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Capítulo 4. Christian.

Oh, si, Cerecita... si...

Observo a Ana retorcerse en el sofá debajo de mi, acunando sus enormes y sensibles senos en sus manos por el embarazo.

—Christian... —jadea tocando ambos picos con sus dedos.

Mierda.

La sangre abandona el resto de mi cuerpo para acumularse en mi ingle, mi excitación contenida apenas por la tela de los boxers.

Es sábado en la mañana, se supone que estábamos preparándonos para salir del departamento y hacer algunas compras, pero la idea quedó descartada cuando ella salió de la habitación envuelta en una sencilla bata que apenas cubre su vientre embarazado.

—¿Christian? —gime, moviendo sus piernas debajo de mi—. Ponlo en mi boca o mételo, pero haz algo.

Doble mierda.

—Carajo, Cerecita... Esa jodida boca traviesa.

Voy a seguir su orden, pero sé lo que intenta.

La ginecóloga dijo en su última revisión que tener sexo estimula el parto, y mi esposa está cansada de esperar. Le diría que tuviera paciencia, pero ya pasó su fecha de parto por dos días.

Así que esto parece ser buena idea, y como el buen esposo que soy, contribuyo con la tarea.

Me inclino sobre ella para chupar sus pechos hinchados, perfectamente redondos y firmes. Podría venirme de solo mirarlos porque parecen cupcakes de vainilla con una hermosa cereza encima.

Mi nuevo postre favorito.

Vuelve a patalear debajo de mi, así que me acomodo en medio de sus piernas y bajo los boxers para que no me estorben. Luego la penetro.

Un gemido sale de sus labios y sus manos vuelven a acunar sus hipnóticas tetas mientras me apoyo en mis rodillas y brazos, evitando presionar a mi bebé.

Ambos jadeamos por aire sin querer detenernos, tan concentrados que me cuesta reaccionar ante el sonido extraño e inesperado.

El timbre del ascensor.

Antes de que pueda reaccionar, la puerta metálica se abre y Luke sale de él cargando una puta caja de cartón.

—Buenos d... ¡Hey! —chilla.

El imbécil se queda ahí, mirándonos desnudos en el sofá de la sala con Ana cubriendo sus pechos.

—¡Maldita sea, Luke! ¡Lárgate!

—¡Lo siento! —se ríe—. ¿Interrumpo algo?

Jodido idiota.

—¡Qué te largues, dije!

Vuelve a reír pero gira sobre sus talones para darnos la espalda. Al menos ahora no nos está mirando e imaginándose quien sabe qué cosas en su puta cabeza.

—¡Ya te escuché! Y dije que lo siento, carajo... —se acerca a la mesita junto al ascensor y pone ahí la caja—. Becca me mandó a traer unas cosas para Ana, me disculpo por la interrupción.

Se hace un incomodo silencio porque el puto Luke sigue parado en la entrada y nosotros desnudos en el sofá. Nadie se mueve.

—Me voy, tengo qué ayudar a Leila con su mudanza. —presiona el botón para que la puerta se abra.

—¡No me importa, largo! —lucho por cubrir a Ana con mi cuerpo.

Cristo, cálmate un poco Christian —las puertas se abren y entra ahí con las manos metidas en los bolsillos—. Lo último que quería ver esta mañana era tu culo pálido.

¿Mi culo pálido?

Jodido Sawyer.

—¡¿Dónde dejé mi arma?! —gruño mientras él se ríe, las puertas finalmente cerrando.

Estoy a punto de salir detrás de Luke para partirle la jodida cabeza cuando mi esposa se ríe, una gran carcajada divertida que me confunde.

—¿Nena, estás bien?

—Si, mi amor —estira sus brazos para volver a acercarme a sus labios—. La próxima vez que consideres darle a Luke el código de nuestro ascensor, quiero que recuerdes este momento.

Mierda, si. ¿En qué carajos estaba pensando? No puedo tener a mi esposa desnuda en nuestro departamento y el ascensor con libre acceso.

—Voy a poner una puta puerta, y el vigilante tendrá que... —me interrumpe, besándome.

Tan pronto como su lengua toca la mía, recuerdo que seguimos en el sofá, desnudos y con mi miembro en su lugar feliz. Sus dedos se enredan en mi cabello y acaricia suavemente.

—¿En qué estábamos? —susurra.

La sangre vuelve a acumularse justo donde la necesito para complacer a mi esposa, después me preocuparé por la maldita puerta y el jodido Sawyer.

Embisto de nuevo, bajando mi mano hasta donde nuestros cuerpos se unen para presionar su pequeño botón sensible. Si lo que dijo la doctora es cierto, necesitamos un orgasmo, muchos de ellos para ayudar al bebé.

Cuando comienza a jadear de nuevo, aumento el ritmo de las embestidas sin querer lastimarla. Observo con cuidado sus gestos, evaluando sus reacciones y sus palabras.

—¡Si! ¡Sigue! —su cadera sube para mejorar el ángulo de fricción—. ¡Christian!

Su cuerpo se tensa mientras el sonrojo cubre su rostro, su cuello y su pecho, perdida en su placer mientras continuo buscando el mío.

Estoy cerca, tan cerca...

Mi cuerpo también se tensa y mi respiración se entrecorta por el esfuerzo, algunos gruñidos guturales subiendo por mi garganta.

Me aparto con cuidado para no lastimarla con mi peso, dejándome caer en el extremo del sofá.

—¿Estás bien? —pregunto porque sigue agitada.

—Si, ayúdame a levantarme. —extiende sus brazos para que la sujete—. Tomaré una ducha rápida y podemos irnos.

—Bien.

La observo tambalearse hasta la habitación y me levanto dispuesto a seguirla, pero la caja que trajo Luke llama mi atención. ¿Qué es tan importante para interrumpir una cogida?

Me acerco, mirando primero los pequeños trajecitos y pañaleros de bebé que seguro pertenecieron a Jamie, algunos pañales diminutos y una cajita en color rosa que parece de una joyería.

—Cerecita —cargo la caja para llevarla a la habitación—. Creo que la señora Sawyer te mandó un obsequio.

Ella ya está en la ducha, así que espero a que salga. Me visto de nuevo recolectando mi ropa del piso de la sala y llevo su bata para que se la ponga.

—¿Qué es? —pregunta cuando la ayudo a sentarse en la cama, a un lado de la caja.

—Cosas.

Pone los ojos en blanco, tomando primero el estuche rosa. Sus cejas se arquean cuando lo abre, girándolo para mostrarme la tarjeta y el pequeño dije de corazón.

“Para la nueva mamá.
Lo haces genial.”

Atte. Los Sawyer

—Querrá decir: Rebecca y las niñas, dudo mucho que el idiota de Luke tuviera algo qué ver con esto.

Ana me golpea el abdomen con un gesto juguetón.

—Como sea es un gran detalle, recuérdame agradecerles más tarde.

Mierda. ¿Debería yo comprarle algo? Está teniendo a mi bebé, se merece algo enorme. Antes de que pueda sugerir una cena en el restaurante más elegante de Seattle, Ana gruñe de dolor.

—¿Qué? —me inclino para mirarla—. ¿Qué ocurre?

—Agh, contracciones... Esta vez duele —gruñe.

—Mierda, mierda, mierda, ¡El bebé! —corro al clóset para traerle una camiseta y pantalones de chandal cómodos—. Olvídate de todo, Cerecita, creo que este bebé está listo para salir.

—Al fin... —otro gruñido.

—Vamos nena, —la ayudo a levantarse, vestirse y dirigirse al ascensor.

—Esto es tardado, Christian. Tenemos tiempo. ¿Llevas las llaves? ¿Y el móvil?

—Si.

Creo.

Presiono el botón del ascensor, pero Ana me detiene.

—Trae el bolso que preparé del clóset, y por Dios, ponte zapatos.

Mierda.

La dejo ahí mientras corro de vuelta a la habitación por lo que pidió, los zapatos y un suéter para cubrirla.

Calma Grey, puedes manejar esto, eres policía. Estás entrenado para actuar bajo presión.

Ana vuelve a gruñir cuando bajamos en el ascensor y caminamos hasta el auto.

—Respira, Nena, estaremos ahí pronto —el dolor debe ser intenso porque comienza a sudar—. Dame 5 minutos.

La ayudo a ponerse el cinturón de seguridad y me lanzo lo más rápido que puedo al puesto del conductor.

—No conduzcas como un desquiciado —me regaña—. Tenemos suficiente tiempo, pasarán horas antes de que tengan la suficiente intensidad y frecuencia como para dar a luz.

¿Horas? ¿Dijo horas?

Debe ser una jodida broma.

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