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9

No quedaba restaurante en sí. Eso fue lo que terminó por devastar a Po. Sólo había restos. El restaurante había perdido el segundo piso por una enorme roca que se hallaba a cuatro calles de distancia, divisible desde donde estaban, el vestíbulo al aire abierto estaba lleno de guijarros, malas hierbas que llegaban a la pantorrilla y piedras del tamaño de puños, del muro que estaba a medio derrumbarse. Los banquillos de piedra y madera estaban erosionados o podridos, y la cocina era un mar de hierbas, telarañas y mugre.

Po jadeó a su lado, inspirando suave. Apretó los puños con tal fuerza que Tigresa notó las gotitas de sangre que caían al suelo. Él caminó como si no estuviera consciente, cual reanimado común, hasta el restaurante y se arrodilló en el suelo, con la cabeza gacha. Poco a poco empezó a quitar los escombros sin una necesidad específica. Parecía que quería limpiar, pero sus movimientos lentos la disuadían.

Tigresa esperó, porque sabía que aquel momento era demasiado íntimo como para que ella lo interrumpiera. Era Po, luchando contra sí mismo y tratando de sobreponerse al dolor de la pérdida. Sus hombros cayeron y su espalda se encorvó, moviéndose apenas. Tigresa cerró los ojos, tragando grueso, y usó su Sentido Vital, Po estaba en el Décimo Estatus, pero más allá de eso, se enfocó en percibir lo que su Chi emanaba y se llevó una mano al pecho, sorprendida. La cantidad de odio hacia sí mismo, dolor y tristeza que él cargaba era abrumadora, incluso para Tigresa.

Abrió los ojos y con pasos lentos se acercó, se arrodilló a su lado y le pasó el brazo por el hombro. Ella conocía ese dolor de haber perdido todo; los primeros meses desde que Kai volvió, tuvo que aceptar esas emociones, superarlas y seguir adelante. Dolió. Esperaba que Po pudiera aguantarlo.

Po sollozaba de una forma que le era demasiado familiar, sin emitir sonidos largos, sino gemidos cortitos, dolorosos y como si le estuvieran arrancando las lágrimas con hierros calientes.

—Lo mataré —murmuró, limpiándose los ojos. Estaba hablando de Kai.

—Lo destruiremos.

—No, Ti, lo voy a matar. Por todos los que mató, por todos a los que volvió reanimados. Por... por mis padres. —La pata le tembló, mientras la alzaba para tomarle la suya—. A Kai y a todos los que hagan lo que él.

—Po... —intentó persuadirlo. Ese no era el Po que ella conocía, por más cambiado que estuviese.

Po la miró, sus ojos rojos por el llanto, y las lágrimas despuntando en las comisuras. Su mirada era dura, fuerte e inmisericorde, pero bastó con mantenérsela para darse cuenta de cómo se fracturaba y se rendía. Lo vio suspirar y ella lo abrazó.

—Ese no eres tú.

—Tengo que ser quien se necesita que sea.

—Yo necesito que seas el Po a quien quiero, ¿bien? —dijo, muy segura, contra su sien. Po reposaba su frente en su hombro—. Superaremos esto juntos.

Po asintió, abrazándola por la cintura. Duraron así un rato, con los únicos sonidos de sus respiraciones y el ulular del viento cuando sacudía las hojas de los árboles cercanos. Incluso las hierbas altas susurraban.

—Ti —dijo al fin—, cuéntame qué pasó aquí, cuando Kai atacó.

Tigresa inspiró profundo, rememorando lo que había sucedido.

—Fue... rápido, Po —le contó—. Estábamos recibiendo noticias de los maestros de China, bueno, de sus desapariciones. Y cuando estaba anocheciendo, Kai se apareció con Grulla y Mantis siendo ya jadembies. Peleamos, dijo muchas cosas sobre Oogway y nos fue capturando, uno por uno. Cuando ya tenía a Víbora y Mono, destruyó la estatua de Oogway y con ella el Palacio de Jade, y por último, Shifu fue jadembificado. Escapé sólo porque con un ataque, me mandó colina abajo. Si no, no estaría contigo.

Se hizo el silencio, y Tigresa abrazó con fuerza a Po para no dejar que el amargo dolor del recuerdo, de no poder hacer nada, de ser como un cachorro que apenas podía caminar peleando con un soldado entrenado, la invadieran por completo. Sólo lo justo para que la motivaran a acabar con Kai.

—¿Qué dijo de Oogway? —preguntó.

—Nada importante.

—Dímelo, por favor.

—Que lo amaba como a un hermano, pero después le dio la espalda. Que destruyó su memoria y que iba a destruir todo lo que él había creado.

Po se separó un poco, mirándola a los ojos, tan cerca que podía verse reflejada en sus jades.

—Si quería destruir todo lo que creó Oogway —preguntó, frunciendo el ceño—, ¿por qué sólo su estatua y el palacio? ¿Por qué no China como tal? Ellos ayudaron a terminar las guerras, pero no sabemos cómo en específico.

Tigresa asintió, comprendiendo.

—No lo sé. Quizá se dio cuenta que destruir China no era tarea fácil.

—¿Con semejante cantidad de Chi que tiene? —Po arqueó una ceja—. Si quisiera podría hacerlo.

—¿Poder? —Tigresa empezó a cuestionarse la situación—. La mayoría de los tiranos adoran el poder, por eso no destruyen su pueblo, aunque en el proceso lo hagan. De ahí que domine por miedo y no por benevolencia como los padres de Xiao. Pero... es cierto, hay algo que no cuadra.

—Tal vez hallemos respuestas en la Biblioteca Sagrada del Palacio de Jade. —Sonrió y le dio un fugaz beso, sorprendiéndola. Luego se puso de pie—. Ahora, Ti, creo que tenemos un trabajo que hacer.

Ella se quedó viéndolo ahí de pie. Con una sonrisa, pero con los ojos aún húmedos y pensó que nunca vería un animal tan sincero y noble como lo era él. Quizá eso es lo que le hizo enamorarse de él. Con una sonrisa también, le tendió la pata para que le ayudara a levantar, y cuando lo hizo, se la mantuvo tomada.

—¿Y bien?

—Vamos a sacar del Valle de la Paz a ese tal Yao.



Conforme caminaban por el Valle de la Paz, Tigresa empezó a hacerse un mapa de las zonas pobladas. El Palacio de Jade se encontraba en el norte de la aldea, en la montaña, el sur se hallaba deshabitado, así que quedaban el este y el oeste. Los emplazamientos de las viviendas parecían árboles, pues se alzaban al azar, ignorando las calles antes empedradas. Se componían por simples chozas y eran muy pocas las que estaban hechas de madera, pues eran de barro endurecido.

Tigresa veía animales salir y entrar de las chozas, los cachorros de distintas especies jugando entre ellos, persiguiéndose, algunas madres cargando con prendas de vestir. Todos ellos sin Chi. Todos ellos, apagados.

Los dos pasaban entre ellos con tranquilidad, serenos, sonriéndole a los cachorros que iban a verlos, que reían y que exudaban esperanza por cada uno de los poros de su piel. Po los calmaba y les preguntaba dónde estaba la guarida del tal Yao, a lo que los padres de los cachorros le indicaron que era en la zona oeste del Valle.

Al llegar allí, constató la brutal diferencia. En esa zona las casas eran de ladrillo bien construido, con tejados de tejas. Y todos eran dadores, sin excepción. Al concentrarse, su Sentido Vital le decía que iban desde el Primer Estatus hasta el Octavo, siendo éste último un único animal.

Tigresa le puso una pata en el hombro a Po, escondidos en una esquina.

—Intentemos encontrar túneles de acceso —le sugirió—. Todas las bandas tienen túneles de emergencia, por muy precarios que sean.

—No hará falta —dijo Po, demasiado sereno. Echó la pata a su espalda, donde tenía colgado el bastón de jade con una cuerda. Tigresa observó cómo lo tomaba y lo sopesaba, ella contuvo un estremecimiento. No terminaba de sentirse cómoda con el bastón.

«¿Vamos a matar mucho mal?», preguntó.

Po lo alzó sobre su cabeza, atrayendo la curiosidad de Tigresa, y lo arrojó por el suelo, derrapando, hacia donde estaban los animales que hacían guardia.

—¿Qué? —preguntó Tigresa.

Po se mantuvo en silencio.

—Observa, Ti —murmuró—, la razón por la que no hablé con los chicos de las entidades de Chi de tipo cinco. —Señaló con el mentón el bastón.

Los animales que hacían guardia se quedaron mirando el bastón, como hipnotizados. Entonces empezaron a pelear entre ellos por hacerse con el control del arma. Se daban puñetazos y patadas, zarpazos y tacleadas, hasta que uno de ellos tomó el bastón y le quitó la vaina que envolvía el mango.

Entonces se hizo la luz.

Tan brillante que Tigresa tuvo que entrecerrar los ojos. Entonces menguó y el bastón comenzó a emanar humo dorado, que caía como líquido al suelo y se evaporaba antes de que lo tocase. El animal que tenía el bastón gritó y comenzó a jadembificarse, empezando por sus patas, mientras daba mandobles a sus compañeros y los mataba en seco.

A ella le sorprendió cómo morían, porque apenas era un roce del arma, un cortesito del yin yang que coronaba el bastón, y los animales caían con los ojos en blanco al suelo, su Chi absorbido por el arma.

Fueron a lo mucho tres minutos, en los que el pobre guardia con el bastón limpió la zona, matando a tantos animales compañeros criminales como pudo, entonces su cuerpo entró en convulsiones, se giró el bastón, con el yin yang hacia él, y se lo clavó en el pecho. Cayó de rodillas al suelo, sostenido por el bastón como la pata de un portarretratos.

Po se puso de pie a su lado, sacudiéndose la ropa, con una sombra de culpa en los ojos. Tigresa lo siguió. Al llegar con los cadáveres, Po se inclinó y sacó el bastón de jade del pecho del guardia, que se convirtió en un jadembie, se irguió ante Po y esperó órdenes.

—¿Ese bastón crea reanimados? —se sorprendió Tigresa.

Po movió la cabeza, dubitativo.

—Así parece. No sabía que podía hacerlo cuando lo desperté, Ti. De hecho, no sabía nada. Pero Jade absorbe el Chi de quienes corta y jadembifica a quien lo desenvaina. —Po tocó al jadembie en el pecho—. Descansa —ordenó, y la estatua de jade se fracturó en millones de fragmentos, que se deshicieron antes de tocar el suelo.

El bastón seguía brillando. Po se lo tendió.

«¿Lo he hecho bien?», preguntó Jade. «Maté mucha maldad. Sí, lo hice fenomenal».

—Toma los Chis, Ti —le pidió Po—. Yo no tengo alma para hacerlo, después de que los he matado.

—No lo hiciste tú.

«Eso. Lo hice yo. Y lo hice de lujo».

Po negó con la cabeza.

—Yo fabriqué el arma, es mi culpa. —Se lo tendió con apremio—. Toma los Chis o Jade los comerá, prefiero que te den poder a ti a que se lo den a él.

«Oye, eso me ofende, Po», dijo Jade.

—Tú no sabes lo que es ofenderse.

«Sí lo sé, es cuando aquél jabalí que nos trajo en balsa te dijo que tenía una hija que podías desposar, y tú le dijiste que no porque querías a alguien más. El animal se ofendió y nos insultó. ¿Ves que sí sé?». Po de ruborizó observando a Tigresa, y ella no sabía si sonreír por la vergüenza de Po o extrañarse por la conversación con el bastón.

Po le rogó con la mirada.

—Por favor, Ti.

—Tu Chi al mío —dijo Tigresa, tocando el bastón de Jade; el Chi fluctuó de Jade hacia ella. Contuvo el leve estremecimiento, apenas perceptible, de recibir los Chis. Como Tigresa obtenía y perdía Chi con cada despertar, el golpe de la recepción no era tan fuerte. La cantidad que recibió la llevó del Séptimo al Octavo Estatus—. Po, ¿por qué puedo usar este Chi si no es mío? La ley de pertenencias debería impedírmelo.

—Jade elimina las conexiones cognitivas del Mundo Mental —murmuró Po, cerrando la vaina de Jade con mucho cuidado—. Lo que lo hace Chi sin identidad, esperando al uso de cualquiera.

Tigresa parpadeó, sorprendida. Po observó su reacción y ladeó la cabeza, con confusión, entonces cayó en cuenta de lo que ella estaba pensando.

—Oh, por el Chi —murmuró Po.

—Así es cómo Kai —dijo Tigresa— puede robar el Chi. ¡Claro! ¡Cuando él jadembificaba, sus pezuñas se hacían de jade, como... como sus cuchillas! ¿Será algo referente al Onceavo Estatus?

—Puede ser. —Po frunció el ceño y mantuvo la mirada perdida, navegando en sus pensamientos. Tigresa también se perdió, pero sacudió la cabeza al cabo, tenían asuntos más acuciantes que atender—. Pero, Ti —dijo Po al volver en sí—, recuerda que estamos en pañales en lo que a la maestría del Chi se refiere. Lo más probable es que descubriera una nueva orden y no la compartiera.

—Cierto —asintió ella—, aunque no puedes negar que tenemos algo.

Po sonrió, asintiendo, y Tigresa sintió algo aletearse en su pecho.

—Ahora —dijo—, permíteme que te ayude, Po. Deja te enseño cómo me infiltro yo.

Observó a su alrededor y cogió una plantas del suelo, rasgó un hilo de su ropa y lo ató a las plantas, formando un muñeco con cabeza, brazos y piernas. Po la miró con curiosidad. Tigresa constató estar usando uno de sus anillos de jade y tocó el muñeco.

—Busca túneles —ordenó. El muñequito de plantas empezó a correr en la zona, y los dos se quedaron esperando.

Tigresa se irguió, se recostó contra una de las paredes de piedra semiderrumbada y cruzó los brazos sobre el pecho. Sonrió de medio lado.

—A que no te sabías esa —dijo.

Po componía un perfecto círculo con los labios, observándola a ella y al muñequito que se iba lejos, intercalándolos. Algo en Tigresa se renovó, volviendo a ser la misma felina que antes de que Kai apareciera, al ver a Po actuar con su misma jovialidad de antes. Se ladeó un poco, apoyándose en uno de sus brazos; había imaginado muchas veces hacerlo, pero ahora que estaba en el acto, se sorprendió por lo esponjoso que era su pelaje.

Era como apoyarse en una nube.

—Nunca se me había ocurrido —reconoció Po, afincando su mejilla sobre la cabeza de Tigresa—. No soy muy bueno infiltrándome o espiando. —Se posó una pata en la panza—. No soy precisamente difícil de recordar o silencioso.

Tigresa se apartó lo suficiente para poder rodearle la espalda con el brazo, acercándolo a ella; sus dedos le rozaron la cintura, sobre el borde de los pantaloncillos que llevaba por debajo de los pantalones de entrenamiento.

—Si pude lograr que Jing fuera sigilosa, podré hacerlo contigo.

—Será un placer que me enseñes, Ti. —Rio, por lo bajo, y Tigresa asintió.

Poco después, el muñequito de plantas regresó y empezó a dar saltitos para llamar la atención de Tigresa. Cuando se la dio, el muñequito corrió hasta una zona en oscuridad, sin luz de luna por los árboles que había alrededor. Empezó a dar saltitos en una trampilla que Tigresa inspeccionó, cortó una campanilla que estaba atada y recuperó su Chi.

Entró ella primero, arrastrándose en cuatro patas. El tunel era de tierra compactada, demasiado precario y oscuro como boca de lobo. Po la siguió.

—Linda vista —dijo Po, detrás suyo.

Tigresa bufó, sin poder enojarse. Se sentía extraño que alguien le dijera que era hermosa, o lo insinuara.

Cuando llegaron al otro lado, Po la tomó por el tobillo, llamando su atención. Gracias a su visión nocturna, pudo leerle los labios. Le estaba pidiendo que despertara sus ropas. Po lo hizo con su túnica, sus pantalones y su chaleco; en total, la cantidad de Chi invertida lo hizo bajar del Décimo Estatus al Séptimo. Tigresa hizo lo propio, bajando del Octavo al Quinto.

Arriba se oían voces, risas e incluso músicas de cuerdas. Su Sentido Vital le alertó de al menos cuarenta animales. De pronto, dejó de percibir a Po. Al volverse, éste le miraba con una sonrisa, sus ojos opacos, vuelto un apagado.

—Mi vida a la tuya —susurró Tigresa, tocando con un dedo el vendaje de su pecho—. Mi Chi es tuyo.

Perder todo su Chi y volverse una apagada para evitar que la detectasen los dadores de arriba, hizo que la noche y la oscuridad de donde estaba se hiciera más oscura. Su visión nocturna perdió agudeza, incluso sus sentidos se embotaron un poco.

Con cuidado se izó por la trampilla, saliendo a un salón poco iluminado, donde en una de las esquina ardía una fogata, cuyo humo salía por un agujero en el techo. Todos los animales estaban de espaldas hacia Tigresa y Po. Ayudó a salir a Po y éste le señaló un segundo túnel a su derecha.

—Deberíamos ver que no nos ataquen por la espalda —le susurró al oído.

Ella asintió y se desplazó con cuidado hacia el segundo túnel, siguiendo a Po. Resbaló y cayó de bruces en la tierra, pero por suerte nadie se dio cuenta de ello. Po se detuvo en seco, obstaculizándole la visión; gruñó y Tigresa tuvo que darle unos golpecitos en la espalda para que le permitiera ver lo que él. Po se desplazó a un lado.

Al ver lo que Po no le permitía, contuvo una exclamación. No era un túnel, sino un hueco, donde al final estaba una jaula del tamaño ideal para un rinoceronte, en la que había cinco cachorros, repartidos entre lobos, conejos y jabalíes, encadenados. Estaban llenos de mugre y olían fuerte a excrementos, sucios a excepción de sus mejillas, limpias por las lágrimas.

Tigresa observó a Po, sus ojos estaban en sombras, pues estaba de espaldas al resplandor del fuego. Notó la tensión de sus músculos y cómo apretaba la mandíbula. Volvió la cabeza de lado, medio observando a los animales, medio iluminado su rostro por el fuego.

En ese único ojo iluminado, Tigresa vio furia.

—¡Eh! —dijo uno de los animales.

—Saca a los cachorros, Tigresa —le pidió, su voz siendo un templado susurro.

—¿Cómo has entrado? —dijo otro de los animales.

Po la miró y ella asintió. Él le dio la espalda, tomando a Jade con una pata y formando un puño con la otra, acercándose a los animales despacio, con la capa crujiendo. Tigresa quería liberar a los cachorros, pero era difícil apartar la mirada de Po.

Los animales atacaron. Po se movió de pronto.

Jade, todavía envainado, golpeó a uno de los animales en el pecho, rompiéndole los huesos. Otro atacó, y Po alzó una pata, las borlas de su chaleco se movieron como los tentáculos de un pulpo y envolvieron la cabeza del animal, que terminó en el suelo cuando Po empujó; el golpe sonó seco. Un tercero atacó y las borlas del chaleco de Po, una vez soltaron al segundo animal, detuvieron la espada y se la arrebataron, para que Po le rompiera las rodillas de un bastonazo. Un cuarto atacó por la espalda, Tigresa le advirtió, pero él ni se inmuto, pues su túnica despertada atrapó el arma; de un mandoble, Jade le rompió los huesos el pecho.

Con un respingo por el sonido de los huesos rompiéndose, Tigresa se concentró en abrir la jaula. Estaba con llave. Por un instante pensó en despertar el metal, pero se reprendió ante la idea; el metal no podía despertarse pues nunca había estado vivo.

Recuperó su Chi de todas sus ropas, volviendo al Octavo Estatus, sacó un hilo suelto de su chaleco y lo despertó.

—Retuerce —ordenó, su Chi manó de ella y entró en el hilo.

Metió el dedo dentro del cerrojo, reconociéndolo, y acto seguido, introdujo el hilo que ondeó como una serpiente hasta que el cerrojo sonó y la jaula se abrió. A su espalda, Po empezó a gritar mientras luchaba. Era un animal enfurecido.

—¿Maestra Tigresa? —jadeó el mayor de los cachorros. Los sonidos de la lucha iban cesando.

Tigresa asintió.

—He venido a ayudar —dijo, ayudando a salir a los cachorros.

Se volvió hacia Po y lo encontró junto al fuego, con la cabeza gacha, rodeados de cuerpos en su mayoría muertos. Sostenía a Jade con una pata, contra el pecho de un animal mejor vestido que los demás, como si fuera el líder. Por algún motivo, parecía más alto, más ancho de hombros, más amenazador.

Con la otra, sostenía la vaina de Jade. El cierre de la vaina estaba suelto y del bastón manaba humo dorado hacia el suelo y hacia el techo.

El brazo de Po temblaba, como si dudara.

«Desenváiname... —Susurraba Jade—. Mátalos...».

«Esto es malo», pensó Tigresa.

—¡Po —lo llamó—, ya tengo a los cachorros!

Po la miró, con ojos vidriosos.

—Los has derrotado, Po, no hace falta desenvainar el bastón.

«Sí..., sí hace falta...», dijo Jade.

Po parpadeó y por fin la vio. Volvió a envainar a Jade, sacudió la cabeza y fue hacia Tigresa. Cuarenta animales yacían muertos o moribundos en el suelo, Po le dio una patada a uno que seguía vivo, sacándole un gemido.

—Monstruos, eso es lo que son —susurró con voz ronca. Se asomó a su lado, mirando las jaulas. Ya no parecía más grande, y Tigresa se lo atribuyó a una ilusión óptica por el fuego—. Monstruos que viven por mi culpa.

Los cachorros, ya libres de la jaula, rodearon dubitativos a Po, mirando a Tigresa. Ella le tomó la pata a Po; le temblaba.

—Hora de llevarlos a casa, Po.

Él asintió y se dejó llevar.



Mientras volvían con los cinco cachorros a la zona este del Valle de la Paz, donde estaban los pocos animales que quedaban, Tigresa observaba con aprensión a Po. Apenas si había dicho palabra desde que hubieron salido del escondite de Yao, confirmando por Po que el muerto mejor vestido era él. Sin embargo, había dejado vivo a unos cuantos como una advertencia, de que si volvían, los destruiría sin piedad.

Caminaba con la cabeza gacha y las patas tomadas en la espalda, como meditabundo, aunque no sabía si era del todo cierto. Po no había recuperado sus Chi, sino que los tenía todos en su chaleco, vuelto un apagado, y así ella no podía usar su Sentido Vital para analizarlo a fondo.

Durante el camino, Tigresa quiso hacer hablar a los cachorros, pero estaban demasiado aturdidos y agotados mental como físicamente, excepto uno. El mayor, en cambio, parecía verla con un respeto demasiado intenso, casi como Nu Hai cuando empezó a entrenarla. Le contó que los habían secuestrado de sus respectivas familias porque se negaron a entregarles su Chi como método de protección, escondiéndolo en otros lugares.

—¿Conocen las órdenes? —les preguntó.

—No sé qué sean, maestra —dijo el cachorro—, pero se la escuché decir a Yao cuando fue con padre a amenazarlo, así que las dije y se guardaron en mi chaleco. —Se tocó la prenda de ropa—. Él se enfureció y me quiso obligar a dárselo a él, pero me negué y me llevó.

Asintiendo, Tigresa les dijo cómo recuperar su Chi, y cuando todos lo repitieron poco a poco, pudo percibir cómo cada cachorro volvía a ser visible a su Sentido Vital, recuperando su energía y parte de su vitalidad. Se estremecieron de gozo al recuperarlo, dos incluso cayeron al suelo entre temblores.

Después de llevar a cada uno con sus respectivas familias, Tigresa observó cómo el aspecto de Po cambiaba poco a poco conforme los iban entregando y los animales recibían a sus cachorros con los ojos anegados en lágrimas. Les agradecían de todas las maneras, desde efusivas hasta de rodillas, todos con los ojos brillando de nuevo, quizá siendo apagados, pero despidiendo tanta vida que la reconfortaban.

Cuando entregaron al último, Tigresa le propuso descansar, pues ya era muy tarde y el alba despuntaría pronto. Po asintió y se dejó guiar hacia el Palacio de Jade, a sus antiguos dormitorios. Aquello le revolvió las emociones, porque le traían buenos recuerdos de cuando la vida no se trataba de intentar sobrevivir el día o de que si Kai los encontraría mañana, o si vivirían la semana. Sino de puro entrenamiento, fortalecerse y proteger el Valle.

Objetivos en los que falló.

Su propio dormitorio seguía como lo había dejado, sólo que con cantidades enormes de polvo. Los cuatro soportes del catre que le hacían de cama estaban podridos, tanto que con tocarlos con la cola, se derrumbaron; la tela blanca era amarilla y tenía agujeritos. El armario en una esquina apenas eran tablas podridas y comidas por los insectos. Lo único que quedaba en buen estado en ese lugar era el espejo de metal pulido que había en una pared; casi nunca lo usaba, sólo para darse una mirada rápida y no salir desarreglada a entrenar.

Po le soltó la pata que le sostenía.

—Es mejor que nada, Ti —dijo, su jovialidad recuperada por alguna razón.

—Servirá. —Asintió, quitándose la túnica que llevaba y tendiéndola a forma de manta en el suelo. Estaba sucia y llena de tierra, por el viaje que realizaron para llegar al Valle de la Paz y las consecutivas siestas en la tierra—. ¿Te pareces si dormimos juntos? Hace demasiado frío como para que, como antes, durmamos cada quien por su lado.

Aunque en parte tenía razón, gran parte de su propuesta era porque necesitaba darle a Po un motivo para que, pese a lo sucedido hoy, se sintiera bien. Si se tendía a pensar mucho las cosas el sueño rehuía, y nadie lo sabía mejor que ella. Po parpadeó como si le hubiera hablado en otro idioma y después de un rato, preguntó.

—¿Segura?

—Sí, Po.

Po se sonrojó un poco y bajó la cabeza, con una sonrisa naciéndole. La alegría de Po la golpeó de lleno, y Tigresa tuvo que hacer un esfuerzo inanimal para que su Sentido Vital no se enfocara en él. Intentó quitarse su túnica también, pero lo hizo mal, porque como su cuerpo era relleno y la túnica lo contorneaba, se atoró.

—Deja te ayudo —dijo ella.

Se la quitó con más facilidad y Tigresa pudo constatar que ambas ropas eran, pese ser a iguales, por completo distintas. La de Po tenía tan marcada su forma que por fin comprendió la explicación de la clase de Po para con todos. Como la tela tenía la forma marcada, eso requeriría menos Chi para despertar. La tela estaba raída y dura en algunos lugares, pero se mantenía sin problema. Se la tendió.

Po la tendió en el suelo, encima de la de Tigresa, y frunció el ceño, su capa era más ancha que la de ella. Como tres tallas. Se quedó observándolas.

Tigresa le puso una pata en el antebrazo.

—¿Y bien, Po? —dijo—. Cuando uno va a dormir, ya sabes, se tumba. A menos que seas un ave.

Po soltó una risilla, apenado.

—Sí, sí. —Se agachó para acostarse, pero se terminó arrodillando. Volvió la mirada, buscando sus ojos, casi como preguntándole que si eso de verdad estaba pasando—. Dioses, esto es tan bueno que presiento algo malo va a pasar.

Ella sonrió de medio lado, negó con la cabeza, y se tumbó en las túnicas. Po la siguió, quedando los dos boca arriba. Tigresa le tomó la pata y se giró; estando ya de medio lado, le tomó el mentón y lo hizo verla. Sus sentidos estirados por el Chi le permitieron ver que debajo del pelaje del rostro, Po se ruborizaba.

—¿Mejor? —preguntó. Po asintió, más cómodo, y le rodeó la cintura para estrecharla contra él.

Tigresa se dejó, aunque su antiguo yo se quejaba por dejarse manejar tan fácil. Fue sencillo silenciarlo. Xiao y Fan Tong tenían más romance en su relación que ella y Po, los que los conocían decían que tenían la estabilidad de una pareja de ancianos con mucho recorrido. Frunció el ceño, ni siquiera un día con él y ya nombraba lo suyo como relación.

Con el rostro en su pecho, relajándose con los latidos rítmicos del corazón de Po, Tigresa decidió que no catalogaría lo de ambos. Prefería que fuera algo sin nombre y duradero que clasificarlo y fuese efímero.

Fuera como fuese, dioses, lo amaba como a nadie.

—Gracias —susurró Po, contra su frente.

—¿Por qué? —preguntó contra el pecho de Po.

El abrazo de Po fue tierno, como si tocase porcelana o seda, con una delicadeza impropia de sí. Las patas le temblaron por un instante; Tigresa sintió el pecho de Po caliente, por un breve momento, justo donde le había mostrado que tenía la mancha en forma de pata.

—Por ayudarme a mantener el control. —Su corazón se aceleró—. Jade puede ser muy persuasivo.

—Ya. —Cuando la respiración de Po se acompasó, Tigresa abrió los ojos y se separó un poco de Po, ascendió hasta que sus ojos estaban alineados con los suyos—. ¿Cómo creaste a Jade, Po?

—Si te soy sincero —respondió, su aliento le cosquilleaba los bigotes—, no sabía lo que hacía. Yo... luego de aprender sobre el Chi, me di cuenta de las contrapartes. O sea...

—Cada tipo tenía su opuesto, lo sé.

—Sí, y pensé que debería existir la forma de que un objeto no vivo pudiera tener consciencia. —El brillo de los ojos de Po disminuyó—. Se pudo, pero el precio fue muy alto.

Tigresa asintió cuando Po se detuvo, circunspecto. Quería saber, ya que el tema le interesaba, pero no iba a presionarlo; cinco años sin él le hacian valorar los momentos de catarsis. Eso era mejor, pues prefería un diálogo sincero y corto, a uno largo y forzado.

—Me costó dos mil Chis, cuatro años de entrenamiento en el Mundo Espiritual. Por poco y casi no logro volver. Perdí un Estatus en ello. Bajé al Décimo.

Tigresa parpadeó con sorpresa.

—¿Estabas en el Onceavo Estatus?

Po asintió, sonriendo con vergüenza.

—No sabía lo que crearía, aunque su orden fuese destruir el mal. Elegante, podría decirse. Como te dije, Jade puede cortar la conexión cognitiva de un animal, separando el Chi de su cuerpo y, de paso, anular la identidad espiritual.

—Si te soy sincera —dijo ella—, esas explicaciones no las entiendo para nada.

Po bufó, comprensivo, alzando una pata y acariciándole el rostro con la otra.

—La realidad misma, Ti, se conforma de Tres Mundos. El Físico, el Mental y el Espiritual. Los animales, por ejemplo, nuestro cuerpo es el Aspecto Físico; nuestra mente y raciocinio el Aspecto Mental y el alma, el Espiritual. De esa manera, estamos en armonía y tenemos vida.

Tigresa frunció el ceño.

—¿Y lo que no está vivo?

—Todo está vivo.

—Quiero decir, lo que no piensa.

—Quisiera decirte, pero no lo sé. —Sonrió. El antiguo Po afloró, el que era amante del kung fu, que sabía más que nadie sobre cada maestro y artículo del Palacio de Jade—. En fin, cada ser vivo tiene Chi, que es en términos simples, la energía vital. Energía que se halla en el Mundo Espiritual y que posee una... ¿imprenta?, por cada animal.

—De ahí que no se pueda robar, supongo —apuntó ella.

—Sí. —Po asintió—. Eso se llama identidad espiritual, o al menos así lo llamo yo. Es como tu sello. Lo que dice: «este Chi es mío». Cuando ese Chi pasa del Mundo Mental al Físico por requerimiento propio, véase un despertar, lo hace porque deseas que así pase, eso se llama una conexión cognitiva, que es la unión entre cuerpo, mente y alma. Jade por alguna razón puede cortar las conexiones y borrar las identidades.

—Ya veo —comprendió Tigresa, tomándole la pata que Po no tenía en su rostro. Sus almohadillas eran semiduras, de guerrero, pero suaves de cocinero—. ¿Entonces Kai pudo encontrar una orden que imitase a Jade, consigo mismo o con sus cuchillas, pudiendo robar el Chi?

—Es lo que creo. Pero eso no viene al caso, Ti. Te agradezco que evitases que perdiera el control, ya que como la orden que le di a Jade es única, él la cumple a rajatabla. Influencia la mente para que lo desenvaine; sólo animales con mente fuerte se le resisten. —Desvió la mirada—. Por eso es tan efectivo con animales cualesquiera.

Tigresa se acercó y le dio un beso en toda la nariz a Po, sacandole una risilla.

—Te ayudaré siempre que lo necesites, Po.

Él le devolvió el beso, sólo que en la mejilla. A su vez, ella le devolvió otro, sólo que en los labios. Fue largo y placentero, las patas de Po bajaron lentamente a su cintura, rozándole el pelaje allí donde su ropa no cubría, sensaciones que se aumentaban gratamente por su Estatus. Las garras de Tigresa recorrieron la espalda de Po, sus dedos tomando el cálido pelaje.

El calor que se le extendió por el cuerpo, quemándole sus sentidos extendidos como si estuviera prendida en llamas. Con los ojos cerrados, abandonándose a las sensaciones, tanteó el suelo y arrojó lejos a Jade, percibiendo su queja en su mente. Su mente le pedía que se detuviera, pero su cuerpo la incitaba a seguir y..., qué demonios, cinco años sin tocar ni ver a Po le estaban pasando factura.

Po se separó de ella, jadeando por aire.

—Oh, dioses —murmuró, con un brillo opaco, animal e instintivo en los ojos.

Tigresa gruñó por lo bajo, anhelante. Se relamió los labios y se sentó a horcajadas encima de Po. «Debería controlarme —pensó, lamiéndole la mejilla—. Otro día, mejor». Una nueva tanda de besos, más profundos que los anteriores, acallaron esa molesta vocecilla.

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