5
Llegar al pueblo de Shaoran les tomó casi una semana de viaje, hubieran sido cinco días de trayecto, pero las constantes paradas para descansar por culpa de Bao que no soportaba la caminata y los constantes intentos de asaltos de los ladrones les redujeron la marcha. Aun así, estaban en Shaoran.
La sensación que el pueblo le causó a Nu Hai fue de confusión. Tenía cierta semejanza a la Ciudad Imperial por cómo estaban emplazadas las casas, notó desde la colina cercana a los límites del pueblo, como si estuvieran colocadas en cuadrículas, pero la ciudad en sí era opresiva. Tenía un muro defensivo, como casi todas las ciudades y pueblos numerosos en China, lo diferente en este caso era que estaba curtido, con liquen y hollín de los copos de ceniza que caían del cielo, procedentes de la fábrica metalúrgica de la ciudad.
Los tejados, algunos de paja, algunos de tejas, parecían haber sido sumergidos en agua sucia, pues estaban grises u oscuros. Las plantas crecían, pero con debilidad, al parecer afectadas por las cenizas constantes.
Nu Hai decidió que eso no sería impedimento para cumplir la misión que el maestro Po les había encargado, estaba decidida en hacer sentir orgullosa a Tigresa. Les indicó con un gesto a los demás que siguieran su camino y en pocas horas, estaban en el pueblo.
Si se veía deprimente por fuera, por dentro lo era más. Las calles antes habían estado empedradas y bien cuidadas, ahora asomaban cada dos pasos hierbas que le cosquilleaban en la pantorrilla al rozarle los pantalones. Las piedras del suelo estaban de forma irregular, creando baches enormes. Los animales caminaban, como en la Ciudad Imperial, encorvados, aunque todos con sobretodos con capuchas, evitando que los reconocieran.
Era triste. No obstante, la primera preocupación de Nu Hai fue destacar, mas fue dejada de lado al darse cuenta que allí nadie podía destacar. Desde lobos hasta conejos, pasando por gorilas y leones, andaban sin fijarse en el otro, todos con los sobretodos cubriendo sus ropas.
—¿Cuánto falta? —preguntó Jing, a su lado. Nu Hai la miró de soslayo, frunciendo los labios. Sus poderes iban a ser un enorme, enorme problema: el Chi divino que poseían atado a su propia alma tendía a amplificar las cosas, como los colores respectivos de sus Bestias y a extender una onda de vida que daba la sensación de rejuvenecimiento. Las hierbas del suelo casi que se movían hacia Jing, y hacia su hermano y sí misma.
—Poco —susurró, acomodándose su capucha y encorvándose un poco—. La maestra Tigresa y el maestro Po nos indicaron cuál sería la posada en la que nos quedaríamos. Encontrarla no será problema.
—Si no nos encuentran primero, Hai —siseó—; destacamos demasiado.
—Dudo que alguien aquí sepa sobre la maestría del Chi. No tenemos nada de qué preocuparnos. —Nu Hai apuró el paso y susurró—. Espero.
De camino al pueblo pensar en una misión que ella debía liderar le ponía el pelaje de punta por la euforia, sin embargo, en ese momento sentía cualquier cosa menos euforia. Los animales le daban mala espina porque no podía ver sus ojos al tener la cabeza gacha, y ella podía prever un ataque si veía a los ojos, además, habían tantos que su Sentido Vital se agobiaba, haciéndola sentir encerrada.
Se oían gritos y peleas en cada bar por el que pasaban. Gemidos, golpes y gritos de gozo por los burdeles que sitiaban. Y dolor. Increíbles cantidades de dolor por los innumerables animales que estaban en la indigencia, cubiertos apenas por un saco como ropa y siendo sepultados poco a poco por los copitos de ceniza que caían inmisericordes.
Dudó varias veces en qué estaba haciendo en ese lugar, ella no era una espía. ¿Cómo iba a infiltrarse en las altas esferas, todas ellas compuestas por los criminales que tomaron el pueblo, sin ser descubierta? Estaba arriesgando no sólo su vida, cosa que le daba igual si podía ayudar a derrotar a Kai, sino que ponía en el fuego a Jing y a Bao, que por muy chocante que fuera, su hermano no merecía ese destino.
Si la descubrían la matarían. O peor, si se sabía que ellos estaban en Shaoran, nada impedía a Kai enviar al menos unos cien jadembies para limpiar la zona. Sintió la pata de Jing (sabía que era ella por su agarre firme) en su hombro y Nu Hai parpadeó, volviendo la mirada a su derecha. Su amiga la observaba con sus ojos marrones que parecían rocas, aunque siempre a ella la veían con una suavidad única, sosteniéndola cuando lo necesitaba.
Jing era tosca y dura, lo suyo era actuar. No planeaba, sino que se lanzaba de frente con el mero objetivo de romper la mayor cantidad de huesos posibles de sus enemigos, actitud que había menguado con las enseñanzas de la maestra Tigresa, volviéndola más metódica y pensativa, pero seguía siendo en el fondo igual.
Y era leal. Nu Hai sabía que cuando ella confiaba no lo hacía a medias como Bao, sino que confiaba de verdad. Se lanzaba a pelear sin voltear atrás, sabiendo que Nu Hai le cubriría la espalda.
—Todo irá bien —dijo, sin dejar de caminar—. No tienes de qué preocuparte.
—No estoy preocupada —dijo Nu Hai, demasiado rápido—. ¿Qué te hace creer que estoy preocupada? Estoy muy bien, nada más pienso en las opciones que tenemos en cómo llegar a los altos mandos. Además de... ya sabes, averiguar cómo se defienden contra Kai.
Jing no dijo nada. Apartó la pata de su hombro y tomó las cuerdas de su propia mochila, la mirada al frente. Sonrió, como diciéndole que le faltaba mucho para poder engañarla. Nu Hai bufó, maldito Chi del Tigre Blanco que podía detectar las mentiras.
—Vale, sólo lo estoy un poco —reconoció—. Es que no sé sí...
—Todo irá bien, creo haber dicho —la cortó Jing.
Nu Hai alzó una ceja.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué tan segura?
—Porque tú eres nuestra líder. Por eso. —Señaló a un par de animales que caminaban delante; su porte era distinto, erguidos y confiados, con espadas curvas atadas al cinto—. Además, observa. Creo que esos animales son nuestro objetivo.
—Lo son, de hecho —se sorprendió Nu Hai—. Nobles, o tanto como lo pueden ser criminales. Por Seiryu, míralos, son tan..., diferentes. —Jing asintió y mantuvo la mirada al frente, silenciosa como ella era.
Nu Hai siguió caminando, usando su Sentido Vital para no perder a los animales. A ella siempre le pareció interesante el Sentido Vital, porque dependiendo de en qué Estatus se estuviera, se percibía mejor. Como ella y todos los Elegidos estaban en el Quinto, cuando se concentraba o fijaba un objetivo, su mente de forma automática se enfocaba e ignoraba lo demás, sintiendo su objetivo en el fondo de su mente.
Los dos animales tenían un Chi inactivo, así que no eran los maestros y al colocar toda su atención en ellos, tanta que no veía por dónde iba, sus energías los contornearon. Una loba y una jabalí, con una Conexión entre ellas fuerte; tan fuerte como la de Fan y Xiao. Vestían trajes caros, qipaos y pantalones de seda y, para su sorpresa, su Sentido se vio interrumpido un instante por las joyas de jade.
Relajó su Sentido y de golpe le llegó el agotamiento. Usarlo así le daba hambre, por alguna razón, y un paso en falso en un bache la hizo tropezar. Por suerte, Jing la tomó en brazos antes de que estrellara la cara en el piso.
—Gracias —le dijo; Jing asintió—. Son una loba y una jabalí, ropas caras, portes de ricos. Lo curioso son sus espadas, no son como las que conocemos.
—¿Metal raro?
—No percibí nada peculiar, sólo son de forma distinta. —Giraron en una esquina, pasando por una plaza abierta; a unos veinte metros delante, estaba su objetivo: una posada—. Creo que puedo pensar varias formas de mezclarnos con ellos.
—Habrá un problema con eso, Hai —dijo Bao, caminando con los brazos en la nuca, despreocupado. Su ceño estaba fruncido—. ¿Cómo vamos a hacernos pasar por nobles cuando tenemos estos trapos?
—Para eso la maestra Tigresa nos dio el oro.
Hubo un enorme problema con la posada. Gigantesco. Dejando de lado que el administrador, una cabra macho, le importó un pimiento que ellos fuesen pandas, que la posada tuviera un único baño termal, que no hubiera comida a la habitación, y el excesivo frío que hacía por la acumulación de ceniza en las nubes y el suelo, sólo podían pagar una habitación.
Nu Hai estuvo a punto de perder la cordura, desde la Aldea que no compartía cuarto con su hermano gemelo. Y para colmo de males, había una sola cama, si es que una tela tensada en cuatro palos de bambú podía llamarse cama.
Todos habían dejado sus petates en la diminuta habitación y se tumbaron en el piso, Nu Hai más contrariada que los demás.
—Esto es... austero —comentó Jing.
Nu Hai alzó una ceja.
—¿Sarcasmo, justo ahora?
Jing se encogió de hombros.
—Mejor tomarlo con humor, ¿no? —Hubo una pausa—. ¿Cómo procedemos, líder?
Nu Hai meditó qué podían hacer. No tenían un punto de partida, así que tenían que crearse uno. «Puntos, Nu Hai, establece puntos —pensó—. Primero, información. Segundo, cultura. Tercero, ropa. Cuarto, resistencia». Suspiró.
—Necesitamos conocer la cultura de aquí, los patrones de comportamiento de los animales —dijo, sentada contra la pared de piedra—. Más que todo de esos nobles. Saber dónde se reúnen, cuándo y por qué, y claro, si podremos entrar. Después tratar de averiguar cómo terminaron así. Luego ropa, porque si nos metemos, debemos estar a la altura para poder mezclarnos. Y también tenemos que averiguar sobre la resistencia contra Kai. —Hizo una pausa—. Creo que eso es lo principal.
—Yo saldré e investigaré un rato —dijo Bao—. No soporto mucho en este nido de ratas. —Alzó una ceja—. ¿He de suponer que yo dormiré en el suelo y ustedes en la cama?
Ambas asintieron. Bao bufó, se aupó en el alfeizar de la ventana y saltó fuera, como si lo hiciera toda la vida, y Nu Hai sabía que así era. Él antes se fugaba de la casa de la abuela, para salir con otros pandas y hacer desorden.
Jing se puso de pie y estiró el cuerpo, Nu Hai escuchó tronar varias articulaciones.
—Iré a la ducha termal, si no te importa —dijo—. No soporto este frío de mil demonios. —Frunció el ceño—. ¿Si hay ceniza por doquier, cómo es que hace tanto frío?
—Es la muralla —respondió Nu Hai—. Al estar tan alta, evita que el viento entre como debería, en ese extraño efecto de helada. Sin viento, no hay forma de que la ceniza en las nubes sea diseminada y alejada como tendría que pasar, lo que aumenta el frío. —Bufó—. Si no te importa iré contigo, estoy a punto de congelarme.
Jing asistió y se volvió hacia su petate, hurgó y sacó una toalla y una muda de ropa limpia, que era exactamente igual que la que tenía puesta: un chaleco verde con medallas militares hechas por ella misma y con bordes dorados, y pantalones marrones.
Nu Hai la imitó, sacando un juego similar de ropa, con la diferencia de que su chaleco era rojo.
—Vamos, entonces —sonrió Jing.
El baño termal era más grande que el que hubo una vez en la Aldea de los Pandas. Casi como un manantial natural, sólo que era de agua caliente. Gruesas piedras delimitaban un círculo casi completo donde se podían meter, con la excepción de un huequito por donde el agua iba a una segunda piscina natural, y entre las aguas termales, una pared divisoria de bambú tan alta como una jirafa dividía los machos de las hembras.
Ya como vino al mundo y habiéndose quitado el moño del cabello y que éste le cayera sobre las cejas, Nu Hai se sumergió hasta la mandíbula en el agua caliente, observando el vapor que ascendía en volutas. «Esto es una maravilla», pensó sonriendo.
—Parece que estás a gusto —dijo Jing. Nu Hai alzó la mirada y la vio sentada en el borde de piedra, con los pies sumergidos hasta los tobillos, probando el agua—. Está cálida, sí, pero no como me gusta.
—Tú prefieres que te haga hervir la sangre y te cocine la grasa —murmuró ella.
Jing se encogió de hombros y comenzó a desenredarse los dos moños de las orejas.
Nu Hai la observó con detenimiento, sintiendo los celos y la envidia aletear dentro de sí. Aunque tenían el mismo físico por ser ambas pandas, siendo algo robustas, a ella le parecía demasiado injusto que Jing fuera menos... ¿agraciada? No sabía cómo expresarlo, pero tenía envidia porque su amiga poseía menos busto, pudiendo pelear sin problemas, incluso sin una venda para protegerse, mientras que Nu Hai debía lidiar con la molesta venda.
—¿Por qué me miras, Hai? —preguntó Jing, sacándole un respingo de sorpresa.
—No te miro —rebatió.
—Sabes que mentirme no tiene sentido —dijo, sumergiéndose por completo, mirándola de reojo—. Mi Chi me permite detectar las mentiras, así como el tuyo te permite previsualizar ataques. Además, nuestro Sentido Vital es muy específico. Si tienes que decir algo, Hai, dilo.
—No es nada, olvídalo —murmuró.
Jing no insistió en el tema, sino que asintió quedándose en silencio, mientras Nu Hai se sumergía por completo; bajo el agua, el cabello que se recogía en un único moño flotaba como una anémona, aquellas cosas que el puerto cerca del Valle de la Paz traía cada tanto, en todas direcciones. Cuando no pudo soportar la presión por lo caliente del agua en sus ojos, sintiéndolos como dos huevos duros a punto de explotar, salió, aspirando un bocanada de aire.
Jing seguía igual. Sólo que estaba en una elevación de las piedras del estanque, sentada en posición de loto, meditando.
—Me estás mirando de nuevo, Hai —dijo, sin dignarse a abrir los ojos.
Nu Hai bufó.
—Es una tontería.
—La maestra Tigresa dice que las dudas no son tonterías. Un guerrero que duda puede llevar a su grupo a la muerte.
—No estoy dudando, Jing. Sólo estoy pensando en tonterías.
—¿Y por eso pareces un sanador observándome? —Arqueó una ceja. Nu Hai frunció el ceño, ¿es que tenía que ser siempre así de recta?
—Estaba pensando en por qué tengo la maldita suerte de tener más busto que tú. Primero la suerte me maldice con Bao, haciéndolo insufrible, y ahora me dice a la cara que otros son mejores que yo.
Jing abrió los ojos y por primera vez Nu Hai la vio con una expresión de desconcierto absoluto. Ni siquiera la había visto así cuando se enteraron de que poseían el Chi de las Cuatro Bestias Sagradas.
—Juro por Byakko que no me esperaba esto —dijo—. Nunca pensé que fueras de las animales que se preocupan por su escote, Hai.
—Me preocupo si no me ayuda a ser mejor peleadora —repuso, frunciendo el ceño—. Además, ¿no deberías hacerlo tú también?
—Si soy sincera, no sé qué responder a eso. —Se rascó una oreja y se puso de pie, andando hasta donde se colocaban las toallas. Por los dioses, incluso su cuerpo era duro, apenas si mostraba curvas. «Destino aciago», pensó—. Pensé que te sentirías bien pareciendo más, no sé, femenina.
—Ser femenina es relativo, mira a la maestra Tigresa —recalcó, al detenerse a su lado y tomar la toalla que ella le tendía—, parece más un macho y el maestro Po se babea por ella.
Jing sonrió, de esa forma tan suya.
—Entonces tú puedes parecer una hembra hermosa y ser buena maestra de kung fu, o buena guerrera, ya que no somos maestros. Y creo que debo preguntar, ¿no deberíamos en vez de estar discutiendo esto, pensar en cómo completar la misión?
Nu Hai suspiró.
—Sí, tienes razón.
Cuando ambas llegaron a la habitación con sus respectivas ropas limpias y una bola hecha de las sucias y las toallas, encontraron a Bao dándole vueltas a un cuchillo de jade, con el que cada tanto se limpiaba las garras. Tenía una mirada tranquila, pero el ceño fruncido, como pensativo. En las paredes de piedra, colgadas en una percha, había cinco trajes qipao como los que se usaban en ese pueblo, todos de un corte elegante y de colores intensos; morados, azules y blancos, todos con bordes dorados y negros.
Además, dos largas túnicas, de esas que usaban los ciudadanos comunes y que se les tenían prohibidas a los estudiantes y maestros por su poca practicidad, reposaban en el único mueble de la habitación. Eran de un suave verde y un delicado rosa.
—¡Por Seiryu —exclamó Nu Hai—, ¿qué es esto?!
—Nuestro material para adentrarnos, hermanita. —Bao sonrió—. Estuve dando vueltas por ahí y me enteré de cosas. Lo primero es que en este pueblo existen tres tipos de clases sociales. Están los ciudadanos, están los ascendidos y están los nobles. Nosotros al ser pandas calzamos de una en los ascendidos, y por ende se nos permite ir a las fiestas y reuniones que se realicen.
»Y con ese último punto, esta misma noche tenemos una fiesta. Dos animales se van a casar, criminales, por supuesto, unas tal lady Shan y lady Ko. Las pregunté, son una loba asesina y una jabalí ladrona. En fin, el caso es que iremos.
—¿Y sobre la resistencia contra Kai? —inquirió Jing.
—Eso es un tema peliagudo. —Bao se levantó y tomó uno de los qipao, el morado—. Sólo el rey de este pueblo y su séquito están al tanto, pero todos hablan que tiene que ver con las refinadoras de metal. Dicen que la ceniza empezó a caer cuando él tomó el control.
—¿Y por qué elegiste estos colores, Bao? —preguntó Nu Hai, señalando el qipao azul.
—Para destacar —respondió—. En los pocos minutos que estuvimos en el pueblo al llegar, ya se sabe que somos maestros del Chi y del Quinto Estatus, así que para qué ocultarlo.
—Si lo negamos —comprendió Nu Hai, asintiendo—, sabrán que no podemos entregar el Chi. Sabrán que somos Elegidos. Y si hay espías de Kai aquí, es mejor que estén sobre aviso de nuestra presencia. Mejor tres pandas del Quinto Estatus cualesquiera a tres pandas Elegidos. ¡Vaya, Bao, eso es hasta inteligente!
Su hermano rodó los ojos.
—Además, en este pueblo los nobles son ostentosos. ¿Qué mejor forma de ostentación que usar ropas de nuestro color de Chi, si así se intensificarán?
Jing asintió y fue a probarse su qipao, sacándose el chaleco sin la menor actitud de pudor o recato. Bao tampoco se inmuto, él veía a Jing más como un compañero de batalla que como hembra, pero por las cuatro Bestias, primero muerta antes de cambiarse frente a su hermano. Nu Hai le lanzó una mirada de advertencia, a lo que él salió y cerró la puerta corrediza.
Lo más rápido posible, Nu Hai tomó el qipao azul y los pantalones negros con una línea dorada en los lados y se vistió. Al acabar de cerrar los botones de qipao y las mangas, se detuvo a verse en el espejo; aunque era una placa de metal pulido hasta el reflejo y frunció el ceño. Destacaba demasiado, el azul era demasiado intenso. Era un azul claro, pero gracias a su Chi se volvía de un azul rey, tirando a marino, al igual que sus pantalones. En conjunto, se sentía como un animal del antiguo ejército imperial.
Una pata se destacó a su lado, tendiéndole la túnica rosa. Al volverse, Nu Hai inspiró profundo, sorprendida. Jing parecía una guerrera de leyenda, con el qipao blanco y dorado. Su Chi hacía que el color se quebrara un poco, como un prisma, y apenas se podía distinguir, si una ponía atención, cómo del blanco nacían líneas débiles de colores que volvían al blanco. Eso, más la túnica verde reposando en su cuello, hombros y antebrazos, la volvían atractiva.
No, era más bien cómo una bufanda, en lugar de túnica.
—Te ves bien —dijo ella—. Ahora ten, con esto completamos el disfraz. —Frunció el ceño—. Me siento como una juglar, con esta ropa.
Nu Hai la tomó y se la colocó, de alguna forma, el azul oscuro de su ropa amplificado por el Chi se atenuó con el rosa, pareciendo más sofisticado. ¿De dónde había sacado Bao ojo para la ropa? «De seguro pidió ayuda a un sastre», pensó.
—Una juglar —dijo—, pero te ves guapa, no lo puedes negar.
Jing frunció los labios, tirándose un poco de qipao.
Al poco rato, Bao entró, con un aspecto de mercader rico, sofisticado y estilizado, con su qipao tirando de morado a magenta por su Chi. Incluso se había quitado la pañoleta que siempre llevaba en la cabeza. Por una sola vez, y tal vez la última, Nu Hai pensó que quizá Bao no fuera tan arrogante después de todo. Tenía lo suyo.
—Ahora, chicas, ¿nos vamos? Tenemos una fiesta a la que ir.
Los tres salieron de la posada.
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