6- Hay veces que no sé si exprimir el sol para sentir calor
La misión de Kohaku e Inuyasha se había alargado un poco, ya tenían tres pero les hacía falta una para que pudieran ir todos, la última perla la tenían dos criaturas que siempre se la pasaban peleando por cualquier cosa; Inuyasha saltó del pequeño acantilado y caminó lentamente por la llanura, escenario de los continuos enfrentamientos de las dos criaturas beligerantes.
Tenían forma de un ogro gigante que pasaba los tres metros de altura, uno de ellos tenía la piel de color azul oscuro mientras que enemigo era de un tono más bien verdoso oscuro. El hanyō caminaba sin confiarse de sus habilidades hasta donde estaba la perla arcoíris de color morado, inmediatamente el ogro de color azul se lanzó contra el hanyō y de un sólo movimiento de colmillo de acero fue rebanado en dos.
—Asombroso — habló Myoga desde el hombro de Kohaku —el amo Inuyasha se ha vuelto más fuerte.
Kohaku vio otro reflejo del sol entre algunas rocas así que se acercó para investigar y descubrió que era otra perla arcoíris pero esta era de color naranja, se notaba contento al chico pero en el proceso el ogro de piel verde quiso atacar al joven exterminador quien no se amilanó y estuvo listo para la batalla e Inuyasha sabía que estaba en peligro el hermano de Sango.
—Me estorbas — gritó el peliblanco —¡Luna infernal!
El ataque que lanzó absorbió al otro ogro hasta el mismo Inframundo, increíble que en un pasado bestias como esas le hayan resultado un reto complicado pero ahora con una sola ráfaga del viento cortante o cualquiera de sus habilidades ellos eran pan comido. Inuyasha tomó la última perla que les faltaba y regresó con Kohaku a la aldea montados a lomos de Kirara andando por el tranquilo cielo azul de aquella tarde de invierno.
—Tuvimos varias batallas pero ese tal Konton fue un dolor de muelas — mencionó Inuyasha con irritación —aun así estamos cerca de volver a ver a Aome.
—Es bueno oírlo hablar amo Inuyasha — Myoga saltó en su hombro.
—¿Qué no te habías escondido viejo Myoga? — preguntó el hanyō —. Ket, siempre tienes que huir.
—Señor Inuyasha — Kohaku le mostró la perla anaranjada.
—Con esas son suficientes, Amo Inuyasha — la pulga les dijo con sabiduría.
Cuando volvieron a la aldea dejaron las perlas bajo el cuidado de Miroku y Kohaku, e Inuyasha salió de allí para ir al pozo a intentar saltar y quizá tener algo de suerte para volver a la era de Aome, grande fue su sorpresa al descubrir que Shippo estaba jugando con un gato, pero no cualquiera, era Buyo. Rápidamente el hanyō saltó al pozo y entendió que ya faltaba menos para abrirse pues sentía un poco del aroma de Aome en el ambiente, dándole una fuerte sensación de que el pozo está por abrirse pero no estaba por completo y tuvo que esperar un poco más.
"Espérame Aome" pidió el hanyō mirando el pozo "por favor, espérame"
(...)
El cuarto mes vino con la noticia de que Aome tendría una hermosa y fuerte niña, estaba más tranquila y ya se le empezaba a notarse la barriga; estaba contenta de que su hija estuviera desarrollándose sin complicaciones. Finalmente jamás apareció Buyo, pero todavía tenía la esperanza de volver a ver a su amado hanyō; continuó yendo a clases de forma periódica para no atrasarse aunque el sueño muchas veces le ganaba, le imposibilitaba el realizar actividades físicas de cualquier índole y le alejaban de los compañeros eso sí que bien aprendieron Yuka, Eri y Ayumi de sus falsas enfermedades ya que en una clase de educación física Ayumi se tiró al suelo sosteniendo su rodilla, el profesor le dio permiso de sentarse y se quedó el resto de la clase junto a Aome.
—Sé que esa rodilla está perfecta — Aome miró a la rizada.
—Lo sé — Ayumi sonrió —me causa irritación verte sentada y no quiero dejarte sola.
—Gracias, eres una buena amiga — la Higurashi sonrió —¿Quieres acompañarme a casa? El olor de los autobuses me da náuseas.
—Claro, te acompaño — respondió su amiga —¿Cómo va mi ahijada? — preguntó la joven de cabellera rizada.
—Ahí va creciendo la nena — le sonrió la chica.
Durante el trayecto a casa la gente que hablaba le producía a Aome un mal genio, ella de por sí no era malhumorada pero detestaba el ruido; quería estar en su cómoda cama tirada como morsa y durmiendo hasta que anocheciera. El hambre volvió a golpear la puerta, y vaya antojo más raro pues quería almendras; Yuka le compró esos frutos secos mientras regresaban al templo Higurashi.
Aome, cuando pasó, frente al árbol sagrado sintió una ventisca que movió los amuletos que lo rodeaban; Eri se acercó a su amiga y notó como observaba el lugar con suma preocupación.
—Aome — llamó Yuka —¿Estás bien?
—Sí es sólo... Tengo sueño — murmuró Higurashi.
—Ve a descansar, lo necesitas — aconsejó Ayumi con una sonrisa.
Tal como lo dijo Aome se fue a dormir temprano y despertó al día siguiente pasado el mediodía, ¿para qué iría a la escuela si ya perdió todo el día dormida? Durante dos meses más estuvo yendo tres a cuatro días a la escuela y dormía uno, cada vez más estaba cerca su parto. El sexto mes la pasó comiendo sus antojos que eran bastante variados e iban desde una simple ensalada hasta pulpo, y también estuvo durmiendo los fines de semana, aunque sus calificaciones hayan bajado siempre mantenía un buen promedio gracias a sus tres amigas; la respiración le era cada vez más difícil cuando se iba adentrando en la recta final de su embarazo. Había tomado la decisión de solamente mandar las tareas que necesitaba porque le costaba mucho trabajo respirar especialmente desde el séptimo mes. Eso sí la acidez del estómago y cada movimiento que daba le hacían sentir mal durante las noches pero ahí estaba su madre para lo que ella necesitaba.
La brisa de primavera de verano la descubrió en el templo del pozo devorador de huesos y vió allí una abertura de más o menos sesenta centímetros y de pronto vio a Inuyasha allí pero no podía comunicarse con él. Los dos querían cruzar el pozo, se anhelaban mutuamente y deseaban verse.
Cada que Aome sentía las pataditas de su hija se sentía tranquila, pudo ver a Inuyasha pero lo deseaba tener cerca para poder abrazarlo y mostrarle el fruto de su amor. Finalmente el gran día llegó empezaba a sentir contracciones ese día pero no eran tan comunes, era una calurosa madrugada de verano y Aome rompió fuente y luego empezó a sentir contracciones cada minuto y sentía que se iba a romper en dos. Miró su reloj dónde se mostraba faltando quince minutos para las cuatro de la mañana, soltó un grito de ayuda para que su madre despertase.
Naomi pareció un relámpago ya que apareció de inmediato en la habitación de su hija, podría confundirse ese líquido con cualquier otro fluido corporal pero Aome estaba segura que ya rompió fuente y el momento más esperado en nueve meses había llegado finalmente.
—Arriba — dijo la madre —vamos, tenemos que llegar afuera del templo y buscar un taxi o alguien que tenga un auto.
Aome caminaba con dificultades mientras era ayudada por su madre, por más que la mujer gritara pidiendo un aventón al hospital más cercano nadie le hacía caso hasta que el abuelo Higurashi se acercó a ellas y con un chiflido detuvo un taxi. Las dos mujeres se subieron y el taxista aceleró hasta el fondo dejando únicamente el humo de las ruedas quemadas en el suelo.
—Espero que mi nieta esté bien — murmuró el abuelo Higurashi.
El taxista llegó al hospital y rápidamente los paramédicos llegaron a atender a Aome que respiraba profundamente para tratar de calmar sus nervios pero las contracciones eran muy frecuentes. La llevaron a la sala de partos dejando a Naomi en vilo.
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