2- Zurcidita a mi voz llevo tu respiración y tu olor
La derrota de Naraku, inminente desde hace tiempo, finalmente se dio la perla de Shikon desapareció pero lo que Aome no pudo hacer era regresar al periodo Sengoku. Dos semanas después de regresar a su normalidad, estando en la preparatoria sintió un fuerte mareo y ganas de vomitar. Pidió permiso para ir al baño y botó absolutamente todo lo que había desayunado.
Ayumi, Eri y Yuka se preocuparon y acompañaron a su amiga a la enfermería.
—Dime ¿ocurre algo? — Yuka la miró —¿te sientes bien?
—Sí, seguramente algo me cayó mal — murmuró Aome.
Fingía bien el estar tranquila cuando por dentro estaba destrozada ya que jamás volvería a ver a Inuyasha... Cuando las clases acabaron ella regresó a casa y al primer lugar que se dirigió fue el pozo devorador de huesos. Dió un salto de fe pero no pasó nada más que llegó al fondo del mismo. Subió nuevamente por la escalera improvisada y se sentó bajo el árbol sagrado del templo Higurashi, vio a su madre asomar por las escaleras y lo único que hizo fue ir a abrazarla mientras lloraba.
—Deseas ver a Inuyasha de regreso, hija ¿no es así? — Naomi la miró compasivamente.
—Sí... quisiera verlo — musitó la chica y su estómago volvió a revolcarse —tengo náuseas, me mareo fácilmente y... — ella aguantó las ganas de vomitar.
—Dime — la mujer se sentó con ella bajo la sombra del árbol sagrado —¿tú e Inuyasha usaron protección?
Las mejillas de Aome se sonrojaron notablemente ante la pregunta de su madre! si le decía que sí, mentiría. Si le decía que no, podría esperar el sermón más grande en toda la historia, tomó aire acallando los nervios que su madre le provocaba y estaba segura que la habría de echar del templo una vez sepa la verdad.
—No — susurró la chica de forma inaudible.
—¿Tú quieres mucho a Inuyasha? — la mujer preguntó una vez más.
—Sí... yo... pensaba que no estaba correcto pero quise hacerlo con él — murmuró la menor.
—A decir verdad estoy decepcionada de ti — Naomi soltó la frase que tanto temía —. Pero... No puedo culparte.
El viento del otoño hizo mover el largo cabello de Aome mientras escuchaba atentamente lo que dijo su madre. Solamente era una simple frase que la señora Higurashi dijo y se encargó de apaciguar esos sentimientos de culpabilidad que su hija tenía.
—¿Cómo? — Aome ladeó su cabeza.
—Así es, no puedo culparte — Naomi contestó con calma —resulta que yo te tuve más o menos con la edad que tienes ahora. Es decir cerca de los diecisiete años. Siempre me han dicho que me veía muy joven para tener una niña de tu edad. Y no los culpo.
—Eso explica todo — Aome susurró —pero... No estoy segura si tendré un bebé de Inuyasha.
—Ten paciencia — su madre la calmó —te llevaré al doctor y allí te harán un par de análisis para descartar cualquier problema. Pienso darte el apoyo que no recibí cuando tenía tu edad. No me gustaría que le pasara nada a mi nieto ni a mi hija. Serás una gran madre para ese bebé.
Mientras las palabras que Naomi le daba a su hija llenándola de esperanzas, en el período Sengoku, Inuyasha estaba en frente del pozo mirando fijamente el agujero. Ya había pasado un mes desde que Aome partió a su época. Iba cada tres días con la esperanza intacta de volver a ver a esa mujer, de vuelta en la aldea de Kaede encontró a Myoga sentado en la cabeza de Kirara que luego se lanzó a chuparle la sangre al hanyō y él se pegó en la cara para aplastar al demonio pulga.
—Me preocupa que estés siempre esperando en el pozo, Inuyasha — habló Kaede —dime ¿qué has pensado este último mes? Sabes que posiblemente Aome no podrá regresar.
—No estés tan segura anciana, si Aome no vuelve yo iré por ella — mencionó Inuyasha molesto —y si me tengo que quedar en esa época tan extraña pues por mi no hay problema.
—Debes pensar mucho las cosas antes de hablar, Inuyasha — Miroku mencionó tranquilo.
—¿Qué no deberías estar con Sango? Ella está esperando, libidinoso — exclamó el hanyō.
—Lo sé pero no me dejaron pasar — murmuró el monj —porque estaba bañándose.
Inuyasha salió de la cabaña dirigiéndose nuevamente al pozo devorador de huesos, a cada paso que daba una fuerte lluvia comenzaba a caer sobre él; se detuvo y se sentó en el suelo mirando el fondo de ese pozo, soltó una lágrima recordando su noche con Aome y, por alguna razón, ese collar con el que "lo dominaban" no era cierto.
Sacó de debajo del cuello de su camisa de lino blanca un collar con las fotos de él y de Aome en esa ocasión que tuvieron un percance provocado por Sota, él volvió su mirada al pozo devorador de huesos esperando alguna reacción.
"Sólo desearía poder volver a verla" pensó Inuyasha mientras soltaba unas lágrimas.
El pozo no funcionó. Siguió insistiendo durante los siguientes días pero sin resultados positivos, no había nada más valioso que volver a ver la sonrisa de Aome en persona y no en una fotografía; quería verla, anhelaba tener su aroma y todo de ella.
—Es mi deseo... maldita sea si la perla de Shikon existiera desearía sólo verla — exclamó Inuyasha frente al árbol donde Kikyo lo selló —aquí nos conocimos.
Nuevamente sintió el piquete de Myoga en su cachete y con su palma aplastó a la vieja pulga, aunque eso haya dolido el anciano Myoga volvió a la normalidad y el hanyō miró a otro lado.
—Amo Inuyasha sé que quiere ver a la señorita Aome y hay una forma para que pueda ir con ella — mencionó la vieja pulga —pero necesitará ayuda de su hermano Sesshomaru.
—Ket... no pienso pedirle ayuda a ese imbécil — masculló el muchacho —tiene que haber más métodos que no lo involucren.
(...)
Unos días más tarde Naomi llevó a Aome al médico para realizarle una prueba de embarazo y efectivamente salió positiva, la adolescente tenía miedo y pavor ante lo que su abuelo y su hermano fueran a decirle. Un rato después se dio cuenta que el anciano pudo no entenderla cuando le dieron la noticia pero solo era cuestión de tiempo.
Aome siguió yendo a la escuela y un día mientras volvía a casa encontró un trozo de la tela de ratas de fuego que Inuyasha solía llevar, quizá en aquella noche de septiembre cuando su sangre demoníaca lo controló y tuvieron esa noche tan especial para ella. La levantó del suelo y pese a estar llena de polvo y telarañas aún mantenía el aroma de Inuyasha, y sólo eso la mantenía calmada, se quedó dormida con esa prenda sucia aun así estaba relajada.
Un rato después despertó y vio que era de noche y la tela con la que durmió ya no estaba, recorrió toda la casa buscándola con afán hasta que finalmente la encontró colgada secándose al sol.
—¿Lo estabas buscando? — cuestionó Naomi —estaba muy sucio.
—Pero... aún tenía el aroma de Inuyasha y yo — ella empezó a sollozar —l-lo siento son los cambios de humor.
—Lo sé hija, Sota y el abuelo fueron dónde un viejo amigo de la familia — la mujer le sonrió —ya estás en tu segundo mes de embarazo.
—Sí... Oye mamá ¿podrías comprar carne de cordero? es que tengo ganas de comer algo — mencionó Aome limpiando sus lágrimas —oh... O mejor una ensalada de lechuga, tomate, cebolla y aguacate.
Naomi se rio nerviosa sacándole una sonrisa a su hija que ahora estaba más feliz, entendía perfectamente el proceso natural que su cuerpo estaba sufriendo pero era algo que Aome estaba segura de haber tomado esa decisión de tener a ese bebé.
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