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16

Kai gritó, empuñando sus dos cuchillas y cargando contra Po. Empezó a desprender una enorme cantidad de Chi, al tiempo en que los jadembies se movían contra los demás. Po blandió a Jade contra Kai, las armas chocaron en un destello verde, y mandó hacia atrás al yak, haciéndolo derrapar. Acto seguido, se movió como una centella, dejando sólo tras su paso un borrón de Chi, y le otorgó a cada uno de sus amigos y novia, una centena de Chis.

Elevó a Lei-Lei del Cuarto al Quinto Estatus, a Xiao del Segundo al Tercero, a Jing, Fan Tong y Nu Hai los sanó, pues los Chi potenciaron su sanación, proporcionada por su Chi de Héroe. Tigresa fue sanada por Jing, ella abrió y cerró su brazo cuando el hueso sanó.

Po chasqueó los dedos, enviando una onda de Chi a su alrededor, alejando los jadembies como hojas por un vendaval. El poder latía en su cuerpo, sacudiendo su ser, miles de Chis, tantos y tan densos que asemejaban tener veinte mil. ¿Cómo era posible que apenas mil o más Chis tuvieran la calidad de tantos?

Todo a sus ojos mutaba y se movía, atisbó en el Mundo Mental a Gao, con su cuerpo físico, flotando a gran velocidad sobre un río de esferas doradas, rumbo a un sitio donde, al concentrarse, detectó a Hu peleando contra animales normales. Sintió y vio un destello verde en el corazón de Gao: un punzón que le salía por la espalda, apenas.

—Chicos —dijo Po, observándolos uno a uno—, denme tiempo.

Xiao y Fan Tong asintieron, lanzándose cada uno contra un jadembie; ella blandiendo su cuchillo de jade y él su espada de Chi, la espada del Fénix Rojo. Nu Hai se puso de pie con ayuda de Jing, dejando el cuerpo de Bao, sin color alguno, de un gris pizarra, en el suelo con delicadeza; inspiró profundo y concentró el Chi en sus patas, en una masa de energía sin forma, como guantes, por la que cada tanto surgían rayos. Jing la imitó, pero creó zarpas de tigre superpuestas a sus brazos.

Lei-Lei desenvainó su espada de jade, con un suspiro profundo y los ojos cerrados, al abrirlos, Po se intimidó. Aquella ferocidad era tan de Tigresa que asustaba. Dejó escapar aire y murmuró algo: un instante después, Po observó cómo su Chi salía de su cuerpo y entraba en la hoja de la espada, haciéndola brillar como Jade.

La hoja misma palpitaba.

«¿Qué demonios?», pensó. La espada se sentía como cuando sostenía a Jade, pero mucho menos... intensa. Se lanzó al ataque contra el jadembie de uno de los maestros Tejones Gemelos y, con un tajo, cercenó una pata, para luego empezar a fracturarse y desintegrarse, como cuando Po golpeaba con Jade. «Por Seiryu, ¿cómo ha logrado saber la orden para despertares de tipo cinco?».

Los demás siguieron el ejemplo de Lei-Lei, atacando a los jadembies. Tigresa fue hasta Po y lo miro a los ojos. Sonrió, radiante, enseñando los colmillos. Feliz.

—¿Sabías que funcionaría? —preguntó, tranquila, como si no hubiera ningún peligro a su alrededor—. ¿Este era tu plan?

Po sonrió, entre culpable y alegre por su felicidad.

—No. —Le apretó la pata—. Mi plan era otro. De hecho, era Jade, pero no sirvió, no tenía mucho Chi para usarlo de nuevo. Planeaba liberar a Seiryu, con la orden con que lo aprisioné: moriría, pero me llevaría a Kai conmigo.

—¿Entonces?

Po se encogió de hombros, apenado.

—Recordé una baza de la maestría del Chi y decidí intentarlo. Pura suerte.

Tigresa se rio. Seco, melódica y con dolor oculto, pero se rio. Negó con la cabeza, como diciendo qué iba a hacer con él, se giró y cargó contra un jadembie, haciéndole un placaje y arrojándolo lejos.

Con todos los animales que le importaban luchando, Po se volvió hacia Kai y cargó contra él. Kai lanzó un tajo, bramando, con una de sus dos cuchillas, que Po detuvo con Jade. El bastón se quejó en su mente, con voz soñolienta. Kai lanzó un puñetazo que conectó en Po, seguido de un combo de patadas y golpes, que le hicieron sangrar la boca y nariz.

Kai se reía, con prepotencia.

—Podrás haber recuperado tu Chi, Po —gritó, dando un barrido y arrojando una cuchilla; Po por evitar la daga, cayó en el barrido y se dio de bruces contra el suelo. Kai saltó, estirando la pierna para darle una patada descendente—, pero no me superarás nunca en batalla.

Po interpuso a Jade cuando Kai intentó apuñalarlo de nuevo, dando seguido un mandoble. Kai esquivó el yin yang del bastón, con una mirada precavida. «Le temes a su toque, ¿cierto? Te matará si te golpea».

Intentó rozarlo aunque sea, pero Kai dio una patada ascendente, girando hacia atrás, que le impactó en toda la mandíbula y cuya fuerza lo elevó un poco de suelo.

—Lo sé —musitó Po, sosteniéndose la boca, cuando se tambaleó al aterrizar—. Sé que no puedo vencerte en una pelea. —Sonrió, la sangre manchando sus dientes—. Pero tengo una mejor forma.

Suspiró, creando un vaho, expulsando grandes cantidades de Chi. Kai se protegió los ojos con el brazo, ante el brillo de Po. El Chi salía de su cuerpo como vapor, condensándose alrededor de su cuerpo y empezando a tomar la forma de un dragón de cuerpo completo, sin embargo, dentro de su cuerpo, el Chi de Seiryu se rebelaba, impidiéndole alcanzar el avatar completo.

Po se sorprendió cuando el avatar se deshizo.

—¿Eso es todo? —se carcajeó Kai, invocando a todos los jadembies. Más de cien jadembies los rodearon, encerrándolos—. No puedes controlar ese Chi. ¿Sabes por qué? ¡Porque eres débil, lo fuiste al enfrentarme antes y lo eres ahora! ¡Siempre serás el patético panda que no sabe ni quién es!

Po parpadeó, aturdido, cuando Kai arrojó las dos cuchillas. Desvío una con Jade y atrapó la segunda con la pata desnuda, cortándose; su sangre roja contrastaba con el verde de la hoja. Observó su desplazamiento, lento como miel y se soltó a reír, causando sorpresa en Kai.

La risa lo embargó tanto que le hizo temblar, ignorando el dolor de su rostro y el corte.

Po inspiró profundo, calmando sus pensamientos y emociones. Se irguió cuan alto era y observó con seriedad a Kai.

—Yo soy un panda, sí —dijo, soltando aire despacio, tensando la cadena del cuchillo de Kai, tirando—, pero sé quién soy.

El Chi empezó a manar de su cuerpo, comenzando a rodearlo como niebla.

—Soy el maestro del Palacio de Jade.

Tiró de la cadena, arrastrando a Kai.

—Soy el alumno de Shifu y Oogway. —Tiró—. Soy compañero de los Cinco Furiosos y su amigo. —Su Chi comenzó a girar a su alrededor, generando el cuerpo inferior de un dragón, detrás de él; arrastró más a Kai, que se resistía tirando de la cadena de sus cuchillas en el sentido opuesto—. Soy un cocinero y guerrero de kung fu.

Las primeras zarpas superiores aparecieron.

Po sonrió, observando cómo los jadembies se quedaban quietos, sus ojos ciegos hacia su avatar creciente, así como sus amigos y novia le veían, sorprendidos. El Chi de Seiryu en su interior, su Chi Divino, se alineaba con sus emociones.

Soltó el odio que se tenía y la culpa, comprendiendo al fin que aceptaba el dolor que Kai le hubo causado directamente por derrotarlo e indirectamente, por los efectos de su derrota, pero que no lo merecía. Tenía que agradecérselo a Tigresa por estar a su lado y a todos sus estudiantes, pues sin la enseñanza de Tigresa, ellos no pudieron haberle enseñado.

Enseñado a ser fuerte pese a todo, como Lei-Lei. O a hacer lo que se debe, por los que quieres proteger, como Xiao. O a ceder del control, como Nu Hai. O a luchar con toda la ferocidad del mundo, sólo para proteger tu mundo, como Jing. O para pelear cuando hay que hacerlo, aunque la muerte aterre, como Fan Tong. O para dejar de lado el egoísmo y hacer un acto altruista, como Bao.

—Soy el hijo de Ping y soy el hijo de Li, Kai. —El dragón a su espalda estaba casi formado—. Soy el Guerrero Dragón. Soy la pareja de Tigresa.

El dragón se completó, dorado, enorme, brillante. Imitaba los movimientos de Po, pero se mantenía por sí mismo, como un ser vivo y no cómo un avatar.

—Yo soy Po Ping.



Hu tacleó con el hombro a un lobo que cargó contra él, enarbolando una espada, acto seguido, dio un barrido y lo derribó, para al final aplastarle la cara de un martillazo. Lo soltó por un instante, tomándolo con firmeza con la otra pata y dando un mandoble, girando por la inercia. Impactó a tres animales que tumbó y dejó retorciéndose en el suelo.

Estaba cansado, al borde de caer de rodillas, pero Hu inspiró profundo y se recuperó, obligando a su cuerpo a seguir. Había vivido mucho para ser asesinado por miserables animales que se vendieron al mejor postor. Que eso no era lo que molestaba a Hu, ya que el tigre era un mercenario, pero no toleraba venderse a un postor que te obligaba a matar a tus compatriotas, o peor, a inocentes.

Eso lo hizo bufar, divertido. «Un mercenario con honor, qué cómico». Le dio un puñetazo a un león que intentó darle un zarpazo y, cuando éste se quejó, le estampó el martillo en el pecho, con un crujir de huesos.

Una explosión. Hu buscó con un afán controlado el origen del sonido, pero no veía fuego por ninguna parte. El sonido se repitió, y sus sensibles oídos detectaron que no era un cañón, sino algo más pequeño, que generaba cierta agudeza en el sonido de la explosión.

Recordó lo que contó el panda que iba con la general y se tumbó al suelo, siguiendo su instinto. Un momento después, una bolita de jade se destruyó contra una pared, enviando esquirlas a todos lados. Siguió la trayectoria del proyectil y encontró a una leona de no más de diecisiete años, que sostenía un trozo de metal pequeño y semejante de alguna manera a un cañón. Vestía pantalones de entrenamiento negros y un qipao jade, con rebordes de hilos dorados. Imponía, cierto, por su Sexto Estatus, pero lo que le dijo que era peligrosa fueron sus ojos: amarillos y profundos.

—Ojos de viejo —gruñó, poniéndose de pie—. Peligrosa.

—Tienes razón, mi rayado amigo —dijo una voz a su lado.

Al mirar de reojo observó la punta de una espada negra suspendida en el aire, como si levitara. Descendió con fuerza, cortando el aire. Hu frunció el ceño, recordando cómo los amigos de la general habían aparecido de la nada, de esa misma forma. Una pata asomó y «sostuvo» el aire, lo abrió como una cortina y de éste salió un lobo negro, de unos trece años y con una cicatriz en el rostro.

Gao.

Otro que tenía unos ojos de viejo, pese a su cuerpo adolescente.

Gao sonrió, destacando su cicatriz, echándose la espada de obsidiana en el hombro.

—Ha pasado tiempo, Yuga —dijo a la leona. La sonrisa se perdió y sus ojos se endurecieron—. Y como siempre ni deberías estar viva.

La leona bufó, apuntándole con el cañon corto.

—No tienes moral para decirlo, en especial tú —gruñó—. Estás aquí porque Equilibrio te mandó, eres el perro faldero de ese panda.

Hu frunció el ceño, confundido. ¿Esos dos tenían historia?

—Equilibrio me ha permitido volver como un espíritu guerrero, pero yo no soy su esbirro. —Gao se puso en posición con su espada; suspiró y Hu observó su Chi salir de su cuerpo y ondear alrededor de la espada. La presión del aire aumentaba, de hecho, despedía cierta presión. «¿Es un despertar?»—. ¿Por qué no disparas? —la tentó.

Yuga sonrió, negando con la cabeza. Una sonrisa agria.

—Debiste unirme a mí —dijo ella—. No ser su títere.

—¿Y hacer qué? —rugió—. ¿Fomentar una guerra como hiciste allá intentando conseguir la Singularidad de Equilibrio? ¿Fomentarla aquí, como trataste, por otra Singularidad?

—Todo se arruinó por ese mocoso de Bao —escupió ella.

—¿Cuántas veces harás esto? —preguntó Gao, con expresión cansada—. Has fallado ya tres veces.

—Las que haga falta. Son doce Singularidades, Equilibrio tiene dos en una, pero la escondió demasiado bien. —Sonrió, tocándose el pecho—. La de Autonomía está demasiado diseminada y ahora, aquí, resulta que la de Entrega fue usada.

El lobo frunció el ceño.

—¿Entonces qué haces aquí?

Yuga sonrió, ese tipo de sonrisa que enojaba al verla.

Gao rugió, dando un corte, sin moverse un centímetro de su lugar. Con su mandoble, el Chi alrededor de la espada salió despedido en una onda que generó una presión de viento, la cual casi derribó a Hu. Yuga saltó hacia un lado, con el ceño fruncido, rodó por el suelo y apuntó a Gao.

—¡No permitiré que hagas daño a este plano, Yuga!

—Detenme —lo retó—. Ambos sabemos que no puedes derrotarme, por más espíritu guerrero que seas.

—¿Quieres intentarlo? —Alzó la espada, inspirando con fuerza. En la hoja, Chi empezó a condensarse, formando un tubo de viento, como un tornado, en la hoja—. Ya no soy tan débil como antes, ahora manejo mejor mi poder como espíritu.

—¿Irónico, no crees? Si mal no recuerdo, las almas de las otras Constelaciones son las que nos permiten estar en estos cuerpos físicos. ¿Si usamos las almas de esos, por qué te preocupas por lo que pueda sucederles a estos? —Ladeó la mirada, al horizonte—. Parece que este Po ha rozado el poder de uno de los Doce. Perfecto, eso reavivará la Singularidad.

Yuga alzó una pata, donde tenía unos brazaletes de jade, y con sus garras, abrió el aire, de la misma forma en que lo había hecho Gao antes. Se desplazó con un paso lateral, sin dejar de ver al lobo negro.

—Es mejor que estén atentos, Gao. —Por la forma en que lo dijo sostenido y con molestia, Hu supuso que el nombre del lobo le parecía insultante o humillante—. Ya me conoces, cuando ataco, voy por todas. Por cierto, Pequeño... Gao, ese cuerpo te sienta fatal.

Y así, como un espectro, Yuga desapareció. Fue entonces cuando se dio cuenta que detrás de donde estaba ella había un reguero de cadáveres: animales que lo habrían atacado.

—Oh, chico —gruñó Gao, envainando la espada—. Esto es malo. Les ha robado la investidura a todos esos animales. —Bufó y observó a Hu, haciéndolo sentir extraño. Era un crio, pero con alma de viejo—. Bueno, qué le vamos a hacer. Ahora, estimado, ¿por qué Yuga se interesó en ti?

Hu soltó un rugido grave, fastidiado.

—No lo sé. —Hizo una pausa—. ¿Quién demonios eres, Gao?

—Un ladrón, Hu —respondió, encogiéndose de hombros—. Un simple ladrón.

—¿Un ladrón que protege? —Hu arqueó una ceja.

—¿Un mercenario con honor? —rebatió él.

Hu sonrió.

—Entonces, si eres un ladrón, ¿qué robas?

—Debemos irnos —dijo Gao, ignorando su pregunta—. Hay que detener a Yuga, o China lo va a sentir.

Conociendo esa actitud animal, Hu decidió no preguntar más y siguió a Gao. No se preocupó por la general, pues su Sentido Vital le decía que estaba sana, junto a Po Ping, quien ahora estaba en el Doceavo Estatus.



Po sintió cómo cada una de sus células le causaban un dolor inmenso. Tanto Chi, tanta energía fluyendo por su cuerpo era abrumadora, y eso, sumado a su Chi Divino de Seiryu, era todavía más tortuoso. Casi sentía a su Bestia Sagrada intentando usar su Chi para revelarse y salir, dejando a Po muerto, pero de alguna forma, Po se impuso, inspirando profundo.

Kai gritó, atacando con todos los jadembies, pero el dragón detrás de Po se movió con una orden mental. Serpenteó en el aire y golpeó a todos los jadembies, estrellándolos contra el suelo. Kai frunció el ceño y dio un paso atrás, para luego lanzar las cuchillas de jade.

Con un gesto de su brazo, despidió una onda de Chi que desvió las hojas. Saltó, seguido de cerca por el dragón, y le estampó un puñetazo a Kai en toda la mandíbula, haciéndolo gemir. Lo tomó por un cuerno y lo estampó contra el suelo. Por último, de una patada, lo envió a estrellarse a una pared.

Po inspiró profundo y cerró los ojos, usando su Sentido Vital para percibir a todos los jadembies posibles. Se detuvo y dejó caer a Jade, su sonido cristalino era ampliado por sus sentidos estirados. Realizó los pasos de la maestría del Chi, tal cual Shifu se los había enseñado, y el dragón de Chi empezó a brillar como una estrella.

—¡Deténganlo! —gritó Kai, a los jadembies. Asustado.

Po abrió los ojos y no necesitó ver atrás para saber qué había: el dragón se contorsionó de tal forma que creaba un yin y yang de energía pura. Inspiró y el Chi entró de nuevo en su cuerpo, potenciándolo a niveles que ningún animal había llegado jamás.

El Chi brillaba por debajo de su piel, mostrándole el interminable mapa de venas debajo.

—Suéltalos —ordenó, a los jadembies.

Un tirón en su pecho le dejó claro que su Chi se estaba dividiendo. Al parpadear, Po observó Xinzhi, y cómo uno a uno los jadembies recibían parte de su Chi y empezaban a estar bajo su control. Después del Onceavo Estatus, se podían romper las ordenes de los reanimados, ¿por qué no de los jadembies también?

Po hincó una rodilla, el dolor ya empezaba a superarlo. Parpadeó, volviendo su vista al Mundo Mortal: Kai, sorprendido y aterrado, parecía no poder creer lo que estaba pasando.

—¡Yo no te robé tanto Chi! —gritó Kai, recogiendo una de las cuchillas—. ¡Romper las órdenes de mis jadembies requiere mucho! ¡Tú no tenías tanto Chi!

Po alzó la mirada, jadeando y sonriendo. «Sean libres», ordenó. Y entonces, uno a uno, los jadembies fueron cambiando, volviendo al estado de antes de jadembificarse. Todos los maestros y los pandas brillando de dorado y sorprendidos, ante lo que sucedía; unos pocos cayeron de rodillas, y otros se pusieron en guardia apenas vieron a Kai.

Con un grito, envió una onda de Chi siendo él el origen. Todo ser vivo amigo que tocó, lo imbuyó con energía. Sin tanta en su cuerpo, Po tomó a Jade y logró colocarse de pie. Con una sonrisa confiada, apuntó hacia Kai, con el bastón.

—Porque no es sólo mi Chi, Kai —dijo, con voz resonante—. Es el de todos.

Los maestros, los pandas, sus padres, sus amigos y su novia realizaron los pasos de la maestría del Chi, brillando de dorado, a excepción de Nu Hai, Fan Tong y Jing, que brillaban de sus respectivos azul, rojo y blanco. Alzaron las patas hacia Kai y dispararon un rayo de Chi que le impactó y lo hizo caer de rodillas, sometido.

Kai maldijo, intentando sobreponerse al ataque concentrado de Chi de todos, llamó más jadembies, pero Po con solo pensarlo, los retromorfó a sus estados normales, rompiendo el poder de Kai. Con cada animal vuelto a la normalidad, con cada Chi que se le era arrebatado, Kai se debilitaba.

Empuñando a Jade, Po se acercó a Kai, con paso lento. La voz de Jade ganaba fuerza en su mente. Se detuvo frente a él, despertó una de las vendas de su antebrazo y con una orden mental, hizo que sujetara el cuello de Kai como un collar, obligándolo a verle.

Empezó a quitarle la vaina a Jade. «¿Vamos a destruir el mal?», preguntó el bastón, algo soñoliento.

—Este no es mi poder, Kai —dijo Po—. Este es el poder de todos nosotros. Es el poder de nuestro Chi.

Desenvainó a Jade. El brillo dorado del bastón fue más tenue que el de Po; Chi líquido chorreó del bastón, vaporizándose antes de tocar el suelo y ascendiendo en neblina al cielo. Para su sorpresa, no hubo dolor, pues Po tenía tanto Chi que Jade ocupaba toda su consciencia en comerlo, en lugar de tratar de comerse a Po: conforme devoraba el Chi, Jade brillaba más y más.

«¡DESTRUYE EL MAL!», gritó.

Po alzó el brazo, enarbolando el bastón.

—Jade —ordenó—, ¡destruye el mal!

De golpe, casi todo su Chi fue hacia el bastón, cuyo yin yang se hizo tan brillante que Po entrecerró los ojos. Sentía cómo sus Estados bajaban drásticamente, pasó del Doceavo al Onceavo, al Décimo, al Séptimo, al Quinto, al Segundo.

Bajó el bastón, con la voz inanimal de Jade resonando en su cabeza, en el ambiente, en cada ser vivo y haciendo vibrar el suelo.

«¡DESTRUYE A KAI!».

El golpe apenas fue un corte, un roce del yin yang en el pecho, pero que con tal cantidad de Chi que Jade tenía, terminó por cortar a Kai por la mitad. Sus dos trozos de cuerpo cayeron como sacos de harina, con un ruido sordo, para después empezar a jadembificarse y fragmentarse en miles de millones de trocitos.

Po enfundó a Jade, quiso soltarlo, pero su cuerpo no le respondió, y antes de que pudiera alzar los brazos para ver qué sucedía, la oscuridad lo embargó.

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