CAPÍTULO III
Le tomó un momento recordar que estaba ante los representantes del emperador y por ende debía comportarse adecuadamente. Pudo sentir la mirada de todos sobre ella. El gesto de aquellos hombres era demasiado íntimo.
— El placer es mío, sean bienvenidos. — Dijo con serenidad.
Su melodiosa y dulces voz fue como música para los oídos de los dos chicos. Ella debía esconder sus emociones y comportarse como le correspondía actuando de manera relajada y elegante.
Ellos notaron que no los había reconocido, por supuesto que no la culpaban, pues la fiesta a la que habían acudido ambos llevaban un antifaz cubriendo la mitad de su rostro.
— Identifíquense ante su alteza la princesa, es una orden real. — Gruñó desde atrás el general Kankuro.
— Lo lamento, pero por el momento no es conveniente presentarnos. Quizá toda su gente es de confianza o quizá no. Preferimos no arriesgarnos. — Respondió Sai de manera tranquila. — Solo podemos decir que venimos por parte nuestro señor ante la solicitud de la princesa.
— Nadie puede pararse frente a la princesa sin identificarse, es una falta total. ¡Si no lo hacen será imposible recibirlos! — Exclamó con evidente enfado.
Sakura suspiró cansada y molesta por la actitud de su general, si bien el comportamiento atrevido y osado de aquellos sujetos habría sido inconcebible en otras circunstancias justo en ese momento no estaban en posición de reclamar nada. El par de hombres que sujetaban sus manos habían ignorado por completo las palabras de Kankuro así que solo dio un gran suspiro antes de tranquilizarse.
— Hablemos en privado, por favor. — Apartó las manos con nerviosismo evitando hacer contacto visual con aquellos hombres.
«Quizá es una costumbre de aquel lugar» Pensó en un intento por tranquilizar sus nervios.
— General, escolte a nuestros invitados a salón mientras hablo con su representante. — Señaló.
— Pero… Majestad — Objetó obteniendo en respuesta solo una gélida mirada de ella. — Enseguida.
Sakura dio media vuelta para entrar al castillo. Pasó del salón hasta el gran pasillo a su izquierda en compañía de su dama, una rubia que estaba muy nerviosa ante los nuevos invitados. La pelirrosa dio una rápida mirada sobre su hombro para comprobar que alguien la seguía. Ella esperaba que fuera ese hombre de pelo castaño que había hablado momento antes, pero se sorprendió un poco al ver que eran los mismos hombres que habían tomado sus manos. Nuevamente regresó la vista al frente para no pensar de más las cosas.
— Veo que su reino posee un exquisito gusto por la decoración. — Dijo uno de ellos.
Su voz era profunda y cautelosa pero no supo decir cuál fue de los dos habló pues estaba de espaldas a ellos. Al menos el desconocido había alagado el buen gusto de su familia. Y tenía razón, la fortaleza tenía un gran encanto. Las paredes exteriores eran blancas con grandes ventanales de cristal que permitían la vista al jardín exterior y al camino de entra de los tatuajes. Por dentro oro rosado y jade enmarcaban las paredes de tonos pastel contrastando perfectamente con el blanco mármol del piso. Un lugar muy luminoso y elegante. Múltiples pinturas y decoraciones eran exhibidas por todo el castillo.
— Me complace que el lugar sea de su agrado. —Comenzó con voz tranquila. — Cómo ya debe saber, la minería es la principal actividad económica de mi país. Este castillo fue particularmente un regalo de mi padre así que intentó que todo fuese de mi agrado.— Una triste sonrisa se dibujó en su rostro.
— El Rey debe amarla mucho. — Volvió a decir esa voz.
Ella no dijo nada. Sabía que su padre la adoraba tanto o más que a su vida. La cuidaba y protegía sobre todas las cosas, después de todo, era su única hija y la futura heredera del Reino. A pesar de ser mujer nunca quiso forzar su felicidad con un matrimonio por conveniencia, fue por eso que había aceptado el compromiso con el Príncipe Neji pues su padre, el anterior emperador solía ser un buen amigo de él. Gracias a las contantes visitas ella y su hijo se habían hecho buenos amigos y posteriormente pareja. Dijo que lo aceptaba porque se notaba el amor en ellos.
Todo era espléndido hasta que el padre de su prometido, emperador, murió y apareció Hiashi con su ambición.
Con esfuerzo tragó el enorme nudo en la garganta que los recuerdos habían ocasionado. Cerró los ojos con fuerza para eliminar esos fatídicos pensamientos de lo que pudo haber sido. Cuando estuvo frente al despacho se detuvo. Un par de guardias estaban a cada lado de la puerta.
— Entremos, por favor. — Intentó que su voz sonara normal pero no lo consiguió del todo.
Naruto y Sasuke se miraron entre sí. Los dos habían notado el temblor en su voz. Sabían que estaba sufriendo aunque ella tratara de ocultarlo.
Una vez adentro ella caminó hasta el asiento detrás del escritorio, Ino se posicionó a su lado.
— Por favor, tomen asiento. — Habló nuevamente.
— Gracias, alteza. Pero lo que debemos decirle no nos tomará mucho tiempo. — Respondió el rubio con cortesía. Fue entonces que pudo saber que el que había hablado en el pasillo había sido el otro hombre.
— Muy bien… Lo escucho. — Intentó esconder la sorpresa.
— Se nos fue informado sobre su aceptación ante el compromiso solicitado por el Emperador hace ya algunos meses. — Comenzó.— También de su estado de vulnerabilidad y el secuestro de sus padre. Las órdenes fueron claras y justo ahora lo más importante es su seguridad, después de todo es nuestra futura Emperatriz.
La ojiverde escuchaba atentamente las palabras de aquellos sujetos. Estaba aliviada de Javier recibido su ayuda.
— Agradezco el apoyo que me están brindado. — Dijo con sinceridad. — ¿Cuándo llegarán los refuerzos? Mi ejército ha resistido tanto como le ha sido posible, realmente pensé que está situación sería más fácil de lidiar pero cuando mis padres fueron citados para llegar a un acuerdo entre naciones fueron traicionados y tomados como rehenes.
— No debe preocuparse. De eso se encargará nuestro comandante y general. Todo estará bien. — El hermoso chico de ojos azules le dedicó una sonrisa que le dio paz en ese mismo instante. Sin darse cuenta le sonrió de vuelta.
— Muchas gracias por su amabilidad, ¿señor…? — Esperaba que le dijera su apellido o alguna marina para dirigirse a él.
— Naruto, solo llámeme Naruto, majestad. — Dijo el rubio con una ligera inclinación.
— De acuerdo, Naruto. — No sabía la razón por la que estaba aceptando tal informalidad pero tampoco lo negó, era agradable.
— Bien —Llamó su atención el pelinegro— Necesitamos apresurarnos. Naruto, el presente.
— Oh, por supuesto. Permítame majestad. — Desenganchó el pequeño bolso con el que cargaba y del interior sacó una hermosa caja dorada. — Majestad, este obsequio de compromiso ha sido enviado por los príncipes. Debería ser más ostentoso pero debido a lo improvisado del viaje no ha sido posible cargar con más. Me disculpo si no es de su agrado. — Abrió la caja mostrando dos hermosos brazaletes de oro con incrustaciones aleatorias de pruebas preciosas. Justo en el medio había una figura, en uno era un sol y en el otro una luna, eran maravillosos.
«Eso debe valer una fortuna» Dijo para sí la ojiverde.
— Agradezco el presente, son realmente magníficos. — Admitió mientras se inclinaba para verlos mejor.
— La orden ha sido que debíamos colocárselos personalmente, solo si su majestad nos lo permite. — Solicitó el ojiazul.
— Oh… Amm… Supongo que está bien, después de todo se los han ordenado. — Accedió no muy segura.
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