6. La hierba buena 🌿
Margaret entra al bar, las luces son tenues, y el ambiente huele a una mezcla de madera añeja y las hierbas aromáticas que cuelgan del techo en pequeñas macetas de terracota. El lugar es el mismo que la noche anterior, pero hay algo diferente en el aire.
Al principio no lo nota, pero al mirar hacia el pequeño escenario, allí está él: el mesero que la había atendido la última vez. Solo que ahora, en lugar de una bandeja, sostiene un micrófono.
Canta con una voz suave, pero cargada de una melancolía que atrapa a los pocos clientes presentes. Termina su canción y la ve. Sus ojos se encuentran, y una sonrisa tenue, mezcla de sorpresa y reconocimiento, cruza su rostro.
Se acerca a su mesa, dejando el micrófono a un lado.
—No esperaba verte tan pronto —dice él, sentándose frente a ella sin pedir permiso.
Margaret, confundida por la familiaridad de su tono, intenta recordar más detalles de la noche anterior.
Algo está fuera de lugar, pero no logra poner el dedo en qué.
—¿Cómo te sientes? —pregunta él, apoyando sus brazos en la mesa y mirándola con preocupación sincera.
—¿Cómo me siento? —repite ella, aún desorientada—. No sé... Creo que bien. ¿Por qué?
Él esboza una sonrisa antes de hablar.
—Anoche estuviste bastante mal. Te llevaron al médico, ¿no lo recuerdas? —la mira con curiosidad, esperando su reacción.
Margaret frunce el ceño.
—¿Al médico? No, no... No recuerdo haber ido al médico. ¿Qué pasó?
El chico se inclina un poco más hacia ella, como si le contara un secreto.
—Te cayó una maceta en la cabeza. Una de esas que cuelgan del techo —dijo señalando con la cabeza hacia las macetas llenas de hierbabuena que balancean levemente por la brisa de la tarde—. Fue un accidente raro, pero la verdad te golpeaste fuerte. El médico dijo que te ibas a recuperar, pero estabas muy aturdida.
Margaret se queda en silencio.
No puede procesar la información.
¿Cómo es posible que algo tan absurdo le haya ocurrido? Su mente lucha por unir las piezas, pero todo está borroso.
—Una maceta... en la cabeza —repite lentamente, casi para sí misma—. No puede ser...
—Lo es —responde él con una sonrisa triste, aunque divertida mientras le extiende la identificación de Margaret, esa que se le había quedado la noche anterior—. Pero lo más extraño no fue eso.
—¿Qué más podría haber pasado? —pregunta Margaret, cada vez más abrumada por la conversación.
—Esa noche cambiaste mi vida —dice él con una calma inesperada—. Yo siempre quise cantar, ¿sabes? Siempre soñé con hacerlo, con vivir de esto. Cantar en las calles, viajar por todos los estados... Pero nunca me atreví. Tenía miedo al cambio. Trabajar aquí es seguro, es cómodo.
Ella lo mira, tratando de entender por qué le está contando todo aquello.
—Y entonces llegaste tú —continua—. No sé si fue por el golpe o qué, pero esa noche, antes de que te desmayaras, dijiste algo que me hizo pensar. Dijiste que los cambios son lo único constante en la vida. Que no podemos escapar de ellos, así que lo mejor que podemos hacer es abrazarlos.
Margaret se tensa.
Aunque no recuerda haber dicho eso, suena como algo que ella podría haber pensado, algo que ha estado en su mente desde hace un tiempo, debido a todos los cambios recientes en su vida.
—Gracias a ti, decidí cantar esta noche. Decidí que ya era suficiente de postergar mis sueños. Y aquí estoy —dijo señalando el escenario con un gesto sencillo pero cargado de significado.
La cabeza de Margaret da vueltas.
¿Cómo podía haber causado tal impacto en alguien si ni siquiera recordaba haberlo hecho? Y aún peor, ¿cómo es posible que una maceta se le haya roto en la cabeza sin que tenga algún recuerdo claro de ello?
Todo es tan surrealista que por un momento piensa que quizá sigue aturdida por el golpe.
—Es... demasiado para procesar —dice finalmente, llevándose una mano a la frente, como si quisiera comprobar si había alguna cicatriz o dolor persistente.
—Lo sé —dice él, con una sonrisa comprensiva—. Pero a veces las cosas más grandes ocurren cuando no las vemos venir. Como una maceta cayendo del cielo.
Ambos rieron suavemente, aunque el sonido de la risa de Margaret lleva un toque de incredulidad y confusión.
Margaret, sentada en una mesa de madera oscura en un rincón del bar, con el suave murmullo de conversaciones y el tintineo de vasos de fondo. La luz cálida de las lámparas colgantes baña el ambiente en tonos dorados, dándole al lugar un aire nostálgico y acogedor.
Ella mira al cantante, con una sonrisa relajada, pero en sus ojos hay una sombra de agotamiento.
Ha tenido un día largo, y las revelaciones le han empezado a nublar los pensamientos, relajando sus tensiones pero también desatando emociones que ha intentado mantener contenidas.
Su amigo se sienta en el pequeño escenario frente al micrófono y, con una mirada cómplice, le dice en tono juguetón:
—Voy a tocarte una canción que suelo escuchar cuando me siento triste y desorientado. La conoces, ¿verdad? Somewhere Only We Know de Keane.
Margaret asiente levemente, y aunque lo acompaña con una sonrisa, algo en la mención de esa canción la desarma.
Cuando las primeras notas del piano inician, siente una vibración sutil en el pecho, como si el sonido resonara en su interior. La música la envuelve, y las palabras de la letra empiezan a calar profundamente.
La voz de su amigo es suave pero cargada de emoción, y ella cierra los ojos un instante, permitiéndose dejarse llevar por el momento.
"I walked across an empty land..."
El inicio de la canción le recuerda esos momentos de su vida en los que se ha sentido perdida, caminando sola por su propia "tierra vacía", sin rumbo ni claridad. Siente cómo una leve tristeza empieza a instalarse en su pecho, una mezcla de nostalgia y melancolía que la hace fruncir ligeramente el ceño.
El alcohol que bebe de su copa entra en su sistema y amplifica las emociones, haciéndolas más palpables, más crudas.
"Is this the place we used to love?"
Estas palabras tocan algo profundo en ella.
Viejos recuerdos de amores perdidos y relaciones quebradas se agolpan en su mente. Margaret comienza a sentir una presión en su pecho, esa sensación de tristeza que a veces parece casi física.
Los momentos felices que ya no existen, las oportunidades que dejó escapar, las personas que ya no están...
Todo parece cobrar vida frente a ella con una claridad dolorosa.
Siente que sus ojos empiezan a humedecerse, y aunque trata de contener las lágrimas, la letra y la música siguen golpeando en su interior con una intensidad que no puede evitar.
"And if you have a minute, why don't we go...?"
En este punto, la canción le habla directamente.
Es como si estuviera preguntándose a sí misma por qué no ha vuelto a esos lugares donde se sentía segura, amada, comprendida.
Siente una mezcla de añoranza y arrepentimiento, una sensación de haber dejado atrás partes de sí misma que ya no puede recuperar. Su querida Alaska, tierra fría y lluvia de meteoritos. El chocolate caliente de la abuela y los suéter que teje su tía. El esquí, correr en el bosque con los audífonos en sus oídos durante horas, hasta que las piernas le temblaran.
Se ha perdido ver crecer a su sobrinos, esos cuatrillizos traviesos.
La primera lágrima se desliza lentamente por su mejilla, seguida de otra, y otra.
Su amigo sigue cantando, ajeno al torbellino emocional que ha desatado en Margaret, o quizás sabiendo exactamente lo que está haciendo.
Margaret toma una servilleta de la mesa con manos temblorosas y la lleva a su rostro, tratando de secar las lágrimas discretamente, pero sus emociones están fuera de control. El nudo en su garganta crece, y aunque quiere mantenerse en silencio, un pequeño sollozo se escapa de sus labios.
Está abrumada por una mezcla de tristeza y alivio, como si la canción le permitiera liberar todo lo que ha estado reprimiendo.
Cuando la canción llega a su final, la última nota del piano resuena en el aire, y el bar parece detenerse por un segundo. Margaret permanece en silencio, con la servilleta empapada en lágrimas entre las manos, sintiendo que algo dentro de ella ha cambiado.
Aunque su rostro está húmedo y sus ojos enrojecidos, hay una sensación de paz que empieza a instalarse en su pecho.
Ha llorado por todo aquello que ha perdido, por los momentos que no puede recuperar, pero también siente que ha dejado ir algo, una pequeña parte del peso que llevaba consigo.
El bar sigue a su alrededor, ajeno a su momento íntimo, pero en ese rincón, junto a su amigo y la canción que tanto significa para ambos, Margaret se siente momentáneamente más ligera, como si hubiera encontrado, por fin, un poco de sentido y orientación en medio de su propia tormenta.
Instagram donde hablo de mis libros:
1:03 pm . 09|16|2024 . Lunes . Houston | Texas 🇺🇸
Proyecto "Realidades Paralelas"
❄️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro