7. La despedida de soltera 🥂
Margaret está sentada en la barra del bar, observando cómo su copa de vino se balancea lentamente al girarla entre sus dedos. Ha estado ahí solo por unos minutos, o eso piensa, pero al levantar la vista nota que el bar ya está casi vacío.
Las luces se han atenuado, y la música, que antes llenaba el ambiente, ahora suena suave, casi imperceptible. El reloj en la pared marca las 6:50 de la tarde. No se había dado cuenta de que las horas se le habían escapado como las burbujas de su champán diciéndole adiós.
Con un suspiro pesado, decide ir al baño para retocar su maquillaje y refrescarse el rostro. Camina a paso lento, sintiendo el sonido de sus tacones resonar en el silencio. Al entrar, se mira en el espejo y se ve: una versión de sí misma que intenta mantener la compostura.
«Creo que es momento de regresar a casa, pero cuál es mi casa, si es que podría llamar hogar a lo que me queda en Nueva York».
Piensa observando su reflejo mientras la imagen que le transmite es la de una mujer triste, de alguien que se encuentra perdida y que no sabe cual es su rumbo, ni quién es ella misma.
Los ojos brillan, no por el maquillaje, sino por las lágrimas que luchan por salir.
Incapaz de contenerse, deja caer la cabeza entre sus manos y permite que las lágrimas finalmente fluyan, liberando la tensión que había acumulado sin saber bien por qué. Sin conocer por qué siente tanto dolor. El pecho se le contrae y ella inhala profundo intentando calmar la angustia.
De repente, la puerta del baño se abre.
Margaret intenta recomponerse rápidamente, pero una chica de unos veintitantos años entra de golpe, quedándose sorprendida al verla.
—¡Ay, lo siento! —dice la chica rápidamente—. No pensé que hubiera alguien aquí. Hemos alquilado el bar para una despedida de soltera desde las siete.
Margaret, con la voz entrecortada, intenta tranquilizarla.
—No te preocupes, yo ya me iba —dice mientras se seca los ojos con la mano.
La chica, notando el estado de Margaret, le sonríe con ternura.
—No hace falta que te vayas, en serio. Si quieres, puedes quedarte con nosotras. Sería divertido, y... —hizo una pausa— siempre es mejor estar acompañada.
Margaret dudó un instante, pero la calidez en la mirada de la chica es reconfortante. Acepta con una ligera sonrisa. Ambas salen juntas del baño, y al hacerlo, Margaret queda sorprendida. No había notado antes el bullicio, pero ahora, frente a ella, hay un grupo grande de mujeres reunidas, riendo, bailando y celebrando con copas en mano.
El ambiente ha cambiado por completo.
Regresa a su mesa para recoger sus cosas y ahí, junto a su bolso, ve su teléfono vibrando. Varias llamadas perdidas. Al mirar la pantalla, el nombre que aparece la desconcierta: "mi torroncito dulce de azúcar".
«¿Será Andrew?».
Se pregunta algo desconcertada mientras se le escapa una risotada tonta al observar nuevamente el apodo cariñoso. Muerde su labio inferior mientras una sonrisa amarga poco a poco se desdibuja de su rostro. Por más que intente no compararlos, se le hace imposible. Andrew le recuerda lo que no tuvo con George, le hace sentir que perdió diez años de su vida compartiendo con una persona que no la amaba.
Por más egoísta e inmaduro que parezca, su cercanía le duele. Le hace sentir querer más y darse cuenta de lo poco que tenía. De que se conformaba con migajas de amor.
Extrañada, contesta, descolgando la llamada.
—¿Andrew? —pregunta, confusa.
—¿Dónde estás? —pregunta él con la voz claramente preocupada—. Saliste hace más de tres horas y no dijiste nada. Te fuiste tan apresurada luego de esa llamada y no he sabido nada de ti desde entonces.
Margaret se queda en silencio por un momento, procesando lo que le ha dicho. Las horas realmente se le habían pasado sin darse cuenta.
—No te preocupes, estoy bien. Estoy en un bar, nada más. Te doy la dirección.
—Espera ahí —responde él—. Voy a buscarte.
Antes de que Margaret pueda responder, Andrew ya había colgado.
Al bajar el teléfono, descubre algo extraño. Un brinco en el estómago hace que suelte un suspiro nervioso. Se siente como un abrazo al alma tener un lugar al cual volver, un refugio, alguien en quién apoyarte y en quién poder confiar. Una sonrisa que no había esperado y unas ganas enorme de verlo se acrecienta en sus ojos cristalinos.
Andrew es... perfecto, demasiado perfecto para ser real.
Guarda el móvil en el bolso y se acerca al grupo de chicas con la disposición de disfrutar toda la noche.
Es un espacio repleto de energía, con una mezcla de risas, conversaciones a gritos, y música alta que hace vibrar el suelo. En el centro del bar, el grupo de mujeres se ha apropiado de una mesa larga decorada con globos de colores, serpentinas y un cartel que dice "¡Adiós a la soltería!".
El DJ cambia la canción, y de repente se escucha el ritmo inconfundible de "Hot N Cold" de Katy Perry. Los ojos de Margaret se iluminan, como si estuviera esperando este momento. Sin pensarlo dos veces, se suelta el recogido perfecto que llevaba, y su melena cae sobre sus hombros.
La tensión que siempre la acompaña desaparece en un segundo.
Las mujeres alrededor de ella comienzan a vitorearla mientras ella sonríe con una mezcla de entusiasmo y desafío.
Margaret se sube a la tarima del bar, animado, iluminado con luces de neón en tonos rosados y azules. Donde normalmente solo los valientes se atreven a subir, y empieza a moverse al ritmo de la canción, imitando con un toque de exageración los pasos del videoclip.
Con un micrófono improvisado en la mano (una botella de cerveza), comienza a cantar a todo pulmón: "You're hot then you're cold, you're yes then you're no...".
Las chicas estallan en carcajadas, algunas levantan los brazos y empiezan a seguirla desde la pista, mientras otras la graban con sus teléfonos. Margaret, completamente desinhibida, canta cada línea como si estuviera en un concierto privado, alternando miradas juguetonas con el grupo. Se baja dramáticamente del escenario para acercarse a la que se va a casar, señalándola y cantándole la parte de "You change your mind like a girl changes clothes", mientras la chica se tapa la cara, muerta de risa.
De vuelta a la tarima, Margaret recrea los pasos icónicos de Katy Perry, tirando su cabello de un lado a otro y haciéndose la diva. En un momento, finge estar molesta, caminando con aires de grandeza, solo para luego saltar y gritar el coro con todas sus fuerzas.
Las chicas en el bar aplauden y corean la canción junto a ella.
No hay reglas esta noche.
Todo el mundo está disfrutando de la actuación inesperada de Margaret, que, contra todas las expectativas, se ha convertido en el alma de la fiesta.
Finalmente, mientras la canción llega a su clímax, Margaret se lanza al suelo de rodillas, imitando los movimientos exagerados del videoclip, con los brazos abiertos, recibiendo una ovación estruendosa de sus amigas. La canción termina, pero la risa, el aplauso y el ánimo en el bar siguen.
Margaret, aún jadeante, se levanta, hace una reverencia dramática, y se une a las demás chicas, riendo tanto que las lágrimas corren por su cara.
La música en el bar se mezcla con las risas y los murmullos de las personas, creando un ambiente cálido e informal. Margaret, con las mejillas ligeramente sonrojadas por las copas que había bebido desde que llegó al bar, se relaja en su silla.
De repente, el inconfundible inicio de "Viva la Vida" de Coldplay llena el espacio.
Los acordes saltan entre las luces bajas del bar, y Margaret, en un arranque de emoción, se pone de pie nuevamente pero en esta ocasión, tambaleante, alzando su copa con una sonrisa juguetona.
—¡Esa canción no se escucha, se bebe! —exclama entre risas, dirigiéndose al DJ desde la distancia. La melodía empieza a subir, pero ella no está satisfecha—. ¡Súbele, DJ, que queremos sentirla!
El DJ, un hombre joven con una sonrisa cómplice, asiente y sube el volumen, haciendo que los altavoces del bar retumben con los poderosos acordes. Margaret mira a su alrededor, buscando cómplices en el momento.
Las chicas la animan, riendo y cantando a su lado, pero es el camarero, su reciente amigo que ocasionalmente se convierte en cantante del lugar, quien se acerca con una chispa en los ojos.
—Vamos, Margaret —le dice mientras le entrega un par de linternas de los móviles—. Si vamos a hacerlo, hagámoslo bien.
El camarero apaga las luces del bar, dejando solo los destellos tenues de las linternas que, en las manos de Margaret y las chicas, empiezan a balancearse de un lado al otro al ritmo de la música.
Las luces parpadean como pequeñas estrellas mientras todos comienzan a cantar "Viva la Vida", las voces uniéndose en un coro lleno de vida y emoción. Margaret, en el centro de todo, canta con pasión, sintiendo cada palabra, como si estuviera reviviendo momentos y emociones pasadas.
Desde el fondo del bar, en una mesa más apartada, Andrew observa en silencio.
Su mirada se suaviza al ver a Margaret tan radiante, tan llena de vida.
La luz tenue que ilumina el lugar refleja los trazos de su sonrisa. Hace tiempo que no la veía así, tan despreocupada y feliz. Los últimos dos años habían sido duros, llenos de desafíos que los habían puesto a prueba, pero aquí estaba ella, cantando, riendo, brillando.
No puede evitar que una lágrima solitaria resbale por su mejilla. Mientras las luces de los móviles siguen moviéndose, como estrellas en una noche oscura, Andrew se permite un momento de pura admiración y alegría.
Verla así le recuerda por qué la ama tanto.
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Proyecto "Realidades Paralelas"
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