio. No paró hasta que tuvo ante él una sala amplia con varias hileras de asientos, colocados de cara a un escenario no demasiado grande. Miss Blake se había dado más prisa que ellos y ya se encontraba allí, en plena charla con Míster Tremblay, el dueño del teatro, y el resto de profesores de la escuela. Junto a ellos, un muchacho no más mayor que algunos de los alumnos de Maxime escuchaba la conversación con un gesto aburrido en su cara.
Cuando entraron y Lara cerró la puerta tras de sí con un estruendo, Diane y Tremblay no dieron señales de haberlo escuchado. El chico sin embargo se giró al instante hacia ellos. Maxime no tuvo tiempo para percatarse de su respingo antes de sorprenderse por lo extraño de su cara. Desde tan lejos era complicado verla, pero parecía de un tono distinto al del resto de su cuerpo, como si estuviera enrojecida.
—¡Señor Villeneuve!
Maxime salió de su ensoñación y dirigió su mirada a Ebenezer Tremblay, que le sonreía y le saludaba desde lo alto del escenario.
—¡Acérquense, acérquense!
Maxime se giró hacia Lara, que miraba al escenario cruzada de brazos, para susurrarle:
—Tú también, Díaz. Aprovecha la oportunidad y no seas maleducada. Más te vale no hacerme quedar mal.
Volvió a sujetarla del brazo con una sonrisa y caminaron juntos hacia el escenario. Maxime nunca había sido un hombre muy observador y, en aquel momento, no quiso ver la mirada que compartía su alumna con el chico de la cara enrojecida.
¡Cambiamos de punto de vista! Parece que Maxime no está muy contento con la presencia de Lara en la academia🙈 ¿Qué tal os ha caído su personaje?
Ahora sí, nos vemos la semana que viene con una nueva actualización. ¡Hasta entonces!
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