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Epílogo

Po se irguió en la cama del Palacio Imperial, que se acomodó conforme su peso se redistribuía, las sábanas se sentian demasiado suaves en su pelaje y la comodidad de la cama lo hacía sentir como si se estuviera hundiendo en una masa de dumplings. El corazón le iba demasiado rápido como para ser normal, estaba ansioso.

Respiró profundo y se tranquilizó. Un suave viento frío le recorrió la espalda desnuda, al volver la mirada a la ventana de la habitación, cubierta con cortinas carísimas, atisbó la luz de la luna que se colaba.

—¿Qué sucede, Po? —preguntó Tigresa, calmada.

Al observarla en la cama, Po no pudo contener la sonrisa. Habían pasado ya un agitado mes de ser los consejeros imperiales de Lei-Lei y el agotamiento era enorme. Pero esas noches con Tigresa, la simple actividad de dormir con ella le calmaba el alma como las mejores de las meditaciones. Sus ámbares le observaban con suavidad encubierta de seriedad.

—Nada, Ti —dijo Po, dejándose caer en la cama—. Sólo un mal sueño.

Ella se irguió y se afincó en un codo, mirandolo de medio lado. La sonrisa de Po era aún más amplia: ambos estabam tan como vinieron al mundo después de una buena noche. Sin embargo, el rostro de Tigresa no parecía contento.

—Yo también he estado pensando en ello —dijo, con dureza en los ojos.

Po suspiró internamente. La primera semana haciendo de consejeros, los dos atacaron la biblioteca imperial y la habitación de Kai en busca de sus razones para conquistar y no destruir, y luego de días, lo único que pudieron encontrar fue un simple rollo con un mapa extraño, pues no calzaba con ninguno de los mapas de China que tenían, sino que parecía... inverso. Y cuando lo giraban y ajustaban, las locaciones no eran las mismas que las reales. Todo eso junto a una simple frase: «¿Dónde está la Singularidad?». Y claro, Tigresa estaba así porque no había podido descifrarlo.

—No creo que le demos muchas vueltas a eso, Ti —dijo Po, acariciándole el rostro con una de las almohadillas de sus patas; ella cerró los ojos cuando acuñó su rostro y se tumbó en la cama, pegándose a él cuando la rodeó con los brazos. Era como abrazar una roca por la dureza de sus músculos y aunque no tuviera el físico ni formas femeninas per sé, a él le parecía hermosa—. Digo, estamos vivos después de todo.

—Cierto. —El pelaje de Tigresa era áspero contra el suyo. Le rodeó la cintura con la cola y bajó sus patas por su cintura, bajo la manta; entrelazaron sus piernas—. Sólo que el tema me molesta.

—Te molesta todo lo que no puedes saber, Ti —rio—. Eres una felina.

Tigresa arqueó una ceja.

—Yo podría decir que tú por ser un panda te la pasas comiendo.

—Cierto.

—O que eres esponjoso.

—También cierto.

—O que eres tierno —sonrió, con un brillo humorista en los ojos—. Todos los osos lo son, los pandas el doble.

—¿Sabes? —Po se acercó a su rostro, tanto que la respiración de Tigresa le hizo cosquillas en su propia nariz—. Papá me decía tierno desde que era un cachorro, me molestaba mucho que lo hiciera. Que lo hagas tu me gusta.

Tigresa parpadeó como recordando algo.

—Oh, ahora que hablas de tus padres, Ping me preguntó si le daría nietos. ¿Se supone que eso es normal?

Po abrió los ojos con sorpresa, incómodo.

—Bueno, sí. Siempre me molestaba con eso, entre otras cosas. Creo que es su forma de superar lo ocurrido con Kai. Papá ha estado ayudando a papá en su nueva sucursal; expandir su restaurante a la Ciudad Prohibida le ha levantado los ánimos. —Quiso acariciarle el muslo, pero tanto la pierna como el gluteo eran duros, contrastando con la suavidad de Po—. Todos los que fueron jadembificados dan todo de sí para olvidarlo. Shifu dirigiendo el Palacio de Jade, mis padres con el restaurante, los Furiosos con la protección de China, y así.

Tigresa frunció el ceño.

—No te preocupes por ellos —dijo Po, tocándole el ceño—. Van juntos, no les pasará nada. Fan Tong es fuerte, Xiao y Jing también. Incluso Nu Hai, pese a que ahora le cuesta usar el Chi.

—No lo digo en el aspecto físico —argumentó ella—. Sino por el mental. Están demasiado afectados por lo que hemos pasado. Dioses, Po, los he criado, no me pidas que no me preocupe.

Po sonrió con tristeza.

—Todos lo hemos pasado, ¿o no? —Tigresa se encogió de hombros, con reticencia—. Y si hemos sobrevivido antes, lo haremos ahora. Sé que no puedo pedir que no te preocupes porque no lo harás, pero te pido que confíes en ellos. Son tus hijos, a fin de cuentas.

Ella no respondio, pero por cómo reaccionó, agachando la cabeza y frotando su frente contra la barbilla de Po, éste supo que había dado en una zona sensible. Tigresa era muy fuerte y estricta, pero protegía y quería como ella sola.

—Es raro —murmuró—, que otro animal además de mí los vea como mis hijos. Sólo soy su maestra. Su criadora, pero dudo que una madre.

—La humildad es algo que no te queda bien con tanta barbarosidad, Ti —susurró Po—. Los has apoyado, querido y cuidado, eso te hace su madre, o al menos, eso te hace su familia.

Tigresa sonrió con sosiego y asintió, para después eliminar la distancia entre ambos y unir sus labios. La lengua de Tigresa le causó aquél dolor placentero de siempre y todo fue en aumento, sensaciones y temperaturas, cuando ella giró y quedó encima de Po, sacándole una risilla al sentir las cosquillas por su gesto. Pero eso quedó atrás cuando la sintió frotarse.

Las preocupaciones de Po quedaron atrás, porque todo lo que pudo pensar fue en ella.



Hu aterrizó tambaleándose en la caverna. Olía a humedad. La cabeza le dolió cuando los oídos le pitaron, viajar por Xinzhi siempre le mareaba. El lado bueno era que ya no le desconcertaba aquel mundo. Todo estaba al revés y desplazarse por aquel sitio era tarea complicada, sin embargo, Gao lograba manifestar una barca de Chi, que rompía los ríos de cristal y cuentas que en el mundo real eran la tierra.

La cueva donde llegaron no era una cueva como tal, sino parecía un templo. Había una especie de oasis de piedra lleno de agua, rodeado por cuatro enormes estatuas de piedra. Hu la reconoció: las Cuatro Constelaciones.

—¿Qué hacemos aquí? —quiso saber Hu, observando al lobo, quien observaba la piscina u oasis, concentrado.

—Revisar —dijo Gao, como si nada—. Yuga se ha ido por aquí.

Yuga, la leona que intentó matar a Hu cuando la pelea con Kai. Ella y Gao tenían historia, pero estaba tratando de dilucidar cuál. Romántica lo dudaba, ya que eran muy jóvenes, aunque con las cosas que hacía el Chi, dudaba que fueran realmente adolescentes. «Ah, cambiar mi aspecto le servirían a estos cansados huesos».

Gao alzó las patas murmurando algo, condensó tal cantidad de Chi que casi era un astro dentro de la cueva, brillando con fuerza. Sus sentidos ampliados por los Estatus acusaron el brillo, y Hu se cubrió los ojos. Sonidos de roca moviéndose. Cuando la luz amainó, de la piscina emergía una bola de Chi tan enorme que apenas si abarcaba la circunferencia del oasis.

—¿Qué es eso? —se sorprendió Hu—. ¿Está... está latiendo?

—Esta es la Singularidad de este universo, Hu —dijo Gao, mirándolo a los ojos—. Apenas si tiene el potencial suficiente para abrir un Paso, ya que tiene parte del Chi de Entrega. Se estabiliza porque tiene el Chi de Tortuga Negra de vuelta en ella.

—¿Entrega? ¿Paso? ¿Singularidad?

Gao sonrió, había cambiado su cuerpo para que desaparecieran las cicatrices.

—Cierto, se me olvidaba lo denso que era todo el tema. —Hizo una pausa. Le bola de Chi atraía el alma de Hu como un imán—. Te lo explicaré cuando lleguemos a nuestro nuevo destino. —Señaló la bola por encima de su hombro—. Si quieres saber más de lo que realmente ocurre, sígueme. Si quieres vivir como todo el mundo, quédate. Tú decides, Hu, pero la Singularidad se cerrará y el Manantial la ocultará en segundos, a menos que sepas invocarla. En ti está la decisión.

Y dicho esto, se dejó caer de espaldas a la Singularidad. La bola de Chi lo devoró, hundiéndolo como una piedrecilla en un lago, y Gao desapareció.

Hu dudó. Quería saber, pero como tigre que era, lanzarse sin pensar no era algo que hacía de buenas a primeras, pero... «Siempre hay algo más, Hu». Palabras de su padre. Un tigre que había vivido y peleado con heridas que ningún animal podría haber soportado; negó con la cabeza, eliminando de su recuerdo aquel Chi morado de las heridas de su padre.

Inspiró profundo y tomando carrerilla, entró en la bola de Chi palpitante.


FIN

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