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1- Un desliz de su corazón suspiraba por un hombre

Los dos añoraban el sentimiento de tranquilidad que les invadía el poder estar juntos, Inuyasha y Aome estaban en la era actual él esperando a que la chica de ella lograra derrotar a esos monstruos que ella llama exámenes esa semana, pasaba horas en vigilia observándola esforzarse por sacar una buena calificación. La fría noche de otoño golpeó con un viento gélido que entraba por la ventana de la habitación de la chica, ella se levantó rápidamente a cerrarla mientras Inuyasha estaba sentado en la cama abrazándose a colmillo de acero.

—¿Qué ocurre? — Inuyasha le cuestionó.

—Nada — ella respondió a secas.

—¡No mientas! Sé que te pasa algo — replicó el hanyō.

—¡Ya te dije que nada! — le dijo ella con molestia —es sólo que... estoy abrumada.

Inuyasha se levantó de la cama para ver qué era lo que le pasaba y en ese momento el sentimiento que solía invadirlo cuando estaba en su forma humana lo golpeó. No podía ayudarle a la chica pero había un problema del cuál debía preocuparse primero, su sangre demoníaca quería salir y tomar posesión de sus instintos para aparearse con la humana que tenía al frente. Frenó sus impulsos tomando de la empuñadura su katana que le dejó como herencia su padre Inu no Taisho, pero eso era apenas una solución temporal para su malestar.

Luego de unos minutos Aome logró, tras incontables intentos, solucionar esos dos últimos problemas matemáticos; con historia ya había acabado horas atrás y las demás materias no suponían ningún tipo de reto para ella. Inuyasha hacía rato yacía sentado en la cama de la joven con sus ojos cerrados abrazando a su espada, los gestos del muchacho llamaron poderosamente la atención a Aome.

—¿Te sucede algo, Inuyasha? — Aome le preguntó mientras se acomodaba en la cama.

—Estoy bien — mintió descaradamente.

No estaba bien pues su sangre demoníaca hervía en su interior deseosa por permitir que su instinto depredador fuera libre para poder tener a Aome para él solo, como si sus instintos animales de querer procrear que entremezclados con su feroz sangre demoníaca que deseaba salir.

—¿Seguro? — la chica le preguntó para cerciorarse.

—Ay que estoy bien, Aome — masculló nuevamente el chico mirándola y sus ojos estaban rojos.

—Inuyasha... — Aome lo miró preocupada —¿por qué tus ojos están así?

Inuyasha se levantó de la cama y salió por la ventana temeroso de lastimar a la chica, ella no sabía por lo que estaba pasando el hanyō pero entendía a la perfección que necesitaba ayuda. Ella corrió escaleras abajo hasta el templo donde estaba el pozo devorador de huesos que conducía a la era Heisei con el periodo Sengoku, detuvo a Inuyasha con un cálido abrazo.

—No te vayas — ella pidió en súplica.

—Tengo que... — Inuyasha se giró sobre sus talones sosteniendo las muñecas de la chica —t-tengo que.

Aome le dio un suave beso en los labios al hanyō provocando que su sangre demoníaca se controle pero realmente estaba listo para profanar el bello cuerpo de la joven; Inuyasha dejó que su sangre demoníaca lo controle nuevamente y la levantó con delicadeza en sus brazos. Ella sentía su corazón latir con fuerza al ver a Inuyasha con esos brillantes ojos rojos de pupilas doradas. Sin ser demasiado agresivo puso a Aome en la cama y él se puso sobre ella pasando sus largas garras por el cuello de la chica sin querer lastimarla.

—Inuyasha — Aome jadeó.

—Confía — murmuró el hanyō contra su cuello —... trataré de no lastimarte.

—¿Acaso quieres hacerlo? — indagó la chica, su corazón dio un vuelco —b-bueno creo que desde hace tiempo tú me has parecido muy atractivo.

—Aome

La voz rasposa que tenía el hanyō cada que su naturaleza demoníaca salía a relucir no se sentía amenazante sino más bien algo parecido a una voz tranquila, Aome tomó la iniciativa y besó con devoción los labios de Inuyasha sintiendo también los afilados y largos colmillos que tenía él. Pronto el albino profundizó el beso y abandonó los labios de la chica arrancándole un suspiro de protesta, ahora se centró en el cuello de ella.

Aome respiraba de forma agitada hasta que finalmente logró quitarse de encima a Inuyasha, su mente nublada por las dudas de si era lo correcto o no mientras que si corazón le imploraba que siguiera, estaba dividida entre dos bandos; uno moralista y otro instintivo.

—Aome — Inuyasha se acercó a ella por detrás y la abrazó —¿No te sientes segura?

—Eh... es que... No sé si sea correcto — dijo ella tímidamente mientras la lengua del híbrido lamía su cuello —y-yo no sé... me da miedo.

Inuyasha la miró con sus volátiles ojos rojos, rara vez él era capaz de controlar esa forma por sí solo y al parecer su demonio interno esta vez quería controlarse para no dañar a la joven, ver cómo él estaba tratándola tan gentilmente y sentirse indefensa ante la vista de un peligroso monstruo que ella misma amaba.

Lentamente su mente dejó de estar en ese trance y accedió finalmente a la proposición de Inuyasha, la delicadeza anterior se desvaneció y ahora el instinto Youkai se apoderó de él. Con sus manos fue desvistiendo a Aome a medida que la iba besando, el problema llegó cuando quiso deshacerse del sostén de la joven; Inuyasha gruñó y con sus garras liberó los generosos pechos de la chica.

—Qué frío — musitó Aome sintiendo el viento otoñal en su cuerpo.

—Ya no sentirás frío — masculló Inuyasha con calma tensa.

Posteriormente Aome fue quitando el haori y el hakama de su compañero, repentinamente Inuyasha volvió a tomar la iniciativa bajando la falda de la chica y dejándola casi al descubierto como lo estaba él ahora. Los furtivos dedos con largas y peligrosas garras, que en una irónica combinación, resultaban ser más suaves y protectoras que una sábana.

—Tú me haces ser salvaje — gruñó Inuyasha rompiendo la última prenda de Aome —me iré al infierno por profanarte.

—Quémate conmigo — pidió la humana.

Inuyasha volvió a besar a la chica mientras se impulsaba para entrar por su monte de Venus, ella sintió el dolor fuerte en su cuerpo cuando Inuyasha penetró en ella. Para él no había prisa, lo cual era raro dada su naturaleza demoníaca, podía estar así horas. Aome sentía el dolor pero pronto desapareció siendo reemplazado por el placer de sentir a Inuyasha en su interior, movió su pierna derecha para profundizar la penetración sorprendiendo al hanyō.

Él sonrió tranquilamente y entró con lentitud pero con tanta dureza que los suspiros, gemidos ahogados y jadeos se intensificaron. No era intención de Inuyasha lastimar a su hembra pero deseaba que todos supieran que Aome tenía "dueño" en el mundo Youkai, se acercó al cuello y la mordió; la chica lloraba de dolor pero sabía que estaba en brazos de Inuyasha, y le daba igual todo lo demás. Las silenciosas horas nocturnas pasaban sin prisa en el reloj, Aome ya había olvidado cuántas veces había llegado al climax lo mismo que Inuyasha que ya perdió la cuenta de cuántas veces había explotado dentro de la chica.

Los dos sonrieron y durmieron tranquilos desnudos pero contentos con lo que acababan de hacer. A mitad de la noche los dos despertaron una vez más y Aome no estaba arrepentida de su actuar, se tocó la herida que le causó la mordedura de Inuyasha en su cuello, queriendo encontrar respuestas miró los ojos dorados de su pareja que yacía dormida a su lado.

"¿Qué significará esto?" Ella se tocó la herida "debe ser importante para él... conozco a Inuyasha y él jamás querría verme cerca de otro hombre"

—Inuyasha — ella lo vio abrir los ojos.

—¿Te lastimé? — cuestionó el hanyō preocupado.

—No, es sólo tus arañazos — mencionó la chica —y esta mordida pero no es nada.

—No quise lastimarte — murmuró él —y esa mordida... bueno promete no enfadarte.

—Lo prometo — se acurrucó en el pecho de su pareja.

—Bueno a partir de hoy, entre los Youkai y hanyōs, eres mi hembra y nadie puede tocarte — él le explicó con calma —mi olor no se desaparecerá de ti porque hicimos lo que hicimos.

—Uhm... era eso — Aome lo miró comprensiva —no tengo intenciones de separarme de ti.

La sonrisa que mostró Inuyasha dejó ver los colmillos largos que en su boca estaban con unas pequeñas manchas de sangre de Aome, la marca dolía sí pero era soportable como una quemadura leve con el sol. Y es que los dos, por su santo pecado, pagarían caro el precio.

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