8
El salón donde se realizaba la fiesta parecía la entrada a otro mundo. Mientras la ciudad era sombría y deprimente, el salón transmitía poderío, maravilla y riqueza. De dos pisos, cuyas dimensiones eran enormes, permitiendo vitrales en los ventanales, estaban iluminados por linternas de aceite de distintos tamaños con distintos grados de luminosidad. Los destellos cuando la luz pasaba de dentro del salón por los vitrales se mezclaban con la luz de fuera, en bellos patrones.
Nu Hai no sabía cómo comportarse en dicha fiesta. Los animales entraban a pie, así como en carruaje, riendo como si aquello fuese normal, pero Nu Hai podía ver con claridad pasmosa, a los animales más bajos, los ciudadanos, trabajando como esclavos, barriendo la ceniza, limpiando las paredes y sirviendo de cocheros.
Y los animales más poderosos, la élite, los trataban como basura.
Inconscientemente, su Chi se empezó a acumular alrededor de su cuerpo, conforme caminaban, acentuando el azul de su qipao hasta niveles que rozaban el negro. Una pata en su hombro le apretó con fuerza: Bao la miraba casi rogándole no hiciera un número. Nu Hai se calmó, recordándose que debía mantener la compostura; estaban en una misión.
—¿Tenemos un plan? —preguntó Bao, en voz baja, con una sonrisa que era una fachada para los demás animales.
—Socializar —respondió Nu Hai, sonriendo como si su hermano hubiera dicho un chiste—. Y ver qué averiguamos. Por Seiryu, quiero irme de aquí cuanto antes.
—Yo quiero romperle la espalda a estos animales —susurró Jing, sin molestarse en fingir—. Me enferma cómo los tratan.
—A mí también, pero tenemos que adaptarnos si queremos averiguar algo.
Con reticencia, Jing se dejó guiar cuando un mayordomo, que Nu Hai detectó pertenecía al Segundo Estatus gracias a su Sentido Vital, le hizo una reverencia y los llevó dentro del edificio.
Nu Hai se quedó muda de asombro. Los vitrales representaban escenas del maestro Po luchando contra Tai-Lung, contra Shen en Gongmen y contra Kai, aunque ella no sabía cómo podían representarlas con tal... divinidad. Era la palabra que le venía a la mente. El maestro Po parecía un dios poderoso destruyendo a sus enemigos, no obstante, ella sabía que eran exageraciones.
En uno de los ventanales se veía a Po, de un blanco prístino con manchas negras, envuelto en un aura dorada contra Tai-Lung. En otro con bolas de energía a puntos de ser arrojadas a Shen. Y en la otra, sacrificándose contra Kai. Nu Hai conocía ese tipo de exageración, si recordaba bien era apoteosis: representaciones divinas de un animal normal.
El salón era de mármol pulido hasta el punto que se veía, en parte, los reflejos de los animales que bailaban, charlaban o sólo caminaban en el lugar. Hanfus elaborados hasta el cansancio de seda y colores brillantes, con lazos y bordados dorados, plateados y de colores chillones, adornaban a las hembras y algunos machos. Qipaos de todas las clases, con botones en un extremo o en ambos, como militares, o normales como los de ella, daban toques de estilo por el lugar. Y el jade. Habían joyas, accesorios y tejidos de jade, cosa que interfería con el Chi.
En uno de los extremos una banda de cuerdas con instrumentos, tocaba música relajante, incitando a los machos a sacar a bailar a las hembras. Los mayordomos iban con túnicas marrones o negras, llevando bebidas y comida en bandejas o en las patas. Las mesas tenían elaborados manteles cubriéndolas, al mejor estilo occidental, con bordados de todas clases.
El aturdimiento de aquel mundo desconocido pasó de largo cuando la golpearon varios maestros dadores de Chi. Habían doce en el salón, esparcidos como pinceladas en una pintura. Uno del Sexto Estatus, dos del Tercero y nueve del Segundo.
Entonces la ansiedad se apoderó de Nu Hai. «¿Qué estoy haciendo aquí?», pensó, con un arrebato de pánico. Ella no era una espía, era una luchadora, una alumna en camino a ser maestra de kung fu, si esos criminales la descubren la matarían. Matarían a Jing y a Bao.
No.
No podía.
Empezó a respirar con fuerza, hiperventilándose, sintiendo cómo el qipao le oprimía los rollitos de la panza y el pecho. Observó a todos los miembros, animales estirados, criminales, opresores que exprimían y destruían a los demás, ganando con su sufrimiento, se imaginó usando su Chi lanzando un rayo de energía, controlándolo y atravesándoles el pecho a...
Las patas de Bao y Jing le apretaron las propias, con fuerza, uno a cada lado. El rostro de Bao era sereno, cosa rara en él, y el de ella era igual.
—Hermanita —dijo—, estás emanando Chi. Nos van a descubrir.
—Cálmate —susurró Jing—. Podremos con esto. Ahora no somos Elegidos de las Constelaciones, ni estudiantes de kung fu. Somos ascendidos, casi nobles. Imagínalo como un nuevo poder. Sólo debes controlarlo.
La presión de la pata de Jing aumentó cuando ella entrelazó sus dedos y sintió el Chi de ella introduciéndose dentro. Un calor, como cuando bebía algo caliente, se extendió por su cuerpo, calmándola. Nu Hai cerró los ojos e inspiró, concentrándose. «Es sólo una misión. Es una nueva habilidad. Nadie de aquí te conoce, no pueden herirte, no pueden herir a Jing y Bao. Tranquila».
—Gracias —murmuró Nu Hai.
Jing y Bao la soltaron y Nu Hai se encaminó, unos pasos más adelante, hacia una de las mesas desocupadas. Tomaron asiento y esperaron a que uno de los mayordomos se acercara y los atendiera; fue un lobo, de porte estilizado, aunque con ojeras que se le destacaban sobre el pelaje.
—¿Puedo ofrecerles algo, mis ladys y lord? —preguntó, átono.
—¿Qué tienen? —preguntó Bao, con desdén en el tono y bufando con molestia. Interpretaba de maravilla su papel.
Los tres habían acordado sus roles y personajes a interpretar. Bao sería un comerciante en auges de las tierras orientales, cuya producción era el jade; Jing sería la hija de un antiguo general de las tierras altas occidentales, allí donde los animales eran osos y lobos, y hacía demasiado frío; por último, Nu Hai sería una antigua hija de un señor del sur, comerciante de armas y tratante de esclavos.
—Vegetales salteados en salsa de soya —respondió el lobo—. Como plato fuerte bambú al vapor con sopa de fideos y vegetales encurtidos, acompañados de tofu con una capa de queso frito. De postre, dumplings de arroz con relleno de judías dulces. Bebidas tenemos agua de arroz, una bebida local, también jugos varios y licores tanto de arroz como fermentación de maíz, importado de tierras lejanas.
—Tres entradas —ordenó Bao—. Bien salteados, y si nos ves hablado no interrumpas. Vete.
El lobo agachó la cabeza en una reverencia y se retiró hacia una puerta al fondo del salón.
Cuando estaba segura de que nadie podía escucharlos, Nu Hai se inclinó un poco sobre la mesa.
—¿Y bien, saben cómo vamos a proceder?
Bao asintió, Jing también.
—Bien —dijo Nu Hai—. Tenemos que hacerlo todo en el menor tiempo posible. Una semana, ese es el plazo límite, ¿vale? Necesitamos averiguar todo lo que podamos.
Nu Hai volvió su mirada hacia una elevación del suelo, una tarima, donde las dos prometidas estaban charlando con otros animales, ellas sentadas en dos sillas como tronos y los demás de pie. Había un tercer trono, que sabía era para el rey del pueblo, que aún no había llegado. De hecho, se hablaba poco de éste.
El plan era simple: amalgamarse con los animales, formar contactos, tal vez posibles alianzas. Pero planearlo era una cosa y ejecutarlo era harina de otro costal. Nu Hai suspiró, esperando la comida, analizando los patrones de movimiento, quienes bailaban y quienes reían. Era demasiado complicado con tanto jade alrededor.
Eso mosqueó a Nu Hai. No terminaba de entender por qué, si el jade era necesario para realizar despertares, también podía usarse para entorpecer a los dadores o maestros del Chi. Cerró los ojos y se concentró en los latidos de su corazón, aumentando su cantidad de Chi para agudizar su Sentido Vital y analizar más a fondo a los invitados.
Dejó de lado a los dadores que había, si ellos percibían que los analizaba, los pondría sobre aviso y eso no era algo alentador. Lo hizo entonces con la pareja por quien se celebraba aquella fiesta. Conexión fuerte aparte, ambos Chi resonaban con increíble sintonía; la loba y la jabalí apenas si se lograban diferenciar.
Aumentó su rango de análisis, abarcando a seis de los animales que las rodeaban. Percibió fluctuaciones en su Chi. Los Chi de los animales, llamadas almas en algunas creencias, tendían a destilar las emociones que los embargaban o las que, en el subconsciente, poseían. Nu Hai detectó asco, envidia, codicia y ansia de poder.
«Todos estos animales podrán estar aquí confraternizando, pero se apuñalarán por la espalda a la menor oportunidad?». La duda era si podía aprovecharse de eso.
Minutos más tarde, el lobo trajo los aperitivos que los tres devoraron con rapidez. Estaban un poco insípidos comparados a la sopa de fideos del maestro Po. Al acabar, dos lobos tan negros como una noche sin estrellas se acercaron a ellas, con expresiones nerviosas.
—Somos los lores Jo y Zan —dijo el que se señaló como Zan—. Ladys, ¿quisieran concedernos una pieza?
Por un instante, Nu Hai observó de soslayo hacia atrás, lo más que pudo sin girar el cuello. Después cayó en cuenta de que se lo estaban pidiendo a ellas y sonrío con vergüenza, para luego quedarse aturdida. ¿Quién en su sano juicio la invitaría a ella? «Aprovecha —razonó—, que aquí los pandas son respetados». Y en efecto, podía atisbar cómo algunos animales los señalaban y veían con disimulo.
—Por supuesto, nos sentimos honradas —dijo Jing, aceptando por ambas. Tomó la pata que le tendía el lobo que se señaló como Jo y se puso de pie. Nu Hai la imitó.
Y armándose de paciencia para no estallar en pánico, Nu Hai fue con el lobo.
Bao aprovechó para levantarse y salir a tomar aire fresco poco después de que a su hermana y a Jing las hubieran sacado a bailar. Estaban en una misión, pero toda la atmósfera de ese lugar le asqueaba y estar entre ellos le hacía sentirse sucio. Bufó, dirigiéndose hacia unas escaleras que salían del salón y rodeaban al mismo, como una serpiente, un corto trayecto y conducía a un mirador externo en el segundo piso. Era irónico que a él, alguien a quien le importa más el resultado que el método, se sintiera incómodo entre animales que no dudarían en matarse entre ellos si eso les daba más poder.
El gélido aire de la noche casi le quemó el rostro; pese al frío natural, disminuía su temperatura a causa de las cenizas en las nubes. Las observó, moviéndose como monstruos de enormes tentáculos abarcando el cielo, el viento las hacía moverse. No eran de un oscuro tono como las de la Aldea, u oscuras en sí como las de la Ciudad Imperial, sino que eran de un gris sucio. Siguió el origen de esa capa de nubes y encontró, a lo lejos en la falda de una montaña, antes de llegar a la muralla que ascendía y formaba un cerco, una de las refinerías metalúrgicas del pueblo.
Bao había investigado aquello cuando salió a buscar información esa tarde. Los animales a los que pudo sacarles algo le comentaron que el pueblo estaba emplazado cerca de una mina de metal, el cual refinaban en las fábricas. Nadie sabía para qué lo usaban. Incluso los trabajadores a los que les compró información, decían que ellos sólo fundían el metal y luego lo llevaban a otra sala, donde los animales cercanos al rey lo usaban.
Su Sentido Vital se activó de golpe, indicándole la llegada de un maestro dador de Chi del Sexto Estatus a pocos metros de él. Se volvió hacia el origen de la energía y atisbó unas orejas apareciendo por la escalera. Acto seguido divisó la cabeza y luego el cuerpo de una leona joven, no más de quince años, dieciséis máximo, aunque siendo una dadora, la edad era relativa. Cuando se superaba el Quinto Estatus, casi se dejaba de envejecer; el cuerpo crecía hasta el punto de madurez y luego se detenía. Envejecía un uno por ciento por año en lugar de lo que debería; el efecto era más intenso en los Elegidos.
La leona parpadeó aturdida al verlo; Bao se intrigó. «Su Sentido debió advertirla. —Entonces cayó en cuenta—. Exacto, su Sentido la advirtió. ¿Intenta algo conmigo o sólo se hace la inocente? Asqueroso mundo de intrigas, este».
—Oh, hola —dijo la leona. Llevaba un hanfu rojo, que resaltaba el labial que tenía—. ¿Estás ocupado?
Bao frunció el ceño.
—No.
La leona sonrió.
—Entonces puedo tumbarme aquí, ¿no? —Sacó de una de las mangas de su hanfu un rollo al menos tan grueso como el brazo de Bao—. No soporto las fiestas. Me enferman.
—¿Y qué haces aquí? —preguntó, con una sonrisilla. La leona era linda, aunque la atemporalidad de sus rasgos era confusa, con esos ojos amarillos oro—. Si te disgustan las fiestas, no tiene sentido venir.
La leona rodó los ojos.
—Obligaciones, joven panda —dijo. Se acercó a su lado y se sentó en el suelo, sacando las piernas por las columnas de la balaustrada—. Pero no las obedezco. —Bufó y se apartó un mechón de pelaje de la frente—. Vengo a leer, más que todo. —Se quedó mirándolo un rato y Bao sintió un cosquilleo en la espalda; parecía que lo estaba analizando—. Oye, ¿tú no eres de aquí, verdad? No te reconozco.
—No, soy nuevo en el pueblo.
—¿De dónde eres? —se entusiasmó.
—De oriente —respondió Bao, de pie, mirándola y tratando de darle un juicio; le era sospechosa, aunque algo tiraba de sus emociones para hablar con ella—. Comercio jade.
La leona entrecerró los ojos. Bao sintió un arrebato de pánico, reconocía esos ojos por Lei-Lei, cuando no creía sus mentiras. Por reflejo, accedió a su Chi y empezó a emanar volutas de energía púrpura, característico de Genbu.
La leona sonrió, alzó el rollo que había sacado y entonces Bao se dio cuenta con terror que los bordes de los extremos del pergamino eran jade. Los ojos de la leona brillaron al encontrar los suyos y hubo un destello de movimiento.
Por reflejo, Bao creó un escudo de Chi, un caparazón lo envolvió y protegió contra una soga que la leona había lanzado. Ella se levantó y dejó caer el hanfu, revelando un atuendo de despertador: pantalones con trozos de telas en donde estaban las botas, una camisa con borlas en las mangas y una capa que parecía normal, pero Bao sabía, estaba casi seguro, que todas las prendas estaban despertadas.
—Vaya —dijo la leona, su rostro jovial haciendo contraste contra su voz burlesca—, supongo que tenía razón. Ahora, Constelación de la Tortuga Negra, ¿podríamos hablar como animales civilizados?
El corazón de Bao latía con fuerza. De soslayo observó el salón, buscando a Jing y su hermana, para su sorpresa, las encontró a las dos bailando juntas, moviendo los labios en susurros. «Intercambian información», razonó.
—Tú fuiste la que me atacó —dijo Bao, intentando calmarse.
La leona alzó una ceja, cruzada de brazos; tocaba con la punta del dedo de uno de sus pies, el jade del pergamino en el suelo, por si necesitaba realizar otro despertar.
—Tenía que comprobar mi teoría.
—¿Y esa era?
—Qué tan estúpidos eran los tres. —Frunció los labios—. Son demasiado jóvenes para ser maestros del Quinto Estatus, además, andan con su Chi activo a todo momento, lo que me dice que son Elegidos, sólo que no sabía cuáles. Las Constelaciones. —Sonrió como si hubiera encontrado un tesoro—. Esto es... interesante.
Bao, tras el escudo en forma de caparazón, preparó más Chi para golpearla con otro caparazón de ser necesario. Si ella los descubrió, quería decir que los demás también. «Jing y Hai corren peligro, pero... pero tengo una oportunidad de oro. Ella no estaría aquí hablando si no tuviera algo que quiere. Me necesita».
¡Bum!, una moneda de cambio. Bao sonrió para sus adentros. Ahora se sentía en su salsa, tenía con qué negociar.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Bao—. Dilo de una vez.
—Directo —sonrió, recogiendo el pergamino—. Eso me gusta. Seamos claros, entonces. —Se cruzó de brazos—. Ustedes tres son un blanco fácil, demasiado tentador. De hecho, apuesto que Xun ha mandado activos a por ustedes.
—¿Qué? —Bao quedó patidifuso.
—Que ustedes inclinarían la baza de este pueblo, así que es una competición entre Xun y yo. —Estiró la pata hacia él—. Únete a mí, a mi causa. Soy la líder de la resistencia, Yuga.
Bao iba a reírse de lo irónico de la situación, habían viajado allí para infiltrarse en la sociedad y de pronto, en su primera fiesta, la solución les cae del cielo. ¿Pero y si era una trampa?
De un momento a otro, se desató el caos.
Bao escuchó una explosión en el salón, seguido de gritos de indignación, sorpresa y enojo. Debajo de la naciente cacofonía de gritos, se distinguían unos pocos de terror. Las explosiones se repetían, menos potentes, tanto dentro del salón como desde fuera. Observó a Yuga a los ojos, ella estaba impertérrita, como una estatua.
—¿Cañones? —preguntó—. ¿Es eso? ¿Así es como ese Xun evita a Kai?
Yuga sonrió con amargura, negando con la cabeza.
—El Guerrero Dragón demostró que los cañones para un maestro del kung fu son virtualmente inútiles, lo que hizo Xun fue mucho más problemático.
Las explosiones se repetían como si fueran en sucesión.
—¿Qué puede sonar así y no ser un cañón? —exclamó.
Yuga hizo un mohín y sacó de su atuendo un cuchillo de jade.
—Absorbe cuando cortes —ordenó, y Bao vio cómo su Chi salía de ella y entraba en la hoja del cuchillo. Bajó del Sexto Estatus al Segundo. «¡¿Tortuga Negra, tanto Chi?!». Acto seguido, Yuga lanzó un tajo al escudo de Bao: el cuchillo cortó el Chi y éste onduló, adentrándose en la hoja.
—¿Qué demonios? —Retrocedió a trompicones.
—Aún estás en pañales comparado conmigo, cachorro —dijo, burlesca y posando una pata en su cintura. Bao no terminaba de decidirse si detestarla, sorprenderse o reconocer que era guapa—. Decide. Xun o yo.
Él observó hacia el salón. Su hermana y Jing brillaban por el Chi que usaban; protegiéndose de los animales que habían hecho un círculo a su alrededor, unos con espadas, otros con cuchillos. Bao observó a los dadores con cuerdas y telas despertadas. Al fondo, otros sostenían palos de metal, pero no los blandían como porras, sino que se los afincaban en el hombro como jabalinas.
Se volvió a ver a Yuga, la decisión en sus ojos, y ella se percató. Asintió complacida y recuperó el Chi de la daga, volviendo al Sexto Estatus. Se pegó a Bao, tanto que no supo cómo reaccionar cuando sintió los pechos de ella contra su brazo, se agachó y exhaló Chi, tocando el suelo con una pata.
—Derrúmbate —ordenó. Perdió un Estatus, bajando al Quinto, el Chi entró en la madera del suelo e hizo que se pudriera, empezando a fracturarse con el peso de ambos combinados—. Tu Chi al mío.
Cayeron como piedras y por reflejo, él creó un escudo circular, envolviéndolos a los dos. Yuga tocó su capa y con una orden de protección, la despertó. Ésta los envolvió a ambos y soportó el golpe por el impacto en el suelo, que los hizo saltar dentro de la esfera de Chi como aquellos juguetes con una piedrita dentro.
—Tu Chi al mío —dijo Yuga y cuando recuperó su Chi de la capa, despertó las partes antes de que Bao dejara caer su Chi—. Conviértete en mis puños y dame fuerza. Sé mis piernas y fortaléceme. Protege mi espalda. —Con tres despertares seguidos, su Chi bajó a un Tercer Estatus, luego despertó su cuchillo y bajó a un Primero. Por último, tocó el qipao de Bao—. Protege su vida. —Y con ese último despertar, se volvió una apagada, sin Chi.
Bao gimió, sintiendo el Chi de Siu en su qipao, y la forma en que la tela se movía como viva.
—Ahora, cachorro —dijo ella, con una sonrisa aventurera—. Hora de divertirnos.
A su pesar, Bao sonrió.
—Tienes una idea retorcida sobre la diversión.
Ella se encogió de hombros.
—Si no hay riesgo de muerte, no es divertido.
—Estás loca.
—Probablemente.
Dicho esto, Bao dejó caer la esfera y los dos se unieron a la refriega.
Nu Hai y Jing se apoyaban la una a la otra, moviéndose como un carruaje bien construido, arrasando con todos los animales que los atacaban. Eran virtualmente imparables, pues las heridas que les causaban eran curadas por el Chi de Jing, mientras que Nu Hai atacaba por ambas cuando ella estaba curando, sumado a que el Chi de Jing cuando tocaba o daba un puñetazo a los animales éstos caían entre temblores moribundos.
Ella tenía el Chi para sanar, pero sanar y enfermar eran las caras de una misma moneda. Reducir los animales normales fue cosa simple, porque en pelea cuerpo a cuerpo, nadie superaba a un alumno de Tigresa, pero la cosa se complicó cuando los dadores atacaron junto a los que tenían armas.
Nu Hai emanó un rayo de Chi azul que controló y con el que atravesó a cinco animales, mientras que con la otra pata, condensaba su Chi y creaba una zarpa de dragón, azul como el cielo, para dar golpes y zarpazos a quienes de acercasen. Jing la imitó, teniendo en cambio unas garras de tigre.
Los dadores retrocedieron, dudando, momento en el cual Bao y una leona, luchando a la vez, acabaron con todos los dadores de una sola vez. Nu Hai parpadeó, esa animal se movía como un demonio, cortando y dando puñaladas como una experta. Bao sonreía a su lado, con una expresión nueva a los ojos de Nu Hai. Le desconcertó el hecho de que estaba con el dador de Sexto Estatus que había percibido.
De repente, una de las explosiones que sonaban como cañones, sonó cerca suyo, y acto seguido un dolor atroz le subió por la frente. Se llevó una pata encima de la ceja derecha, palpó humedad y al verse la pata, encontró sangre. Se tocó de nuevo, parecía un corte por roce.
—Jing —la llamó.
Su compañera se volvió a verla y abrió los ojos con sorpresa cuando vio la sangre en su rostro. Estiró la pata y le tocó la frente, Nu Hai sintió la calidez del Chi de ella embargarla, pero el resquemor de su herida no se iba.
Jing apartó la pata y observó su herida con duda y temor.
—No puedo sanarla —murmuró. Acto seguido, otro de esos cañonazos sonó, y Jing gritó más molesta que adolorida, cuando de repente su antebrazo comenzó a sangrar.
Nu Hai soltó una exclamación, pero Jing alzó su pata libre en un gesto de estar bien. Ella tuvo que controlarse, limpiándose la sangre de la frente, la herida de Jing sangraba demasiado; Hai esperó, aunque la herida no sanaba.
—¿Por qué? —quiso saber Nu Hai.
Jing no respondió de inmediato, sino que inspiró profundo y frunció el ceño, para acto seguido meterse un dedo en la herida del antebrazo. Nu Hai hizo un mohín, mientras ella se hurgaba, hasta que pocos segundos después se sacó de la carne una bolita de jade.
—Maldita sea —gruñó Jing—. Me olvidé de que las heridas causadas por jade no las puedo curar tan fácil.
Hai parpadeó, aturdida. «Tiene sentido —pensó—, si el jade se usa para despertar o para interferir con el Sentido Vital, podría usarse para interferir con el Chi per sé». ¿Qué significaba eso para ella?
Otra explosión.
Nu Hai cayó de rodillas por el dolor; se llevó una pata al pecho y al bajar la vista, la bufanda rosa empezó a teñirse de rojo y su qipao se veía morado oscuro. ¿Por qué dolían tanto? ¿Y qué clase de cañón disparaba balas tan pequeñas?
Su cuerpo empezó a temblar y su Chi se descontroló, saliendo de ella en ondas descontroladas, con la simetría de cuando se lanza una piedra en un estanque calmo. Le dolía respirar. De soslayo observó a Bao y la leona, acabando con los últimos animales, pero no antes de que uno de los que sostenían una de las barras metálicas, disparase contra Jing. La esfera le dio en la pierna.
«¿Cañones portátiles?», pensó.
—Hai —jadeó Jing, cojeando a su lado.
—Estoy bien —resopló, sin aire—. Sólo es...
Un arranque de dolor le sacó un gemido, al tiempo en que una nueva onda de Chi salía de su cuerpo. Jing rugió dolorida también y le desabrochó el qipao sin contemplación. Nu Hai se hubiera sentido avergonzada de estar sólo con la venda que le cubría los pechos, si no se estuviera muriendo. Ahora que veía la herida, se asustó: estaba demasiado cerca del corazón. La sangre le manchaba las vendas.
—Oh, Byakko —susurró Jing.
—Es sólo un piquete —jadeó.
—Cállate, Hai. —Jing le posó la pata encima de la herida y le introdujo su Chi; el calor de la energía la inundó, pero no le cerró el agujero—. Probablemente me cuelgues de los gorditos del techo por lo que voy a hacer, Hai.
—¿Tú crees?
Jing sonrió y ladeó la cabeza, dubitativa. Después con una garra, le rompió las vendas del pecho; Nu Hai estaba demasiado débil como para quejarse de aquello. Jing le presionó un seno para hacer espacio y poder introducir el dedo en la herida. Gritó. Por Seiryu, eso dolía más que cuando se rompió el brazo en los primeros días de su entrenamiento con la maestra Tigresa; sentía el dedo de Jing dentro suyo, moviéndose y hurgando.
Segundos después, que le parecieron una eternidad, Jing sacó un trozo de la bala de jade.
—No dejaré que mueras, ¿vale? —susurró Jing—. No te pasará nada. No voy a perderte. Yo me encargaré. Caeré inconsciente, pero esto te salvará. No se me ocurre nada más.
Las patas empezaron a temblarle, pero Nu Hai detectó que no era de dolor, sino de pánico. ¿Qué podía causarle pánico a Jing, con lo centrada y firme que ella era?
Inspiró profundo emanando grandes cantidades de Chi blanco, tanto que empezaban a tomar densidad, como bruma o humo. Su qipao blanco se hizo más intenso, el color se fracturaba en un arcoíris y volvía a ser blanco a mayor velocidad. El marrón de sus ojos se volvió blanco, quedando sólo la pupila negra al mismo tiempo en que una columna de Chi se alzaba al techo.
«¿Una asimilación parcial?».
—¡Constelación de la Sanación y la Enfermedad —murmuró—, viste mi cuerpo, reside en mí y permíteme rozar tu poder!
Se quitó el qipao, quedando sólo con las vendas. Su brazo, hasta la altura del codo, se volvió de un blanco prístino, su pelaje se hizo más grueso y pulsante de Chi. Con cuidado, posó su pata sobre el pecho de Nu Hai, recorriendo la herida con dedos increíblemente delicados para ser de ella e introdujo grandes cantidades de Chi. Tantas que al sentirlo dentro de ella, Nu Hai jadeó. Las heridas empezaron a cerrar, tanto la del pecho como la de la frente.
De igual forma, con las de Jing.
Jing tomó su qipao y se lo puso encima a Nu Hai, sonrió y se desmayó encima del regazo de Hai, botando grandes cantidades de sangre y Chi por ojos, nariz y boca.
Bao y la leona se acercaron, él más apremiante y preocupado que ella.
—Debemos irnos —susurró Nu Hai.
Su hermano asintió, sin dejar de observar con preocupación a ambas pandas. Nu Hai se cubrió el pecho con el qipao, pero se sentía demasiado agotada como para sentirse avergonzada. Bao observó a la leona.
—Sácanos de aquí, Reina del drama —le pidió.
La leona sonrió y ayudó a Bao a llevar a Hai y Jing.
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