12
Aunque Po se sentía increíble, pues aún no terminaba de creerse la maravillosa noche que había tenido hacía dos días, toda sensación de comodidad y maravilla había empezado a ser sustituida por la creciente ansiedad. No sabía explicarlo bien, pero... algo pasaba. Lo sentía en su Chi. Lo sentía latir en su alma como una advertencia y Po sabía hacer caso de esas advertencias.
De hecho, la mancha de pata en el pecho le quemaba cada vez más, empezando con un cosquilleo molesto hasta comenzar a doler.
Estaba con Tigresa en la Bilbioteca del Palacio de Jade, que para sorpresa de ambos todavía se conservaba en pie, buscando en todos los rollos que quedaban alguna información sobre el Chi que pudiera serles de ayuda. Pero lo que habían hallado los deprimía más de lo que ya ambos estaban. Quizá ya el Valle estuviera mejor, en lo que cabía habiendo eliminado la amenaza más acuciante, pero que un pueblo estuviera a salvo, no eliminaba el panorama general.
—Po —lo llamó Tigresa, sacándolo de su ensimismamiento; ella alzaba una pata, mostrando un pergamino hecho por completo de jade, tan denso que casi parecía una roca—. Tengo algo.
Con pasos gráciles como todo felino, se acercó a su lado y tumbó en el suelo, colocando el pergamino en la elevación de piedra que hacía de mesa, y de la cual quedaban sólo unos pocos metros de ancho. Colocó el pergamino, rozándole el pelaje del brazo por la celeridad, su lenguaje corporal le transmitía a Po su misma ansiedad. Ella estaba deseosa de volver a la Ciudad Prohibida, con sus muchachos.
Y para su sorpresa, Po también.
Tigresa desenroscó el tapón de jade del envoltorio del pergamino y sacó el papiro. A diferencia de los demás, en lugar de ser de tela, la larga hoja era de jade. Hilado tan fino que permitía escribir en él, como los hilos de oro de las ropas, con la diferencia que la escritura no estaba hecha a pincel, sino con agujas, rayando la superficie y creando marcas.
—Estos caracteres, Po —dijo Tigresa, mirándolo a los ojos—. Son de Oogway, los reconozco. Lo vi escribir unas cuantas veces.
Po asintió, sin centrarse del todo, los ojos ambarinos de Tigresa eran demasiado bonitos. Ella se dio cuenta de cómo la miraba y sonrió, negando con la cabeza. Acto seguido, se acercó y le dio un pico, antes de darle unos golpecitos cariñosos en la mejilla, tomarlo del mentón y hacer que fijara la vista en el pergamino.
—Concéntrate en lo importante, Po.
—Lo estoy.
—No, estás es distraído conmigo.
—Por eso te digo que lo estoy.
Eso le hizo sonreír más, pero Tigresa hizo el esfuerzo por no distraerse con él. Po suspiró, pero no desistió, pues se pegó lo más que pudo a ella y le abrazó la cintura con un brazo y reposó su mejilla contra la de ella, mientras observaba lo que ponía el pergamino.
—Parece un diario —comentó Po.
—Sí —asintió ella—. «Mis estudios me han revelado mucho. Desearía no haberlo descubierto con tanta muerte. Gracias a la Paz y a mis Estatus, puedo divisar el futuro. Aturde y marea por tantas posibilidades, pero la Paz me permite navegar en el caos para tomar la hebra más probable. Tengo miedo, pues mi hermano de armas se volverá en mi contra en todas las realidades que veo». —Se detuvo—. ¿Realidades?
Po tragó grueso y enterró las cosas que había visto antes de volver del Mundo Espiritual. Aún le escocía la mente de la advertencia de su otro yo. «No hables de esto. No le cuentes de esto ni a Ti. Por eso Qilin casi destruye mi realidad, no desearás que Kai comprenda esto y destruya la tuya».
—Ni idea, Ti.
—En fin —siguió ella—. «Según he visto, en muchos años elegiré a un guerrero que posee un Chi excepcional, el Guerrero Dragón, no sé qué es, de dónde viene o quién es, pero el sosiego que me causa analizar esa línea me tranquiliza. Espero sea de ayuda. Por si acaso, le dejaré mi ejército».
Eso capturó el interés de Po, pero para su mala suerte, no ponía nada más que «los esconderé donde sólo alguien que comparta mi anhelo de protección, pueda encontrar». Así que saltaron esa parte.
—«Es complicado poder analizar tantas variables de lo que puede pasar, porque el Xinzhi, el Mundo Mental, es reverso al normal —continuo leyendo Tigresa—. Sólo puedo hacer conjeturas, pero si pude prever que tendré un estudiante que criará a quien rescate al Guerrero, tal vez, pueda hacer algo para detener a mi hermano. Así, pues, les dejo este pergamino en jade, dado que lo que no esté escrito en jade puede ser alterado con Chi. Existen doce Estatus, que nos acercan a la divinidad, pero cuidado, que el Doceavo siempre es peligroso para un animal normal, pues la percepción se tuerce. El Chi es vida, y como tal, contener muchos, insta al cuerpo a dar su vida por los demás. Por lo tanto, decidí reducir mi Doceavo Estatus a un Onceavo, creando mi ejército y perdiendo mil de mis Chi. Diecinueve mil tampoco es un mal número».
Eso le interesó a Po. Sabía que Kai pertenecía al Onceavo Estatus, lo que siempre le parecía peculiar, pues el ansia de poder de él debería instarle a llegar al Doceavo, lo que no tenía idea era que estarlo te influenciaba a dar tu vida por otros. ¿Una carta que podía usar? Hum, posiblemente, pero no sabía cuántos Chis tenía Kai, y si le entregaba los propios, no le garantizaba que llegaría al Doceavo. Además, tampoco sabía si daría resultado.
Suspiró. «El plan sigue siendo usar a Jade».
«Yo también te quiero, Po», dijo Jade. Él lo ignoró. «No hagas eso, no me gusta que me ignoren».
Tigresa siguió leyendo, con un tono que dejaba en claro la confusión de aquel pergamino. Sin embargo, a Po con cada palabra que ella recitaba, más cosas le cuadraban. Según lo que Oogway descubrió, la realidad se dividía en tres Mundos, Físico, cuerpo; Mental, razón; y Espiritual, el alma, el todo. La llamó Teoría de los Tres Lugares. Y para desgracia de Po,estaba detallado todo.
No había un lugar de inicio propiamente dicho, sino que los tres Mundos coexistían al mismo tiempo. En el Espiritual, la energía nacía y todos los lugares eran uno solo; de alli la energía iba al Mundo Mental, o Xinzhi, como lo llamó Oogway, donde se acentaba y alteraba el Mundo Físico. Según el pergamino, todos los seres con raciocinio usaban la energía espiritual acumulada en Xinzhi, de ahí la maestría del Chi. Pero el Chi alteraba también las cosas no pensantes. Tenía que ver con la percepción animal. Los animales empezaban a creer algo y esa energía de sus pensamientos, terminaba por darle identidad a las cosas, por más inanimadas que fueran.
—«Esa es la base del despertar —recitó Tigresa, todavía leyendo el pergamino—. Le damos nuestro Chi a las cosas, nuestra vida, y como esas cosas que damos vida lo reciben, su identidad aumenta. Una tela se percibirá como una tela en Xinzhi, pero cuanto más Chi se le de, más animal se volverá, al punto de imitar patrones de vida. Llamo a esto Ley de Cercanía». —Se detuvo—. Eso es lo que nos explicaste, Po.
—Sí —asintió—, pero más extenso.
—¿Entiendes lo que quiere decir esto, Po? —preguntó, enrollándolo—. Que tenemos la forma de acabar con Kai. —Se puso de pie y comenzó a caminar alrededor del trozo de piedra que era la mesa—. Tu nos explicaste que para crear un jadembie, Kai roba el Chi y lo manda a un plano aparte para poder usarlo, supongo que ese plano es Xinzhi, ese Mundo Mental, y la forma de acceso de Kai son las figuritas de jade que lleva colgando. Hace lo que Jade, pero a la inversa.
«Po, ella me gusta mucho —dijo Jade—. Descubrió en horas lo que a ti te llevó siglos».
Tigresa se paró de golpe.
—¿Siglos?
—Olvídalo, Ti. —Hizo un gesto despreocupado—. Jade no comprende el tiempo.
—Ah —asintió—. ¿Qué quiere decir Jade con que lo descubriste?
—Que ya se me había ocurrido eso cuando me dijiste que las cuchillas de Kai podían funcionar como Jade. —Se levantó con un quejido y fue con ella, con las patas a la espalda—. Pero Xinzhi no es un lugar que... sea fácil de navegar, Ti.
—¿Has estado allí?
Po asistió.
—En mi segundo año preso en el Mundo Espiritual —explicó, andando hacia afuera.
Quería sentir el sol en su pelaje. Una vez fuera, observó desde la escalera que llevaba del Valle al Palacio de Jade a los animales que empezaban a expandirse de las zonas más precarias a las que seguían en pie. Sobrevivían. «Es curioso —pensó—, mientras duran las penalidades, podemos soportarlas».
Tigresa llegó a su lado, observando hacia la aldea. Unos animales ondearon sus patas en un saludo.
—No podemos ir a Xinzhi así como así, Ti. A menos que se tenga una idea clara de adónde se quiere ir, el Mundo te devora. —Inspiró, recordando cómo casi murió allí—. Yo pensé en salir por Xinzhi, pero sin una Singularidad que abra un portal natural al Mundo Físico, o que se tenga el Chi para atravesarlo, es difícil. El Mundo en sí está, digamos vivo, todo intenta robarte el Chi. La tierra aquí es agua allá, y viceversa. El cielo es negro y el sol, blanco.
—Es decir... —dijo Tigresa, sin estar del todo segura—, que no podemos ir si no sabemos dónde buscar.
Po asintió. Estiró una pata hacia ella, buscando la de Tigresa, abrió los labios para darle apoyo sobre lo poco que habian hallado, pero el dolor llegó de golpe. Tanto Tigresa como él gritaron. La visión a Po se le volvió borrosa y el cielo se oscureció; con un ojo veía normal, pero con el otro veía un cielo negro. «¿El Mundo Mental?», pensó.
Su cuerpo se estremeció, como si jalarán de sus órganos. Y tan rápido como llegó, el dolor se fue y la visión se aclaró. Parpadeó, recuperando la compostura. Se hallaba de rodillas en el suelo, con el corazón acelerado y el cuerpo entumido. Por reflejo, intentó usar su Chi, pero estaba revuelto, no con su tranquilidad normal.
Tigresa gruñó a su lado, con un corte sobre la ceja de la caida. Po la ayudó a levantar, afincándola contra su panza, sentados en el suelo. Le dio unos toquecitos en la mejilla, hasta que ella abrió los ojos.
—¿Qué...?
—Una alteración de Chi —respondió Po a la muda pregunta de Tigresa—. Hubo una activación masiva de energía en Xinzhi, tan enorme que de seguro afectó a todos los maestros del Chi.
Tigresa se puso de pie con un esfuerzo.
—¿Cuál es la probabilidad de que eso pase?
Po hizo una mueca.
—Casi nula.
—Tendrían que haber Conexiones, ¿no?
—Supongo —dijo Po, parándose gracias a la pata de ella—. Pero esto sólo sería capaz alguien del Doceavo Estatus. ¿Por qué?
—Vi a Jing y a Nu Hai —dijo, nerviosa—. Hai estaba consumida, como un cadáver, y Jing estaba agotada también. Debí verlo a través de los ojos de Bao. Estaban bajo un sol blanco. —Le apretó el brazo—. Debemos volver, Po. ¡Mis hijos me necesitan!
Po se movió de golpe, obligó al dolor a irse, Tigresa le necesitaba. Tomó a Jade y concentró su Chi en él, bajó del Décimo al Sexto Estatus.
—Abre un portal —ordenó. Concentrando su mente, intentando que su alma resonara con el destino, sin éxito. Observó a Tigresa—. Ti, no puedo. No tengo suficiente relación con los muchachos. —Le tendió a Jade—. Toma el mango conmigo y piensa a dónde quieres llegar.
Ella lo hizo y la imagen que Tigresa pensaba apareció en el fondo de su mente. Una Lei-Lei pequeña, riendo con Tigresa y entrenando con ella. Una Nu Hai sonriendo cuando Tigresa le felicitaba. Una Jing que la abrazaba cuando Tigresa le decía que no era malo dejarse llevar. Un Bao con una sonrisa discreta, al ser elogiado por ella al salvar a unos ciudadanos. Un Fan Tong abrazando a Tigresa, llorando, ante el cuerpo de un animal muerto que no pudo salvar. Una Xiao con lágrimas en los ojos, pidiéndole consejo a Tigresa de cómo seguir adelante, sabiendo que la buscaban para matarla.
Po estuvo a punto de soltar el bastón por el aturdimiento. Tantas emociones, tantos momentos con los chicos le sorprendieron y conmovieron a partes iguales. Alzó el bastón y trazó una línea, que cortó el aire y éste se abrió como una cortina, al otro lado estaba Xinzhi, pero gracias a la concentración de Tigresa, el Mundo Mental se disipó y el objetivo se hizo claro: la guarida de la Ciudad Prohibida.
Lo atravesaron y luego de sobreponerse al mareo que le causaba cruzar, le tomó la pata a Tigresa cuando ella se tambaleó. Aparecieron frente a la guarida, junto a una estatua del maestro León, y Po cuadró la mandíbula al ver el estado del lugar.
Manchas de sangre seca impregnaban toda la entrada del taller que hacía de guarida. «Esto no me gusta nada». El olor de la podredumbre lo impregnaba todo. Tigresa se soltó y se movio como un tornado hacia dentro, despertando sus pantalones y chaleco, sacando una daga de jade de su cintura.
Po la siguió corriendo, pero se detuvo en seco al ver el primer cuerpo a pocos metros de la entrada. Era un lince, con tajos en la cara y brazos, sus ojos eran blancos y las marcas de quemadura en el cuello le dejaban en claro que murió estrangulado, tal vez por una cuerda despertada.
Ignorando el cadáver que debían de tener varios días, pues empezaba a hincharse, Po corrió en pos de Tigresa. Habían muertos en casi todos los pasillos por donde pasaban; las cocineras, los aprendices, los animales que aseaban en lugar.
—¡Po! —gritó ella.
Él siguió el sonido de su voz, llegando a las cocinas. Donde habían al menos cinco animales muertos, sumado a dos grises en su totalidad. Po frunció el ceño. Reanimados.
—¿Acaso...? —preguntó.
—No sé quién los ha enviado —dijo, el tono atono, manteniendo a raya sus emociones. La antigua Tigresa—. Pero estos dos se han atacado entre ellos.
—¿Enemigos? —se intrigó—. ¿Sabe alguno de los chicos cómo crear renimados?
Tigresa dudó en responder.
—Xiao, ella sabe.
—Entonces siguen vivos —la calmó Po, diciendo lo que tal vez ella quería oír—. Ella pudo crear ese reanimado y así salvar a los demás. Lo que no entiendo, Ti, es por qué los atacarían. Si hubiera sido Kai, los jadembies habrían bastado, él no puede crear reanimados per sé.
—No fue Kai, Po —dijo ella, apretando los puños—. Conozco a ese lince, se llamaba Lao. Era miembro de la banda de Cho. —Se pasó una pata por el rostro—. Dioses, pensé que después de reducirle la banda a casi nada, dimitiría.
—¿Qué sucede, Ti?
—Cho era uno de los guardias de la guardia de honor del emperador —le explicó—, lo traicionó cuando Kai atacó y casi mató a Xiao. Después ella mató a su hermano, Tao, y ahora Cho busca matar a Xiao.
Po hizo hizo un mohín.
—¿Cómo Xiao pudo matar a un guardia de honor entrenado?
Tigresa sonrió de medio lado, entre orgullosa y molesta.
—No me ha querido decir.
—Curioso, ¿no?
—Sí, aunque tengo mis teorías. En fin —dijo, volviéndose a verlo—. ¿Me acompañas a sacarle a Cho lo sucedido?
Po bufó, sonriendo, en definitiva Tigresa no había cambiado, quiza más bien ahora era un poco más atrevida. Antes le hubiera partido la crisma a cualquiera que le molestase, ahora no sólo lo hacía, sino que lo hacía de tal forma para sacarle información.
Dioses, amaba a esa tigresa.
—Vamos —asintió Po.
Conforme recorrían la Ciudad Prohibida, ubicándose con las estatuas de piedra de los maestros, Po no sabía qué pensar de la ciudad, pues no era como la recordaba. Lo poco que duró en ella, así como el aspecto que le dio cuando salía con Tigresa hacia el Valle, era de desesperanza. Pero ahora los animales no estaban tan cabizbajos, ni parecían tan apaleados mental y emocionalmente, sino que había una especie de... esperanza escondida, algo que les animaba a seguir.
Tigresa lo llevó a doce guaridas distintas, todas ellas vacías o con rastros de masacre, con sangre en las paredes y suelo y cadáveres regados. Ya sin saber qué hacer, ambos fueron a fugiarse en un hostal destartalado, donde el dependiente los reconoció al verlos entrar. Los llevó a la mejor habitación del lugar y se propuso a dejarlos, pero se quedó cuando Tigresa le dijo que necesitaba de su ayuda.
—Usted dirá, maestra.—Al igual que los demás animales, éste jabalí tenía un aspecto de esperanzada resistencia.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó ella—. Parece que ya no hay bandas de ladrones o criminales, o incluso las bandas de resistencia.
El jabalí sonrió con un brillo en los ojos.
—Oh, maestra, eso. Ha sido el grupo de Los Fugaces, están limpiando la ciudad y reclutando animales para enfrentarse a Kai, eso es lo que se dice.
Tigresa arqueó una ceja.
—¿Los Fugaces?
—Sí, maestra. Se dice que llegan, hacen a lo que van y desaparecen con lo que desean. Todo como un destello, fugaz.
—Ya. —Po casi podía oír los engranajes en la mente de Tigresa, trabajando para urdir un plan con los que enfrentarse a los Fugaces—. Supongo que usted no sabrá cómo encontrarlos.
El jabalí alzó las pezuñas, negando repetidas veces.
—Oh, no, maestra, ni idea. ¿Desean que les traiga algo para comer?
Tigresa miró a Po, en una muda pregunta.
—Sí, por favor, unos dumplings con relleno de judías. Y por favor, no nos interrumpan, necesitamos tranquilidad.
El jabalí asintió, solícito, y cerró la puerta corrediza.
Po se tumbó en la cama, extraña a su cuerpo, acostumbrado a dormir en los catres del Palacio de Jade, las rocas o en cualquier sitio duro, que hacerlo en una cama occidental, era como dormir en una nube. Le parecía que se hundiría para siempre.
Aquella sensación se apaciguó cuando Tigresa se tumbó a su lado, acurrucada como la felina que era, contra su panza y recostando la cabeza. Muchas veces le había molestado tener la panza y ser gordo, pero ahora era algo bueno.
—¿Ideas? —le preguntó Po, pasándole un brazo alrededor de la cintura.
—Esperar —dijo Tigresa—. Si esos Fugaces atacarán, lo harán de noche. Es como una ley tácita. Cuando ataquen, percibiremos su Chi y atacaremos. Así encontramos a Cho y, a su vez, a Lei-Lei y los demás.
—¿Por qué no sólo buscamos a los chicos y ya? —quiso saber.
Tigresa se giró, apoyando sus patas a ambos costados del rostro de Po y él luchó por no ver su pecho, sino que se concentró en sus ojos. No era difícil, todo en Tigresa era hipnótico.
—¿Tienes idea de lo complicado que es rastrear un Chi entre la cantidad que hay en la Ciudad Imperial?
«Aparéate con ella, sigo sin comprender el proceso», dijo Jade.
Po sonrió, haciendo a un lado el comentario de Jade.
—Tienes razón —asintió—, pero siento que quedarnos quietos y esperar es tentar a la suerte, al menos mi suerte.
Tigresa se sentó a horcajadas sobre él, para después tumbarse encima. Tenerla encima era algo indescriptible, ya que no podía definirlo en una sola palabra. Ella era más fuerte que Po, por lo que no se parecía a las demás hembras, lo que la hacía mejor. Le daba una calma tan grata que le confirmaba que ella era su alma gemela; la necesitaba.
Estando con ella podía cerrar los ojos con calma, pues sus fracasos no lo atormentaban.
—¿Por qué esa cara? —susurró.
—Pienso.
—¿En qué?
Po abrió los ojos.
—¿No lees mi Chi para saberlo?
—No. —Tigresa negó con la cabeza—. No me gusta hacerlo. Siento que estoy espiando a quienes me importan.
—Ya. —Hizo una pausa y con la pata libre le acarició las mejillas, allí donde su pelaje estaba más largo, casi esponjoso. Curioso contraste, pues toda ella era dura, más su pelaje era suave... o bueno, todo lo que podía serlo—. Pensaba en lo que ha pasado.
—¿Culpándote de nuevo? —murmuró—. Po, sabes que no...
—Lo sé —la interrumpió, sonriendo con pesar—. Sólo que lo he hecho tantas veces que no puedo evitarlo. ¿Hubiera pasado todo esto si me hubiera quedado en el Palacio de Jade?
—Po. —Tigresa se irguió, con el ceño fruncido—. Si no hubieras ido, habríamos muerto todos en el palacio cuando Kai atacó.
Po asintió y con la pata acercó el rostro de Tigresa con el suyo. La besó como si ella fuese lo que necesitaba para vivir, y en realidad, era lo que necesitaba para hacerlo. Agradecía a todos los dioses existentes en todas las realidades que ella seguía viva, porque de no estarlo, se habría vuelto tan despiadado como Kai.
Ella le respondió el beso, con ansias, de la misma forma que un viajero por el desierto bebe el agua que se le da. La rasposidad de su lengua era adictiva, pues junto con las ligeras mordidas que le daba, se volvía un dolor placentero.
De pronto, como un golpe al mentón, un Chi perteneciente a un animal de al menos el Tercer Estatus, se hizo presente. Por reflejo, Po giró con la cama, colocando a Tigresa bajo su cuerpo, protegiéndola, al tiempo en que el techo se agrietaba y rompía con un estruendo.
—Cercena —dijo una voz. Una orden.
—Protégeme —dijo Po, rompiendo el beso. Parte de su Chi salió de su cuerpo y entró en su chaleco, que se movió y atrapó una espasa negra, como hecha de obsidiana, a medio golpe.
Tigresa se movió como una serpiente de debajo de Po, girando con la suficiente fuerza para tumbar a Po, ponerse encima y arrojar una patada de empeine. El animal que los atacó saltó hacia atrás, con una gracia antinatural, recuperando sus Chi y volviendo al Tercer Estatus.
Tigresa saltó de la cama, cayendo en guardia. Po la imitó, aunque sin saltar, no fuera que se cayese e hiciera el ridículo.
—Se mis piernas y dame fuerza —dijeron los dos al mismo tiempo, despertando sus pantalones y bajando Estatus. Luego Tigresa añadió—: se mis brazos y atrapa lo que debo.
En cambio, Po despertó los girones de sus mangas.
—Sujeten cuando golpee.
La ordenes, complejas como eran, hicieron bajar a Tigresa del Octavo Estatus al Quinto, y a Po del Décimo al Sexto. El animal se irguió, espada en pata, y se bajó la capucha. Era un lobo de no más de trece o catorce años, pero su rostro era viejo. No, viejo no, antiguo. Lo veía en sus ojos. Eran los ojos de alguien que ha vivido demasiado.
El lobo, negro como su espada y con una cicatriz en la parte derecha del rostro, frunció el ceño de confusión al verlos, como si no esperase que fueran ellos dos. Tigresa se lanzó al ataque, arrojando puñetazos y patadas como una poseida. Era un buen juego de golpes, casi que brutales, pero el animal se movía de tal forma que esquivaba todos y cada uno de los golpes.
«Maestro del Chi y usuario de la Paz. Dioses, esto es malo».
Tigresa gruñó y dio un barrido, el lobo saltó, flexionando las piernas cuando estaba en el aire. Ella hizo una finta con el brazo, haciendo como si fuese a golpear, pero en el último momento se dejó caer hacia atrás, usando la inercia de su peso para propulsar la patada ascendente, que conectó en la mandíbula del lobo con un sonido seco.
Po tomó a Jade y lo arrojó hacia el lobo, Tigresa saltó hacia atrás, consciente de lo que ocurriría.
«¡No mola, Po —exclamó Jade—, me estaba divirtiendo ver a...! ¡Oye, pero si vamos a destruir maldad! ¡Destruir maldad!».
Sin embargo, el lobo sonrió con sorna sujetándose la boca. Estiró la pata con la que sujetaba su espada y apartó de un mandoble el bastón, eso sorprendió a Po, pues eran pocas las armas que rechazaban a Jade.
Po atrapó a Jade al vuelo.
—Esperen —dijo el lobo—. Tiempo muerto.
Tigresa frunció el ceño con confusión, aunque en guardia, dispuesta a saltar a la menor oportunidad.
—Tigresa alta, regia y fuerte. —Se sobó el mentón—. Jodidamente fuerte. ¿Eres la maestra Tigresa?
—¿Quién pregunta?
—Oh, por los pantaloncillos de Equilibrio —juró—, eres tú. Casi mato a quienes buscaba.
—Explícate —ordenó Po—, antes de que Ti te rompa las piernas.
Entonces el lobo lo miró y parpadeó con sorpresa, como si estuviera viendo a un viejo conocido. Sonrió.
—Aquí te ves menos estirado, colega. —Po se tensó. «¿Un saltador?»—. Trabajo para la general, deberían venir conmigo.
—¿Quién? —inquirió Tigresa, con escepticismo.
El lobo sonrió.
—Lei-Lei.
Po no pudo sino sorprenderse como un cachorro cuando vio la nueva guarida que los chicos consiguieron. Bueno, llamarla guarida era ser modesto, era más bien una fortaleza subterránea.
Compuesta de decenas de pasillos, el lobo les explicó que Xiao había encontrado los pasadizos que usaba su padre para movilizarse por la ciudad cuando lo requería sin que nadie, ni sus guardias, lo supiese, creaban una red de catacumbas excavadas en roca sólida, tan bien hecha que por fuerza debía de tener mínimo unos cuantos siglos de existencia.
Por la red de cuevas se movían sino miles, al menos cientos de animales, todos haciendo algo, desde limpiando la humedad de las paredes o limpiando el suelo, hasta quienes llevaban sacos de comida y armamentos.
El lobo, quien se presentó como Gao, los llevó a una cámara más amplia que las demás, iluminadas con velas, un centenar de ella, haciendo que brillase como un día soleado. Dentro estaban Xiao, Fan Tong y Lei-Lei, reunidos con un tigre blanco fornido con una cicatriz triple en un ojo, un león con la melena trenzada en mechones negros y un lince con un ojo azul y otro verde. Todos pertenecientes el Cuarto Estatus; como siempre, Fan Tong estaba en el Quinto, pero le sorprendio saber que Lei-Lei le igualaba.
Estaban cabizbajos analizando algo en una mesita de madera, donde varios pergaminos estaban desenvueltos.
—Las rutas del oriente están bajo nuestro mando —dijo el león—, podremos seguir abasteciéndonos de suministros. Así obtendremos más apoyo cuando los miembros de Hu los repartan entre los pobres.
—Tenemos problemas al occidente, señor —dijo el lince—. Informantes nos dicen que Shaoran se ha estado fortaleciendo, su rey ha sido herido, aunque no sabemos más. Dicen que manejan cañones.
—Oh, dioses —exclamó Xiao—, ¿ese no es el pueblo a donde fueron Nu Hai, Jing y Bao?
—Sí —asintió Fan Tong—, espero que vuelvan a salvo.
—Yo tambien —dijo Tigresa, capturando la atención de todos.
Las reacciones cuando la observaron fueron variadas. Lei-Lei se quedó de piedra, con los ojos abiertos, Fan Tong y Xiao sonrieron alegres, mientras que los otros dos animales echaron pata de dagas de jade que llevaban al cinto. El tercero, el tigre, se cruzó de patas, curioso.
Entonces Fan Tong y Xiao se lanzaron a correr hacia Tigresa, quien los recibió con un abrazo rompe costillas; Lei-Lei se acercó con pasos lentos, casi dubitativa, y con la mirada gacha.
—¿No vas a darme un abrazo? —le preguntó Tigresa, cuando Xiao y Fan Tong la soltaron.
Lei-Lei bajó la cabeza aún más.
—No creo que lo merezca —murmuró.
—¿Por qué?
—Fracasé. Mataron a casi todos los del taller, no pude protegerlos, no pude cuidar el escondite, no pude ni siquiera darme cuenta de que la comida que habíamos robado estaba podrida. —Alzó la mirada con unos ojos regios, era la copia de Tigresa en toda su extensión, sólo que en panda.
Po sonrió, inconscientemente, quizá ellos nunca podrían tener un cachorro, pero podía ver cómo sería, fijándose en Lei-Lei. Además, era contrastante la debilidad que esos gestos duros emanaban, contra la fortaleza del atuendo que llevaba, pues llevaba un simple peto de cuero entretejido, pero que le daba un aire de... inevitabilidad.
Por toda respuesta, Tigresa se agachó y estrechó a Lei-Lei con fuerza. Ella gimió de sorpresa, sin saber por un instante cómo reaccionar, pero luego le correspondió el abrazo, con un anhelo infantil. Suplicante. Y Po tuvo que recordarse que Lei-Lei apenas tenía trece años, seguía siendo una cachorra. Una con gran poder y responsabilidades, pero una cachorra a fin de cuentas.
—Sigues siendo mi hija, pase lo que pase, ¿bien?
—Bien —dijo, quedito.
—Ahora dime qué está sucediendo y cómo podemos ayudar.
Lei-Lei pareció liberarse de una tonelada de peso de encima. Po se compadeció de ella, pues conocía cómo era cargar con tanto remordimiento.
—Estamos planeando cómo atacar a Kai como se debe —dijo, andando hacia la mesa, las patas en la espalda, como una verdadera general—. Ellos son los miembros de los bajos fondos más influyentes. Hu —presentó, señalando al tigre blanco, luego al león y por último al lince—, Xao y Kan. Los recluté para que nos echen una pata.
—Nos amenzaste con matarnos si no colaborabamos —tosió el lince.
—Amenaza que sigue en pie —acotó Xiao.
—Hemos estado, de paso —prosiguió Lei-Lei, como si ninguno la hubiera interrumpido—, atacando y reclutando todas las bandas que pudimos. Tenemos en total casi diez mil animales y unos dos mil reanimados. Sumado a ello, mamá, mantenemos bajo vigilancia y ataque las rutas comerciales, por donde Kai manda traer comida y la robamos. ¿Hu?
El tigre asintió.
—Como ve, maestra Tigresa —dijo—, de esta forma podemos mantener una pata controladora sobre la Ciudad Prohibida, al mismo tiempo en que cuando le damos comida a los pobres, ganamos la aceptación del pueblo.
Tigresa abrió los ojos con comedida sorpresa.
—¿Has planeado todo esto?
—No, mamá. —Se giró, extendiendo las patas para señalar con un gesto a los tres animales, y después con un gesto de la cabeza, a Fan y Xiao—. Yo sola no. Diría que fue un trabajo en equipo. —Frunció el ceño—. Estamos vigilando las entradas a la ciudad, esperando que Bao, Hai y Jing vuelvan.
Po se hizo notar.
—No es por sonar deprimente, ¿pero esto nos servirá para matar a Kai?
—No. —Corto y claro, Hu alzó la mirada, cual estatua—. Los jadembies de Kai son dos mil, que nos superan tres a uno, virtualmente. Puede que cinco a uno, tomando en cuenta que la mayoría de los reclutados no son peleadores como tal. Necesitamos una fuerza que se nos una, porque con los dos mil reanimados, quizá limpiemos la tercera parte de los jadembies, ¿y los otros mil cuatrocientos?
De golpe, la respuesta apareció.
De nuevo, hubo una anomalía de Chi, tan fuerte que afectó a todos los presentes en la sala, excepto al lobo negro, Gao. Los tambaleos fueron generalizados, pero Lei-Lei cayó de rodillas, sujetándose la cabeza.
Gao se acercó a ella y alzó su espada de obsidiana, como si la fuese a ejecutar. Todos se pusieron en guardia, pero él no la lastimó, sino que la clavó en el aire y la hoja fue desapareciendo como si hubiera apuñalado un mullido cojín. Hubo un siseo y cuando Gao sacó la espada, la envainó, y como una historia de terror, una pata sin dueño apareció en el aire.
Esa pata brilló con un Chi blanco, seguida poco después de una que brilló con Chi azul y una última que brilló con Chi morado. Las tres patas tiraron con fuerza a los lados, abriendo una brecha en el aire.
Entonces el aire los escupió. Jing dio una vuelta completa en el aire y cayó con una rodilla en el suelo, justo para detener la caída de Nu Hai, quien se terminó apoyando en ella, Bao por otra parte cayó de bruces sobre Lei-Lei, estampándose la cabeza contra la de ella.
—Bueno —dijo Nu Hai, jadeando. Tenía el pelaje pegado al cuerpo, el rostro un poco menos gordo que antes y con ojeras tan pronunciadas que se veían sobre el pelaje—, tenemos un don para las entradas dramáticas.
—Eso parece.
—Oye, animal —gruñó Lei-Lei a Bao, que estaba encima de ella—, ¿al menos una cita, no? Vas demasiado rápido. ¡Quítate!
Bao rodó con debilidad, quedando boca arriba en el suelo, con los ojos cerrados y sonriendo.
—Cualquiera mataría porque esté encima de ella, Lei —bufó—. Dioses, no vuelvo a intentar esa locura.
Gao se cruzó de brazos. Po comprendió entonces cómo les había afectado las anomalías de Chi: al ellos tres ser Constelaciones, sus Chi afectaban de forma más directa a quienes tuvieran sus Conexiones. «Rayos, ¿pero moverse sin rumbo por Xinzhi? Estos cachorros las tienen de hierro».
«¿Qué tienen?», preguntó Jade.
«Nada».
—Hay que tener valor para viajar por Xinzhi —dijo Po, y sonrió—. Ahora estamos todos, ¿no?
Tigresa asintió, a su lado.
—Hora de atacar.
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