11
Bao observaba a su hermana, en un banquillo, sentada al lado del catre en el que Jing estaba inconsciente, en la habitación que Yuga les había dado. Tenía la mirada perdida, pensativa, sin la expresión alegre o concentrada de siempre, sino... ida. Bao frunció el ceño, eso no podía ser por haber sido obligados a retirarse del salón.
Un toquecito en el hombro llamó su atención, se volvió y encontró a Yuga, observando a las dos pandas con preocupación. Con un gesto de la cabeza, le hizo ir con ella a otra habitación.
La guarida de Yuga estaba bajo tierra, siendo un único piso de una construcción de madera, que abarcaba tres cuadras enteras, haciéndola tan grande como el palacio de Xiao. Estaba dividida en decenas y decenas de habitaciones para uno, dos o tres animales, y estaba repleto de miembros. Además, moverse en esa guarida era imposible para él, pues había demasiados recodos e intersecciones.
Yuga se desplazaba con un aire de inevitabilidad, como un fenómeno natural. Ella en sí misma era un raro contraste, ya que sus ropas y actitud eran de un animal adulto, como la maestra Tigresa, pero su aspecto era de una muchacha de quince o dieciséis años. Vestía, a diferencia de la fiesta, un chaleco dorado con un pantalón de entrenamiento negro. Él se había cambiado y tenía un chaleco verde, su pantalón y su pañuelo en la cabeza; mucho mejor que con esos disfraces de ricos.
Por el lado negativo, estaban sin oro.
Ya iban dos días desde los hechos del salón y Bao estaba al tanto de lo que ocurría. Yuga era la líder de la resistencia de la ciudad, contra Xun, el animal que había tomado el control de Shaoran.
Su hermano.
Yuga y Xun venían de una familia de herreros, razón por la que Xun usó las fábricas metalúrgicas del pueblo para resistir los ataques de Kai. Comprando información a animales turbios de Gongmen, se hizo con los planos de los cañones y con su investigación e inventiva, creó un arma que podía destruir tanto a animales comunes como a maestros y que podía usar cualquiera.
El pegue, según Yuga, era que se disparaba como un cañón, encendiendo una mecha, pero ella había encontrado la forma de cambiar el mecanismo, para que fuese una explosión inducida.
Bao aún no le entraba en la cabeza la idea de un cañón portatil, tan fino como una jabalina y tan pesado como un bambú. Rifles, lo llamaban. Algo de otro mundo.
En el salón al que entraron, Bao tomó asiento en un una silla que estaba rodeando una mesa ovalada. Yuga se sentó al frente suyo y empezó a golpear la madera con sus garras, los ojos cerrados y el ceño fruncido, pensativa. Al abrirlos, fijó sus oros en él.
—Creo que deberíamos mover ficha cuando tus amigas se recuperen —dijo Yuga.
Bao estaba agotado mentalmente, el estado de Nu Hai le preocupaba. Asintió con vaguedad.
—Creo que las heridas de ellas son más graves de lo que parece. Jing ya debería haber despertado, por más asimilación parcial que hubiera hecho y Nu Hai parece ida. No es normal en ella. —Bao negó con la cabeza, aquello no le cuadraba. Si tan sólo estuviera la maestra Tigresa allí para pedirle consejo.
Yuga bufó.
—Lo de la panda que está inconsciente te lo puedo aceptar, las balas de jade son... raras. —Hizo un gesto para afianzar sus palabras—. Pero lo de tu hermana, dudo que sea eso, Bao.
—¿Ah, no? —se sorprendió.
—Qué va, eso es mal emocional. Aunque yo no debería hablar de eso, tendrás que preguntarle.
—¿Preguntarme qué? —dijo Nu Hai, en el umbral del salón. Bao dio un respingo y por poco se cayó de la silla. Nu Hai entró como si nada y tomó asiento en una silla, a dos de distancia de Bao, al frente de Yuga—. ¿De qué hablaban?
Yuga sonrió, asintiendo con respeto.
—Buenas tardes, maestra Nu Hai, es un gusto verte repuesta.
Bao hizo una mueca. Repuesta como quien dice repuesta, ella no estaba. Bajo el pelaje tenía ojeras y la expresión vacía y neutral de Nu Hai le dejaban en claro que estaba al borde del colapso. Pero ella era Nu Hai, su hermana jamás mostraría debilidad. En eso, se parecía a Lei-Lei y a la maestra Tigresa.
Pensar en Lei-Lei le sacó una sonrisa.
—Me relaja que estés mejor, hermana.
—A mí no, Bao —gruñó ella—. La misión fracasó, casi nos hago matar, perdimos todo el oro y estamos envueltos en una lucha que no es la nuestra por una deuda de vida. No veo cómo puedo estar mejor.
—Yo no diría que no es vuestra lucha, maestra —argumentó Yuga, cruzándose de brazos y haciendo equilibro con la silla—. Bao me ha puesto al tanto de su objetivo; noble empreza, debo agregar. Sin embargo, yo ya le dije cómo Xun ha rechazado las expediciones de Kai, tanto con soldados como con sus jadembies, fue con los rifles. Efectividad que has probado de primera pata.
Nu Hai frunció el ceño y se tocó el pecho; Bao todavía trataba de borrar de su memoria la imagen de Nu Hai, desnuda de cintura para arriba, sangrando como un odre de vino pinchado y emanando Chi sin control. Junta a una Jing escupiendo sangre por ojos, nariz y boca.
—Eso no me dice —dijo Nu Hai— cómo tu objetivo se alinea con el mío.
—Sencillo. —Yuga se encogió de hombros—. Porque si me ayudas, yo te daré un rifle con una bala de jade. Disparada en el lugar adecuado, matará a Kai; o mínimo descontrolaría su Chi. —Eso capturó la atención de su hermana. Yuga alzó un dedo—. Eso, claro está, si conseguimos lo que necesito.
—¿Y eso es? —gruñó.
—Capturar a mi hermano, maestra. Sé que me juzgas con dureza, que tal vez a tus ojos soy sólo una criminal que trata de robarle el poder a su hermano, pero Xun no es como yo. A él no le importa meterse en un pantano con tal de obtener poder, aunque eso signifique sufrimiento para su gente. Yo no. Yo quiero que este pueblo vea una nueva era de prosperidad, eliminando sus ataduras.
—Eso sería, ¿cómo? —preguntó Bao, ante el silencio analítico de Nu Hai.
—Simple, Bao. Con poder y rompiendo los yugos que nos oprimen. Shaoran nunca conocerá la libertad si seguimos bajo el régimen de un monarca. Mi idea es fundar un gobierno en el que los aldeanos puedan decidir a quienes los lidere.
Ayudar a derrocar a la monarquía no era lo que tenía en mente, pero siendo sincero le importaba poco si el resultado era poder matar a Kai.
—Yo le entro —dijo—. ¿En qué consiste lo que vas a hacer?
Yuga sonrió y asintió en agradecimiento, lanzándole una mirada interrogativa a Nu Hai. Ésta se encogió de hombros, con reticencia, bostezando y desviando la mirada.
—No apruebo esto, pero sé que no puedo impedirlo. —Se dejó caer de hombros, se puso de pie y caminó hasta el umbral, con la cabeza gacha—. Ya no puedo impedir nada. Iré a ver cómo sigue Jing. Bao —añadió, afuera—, intenta no morir en lo que sea que hagas.
Los pasos cansados de su hermana se perdieron conforme se alejaba y el Sentido Vital de Bao, al intentar leerla, fue apaleado por el sentimiento de culpa y ansiedad que ella emanaba. Él intentó sentirse mal por Nu Hai, sin embargo, la perspectiva de la muerte de Kai desplazaba sus demás pensamientos y capturaba su atención.
—¿Qué hay que hacer, Yuga?
Ella estabilizó la silla y se inclinó sobre la mesa.
—En los extremos norte del pueblo hay una pagoda camuflada entre la montaña, podría decirse que está en la montaña, y corre el rumor de que en esa montaña hay un arma que puede darle la vuelta a esta lucha. —Sus ojos brillaron con ansia—. He estudiado la pagoda a fondo y no tiene sentido, pues los que van no vuelven. Desaparecen así. —Chasqueó los dedos—. Sin embargo, creo que es por un factor importante.
Bao entrecerró los ojos.
—Deja adivino: necesitas un Elegido.
Yuga sonrió, enseñando los colmillos.
—Veo que no eres tan torpe como pareces.
—Soy el más listo de las Cuatro Constelaciones —dijo, con falsa modestia.
—Bien, bien —siguió, haciendo un gesto con la pata—. El plan es que iremos tú y yo a la pagoda, entraremos y tomaremos el poder que allí aguarda. Con eso podré capturar a mi hermano y tú tendrás un arma con la que enfrentarte a Kai. Podrías irte de aquí con dos bazas en tu poder.
Bao sonrió, una de esas armas tan raras que parecían cañones por parte de Yuga y, si las cosas salían bien, obtendría un poder aún más grande de esa pagoda. Era una oferta ganar-ganar, pero era demasiado bueno para ser verdad. Eso le hizo pensar que si Yuga sabía de la existencia del poder en la pagoda, su hermano también estaría al tanto.
«Pero no tienen un Elegido para tomarlo», pensó. Esa era su ventaja y estaba en las patas de Bao no perderla.
Luego de que Yuga se levantara y le pidiera que fuera a prepararse para posibles eventualidades, Bao se dirigió guiándose por los recovecos de la laberíntica guarida, hasta la habitación donde Jing descansaba. Le tomó varios intentos llegar porque se perdió seis veces, y se rehusaba a pedir una dirección. Era un macho, su sentido de la ubicación era instintivo. Sí, que a veces su sentido se atrofiaba, pero lo seguía teniendo.
En el umbral, supo que no debía entrar. Nu Hai se hallaba más frágil que nunca. Su hermana no era un animal tan templado como la maestra Tigresa, ni tan duro como Jing, ni siquiera tan impasible como Lei-Lei, pero era fuerte. Y aunque nunca lo reconocería, más fuerte que él. Así que verla tan frágil le causaba emociones encontradas.
Bao golpeó como llamando a una puerta y su gemela se volvió a verlo.
—¿Puedo pasar? —preguntó. Nu Hai asintió, Bao entró y fue con su hermana, sentada al lado del catre. Observó a Jing y sintió un atisbo de pánico, no por ella, sino por los efectos que una asimilación parcial causaba en el cuerpo; ¿cómo sería asimilar su Constelación por completo?—. Así que —dijo, para romper la tensión—, ¿cómo sigue?
—No despierta —respondió—. La asimilación le forzó el cuerpo al extremo, imagino que le desgarró muchas venas, pues sangraba como si la hubieran degollado. —La voz le tembló—. Esto es mi culpa. No tuve que habernos permitido ir a ese salón. Maldición, ni siquiera debimos intentar infiltrarnos. Lo que tuvimos que hacer es ir de frente y eliminar a todos los que se pudiese, capturar a uno y hacerlo hablar. A Jing le gustan esas cosas.
Bao asintió. No podía decirle que no era su culpa, porque lo era, pero tampoco le parecía que debía romperse la cabeza pensando en soluciones que ya no eran posibles. Lo mejor sería respirar profundo, comerse el resentimiento y seguir con paso firme hacia adelante. Como bien decía Xiao, no había que preocuparse por lo que no estaba en pata de uno hacer.
—¿A dónde irás? —preguntó.
—No lo sé —respondió Bao, encogiéndose de hombros—. Yuga me dijo sobre una pagoda oculta en la montaña, los rumores dicen que tiene un poder oculto dentro de ella, y si la ayudo, podremos irnos de aquí. No sólo eso, sino que tendremos una de esas armas de ella y, según lo que se encuentre en la pagoda, lo que hallemos.
Nu Hai asntió.
—Ten cuidado —murmuró. Alzó la mirada y sus ojos verdes lo observaron de una manera que lo hicieron sentir pequeño. Algo demasiado complicado—. No olvides dónde estamos, Bao. Recuerda que son asesinos, enemigos; representamos como ellos una resistencia contra Kai, pero nuestros objetivos son diferentes: mientras nosotros queremos ver a una China libre, donde Xiao sea la emperatriz, ella quiere derrocarla. Y eso significará matarla. —Se puso de pie y le apretó el hombro—. Eso significará que te matará si le das la oportunidad, no se la des, hazte imprescindible.
Por un instante estuvo a punto de bromear diciéndole que siempre era imprescindible, sólo que la mirada de Hai era demasiado seria. Casi que era la abuela mucho más joven, combinada con la maestra Tigresa.
—Vale —cedió—, lo tendré en mente. —Se llevó una pata a la nuca, cuando ella le soltó el hombro—. ¿Cómo sigues con tu Chi?
—Voluble —respondió, tocándose el pecho—; me quedaron fragmentos de la bala en el cuerpo. Los sanadores de Yuga no pueden o quieren hacer nada.
—¿Qué significa eso? —Bao frunció el ceño.
—Que mi Chi se volvió anómalo. Puedo hacer cosas que no debería, como despertar, pero en lugar de usar Chi como Lei-Lei, por ejemplo, uso tiempo de vida.
—¿Eso no es...? —Iba a decir imposible, sin embargo, recordó que Po había dicho que en realidad no se sabía casi nada de la maestría del Chi—. Genbu, Nu Hai, ¿has estado practicando? —se sorprendió, al notar que las ojeras que tenía no eran casuales, sino más acentuadas de lo normal. Se veía un poquito más delgada en las mejillas y la esclerótica de los ojos estaba repleta de venas pequeñitas. «Se está matando con tal de aprender», pensó. Irónicamente, su hermana que buscaba la protección de todos no velaba por la suya propia—. ¿Has enloquecido?
Nu Hai frunció el ceño.
—¿Por qué te preocupas, Bao? Es mi decisión.
—Porque vas a morir.
Ella arqueó una ceja.
—¿Te importa?
Bao se encogió de hombros.
—Sigues siendo mi hermana gemela, idiota. Por supuesto que lo hago, lo sabes. Agh, demonios, Hai, no voy a repetirme, pero no quiero que te termines matando por practicar con esto. Nuestro poder no tiene nada que ver con la simpleza del Chi; somos algo mejor que los demás. Por eso el precio por usarlo es tan alto. No arrojes a la basura esa baza que tenemos para matar a Kai.
—¿Y si soy yo quien puedo matar a Kai con mi anomalía? —inquirió Nu Hai, cruzándose de brazos—. ¿Qué es una vida si puedo salvar miles de millones? ¿Qué es una vida si puedo salvar la de Xiao y Fan Tong, la de la maestra Tigresa y Po, la de Lei-Lei? ¿Si puedo salvar la tuya? ¿Qué es mi vida si puedo salvar la de Jing?
—No lo permitiré, Hai —aseveró Bao.
Se dio media vuelta, controlando la molestia que su hermana le causaba. ¿Por qué tenía que hacer lo correcto y no lo que era lo conveniente? Eso sería evitar usar su Chi para despertar y darle el apoyo a él. Inspiró profundo y emanó enormes cantidades de Chi, envolviendo la habitación en un enorme caparazón circular, para evitar alguien saliera o entrara. Salió como si nada, pero cuando se hermana lo intentó, chocó contra una pared de Chi.
Sonrió.
—Te quedarás aquí hasta que vuelva.
—¡Bao, imbécil!
—No te oigo, hermanita. —Se llevó una pata a la oreja, haciendo visera, mientras se alejaba—. Nos veremos cuando llegue con una nueva baza contra Kai.
Se alejó lo más rápido que pudo, ignorando los gritos e insultos de su hermana, igual de intensos que los de Lei-Lei cuando... Se estremeció de pavor al recordar cómo ella casi lo mató. No, mejor pensar en cómo sería la misión que tendría con Yuga.
Bao esperaba mucho más de... en realidad no sabía qué esperar, pero esa pagoda no eran tan... increíble. Las conocía por las que había en la Ciudad Imperial, pertenecientes al padre de Xiao (y en actual instancia a ella), y eran construcciones enormes de hasta diez pisos de altura, ornamentadas y bien vistosas. Aquella, sin embargo, era de barro seco, endurecido con calor y de unos simples tres pisos de altura. Se asemejaba más a una casa de huéspedes que a una pagoda.
Yuga observaba con recelo la construcción, a varios pasos de distancia. Bao se concentraba en su lenguaje corporal y maldecía no haberle pedido consejo a Jing sobre cómo leerlo. Yuga estaba tensa, eso se le notaba, sin embargo, sus movimientos eran fluidos, su andar hasta podría decirse que sensual por lo serpentino de sus gestos, sin embargo, ya la había visto en acción, y si ella lo quería, podía desenvainar la espada que llevaba al cinto como una centella.
Eso y que era una despertadora. Tenía un potente Sexto Estatus del qué echar pata cuando lo necesitara.
Pese a que todo le inspiraba una sensación de simpleza, al concentrar su Sentido Vital en la pagoda de barro, percibía una extraña fluctuación. Eso le despertó la curiosidad, al parecer, el edificio estaba despertado, lo que era imposible. Ni la piedra ni la tierra podía ser despertada, y en caso de que lo estuviera, no debería poder sentirla. Los objetos despertados no se percibían.
«Este estúpido pueblo me está cambiando los paradigmas», pensó. Si Lei-Lei ya estuviera aquí, se hubiera lanzado a la pagoda.
—¿Cómo entramos, Yuga?
Ella se detuvo de su inspección, volvió la mirada y señaló la puerta, un arco de piedra encima de una pared de barro. Un umbral, sin puerta per sé.
—Por allí —dijo, encaminándose hacia el umbral y tocando la piedra—. Yo vi cómo se fueron los demás miembros que envíe, así que haremos lo mismo.
—¿Eso no nos matará como a los otros? —quiso saber.
Yuga dudó.
—Lo dudo. Pero, por si acaso, manten los ojos abiertos.
Bao arqueó una ceja, tocando la piedra también.
—Vale —refunfuñó—, así veré qué me matará.
—Oye, Constelación, un poco de fé.
—No es ti en quién la tendría.
Ella sonrió e introdujo parte de su Chi en la piedra. Entonces Bao comprendió por qué el edificio estaba despertado. El enorme Chi que estaba contenido en la piedra salió como vapor dorado que los envolvió. Una parte de esa estela de vapor le contorneó el cuerpo a Bao como una serpiente y se le introdujo en la piel, haciéndolo brillar.
Yuga se mostraba relajada, todo lo contrario de Bao, que empezaba a entrar en pánico. Mas no pudo quejarse, pues de un momento a otro el suelo brillo de un dorado oscuro, opaco, y el umbral de tierra desapareció, dejando una apertura a un lugar oscuro como una noche sin luna.
Ese mismo vacío oscuro los succionó.
Yuga ya no estaba.
Bao jadeó por la sorpresa, pues se hallaba flotando en un espacio extraño. El cielo era negro carbón, con un sol blanco prístino en el cielo; descendía con lentitud, el mundo a su alrededor difuminándose, hasta que tocó el suelo.
Se halló dentro de un salón de entrenamiento, amplio y dorado, pero de alguna forma etéreo, como si se fuera a desvanecer al menor contacto, pero sólido en algunos aspectos. Era como una ilusión óptica.
Al tocar el suelo cayó de rodillas. Se levantó y oteó el lugar, en busca de enemigos. Frunció el ceño ante la soledad del sitio.
—¿Esto ha matado a tantos animales? —se preguntó.
—Oh, no ha sido este lugar, joven Bao —dijo una voz a su espalda. Bao dio un respingo y se recubrió de un escudo de Chi por instinto. Al volverse, encontró a una tortuga vieja, pero vieja de veras, cubierta con una túnica verde ladeada, como la de los templos budistas—. Bienvenido a mi prueba.
Bao bajó la intensidad de su Chi, mas no dejó caer el escudo.
—¿Prueba?
La tortuga asintió.
—En efecto, joven Bao. —Su expresión afable perdió intensidad, quizá volviéndose más serio, pero la tranquilidad del animal se lo impedía—. Has venido aquí a buscar mi ejército y no puedo entregarlo a cualquier animal, sólo al que sea digno.
Por alguna razón, aquella tortuga le parecía conocida, mas no recordaba por qué.
—¿Y se demuestra, cómo?
—Pasando mi prueba.
— ¿Y en qué consiste?
La tortuga estiró una temblorosa pata y un bastón de Chi se formó. Ahí fue donde lo reconoció por los relatos de la maestra Tigresa. «¿Oogway? ¡Pero si su Chi lo tiene Kai!».
Con una floritura del bastón, el salón tembló. Aunque para Bao, el lugar titiló como la llama de una vela; las paredes del salón dejaron de estar, el suelo cambió de sólido a cristalizado, como vidrio roto, dejó de estar bajo techo para estarlo al aire libre.
Oogway arrojó el bastón y éste se fragmentó en cientos de pedazos. Unos se disiparon, otros se transformaron en jadembies, otros en pandas, pero los que más le impactaron fueron los trozos que se transformaron en su abuela, su hermana y en Kai.
Las rodillas de Bao temblaron, su escudo se disipó cuando supo en qué contexto se encontraba. Su Chi de héroe desapareció e incluso él se redujo en tamaño.
—Mi ejército es parte de mí, parte de mi poder —dijo Oogway, con calma, su imagen difuminándose poco a poco—. Sólo alguien que supere esta prueba puede obtenerlo. Buena suerte, Constelación del Avatar de Genbu.
Oogway desapareció, dejando a Bao en la peor escena de su vida.
El día en que vio ser jadembificada a su abuela.
Nu Hai gruñía iracunda, ¿cómo se atrevía Bao a dejarla allí, como si fuera una cachorra que no supiera defenderse? Cuando lo viera, le daría un puñetazo tan fuerte que se fracturaría la pata.
El leve dolor que tenía en el pecho se intensificó con sus emociones, los fragmentos de la bala de jade empezaron a latir aún más. Latían como un segundo corazón superpuesto al de ella, siempre sintonizados con su estado de ánimo, siempre doliendo. No entendía por qué le ocurría ello, sin embargo, por las expresiones de los sanadores al abrirle una incisión en el pecho para revisar fue indicativo. La bala debía haberla matado, pues no era como las balas de jade normales.
En fin, el caso era que podía despertar cosas. Habilidad increíble, pero con un precio demasiado alto. Precio que estaba dispuesta a pagar.
Un ruido a su espalda la alerto y se volvió de la puerta sellada con el Chi de Bao hacia el catre. Jing estaba sentada en el borde, mirándola como si fuera lo mejor que había pisado la tierra. Entonces sonrió, sincera y relajada, y suspiró poniéndose de pie.
Al hacerlo, se tambaleó y casi se estrella contra al suelo, si no fuera porque Nu Hai la atrapó en el camino. Se movió demasiado rápido para su estándar; sonrió ante la sorpresa de Jing. Las ropas despertadas sí que eran una bendición.
—Cuidado —dijo Nu Hai, con suavidad—. Sería tener mala pata herirte apenas te despiertas.
—Llevo consciente un jodido día, Hai —refunfuñó Jing, boztezando—. Sólo que no podía moverme. Parece que le lleva más a mi cuerpo recuperarse de una asimilación que a mi mente.
Nu Hai palideció.
—O sea que...
—Lo oí todo, Hai. —Jing le pasó un brazo por el hombro para afianzarse—. Te concedo que obtener la capacidad de ser una dadora es asombroso, único, además, pero si eso significa que morirás poco a poco con su uso, entonces te pediré que no lo uses.
Eso enfureció a Nu Hai.
—¿Tú también? —se ofendió—. Primero Bao y ahora tú, ¿es que nadie puede ver que esta es una gran oportunidad?
Jing asintió, ladeando el rostro para verla, su mejilla se frotó contra la de ella.
—Lo es, lo reconozco, pero no voy a permitirlo. —Nu Hai sentía en su propia mejilla el movimiento de la mandíbula de Jing, cuando hablaba—. No lo vale.
—¡¿No lo vale?! —Nu Hai se giró para quedar frente a frente, pero no se alejó, pues la forma en que Jing se aferraba a sus hombros le dejaban claro que no se sostendría de pie. No mucho tiempo al menos—. ¿Qué les pasa, por Seiryu? ¡Estamos hablando de matar a Kai!
—Estamos hablando de tu vida, Hai —replicó, con un tono controlado, aunque molesto—. ¿No te has puesto a pensar que no es tu deber acabar con Kai? El maestro Po puede hacerlo, o la maestra Tigresa, o Xiao, o Bao, ellos tienen motivos fuertes y de peso. Nosotras no.
—¿Es poco querer salvar a China? —exclamó.
—¿Qué te ha dado China para que mueras al salvarla? —gruñó ella. Cerró los ojos e inspiró con fuerza—. ¿Por qué quieres estar al mando de todo, Hai? Entiendo que creas que es tu deber, pero... —Sacudió la cabeza y los abrió, bufó con una sonrisa amarga—. Olvídalo, ¿bien? Sería pedirle al arrozal que diera trigo que tu dejes de ser tan... firme.
Hai frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir eso?
—Que por más que te pedimos que pienses en ti, que pienses en todos nosotros, sólo piensas en los demás. —Jing se veía cansada, pero no como Hai, era toda resistencia y regia—. Esa imperante necesidad de hacer lo correcto. ¿Es tan difícil pensar en nosotros, en tus amigos?
—¡Pienso en ustedes todo el tiempo! —Fijó sus ojos con los de ella—. ¡Pienso en la relación de Fan y Xiao cuando peleo porque quiero que vivan! ¡Pienso en Bao y Lei-Lei y el tonteo que hay entre ellos y que si todo estuviera bien, Bao podría ser un animal normal, saliendo como los animales normales, sin tener que preocuparse de sus vidas! ¿Crees que no me he dado cuenta de que no formalizan nada para no salir heridos si el otro muere?
Jing se sorprendió.
—Eso no te da carta blanca para...
—¡¿Crees que no pienso en ti?! —Eso silenció cualquier réplica que iba a darle—. ¿Crees que no vi el pánico en tus ojos cuando estaba a punto de morir?
El labio de Jing comenzó a temblar. Nu Hai intentó detenerse, pero su cuerpo entero temblaba, los latidos del jade en su pecho aumentaron su ritmo, casi como el de su corazón. Jing le posó la otra pata en el hombro, apretando con fuerza, bajando la mirada por lo levemente más alta que era.
—No era pánico, Hai —susurró con voz ronca—. Era miedo, pavor. —Hai se asustó al ver que Jing empezaba a emanar Chi, pero no daba muestras de agotamiento. Todo lo contrario, su Chi la estaba sanando—. Tenía miedo que murieras.
—Nuestro deber es pelear para proteger a otros, Jing.
—Lo sé. Por Byakko, te juro que lo sé, pero... ¿tienes idea de lo que es verte estar dispuesta a morir cada que tenemos que pelear con otros? Ya van tres veces, Hai, tres, que te he salvado la vida. —Sus respiración se hizo trémula, los labios le temblaron, su voz se quebró—. Pensé que esta última...
Nu Hai alzó una pata y tomó por la mejilla a Jing, cuando ella intentó apartar la mirada. Pudo contener el temblor que sentía, y de alguna forma no necesitó su Sentido Vital para saber lo que sentía ella. Nu Hai lo sabía en su ser, porque ella había empezado a experimentar las emociones de Jing desde hacía tiempo.
Los ojos oscuros de ella la miraban con sorpresa y mostraban una Jing que sólo ella conocía, pues la había visto llorar de frustración, reírse como una cachorra, una Jing rota y única. Una Jing verdadera.
El dolor de las esquirlas en su pecho se anuló, cuando Jing se inclinó y le rozó los labios. Temblaba como si se fuera a desarmar, y el Sentido Vital de Nu Hai le indicó que además del cariño que emanaba hacia ella, sentía miedo. Se separó, con los ojos cerrados y los labios apretados, como si esperase un golpe.
Nu Hai parpadeó, saliendo del aturdimiento.
—¿Me acabas de besar? —dijo.
Jing abrió los ojos con duda.
—Esto..., ¿sí? —Carraspeó—. Creo que sí.
Nu Hai se soltó a reír, sorprendiendo a Jing; el agarre en los hombros de Hai se intensificó, tensa.
—¿Lo hice mal? —susurró, aprensiva.
Por primera vez, desde que habían iniciado la mision a Shaoran, Nu Hai dejó de sentirse presionada. Jing siempre tenía ese efecto en ella, quizá a la mayoría le pareciera amenazante su amiga, pero Hai sabía que era sincera.
—Oh, Byakko —se asustó—, ¿fui muy lejos? ¿No debí? ¿Acaso...?
Por toda respuesta, Nu Hai se lo devolvió. Jing jadeó como un cachorro herido, más de sorpresa que de dolor en sí, ante su proceder. Pocas veces, desde que era una cachorra, Hai había tenido la oportunidad de hacer algo sin importarle las consecuencias. Siempre tuvo que ser la hermana responsable, la recta, mientras que Bao hacía de las suyas; las imposiciones de la aldea sobre cómo ser una buena cachorra y hembra eran fuertes. Y Nu Hai, como debía ser, las obedecía.
Razón por la que soñaba con ser libre de una vez por todas. Lo fue cuando se hizo amiga de Jing. Quizá no era tan osada como Bao al ser rebelde, ¿pero qué rayos, por qué tenía que serlo?
Las mejillas de Jing eran esponjosas, casi como las suyas, y se sentian cómodas, como si hubieran sido hechas para que las propias la rozasen. Asimismo, su nariz y la de ella encajaban como dos piezas a la medida, y sus labios no eran como los imaginaba, secos y finos, sino que eran carnosos en poca medida.
Perfección.
Jing le paso las patas por la nuca y la estrechó con fuerza, tanta que sus cuerpos eliminaron la poca distancia y se fundieron como si se necesitaran para vivir; Nu Hai no se detuvo, pues aunque le faltaba aire, le rodeó la cintura apretándole unos rollitos.
Gimió cuando la presión en su pecho realzó las esquirlas de jade. Jing se separó, lo suficiente para respirar. Sus ojos estaban dilatados y sonreía como si se hubiera ganado una dotación de comida de por vida.
—De lujo —dijo, con lentitud. Parpadeó y la miró—. ¿Te lastimé?
—No —respondió Hai, entrecerrando un ojo, dolorida—. Es que me duele el pecho; las esquirlas, ya sabes.
Jing le recorrió el rostro con una pata y Nu Hai cerró los ojos por reflejo. La sensación de la almohadilla de Jing era extraña, placentera, pero la encendía como un rayo. Ahora entendía por qué a Xiao le gustaba que Fan le acariciara así.
—Si quieres te las saco —se ofreció Jing, la voz ronca—. Sólo que no podrías usar el despertar como lo haces ahora.
—No, mejor me quedo así. —Dudó en continuar—. Y lamento que no puedas hacerme cambiar de opinión.
Jing suspiró.
—Tranquila —dijo, negando con la cabeza con cierta resignación—. He aprendido, gracias a ti, que no debo aferrarme a la ilusión del control. Bien puedo romperle las piernas al control y así me siento mejor.
—Eres toda una poeta —ironizó Nu Hai.
—Tengo mis momentos. —Se encogió de hombros.
—Espero este sea uno de estos.
Y acto seguido, buscó sus labios.
Bao ya no podía más.
Estaba al borde de suicidarse.
Estaba al borde de perder la cordura.
Bao ya no soportaba el ciclo por el que estaba pasando. Intentaba pelear con Kai y perdía, su abuela le ayudaba y era derrotada. Le gritaba con pánico que huyera y se llevara a Nu Hai. La oía gemir cuando Kai la jadembificaba. Después el llanto de Nu Hai le hería, antes de que sintiera un desgarro en el pecho cuando ella también era jadembificada. Por último, Kai se giraba y lo volvía un jadembie a él tambien.
Después todo se repetía. Oogway reaparecía y le decía que si quería el poder de su ejército, debía ser digno y pasar la prueba. Kai volvía a aparcer y Bao volvía a pelear. Y todo se repetía. Todo para perder. Todo había pasado ya ciento veintisiete veces.
Kai le dio un puñetazo que lo dejó en el suelo para después ir contra su abuela. Bao no se movió más, era mejor quedarse en el suelo. Sangraba y lloraba a partes iguales. Sangre que manaba de sus garras rotas, de su nariz y labios, de los cortes en su rostro y brazos. Lágrimas de frustración e ira. Nu Hai gritó y Bao cerró los ojos, no podía más
Sintió el tirón en su cuerpo cuando Kai lo volvía un jadembie y luego el estremecimiento de cuando el ciclo se renovaba. Se irguió como pudo y cayó de rodillas, temblando con fuerza, abrazándose los costados. Quería que todo se detuviera.
¿Qué tenía que hacer para pasar esa prueba? ¿Matar a Kai? ¿Salvar a Nu Hai? ¿Salvar a su abuela? ¿Salvarse a sí mismo? ¿Morir con valentía? Lo había intentado todo y nada funcionaba. Las lágrimas salieron con fuerza al oír el grito de su abuela y él apretó los ojos, quería que eso acabara.
Los temblores empeoraron. «Basta. Basta. Basta. Basta. Basta. Basta». Kai lo jadembificó y el ciclo comenzó otra vez. Ciento veintinueve veces. Cayó de lado, como un herido de muerte, gimiendo.
Y Bao se quebró. De la misma forma en que una vara de bambú al ser sometida a demasiada tensión, Bao se rompió. Dejó de pelear, reconociendo que por más que lo hiciera, no podría derrotar a Kai. No podría salvar a nadie. Sólo podía huir.
Y se odió por ello.
Por ser tan débil para no cumplir su venganza. Por aceptar que no podía vengar a su abuela. Por saber que si le tocaba enfrentarse en iguales condiciones a Kai, nunca lo vencería. Ni para salvarse, ni para proteger a lo animales que amaba. No podría proteger a Nu Hai ni a Lei-Lei.
Sólo podría morir.
—Me rindo —susurró, el enojo alimentándose con el dolor—. Quédate con tu maldito ejército.
Un estremecimiento le recorrió el cuerpo que le hizo abrir los ojos. Todo se había paralizado, justo cuando Kai estaba rechazando un golpe de la abuela. Todos los animales, Kai, la abuela, Hai, se disiparon y de sus Chis se formó Oogway, que lo miraba con interés.
—¿Por qué, joven Bao? —preguntó, caminando hacia él.
—No lo quiero —musitó—. No quiero tu estúpido ejército.
—Esa no es una respuesta.
Bao se puso de pie con esfuerzo, pero tropezó y volvió a caer de rodillas. Oogway llegó a su lado y le tendio la pata, cuando se la tomó, Bao se puso de pie.
—Porque de nada me serviría. —Bao agachó la cabeza, sintiendo como si al decirlo en voz alta, reconociéndolo, una parte de él moría—. Porque soy débil. Porque... no podré protegerlas.
Oogway sonrió, asintiendo con respeto.
—Has pasado, joven Bao. Reconozco que has obtenido la victoria.
Por algún motivo, eso le enfureció. Golpeó la pata de Oogway, alejándola de sí.
—¿Qué se supone que tenía que pasar, eh? —De su cuerpo empezo a manar Chi como un torrente, lo acumuló en sus patas y arrojó hacia la tortuga, que lo disipó con un gesto—. ¿Te parece bien que sufriera tanto?
—No. —La expresión de Oogway fue seria—. Sin embargo, joven Bao, necesitaba saber si serías digno. Mi ejército es un arma demasiado peligrosa y sólo alguien que reconociera sus miedos y fallas, puede usarlo.
El enojo de Bao le impedía apretar los puños, tanto por el dolor como por los temblores.
—Esta prueba es un asco.
—Puede serlo, cierto, pero es indispensable. —Alzó un dedo—. Los guerreros más poderosos son aquellos que aprenden de sus batallas, pero los guerreros que nunca desfallecen ante la adversidad, son aquellos que aprenden de sí mismos. Y tú, lo has hecho.
—Es perverso —rugió Bao—. Llevarme al borde de la locura, de querer intentar suicidarme para acabar con esto es perverso.
Oogway miró a Bao.
—Mi momento ha llegado.
—¿Cómo? —se extrañó.
—Es la orden de mando —aclaró—. La que podrás usar para cambiar la orden de las estatuas de los maestros en la Ciudad Prohibida, y de algunos pueblos de China.
—¿Las estatuas de piedra? ¡Pero la piedra no puede despertarse!
—La piedra no ha sido despertada. Hay huesos de animales dentro de ellas. Son reanimados.
Huesos de animales. Bao sintió un escalofrío. Po había dicho que era complicado despertarlos, y Bao supuso que era complicado porque era difícil que mantuvieran la forma animal durante el proceso. ¿Pero y si los huesos estaban recubiertos de piedra? ¿Piedra que mantuvieran su forma, piedra que evitarían que se quebraran o lastimaran, protegiéndolos de cualquier daño? Los objetos despertados eran más fuertes que los músculos normales. Si podía crearse un reanimado a base de huesos y hacerlos lo suficientemente fuerte como para moverse con la piedra que lo recubría..., se obtendrían soldados como nunca se habían visto.
Bao abrió los ojos con sorpresa.
—¡Oh, Genbu!
—Hay al menos unas mil estatuas hechas por mí de los maestros en la Ciudad Prohibida, y la mayoría debería funcionar todavía. Las cree para que duraran.
Bao estaba sin palabras, analizando las implicaciones que eso podía tener en la batalla contra Kai. Contra los jadembies.
—Deberías poder darles una nueva orden de mando y así proteger a la Ciudad Prohibida. Descubrirás que mis estatuas son... efectivas. La mayoría de las armas son virtualmente inútiles contra la roca.
Asintió, aturdido.
—Ahora son tu responsabilidad, Bao. Úsalas mejor de lo que lo hice yo. —Empezó a difuminarse en Chi, como un espejismo—. Por cierto, se me olvidaba, no confíes en la leona. Yuga te matará apenas sepa que obtuviste mis ejércitos. Y no uses las armas de ella, son... malignas.
—¿Por qué? —preguntó.
La sonrisa de Oogway fue preocupante.
—Porque sus balas son distintas a las de su hermano. Xun usaba balas de jade corrientes, pero ella usa balas de jade investidas, Bao. Mata animales y les roba su poder atravesándoles el corazón, capturando su investidura en el jade y cuando la bala impacta en un animal, incrusta la investidura cautiva en el objetivo. Es un proceso nefasto.
—¿Investidura? —se extrañó—. ¿Como el poder de un gobernante?
—Exacto, pero sería correcto decir que es el poder de otro animal. Otra alma, podríamos decir. Es una practica que no es de este mundo. Yuga es una saltadora. —Frunció el ceño, mirando al horizonte—. Así como el lobo que ayuda a tu panda, tu hermano y tu emperatriz.
Bao se crispó, alerta.
—¿Lei-Lei está en peligro?
—No, Constelación Tortuga Negra —musitó Oogway—. Al contrario. Este animal vino para ayudar. —Soltó una risilla—. Mira que hay que tener valor para volver de la muerte, mi amigo.
Bao se quedó confundido.
—¿Cómo sabes esas cosas?
—Cuando llegas al Doceavo Estatus, te ocurren cosas..., interesantes.
—¿Pero Kai no había capturado tu Chi? —preguntó Bao. La semilla de la duda creció, alimentada por un pánico creciente. Si Oogway había llegado al el Doceavo Estatus, el más alto, y Kai tenía su Chi, eso quería decir que Kai era imposible de derrotar.
No obstante, el maestro se rió como un chiquillo.
—Oh, claro, joven Bao, Kai tiene mi Chi, pero digamos... que no puede mantenerme cautivo mucho tiempo. Yo descubrí los Mundos, yo aprendí a viajar por ellos, yo instauré las enseñanzas de la Maestría del Chi, ¿creerías que no preví esto? —Su forma desapareció—. Te sacaré de Xinzhi, y traeré contigo a las otras dos Constelaciones; espero puedan hacerle frente a su enemiga, porque ha sitiado la pagoda. Oh, por cierto, habrá ciertos cambios en el lugar, ya que superaste la prueba.
De pronto, el mundo donde estaba empezó a temblar, como una imagen reflejada en un estanque cuando se le perturba. Empezó a brillar por todas partes, hasta el punto en que Bao tuvo que cubrirse los ojos porque no podía ver nada. Un frío enorme lo embargó y cuando pasó, el aire gélido de Shaoran lo saludó con enojo, lastimándole la piel por encima del pelaje.
Cayó de rodillas, jadeando y mareado. Se hallaba en un suelo de piedra, de la pagoda en la que había estado, sin embargo, al observar por la ventana luego de ponerse de pie, el vértigo lo sobrecogió. Estaba a más de diez pisos de altura. Se agarró del marco de la ventana para recuperar el equilibrio; cada parte del cuerpo le latía de dolor.
—¿Bao? —dijo una voz a su espalda. Volvió la mirada y encontró a Nu Hai, que al verlo en su estado, compuso una expresión de pánico al tiempo en que corría hacia él a una velocidad demasiado rápida para ser ella. Observó su ropa, moviéndose como músculos. «¿Prendas despertadas?»—. Bao, por Seiryu, ¿estás bien?
Cuando ella le pasó un brazo por la cintura para ayudarlo a sostenerse, contuvo un grito de dolor.
—Sí —respondió, despreocupado—. ¿Te parece que necesito ayuda?
—Yo creo que sí —dijo Jing, ya recuperada. Bao sonrió con tranquilidad, al menos su hermana ya estaría mejor, si Jing estaba sana. Ella se acercó, usó su Chi del Tigre Blanco y lo curó, sacándole un suspiro de sosiego—. Listo.
—¿Quieres decirnos qué sucedió? —exigió Nu Hai. Dioses, ya había recuperado su tono mandón. Bao sonrió.
—Acabo de tener un viaje surreal, que aún me pregunto que sea real, pero... —Se concentró, intentando conseguir a los reanimados. Detectó seis en Shaoran, seis estatuas de piedra consagradas a los maestros Puercoespines gemelos. «Mi momento ha llegado. Cambio de orden de mando. Flor de loto. Cambio de orden de mando completa. Flor de loto. Vengan a mí y protéjanos. Flor de loto». Casi le arrancó un grito el dolor de cabeza causado cuando las estatuas se desprendieron de sus bases. Bao abrió los ojos—. Oh, sí, acabo de obtener un poder increíble.
Mientras Bao esperaba y Nu Hai caminaba como una posesa por el décimo piso de la pagoda buscando salidas, Bao los puso al tanto de lo que había vivido. Como para completar tremenda narración, Jing agregó que ellas aparecieron en la pagoda de repente, en un fogonazo de luz dorada.
—Ah, por cierto —añadió, sentándose en posición de meditación; las estatuas pese a no tener una consciencia per sé, presionaban la mente de Bao, en busca del camino. «Flor de loto. Sólo salten, maldita sea. Vengan lo más rápido posible. Flor de loto»—, creo que todo esto fue una trampa, desde el inicio.
—¿Qué? —se sorprendieron ambas.
—Tiene sentido —explicó con los ojos cerrados—. Nunca vimos a los miembros de la banda de Xun atacarnos. Los que lo hicieron estaban en el mismo momento en que Yuga se encontraba en la fiesta, ¿les parece demasiada coincidencia que los enemigos de ella estuvieran en el mismo lugar, sin detectarla? ¿Teniendo ella un Sexto Estatus?
Abrió los ojos y encontró a una Nu Hai aturdida y una Jing enojada.
—Terminó de calzar todo cuando Oogway me dijo «Xun usaba», en tiempo pasado. ¿Será posible que esté muerto? Quiero decir, Yuga desde que la conocí me ha estado diciendo sobre una baza de poder contra Kai, ¿pero y si ella y su grupo no estuvieran resistiendo contra Kai, sino desarrollando tecnología para derrotarlo y hacerse con el poder de China? Ya oíste lo que ella planea, Hai, ¿te parece demasiado loco?
Su hermana tardó tiempo en responder.
—No. De hecho, me parece demasiado planeado. ¿O sea que ella nos atacó desde el principio?
—Sí.
Jing explotó en Chi blanco, tanto que sus ojos empezaron a volverse blancos. Sobre sus brazos aparecieron zarpas de tigres hechas de su Chi; estaba tan cabreada que daba miedo. Pero Bao era demasiado genial como para asustarse.
—¿Cómo la matamos? —gruñó ella.
—No lo hacemos —sonrió él, nervioso—. Si mi suposición es correcta, no sólo tiene cañones y esos rifles, sino las balas de jade investidas que dijo el maestro Oogway, sean lo que sean.
—¿Tengo otra alma dentro de mí? —gimió Nu Hai.
—Y parece que eso es lo que te concede la capacidad de usar Chi. Según, la bala contenía la capacidad del animal de usarlo.
—Alto. —Jing alzó la patas, pidiendo tiempo—. ¿Me estás queriendo decir, que esa leona mató a un dador, le quitó el poder de serlo, lo metió en esa bala y al dispararla... le dio la capacidad a Hai de ser una dadora, pese a ser una Elegida? ¿Pero qué demonios?
—Supongo que no debía funcionar así —dijo Hai—. Si las está usando, quiere decir que matan más de lo que otorgan poderes. Pero... —Se detuvo, tocándose el pecho, mirando a Jing con sorpresa—. Las esquirlas del jade, Jing.
—No tiene sentido, si fuera así, cualquiera que recibiera un disparo, sería un maestro.
Bao sintió un cosquilleo en la mente, como un susurro.
—¿Y si es por la locación? —preguntó—. ¿Qué tal si tienes ese poder porque las esquirlas están alojadas en un punto específico?
Nu Hai se encogió de hombros, indecisa. La respuesta que iba a darle no pudo formularse porque una explosión ensordecedora los sorprendió, Bao se puso de pie de golpe, sólo para caer de bruces al suelo cuando la pagoda tembló. Sonidos de quiebre retumbaron por todos lados.
Bao se asomó el alfeizar del balcón y observó una fila de seis cañones apuntando a distintos lugares de la pagoda; otra fila de animales sostenía jabalinas... No. Eran rifles. Rifles que detonaron seguido de una nueva tanda de cañones que hicieron tambalear la pagoda. Los disparos de las armas golpearon las paredes de piedra, una le rozó la mejilla.
—¿Alguna idea? —preguntó Jing.
—¿Irnos? —dijo Bao.
—¡Yo sé cómo! —exclamó Nu Hai, cuando un cañón disparó; la estructura comenzó a ladearse—. Como ese lobo nos dijo.
—¿Lobo? —inquirió Bao, recordando lo que Oogway había dicho. Luego negó con la cabeza, no era posible, si estaba con Lei-Lei y los demás, era imposible que ayudase a Hai. «Por otro lado, estoy controlando estatuas zombies. Lo imposible es sólo una traba».
Nu Hai gritó concentrando su Chi, ignorando la réplica de Jing. Género un cuchillo de Chi azul, semejante a la forma en que Fan Tong creaba su espada con Chi de Héroe. Su hermana se tambaleó del agotamiento y Jing le ayudó, evitando que cayera, tomándola del brazo. Era idea suya o esas dos estaban demasiado solícitas con la otra.
Bao asomó la mirada hacia los cañones, convenientemente, las estatuas de los maestros llegaron y empezaron a repartir puñetazos a diestra y siniestra. Una de ellas comenzó a volcar los cañones. «Eso podría considerarse una acción inteligente», pensó. Luego negó con la cabeza. Los reanimados no pensaban.
«Flor de loto. No dejen armas en pie, destruyan todo. Flor de loto». Las estatuas ignoraron a los animales y empezaron a arremeter contra los cañones.
Pudo distinguir a Yuga gracias a su Sentido Vital, bajó de golpe al Quinto Estado, y al entornar los ojos, la observó ascendiendo por las faldas de los tejados de la pagoda, con cuerdas despertadas. No se le veía contenta. Bao quiso lanzar un rayo de Chi para despistarla, pero se lo pensó mejor, si ella lo absorbía como antes en el salón, terminaría debilitándose.
Yuga metió su pata en su ropaje y sacó algo, lo levantó y explotó. La bala por poco mató a Bao, se estrelló en la pared a su lado y se reventó en miles de pedacitos. «¿Un rifle de mano?», pensó, asustado.
Bao gritó cuando algo tiró de él hacia atrás. Jing lo miró con furia y señaló a Hai, que estaba con el pelaje apelmazado de sudor contra su piel. Sonreía, pero Bao contuvo un escalofrío, pues se parecía demasiado a una calavera, con las mejillas chupadas y los ojos hundidos.
—¡Vámonos! —gritó Jing—. ¡Hai no aguantará mucho; un arma de Chi y un despertar es demasiado para su cuerpo!
—Estoy bien —susurró Hai, con una voz tan débil como una anciana—. Sólo necesito un respirito. Deja me concentro en el lugar al que... al que quiero ir. —Alzó la pata y trazó un corte en el aire, de la nada, éste se dividió como una cortina que se corriese, dejando ver el lugar donde había estado con Oogway. Bao titubeó.
—¿Adónde vamos? —preguntó.
—Así vinimos contigo, pasamos por algo llamado Mundo Mental —explicó Jing—. Eso nos dijo ese lobo, Gao. De hecho, así se fue.
—Chicas —titubeó Bao—, yo no...
Una cuerda se anudó al cuello de Bao, ahogándolo, tiró de él, pero Jing evitó que saliera por la ventana. Con el peso extra, le sirvieron de punto de apoyo a Yuga para subir; su zarpa se asomó en el alfeizar de la ventana. Sus ojos brillaban de ira.
—Tienes algo que me pertenece, Bao —gruñó.
La cuerda se anudó con más fuerza, evitándole respirar; Bao cubrió su cuerpo de Chi y empujó hacia afuera, creando una capa de energía protectora. La cuerda se tensó contra el Chi que se expandía, y Bao aspiró aire.
«Flor de loto. Detengan a Yuga. Flor de loto».
Yuga rodó por el suelo y se agazapó contra la pared, su cuerda despertada volvió a su pata. Los analizaba con suspicacia a los tres. Bao tenía que hacer tiempo para que las estatuas le ayudaran.
—¿Cómo despertaste las estatuas, Bao? —preguntó—. ¿Fueron nuevas órdenes lo que descubriste al estar en Xinzhi?
Jing le apretó la pata y de soslayo ella se la tomó a Hai. Yuga sonrió.
—No creerás que les permitiré escapar a Xinzhi, ¿o sí?
Una estatua apareció suspendida en el aire: había saltado, lo percibía en su mente. La estatua tenía una de sus puas de piedra en la pata y apuntaba a Yuga.
—¿Por qué no me detienes, bastarda? —la retó Bao.
Yuga atacó, arrojando su cuerda despertada hacia ellos, al mismo tiempo en que Hai saltaba al portal que había abierto y que la estatua arrojaba la púa, como una jabalina.
Bao alzó el brazo, dejando que la cuerda se lo anudara. La jabalina-púa se clavó en la pierna de Yuga, y lo último que Bao vio, con satisfacción, fue la jabalina de piedra clavada en la pierna de Yuga, quien caía de bruces al suelo.
«Flor de loto. Maten a todos los que los ataquen. Flor de loto».
Y después todo se volvió negro, sacudiéndose como un cascabel en un tarro.
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