|Capitulo 04
Dejen sus buenos deseos y felicitaciones para Lysander aquí (es su cumpleaños):
04|MUÑEQUITA
|AILEEN|
Mi primer día de clases no podía ser peor. Primero, mi amigo me ha dejado a la deriva en una enorme Academia que me es infinita, al menos para mí no tiene inicio ni fin. Segundo, el director no pudo hacer una mejor elección con otro guía que no fuera ese pedazo de chico sin cerebro. Tercero, me he obstinado de todo y lo mandé al infierno, bueno no con esas palabras. Se dio a entender y creo que he alborotado el avispero porque su expresión detonaba un fuego que amenaza con consumirme.
No le tengo miedo.
Más pérdida que Tarzán en la cuidad di con la segunda clase después de quince minutos de ésta haber iniciado. La profesora me lo perdonó por ser nueva.
Ryle nada que llegaba, empezaba a sospechar que lo hizo para hacerme enojar, y lo logró. Estoy de mal humor, ¿donde quedó que me iba a cuidar? No necesito que me cuide, lo que necesito es que me guíe entre tantas aulas, pasillos que hay en Armagh. No vi a ningún rostro conocido, esperaba encontrarme con Azazel o Eiden, luego supe que los salones de penúltimo año están en el ala norte del edificio, básicamente lejos de los de último año.
Nada podía empeorar repito en mi mete. Adivinen qué, (si empeoró) Mi celular se quedó sin cobertura y al ser un celular viejo, en estado ya obsoleto su batería baja más rápido que lo que se carga.
No pude enviarle un mensaje a Ryle.
Ryle hoy se muere.
Me encontré frente a la puerta del baño de mujeres y, antes de entrar, escuché unos sonidos extraños. Cómo si se estuvieran ¿ahogando? No. Esos eran gemidos y jadeos. Ahora estoy en una lucha interna de interrumpir o no hacerlo. Yo me hacía pis y no me importa dañar su escena hormonal, además, los baños públicos no se crearon para enrollarse. Sin pensarlo, empujo la puerta con mi hombro, sin anticipar lo que podría encontrar al otro lado. Si sabía lo que iba a encontrar, pero igual no esperaba verlo tan directo.
Aún aferrada al pomo de la puerta, incapaz de moverme o de reaccionar. Mis piernas temblaron y me sentí estúpida, no soy buena para este tipo de situaciones. Seamos sinceros, nadie en su estado mental normal lo estaría. Es incómodo. Solo logré apretar los labios en una línea recta. Comprendí que necesitaba urgente reiniciar mi memoria para borrar la bochornosa imagen que se desarrollaba frente a mis ojos.
La parejita se daba (y no necesariamente consejos) contra unos de los lavados.
—¿Qué demonios...? —escupe el chico separándose de la chica con rapidez. Volteo mi rostro hacia la pared.
Él iba semidesnudo con su cabello negro humedecido por el sudor, se le adhería a su frente como una segunda piel, la parte de su torso descubierto permitía ver una serie de tatuajes que descendían desde su clavícula hasta su pecho. Eran patrones difícil de entender pero que, deben de poseer algún significado profundo. Se apresura a cubrirse con la camisa del uniforme arrugada con una mueca de fastidio. Sus iris grises, casi hipnóticos me apuñalan al observarme con fastidio.
—Ziran es mejor que te marches.
—Ivette...
La chica de un solo impulso salta del lavamanos hacia abajo, no se muestra afectada por la interrupción, le tiene sin cuidado lo que podría opinar sobre ella y solo con esa acción me agrada. Se ajusta su falda y da una media vuelta admirando su figura delgada a través de unos de los espejos. Su cabello rubio cae en suaves ondas sobre sus hombros. A juzgar por su apariencia y esos ojazos verdes estaría demás decir que es demasiado hermosa. Es de esas chicas que obtienen la atención de cualquier chico por su personalidad confiada y su deslumbrante belleza.
—Vete. Ya nos descubrieron de nuevo —Ella ríe dándole un ligero empujoncito hacia la salida, él la agarra de la nuca para besarla con intensidad. Aclaro mi garganta recordándoles que no están solos, Ziran con su camisa mal puesta se separa irritado. No le caigo bien a ningunos de los chicos de aquí.
Solo a Ryle y es porque es mi amigo.
Mi suerte es envidiable.
—¿Te veo luego del entrenamiento? —Le susurra a ella cerca de sus labios. Me coloco cerca de unos de los cubículos ignorando el hecho que ellos están a nada de volver a intercambiar saliva.
—No puedo. He quedado de verme con Aidan. Lo siento.
Chasquea su lengua.
—¿Cuándo le vas a terminar a ese?
—No empieces con eso, además no estamos solos.
—No me importa. Ya estoy cansado de tener que ocultarme en estos lugares por tu culpa. O es tu novio o soy yo.
No sé quién está más incómoda, si soy yo, una completa desconocida ajena a sus dramas. O la tal Ivette que enrojece de la vergüenza, en su mirada hay una pizca de culpa y arrepentimiento.
—Aidan es diferente, y tú lo sabes.
Ziran frunce el ceño, su frustración es palpable. Se da una vuelta, como si necesitara espacio para respirar.
—Siempre lo mismo, Ivette. Siempre Aidan. ¿Qué tiene él que no tenga yo?
—Él no tiene nada que ver contigo —responde ella en un susurro audible—. Es solo que... contigo siempre hay un riesgo. No quiero perderme en algo que no sé si realmente vale la pena.
—Así que no valgo la pena —Parece meditar lo que dirá a continuación en su lugar su puño impacta contra unos de los espejos, sus nudillos sangran al cortarse con los fragmentos de los vidrios rotos—. Ya no seré tu juguetito de segunda opción —A trompicones sale del baño, dejando un silencio matador.
—Ziran... —Ivette rompe en llantos—, no te vayas... escúchame, por favor...
Él ya se ha ido.
Dudo que la haya escuchado, y si lo hizo, la ignoró.
No tengo idea de como me impulso hacia adelante y la sujeto de sus hombros, su cuerpo se contrae en tensión y su rostro queda oculto entre sus manos. Trago saliva porque no soy buena para consolar a alguien más, en realidad no soy buena para lo que implica demostrar afecto en general. Desde niña me he considerado una chica cerrada y de carácter frío, pero solo verla vulnerable, llorando me hace volver a esos días en donde nadie me consolaba a mí, donde me sentía perdida y sin pertenecer a ningún lugar, es un sentimiento amargo que odio.
—Oye, Ivette... —mi voz sale más suave de lo que esperaba—. No sé qué ha pasado entre ustedes, pero... debes de pensar no solo en ti. Mira el lado positivo, puedes sincerarte con tu novio o acabar con una relación a la que no perteneces.
Ella escucha sollozando sin decir una sola palabra, suspiro y le limpio sus lágrimas con mi pulgar.
—¿Te gusta estar con tu novio? —pregunto. Ivette se toma el tiempo para tranquilizarse y poder hablar—. ¿O solo estás con él por costumbre?
—Aidan es... es cómodo. —Su voz tiembla—. Ziran... es diferente. Hay algo que me atrae, algo que me hace sentir viva, pero también tengo miedo. Mis padres jamás lo van a aceptar, conocen el tipo de chico que es. Él es explosivo, vengativo, tiene ataques de ira, a mí nunca me ha dañado, no lo hará.
—Piensa con la cabeza fría —Le doy un golpecito en su frente—. Eres muy bonita como para estar rogando por amor.
Sus mejillas se tornan de un rojo intenso.
—Claro que no, tú eres más bonita.
—Entre bonitas no hay competencia.
—Si, es verdad —Una sonrisa genuina adorna sus labios rosas—. ¿Eres nueva? No te había visto nunca por acá.
—Si, hoy es mi primer día. Va del asco.
—Lo común, es tu primer día y no conoces nada ni nadie —Agarra su mochila, inesperadamente entrelaza su brazo con el mío mientras salimos del baño—. Ya conoces mi nombre, pero yo no conozco el tuyo ¿como te llamas?
—Soy Aileen Steward.
—Yo Ivette Le Brun.
—¿Eres francesa?
—Mitad francesa, mitad italiana. Mi madre es italiana, mi padre es francés. Mis primeros años de vida fueron en Francia —explica—, luego regresamos a Italia cuando yo tenía siete años y nos decidimos a quedarnos aquí.
—Espera —Detengo mis pasos recapacitando en lo anterior dicho por ella—. ¿Dijiste Le Brun?
—Si.
—¿Por casualidad no tendrás un familiar que se llame Ryle Le Brun?
—Ese tonto es mi primo. Oh, santo cielos, cómo le gusta molestar —arruga su nariz fingiendo desagrado—. ¿Acaso lo conoces?
—Es mi mejor amigo.
—¿En serio? —exclama más emocionada que nunca, quiero interrumpirla que no es nada del otro mundo, ella agita sus brazos y se los lleva a sus labios sin poder creerlo, está sorprendida—. Eso hace que todo tenga sentido. Al fin pude conocerte. Siempre habla que tiene una amiga que quiere mucho pero nunca me había mencionado tu nombre.
Suelto una carcajada escuchando a detalle lo que Ryle ha dicho de mí.
—Es un intenso.
—Te doy toda la razón, y más cuando se trata de Azazel. ¿Ya lo conociste? Cada que tiene amigos nuevos él de una u otra forma los lleva a su departamento de manera digamos que indirecta para que Azazel los conozca igual.
—Si. Estoy viviendo con ellos. Me asignaron una habitación. Azazel es... ¿un casanova? Para no llamarlo mujeriego.
—Lo hace para darle celos a mi primo y en cierta forma lo ha logrado, aunque ninguno lo admita. Ryle lo ha rechazado siete veces.
—¿Hay algo entre ellos?
—Nunca se sabrá con exactitud que tipo de relación tienen esos dos. A simple vista se ven como unos buenos amigos, yo que soy prima de Ryle y amiga desde niña de Azazel sé que ocultan sentimientos por el otro. Ryle es el que no quiere dar el paso, y Azazel ya se cansó de estar detrás de él.
—¿Se conocen desde niños? Guao.
—Mis padres, mi tío Jean, y los padres de Azazel son mejores amigos. Nosotros nos conocemos antes de salirnos dientes, fue inevitable no volvernos amigos inseparables.
—No sabía que a Azazel le gustaban los chicos —murmuro.
—A ese le gusta todo lo que respire.
Ivette no se despegó de mí hasta que nuestros horarios cambiaron en la tercera clase. Ella se encargó de darme un tour por las instalaciones de la Academia señalando cada rincón con entusiasmo. «Y aquí es donde hacemos las presentaciones de los proyectos» decía, señalando un amplio salón con ventanas que dejaban entrar la luz del sol. Es una chica popular, tiene muchos amigos los cuales me presentó uno por uno. Solo sonría y asentía, no acostumbra a tener tantas atenciones.
Ryle apareció con mala cara a comienzos de la última clase, su rostro se suavizó al verme. Nos dimos una escapadita para sentarnos a comer en la gradas escuchando el sonido de los patines deslizarse por el hielo. El equipo de hockey sobre hielo practicaba y el capitán era nada más que Lysander. Ladraba órdenes que todos acataban con respeto y sin rechistar a excepción de uno solo: Ziran. Él no le hacía caso en lo que Lysander le ordenaba.
—Eres un mal amigo. Un traidor. ¡Me dejaste sola cuando dijiste que me ibas a proteger! Yo solo necesitaba un guía. ¿Y lo tuve? No. No vuelvo a confiar en ti nunca más —Empujo su pecho que se sacude por la fuerte risotada que deja escapar—. ¿Qué es tan gracioso?
—Eres una dramática.
—Define "ser dramática" Todos los hombres son iguales, son unos... —Mi habla se ve interrumpida cuando de pronto él mete a mi boca un puñado de Doritos para silenciarme.
—Mucho mejor —Sacude sus manos, yo empiezo a llorar. Son lágrimas fingidas pero igual él se alarma buscando ayuda a su alrededor, extiende su mano y me sopla la cara. ¿Cual es su propósito?—. ¿Qué te pasa? No llores, en serio.
—Es que... —respondo entre risitas tratando de contenerme—. Es que eres malo, me dejaste sola y abandonada.
—No me vengas con esas lágrimas de cocodrilo.
—¡No son lágrimas de cocodrilo!
—Venga mi niña, necesitas un abrazo —Sus intenciones son claras así que busco una salida para escapar de él y su fuertes brazos, no soy tan rápida como lo esperaba y me atrapa enredando sus brazos alrededor de mi cintura. Me retuerzo por su agarre, él lo afianza más pegándome a su pecho.
—¡No! ¡Suéltame, Ryle!
—No seas gritona.
—¡No soy gritona!
—No, para nada —ironiza.
Dejo de moverme, más allá de su hombro visualizo a unos intensos ojos grises claros que traspasan lo irracional. Mi pulso se acelera sin saber el motivo, su mirada me hace sentir pequeña y por primera vez asustada. Ese chico o está loco o quiere matarme. Lo más seguro es la segunda opción. Una bofetada no se olvida tan fácil y más para él.
—Ryle... quiero irme.
El pelirrojo se aparta.
—¿Qué pasa? Estás pálida —Abanica mi cara—. ¿No te sientes bien, princesse?
—No, no, solo quiero irme.
Mi sangre se congela cuando en la pista de hielo sucede; Ziran golpea con furia a Lysander enviándolo hacia el hielo con ese golpe. El chirrido de los patines combinado con su cuerpo caer al hielo aturde mis oídos. Sangre salpica la pista y es nada más que la de Lysander. El entrenador les grita que no es un combate de boxeo y les pide que se marchen al banquillo. No obstante, Lysander está muy aturdido como para levantarse y obedecer las órdenes del hombre mayor.
No puede ser...
—Ryle, tenemos que ayudarlo —murmuro con un nudo en la garganta. La sangre me aterra y me trae malos recuerdos.
Detesto la sangre.
Busco la manera de permanecer tranquila pero el temblor en mis manos se hace notorio. Vamos Aileen, respira con calma. Todo estará bien.
—Es solo un golpe, se recuperará.
—Vamos, Ryle —insisto empujándolo con suavidad—. Necesitamos asegurarnos de que esté bien.
Él asiente y juntos nos acercamos a la pista donde Lysander intenta levantarse, pero parece desorientado. Su rostro está pálido y una línea roja se forma en su ceja, señal de que el golpe no fue solo físico. Su nariz es la que peor se ve.
—¿Estás bien? —inquiere Ryle.
—Si... —Quiere gruñir en su lugar deja salir un gemido adolorido.
—Ven —Ryle extiende su mano—, te llevaremos a la enfermería.
—No —pronuncia cortante, sus iris se clavan en los míos—. No.
—Lysander, tu nariz está hecha un desastre.
—No quiero que me cuiden como si fuera un niño —replica aún manteniendo su orgullo. Intenta levantarse, resbala y termina desmayado bajo nuestros pies.
—Aileen, ayúdame con este terco —Todo pasó tan rápido que no nos dio tiempo para actuar y sostener su cuerpo, Ryle me lanza una mirada rápida, y juntos nos agachamos para levantarlo—. Uno, dos, tres —cuenta Ryle, y con un esfuerzo, logramos colocar a Lysander de pie, aunque tambalea un poco. Su cuerpo es pesado y su cabeza parece girar. No es para menos, este chico ha de medir un metro noventa o más.
—¿Lo llevaremos para la enfermería?
—Vamos para mi departamento. Es lo mejor conociéndolo a él.
Yo me encargué de quitarle los patines una vez dentro del auto. Ryle se recargó del capó esperando a Azazel, para mi sorpresa son hermanos. Este otro no tardó en llegar, le apartó unos mechones de la frente a Lysander y arrugó su ceño.
—¿Quién fue la jodida mierda que golpeó a mi hermano?
—Azazel —El pelirrojo le advirtió—. No causes otro problema.
Apenas llegamos al departamento de Ryle entre él y Azazel dejaron a Lysander en el sofá. Emitió un bajo quejido, Ryle se agachó junto a él, revisando su herida. Azazel buscó un botiquín de primeros auxilios sacando unas toallas antisépticas. Ningunos de los dos se atrevía a tocarlo y no me quedó de otra que agarrar la toallita y sostenerlo del mentón ejerciendo presión.
—Es un golpe bastante feo, tienes suerte de que no tengas la nariz rota —comento examinando su nariz pero aprovecho para ver sus facciones masculinas más de cerca. Estoy fraccionada. Lo que tiene de bonito lo tiene de arrogante. Lysander gruñe con los ojos medio entrecerrados—. Y tu ojo derecho está colocándose morado.
—No necesito de tu ayuda —Se acurruca en el sofá a espaldas de todos.
Vuelve a quejarse bajito.
Este chico tiene de todo, dramático, arrogante, malagradecido. Nada bueno.
—¿Vas a seguir quejándote o me vas a dejar atenderte?
Reposa sus codos en el sofá y permite que me encargue de todo. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi rostro. Siento un impulso casi irresistible de acariciar su cabello como si fuera un pequeño cachorro pero me contengo. Aunque Lysander se queja no vuelve a protestar cuando le limpio la herida con una toalla húmeda. Su piel irradia calor, y su cercanía me genera una ligera incomodidad que trato de persuadir.
—¿Te duele mucho?
—No es nada que no pueda soportar.
Ryle se acerca, interrumpiendo el momento.
—Voy a buscar un pastilla para el dolor —anuncia, retirándose, dejándonos a solas.
Azazel se mueve hacia la cocina, y el silencio se instala de nuevo. Me atrevo a observarlo con más detenimiento. Su cabello desordenado, las líneas de su mandíbula, la forma en que su boca se curva con desdén... hay algo hipnótico en él que me hace querer entenderlo mejor. Niego por lo que he pensado.
—Parece que no eres tan rudo como pensabas ¿no? —Me pongo de pies él me apuñala con su mirada—. Tu propio compañero de equipo te ha dado un puñetazo que te hizo desmayar.
—¿Y eso a ti que te importa? —contraataca frío.
Ryle y Azazel regresaron, uno con el rostro rojo de la ira y el último riendo.
—¿Ya te sientes mejor? —Azazel le toca la frente.
—Si —masculla entredientes.
Ryle encendió el televisor y se acomodó en el sillón frente al sofá, con los ojos fijos en la pantalla. La luz parpadeante llenó la habitación e iluminó nuestros rostros. Lysander se cubrió su torso con las gruesas mantas. Alcé una ceja percatándome que Ryle no había traído la pastilla para aliviarle el dolor a Lysander, y éste mismo pareció leerme la mente porque volteó su rostro hacia el pelirrojo que comía tranquilo palomitas.
—¿Y la pastilla?
El francés se ahogó con las palomitas, Azazel saltó para darle golpecitos en el espalda, casi le saca un pulmón.
—¡Quítate! —Ryle lo aleja mientras se acaricia la espalda con una mueca—. La olvidé, pero no me culpen a mí, todo es culpa de este tarado —apunta hacia Azazel—, no me deja respirar.
—¿Mi culpa?
—¡Si! —Le lanza un cojín.
—¡Eso fue injusto! —Azazel se queja mientras atrapa el cojín en el aire, sonriendo de forma traviesa—, bebé.
—¡Métete ese apodo por donde ya sabes!
—¿Y por qué no me lo metes tú? —Lo provoca, lanzándole de regreso el cojín.
—Los niños chiquitos no dicen groserías.
—¿Niño? Si yo soy un niño, entonces ¿que eres tú? ¿un espermatozoide?
—Solo me llevas seis meses, imbécil.
—Seis meses más de sabiduría, Ryle.
—La que te hace falta claramente.
—¿Me estás llamando bruto?
—No hace falta especificarlo.
Lysander que había estado observando la escena con una mezcla de desdén y diversión se rinde y suelta una risa baja, aunque no tarda en cubrirse la boca esbozando una mueca al sentir una punzada de dolor en su costado.
—No puedo creer que me haya pasado esto —murmura, sus ojos destilan frustración—. Un golpe y ya estoy en el sofá como un inválido.
—¿Y no lo eras antes de eso? —Eiden ingresa a la sala.
—¡Eiden mi vida! —Azazel se incorpora para abrazarlo. Ryle resopla—. Ya la familia está entera Ryle, tú eres la mamá, yo soy el papá, Lysander, Aileen y Eiden son nuestros hijitos.
—No, no —Ryle le sigue el juego—. Aquí se invirtieron los roles. Eiden es la mamá, yo soy el papá, y los demás son nuestros hijos —Coloca sus manos en sus caderas—. Tú eres el hijo olvidado.
—¿Hijo... olvidado?
—Si, Azazel. El hijo que no quiero. El que siempre se pierde en el supermercado y al que nadie quiere llevar a la escuela.
—¡Yo quiero ser el papá y tú tienes que ser la mamá!
—¡No, el papá soy yo y la mamá es Eiden!
—¡A ti te queda mejor ser la mamá Ryle!
—¡Estás jodido porque la mamá soy yo!
Eiden se une a su discusión. Golpeo mi frente con la palma de mi mano. Dios mío, dale neuronas a esos tres.
—Si no soy el papá y Ryle no es la mamá así no juego —Y se marcha a quien sabe dónde.
(***)
Mi tranquilidad duró menos de lo que esperaba cuando de repente mi celular suena con una llamada de un número que desconozco. Terminaba de hacer la tarea que la profesora de Artes nos había asignado y, aunque estaba a punto de disfrutar de un merecido descanso, la curiosidad me impulsó a contestar.
—Aileen —La voz melosa que resuena del otro lado me hace juntar mis cejas.
—¿Ivette? —Inquiero dudosa. ¿Cómo hizo para conseguir mi número? Por supuesto, seguro fue Ryle.
—¿Podrías acompañarme hoy a una pequeña reunión que es a partir de las diez de la noche? —Entrecierro mis ojos, ella me explica de qué se trata. Es una fiesta que ha organizado el equipo de hockey sobre hielo y que toda la Academia, específicamente los populares están invitados—. Mis padres no confían en dejarme ir sola, así que les dije que iría con una amiga. Contigo.
—No lo sé Ivette —Empiezo a modo de excusa—. Quizás...
—Ya ordené que mi chófer fuera a recogerte —Corta la llamada.
Los chicos no están en el departamento cuándo escucho que tocan el timbre. Salgo de mi habitación descalza y me permito observar por el ojo de la puerta, es un hombre en traje, me imagino que es el chófer que Ivette mencionó. Mi corazón late un poco más rápido mientras abro la puerta. El hombre me sonríe cortés y me hace un gesto con la mano invitándome a salir.
—Buenas noches, señorita Aileen —dice con un tono profesional—. La señorita Ivette me ha enviado a recogerla.
—Eh... Buenas noches —murmuro, retrocediendo un paso para cerrar la puerta y darme un último vistazo en el espejo. Llevo puesta una camiseta sencilla y jeans, pero decido que no puedo presentarme así. Busco un vestido negro para ponerme. El hombre camina hasta el estacionamiento y me veo en la obligación de seguirlo. Aprieto mis puños sobre mi regazo al subirme en el auto que no tarda en aparcar quince minutos después frente a una enorme casa. ¿Es la casa de los padres de Ivette? Nunca había visto tanto lujo.
Mi campo de visión lo abarca una melena rubia que corre a recibirme.
—¡Al fin llegaste! Vamos para adentro —Entrelaza sus dedos con los míos—, voy a darte unos retoques.
Me arrastra hacia el interior de la casa, y lo primero que noto es el aroma dulce de una vela perfumada que flota en el aire. Las paredes están adornadas con obras de arte contemporáneo y la decoración es tan elegante que deben de costar una millonada que jamás podría imaginar.
Un niño de unos siete años corretea por el salón al cual ingresamos.
—Es mi hermano Liam —comenta. Toma las brochas para maquillarme el rostro, hace que me sienta frente de un espejo grande y luminoso—. No te preocupes, solo será un pequeño toque aquí y allá —asegura mientras aplica un poco de base. —Quiero que estés perfecta para esta noche.
—¿Quiénes más van a estar en la fiesta?
—Oh, solo los más populares. Algunos chicos del equipo de hockey, y... bueno, también habrá sorpresas. No querrás perdértelo, Aileen. Esta es la oportunidad para que te integres más.
—No estoy segura si me quiero integrar.
—No seas aburrida —Hace un puchero—, estarás conmigo y con Ryle, nada malo pasará.
—Si lo dices así estoy segura que algo malo pasará —bromeo. Más si está Ryle presente.
Vaya que acerté.
A Ivette se le olvidó mencionar un mínimo detalle, pero que para mí es un detalle gigante. No sólo íbamos nosotras a la fiesta, y no me sorprende por parte de él porque es el capitán del equipo de hockey. Lo que no pensé que ellos se conocían y fueran tan cercanos. Lysander entra al salón acompañado de un hombre que debo de apostar que es el padre de Ivette, y solo por el parecido. Señor orgullo viste de negro añadiendo a su personalidad ese toque misterioso. Su cabello está como de costumbre: apunta en diferentes direcciones.
Su nariz se ve mejor a como la tenía en la mañana.
—Ivette, cariño —Habla el hombre, posee un acento muy marcado. Es francés.
—Papá, esta es Aileen, mi amiga —Presenta con orgullo. ¿Su amiga? ¿En que momento nos volvimos amigas? Ignoro ese pensamiento tensa. Su padre me mira de arriba a abajo, evaluándome con una expresión que no logro descifrar, mis manos sudan y mi sonrisa tiembla hasta que su expresión se suaviza me permito respirar.
—Encantado de conocerte, Aileen.
—Igualmente... —murmuro.
Lysander, por su parte, apoya su codo en una mesa cercana, solo me observa a mí serio. Su lengua viaja a su labio inferior casi de manera descara. Lo que pasa por su mente no me gusta en lo más mínimo y más cuando sin disimulo algo sus ojos se deslizan por mi cuello, mi clavícula, el escote de mi vestido que cubro cruzándome de brazos, algo en su mirada cambia, es más penetrante.
—Cuida de ambas —ordena el señor Le Brun hacia Lysander retirándose.
—Por supuesto. Ellas... —Hace énfasis—... están en buenas manos.
—¿Ustedes ya se conocen? —pregunta Ivette.
—Por desgracia —decimos al unísono.
—Tu amiguita —se aclara la garganta—, me abofeteó.
—¿Por qué será niñito?
—No te soporto —sisea.
—Yo te puedo partir la cara a golpes.
—¿Y que más muñequita?
Mi rostro enrojece.
Ivette estaba presenciando todo fascinada solo le hacía falta un bote de palomitas para completar el drama que tenía frente a ella en vivo y en directo.
—¿Muñequita?
—Así es como te veo —Da un paso hacia adelante e instintivamente retrocedo. Mi espalda choca contra la pared. Su cabeza baja al hueco de mi cuello y clavícula, su respiración cosquillea mi piel, sus labios dejan un casto beso en esa zona enviando un escalofrío por toda la extensión de mi cuerpo. La situación se torna tan incómoda como electrizante, y me siento atrapada entre la pared y su presencia. Sus labios suben al lóbulo de mi oreja para susurrar—: ¿Cuando te vas a ir de la Academia como la niña asustadiza que eres?
—El día que te haga suplicar de rodillas frente a toda la Academia.
—Desde que te vi supe que serías un problema en mis planes.
Efectivamente, él en los míos igual.
Debía encontrar una forma de eliminarlo.
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