|Capitulo 02
02|BIENVENIDOS A ARMAGH
|AILEEN|
Esa noche no dormí. No pude. Tener un desconocido dentro de tu casa te hace crear miles de escenarios terroríficos.
Fui a la sala varias veces para encontrarlo en la misma posición en la que se quedó dormido. Anoche, después de escuchar la voz supongo que de su hermano me asusté y colgué.
A la mañana del día siguiente. La luz del día se coló por la rendija de mi ventana. Corrí hacia mi pequeña sala, pero él ya no estaba. Se había ido.
Qué chico más extraño.
Me apresuré a alistarme. Recogí mi cabello rubio platino en una coleta de caballo, mi cabello es largo y sedoso, muchas personas me han elogiado por él, sinceramente, es lo único que creo que tengo de valor. Aunque como todo, tiene sus pros y contras, por más que lo arreglara esos mechones que tenían vida propia rozaban mis mejillas o mi frente. Resoplé frustrada. Hice mis maletas, guardé dentro de la valija las pocas prendas ropa y algunos artículos de uso personal que me fueran necesarios. Lo que si llevo conmigo a donde fuera es la única fotografía que poseía de mi hermana Evelyn.
Nos separamos siendo muy niñas, temo que ese reencuentro soñado se convierta en unas más de mis ilusiones que nunca se darán. Ni siquiera sé nada de su familia. Es como buscar una aguja en un pajar, sin información no puedo encontrarla. Mi única esperanza es que ella sea la que me halle a mí.
Pero creo que ella no tiene esas intenciones. No quiere volver a verme.
—¡Aileeeen! —La puerta vibró bajo los golpes que recibía al otro extremo de ella, salí de mis pensamientos sabiendo de quién se trataba, nadie más podría llegar tan temprano por la mañana a molestar—. ¡Abreeee la puertaaaa!
—¡Ya voy pesado!
Abrí la puerta de golpe y él que iba recargado en ella cayó de narices a besar el suelo. Rompí en carcajadas. A él no le causó gracias, su ceño se frunció y sus dedos acariciaron el puente de su nariz lastimada.
—¿Qué es tan gracioso? —gruñe.
—Eres tan estúpido —Finjo limpiar unas lágrimas imaginarias de las comisuras de mis ojos—. Pides que te abra la puerta y te recargas de ella. Tu cerebro no funciona bien, ¿tu madre no tomó las víctimas adecuadas o te caíste de bebé?
Su rostro se vuelve rojo tomate.
—Qué te importa.
—Amargadito.
—¿Ya acabaste de empacar? —Cambia de tema.
—Si. Todo listo.
—¿Y tienes el uniforme de Armagh?
—Aún no.
—De camino a Armagh lo compramos. Las clases empiezan dentro de una semana arriba.
—Tengo entendido que hay la opción de conseguir una habitación dentro de las mismas instalaciones para las personas que viven lejos como es mi caso.
—No te preocupes donde te quedarás, mi casa es tu casa. Quédate en ella.
—No.
—Aileen.
—No.
—¿Prefieres dormir en la calle?
—Si.
—Entonces duerme en la calle chica borde.
No me sorprende. Nuestra amistad se basa en: tú me insultas y yo te lo regreso y mucho peor.
Ryle me ayudó con mi equipaje, nos subimos al auto que nos esperaba afuera. Sabía que era un viaje largo, así que me preparé para un trayecto lleno de conversaciones y silencios incómodos. Ryle siempre tenía una forma peculiar de llenar el espacio; a veces con bromas, a veces con ese silencio que parecía cortar el aire de tensión. La carretera se extendía ante nosotros, serpenteando entre árboles y colinas.
En el orfanato nos dieron la posibilidad de estudiar y yo destaqué entre las mejores estudiantes. Muchos de las chicas que conocí allí soñaban con salir y construir una vida nueva, pero para mí, la educación era más que una salida: era una oportunidad de encontrar mi hermana, de descubrir quién era realmente. Tengo el objetivo de saber quiénes son mis verdaderos padres.
Armagh queda en Bolzano, situada en el corazón de los Alpes italianos, es una ciudad que se transforma con cada estación del año. De niña soñaba con estudiar ahí, no solo es conocido por ser la academia donde estudian los niños de mami y papi, sino que tiene un sinfín de oportunidades que brinda sus cursos.
—¿Cómo es el clima en Bolzano? —le pregunto observando a través de la ventana, el paisaje pasa a gran velocidad a medida que Louis, ese hombre de aspecto serio e impecable conducía en silencio total.
—A diferencia de Catania que solo hay dos estaciones en el año, en Bolzano hay cuatro. Los inviernos son fríos y nevados, ideales para esquiar; la primavera y el otoño son suaves y coloridos, llenos de flores y hojas que caen, mientras que los veranos son cálidos y agradables. Te va a encantar.
—Suena perfecto.
La distancia entre Catania y Bolzano es considerable, ya que Catania se encuentra en Sicilia y Bolzano en la región de Trentino-Alto Adige en el norte de Italia. En avión puede durar alrededor de 1.5 horas, pero considerando el tiempo adicional para el traslado al aeropuerto y los procedimientos de embarque. En coche, como decidimos irnos, toma entre 9 y 11 horas, dependiendo de las condiciones del tráfico y la ruta elegida.
Genial.
El trasero me duele.
—¿Tienes hermanos?
Somos amigos, pero solo llevamos unas pocas semanas conociéndonos. Lo que sé de él es escaso y quiero conocerlo a fondo, saber que le gusta, que le desagrada. Me gustaría que nuestra amistad perdure por muchos años.
Él se había concentrado en jugar en su tableta con unos audífonos color azul celeste puesto detrás de su cuello. Juga un juego de disparo, sus dedos son muy ágiles y rápidos, pulsan varios botones al alzar. Es muy bueno en lo que hace, ahora entiendo porque también reprueba sus materias. Es de esos chicos que se queda hasta tarde jugando en línea.
Al escuchar mi pregunta, levanta la mirada de la pantalla, sorprendido por el cambio de tema. Se quedó en silencio un momento, como si estuviera sopesando su respuesta.
—No, soy hijo único —dijo finalmente, con un tono que sugería que la conversación no le agradaba particularmente.
—¿En serio? Pensé que tal vez tenías un hermano pequeño o algo así.
—No —respondió, volviendo a mirar su tableta—. No sé si eso es bueno o malo. Supongo que no tengo que compartir mis cosas.
—O sea, que no tienes que lidiar con nadie más que contigo mismo. Eso también tiene sus desventajas.
Ryle encogió los hombros, pero no dijo nada más. La conversación se desvaneció en el aire, y el sonido del tráfico se convirtió en el único ruido que llenaba el espacio.
—¿Quieres tener un hermanito? —Lo saco de quicio. Una sonrisa burlona se extiende por sus labios.
—O una hermanita —añade—. Mi prima, los chicos en general tienen hermanos, menos yo. Mis padres creen que conmigo es más que suficiente. Para mí no. Yo quiero un hermano. Hasta mi tío Renzo tiene dos hijos. No entiendo que pasa por la cabeza de mis padres.
—Seguro eras terrible de niño.
—Todavía —admite riendo.
—¿Y qué hay de tus padres? ¿A que se dedican?
—Mi madre es diseñadora de modas y mi padre se encarga de atender las empresas familiares Le Brun —explica pausadamente. Sabía que sus padres tenían influencia, no creí que tanto—. Él y mi tío Andrea son los que se encargan de lo que mi abuelo Adrien tanto se esforzó en construir. La familia Le Brun es conocida en Estrasburgo, en Francia. No me gusta hablar mucho de eso. A veces, creo que la gente se interesa más en mi apellido que en mí.
—Ay, cosita linda —Uso un tono agudo para molestarlo y a su vez le pellizco sus mejillas causando un sonrojo intenso en él.
—¡Aileen! —chilla avergonzado.
—Je, te sonrojaste. Qué tierno. Eres como un bebé.
—Eres un verdadero dolor de culo.
—A ti te gusta estar con este dolor de culo.
—No entiendo cómo te soporto.
—Porque somos iguales de fastidiosos. Tú más que yo.
Llegamos al anochecer, froto mis brazos, mi nariz dolía por el frío. Ryle, como el "caballero" que es. Se sacó su chaqueta y me la lanzó a la cara.
—Un gracias no estaría mal.
Aprieto mis dedos en el borde de su chaqueta.
—Vamos, dilo. Gracias, oh gran Ryle. Sin ti no puedo vivir.
—Estas haciendo todo lo posible para quedarte sin descendencia.
Su enorme sonrisa muere.
Lo he seguido hasta un edificio donde las luces parpadean con suavidad, nos subimos al ascensor y él presiona el botón que nos llevará hasta su piso. Abrazo sobre mi pecho unas de mis pequeños bolsos, tengo dos maletas a mis pies, una mediana y otra más grande y ancha. Las puertas se cierran y un leve zumbido del motor nos envuelve.
Ahora que lo pienso, ¿este idiota dejó de lado su trabajo para traerme a mí a la academia?
—¿Acaso renunciaste a tu trabajo?
—Las clases van a empezar y no tendré el tiempo necesario para trabajar.
—Claro —mascullo sarcástica—, y a ti que te fascina trabajar.
—Ya mi padre me levantó el castigo.
—Se te iba a caer las manos lavando platos.
—Carajo. Si eres sarcástica.
Nada más al entrar a su piso —hay unas bragas de mujer tirada en el sofá, Ryle las recoge claramente enfadado y las tira en el cesto de basura—. Enciende las luces y jadea horrorizado, me saco su chaqueta viéndolo recoger empaques de snacks que hay en todas partes, está demás decir que otra persona vive con él. Ya que ha dejado el televisor encendido y la llave del agua abierta. Hay un gran charco en la cerámica.
—Me desaparecí unas semanas y ya tiene el piso como un puto basurero.
—¿Quién vive contigo?
Antes de que él pueda contestarme exclama otra voz masculina.
—¡Llego mi amor francés!
Un chico de cabello azabache y desordenado apareció en la entrada de la cocina, con una sonrisa amplia y sus brazos extendidos para apretujar contra su cuerpo al pelirrojo que me miró por encima de su hombro como diciéndome: «este es el que vive conmigo». Su camiseta desaliñada y los pantalones deportivos que llevaba parecían indicar que no se había preocupado mucho por su apariencia.
Y si, es el mismo chico que se coló en mi departamento.
Ahora entiendo cuando dicen esos viejitos el mundo es un pañuelo.
—Vaya, vaya, tenemos compañía —Al separarse de Ryle apoya una de sus manos en su cadera—. —¿Quién es esta? —pregunta mirándome de arriba abajo. Su tono era juguetón, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
—Aileen, es mi amiga.
—Una amiga, ¿eh?
—Te rompo los huevos si crees que te la puedes liar.
—Hola, soy Azazel. Encantado de conocerte —Extiende su mano, a penas la toco tira de mí y me abraza para susurrarme al oído—: Ahora tú estás en mi casa, bonita. Solo que yo no quiero echarte de ella. Mi habitación es la que está en el ala izquierda —agrega separándose. ¿Para que diablos necesito saber su habitación?—. Por si necesitas quitarte el estrés con anatomía humana, tú y yo.
Siento una ola de vergüenza invadirme mis mejillas, por suerte mi amigo me agarra de los hombros y él se posiciona atrás.
—No la agobies.
—Yo no la agobio.
—Aileen vivirá con nosotros, no es unos de tus ligues. A ella se le respeta como si fuera las mismas Juliet o Ivette, ¿entendido? No quiero partirte la cara.
Azazel levanta sus manos al aire.
—Entendido.
—Lo mismo va para Eiden, ¿donde está?
—Salió con su hermano y Matheus.
Matheus. Ese nombre...
—¿Otro chico aparte de ustedes vive aquí?
—Si, bonita. Es Eiden. No te preocupes por él, es medio tonto con todos.
—Solo se deja manipular contigo —Lo contradice Ryle dirigiéndose a mi dirección—. Estás segura, pricesse. Él a diferencia de Azazel no le interesan las chicas y yo mismo me encargaré que tu estancia aquí sea cómoda.
—¿Le puedo enseñar su habitación? —Pide entusiasmado Azazel.
—No —El pelirrojo me toma del codo y me obligo a seguirle el paso. Caminamos por un pasillo estrecho hasta detenernos frente a una puerta de color blanco y entiendo que será mi nueva habitación—. Es pequeña, si te molesta puedo hacer que Azazel duerma en esta y tú te pasas para la de él.
—Es perfecta para mí.
—¿Segura? No quiero tenerte incómoda.
—Lo que necesito es mi espacio, aquí lo tengo. No necesito más.
La habitación en si es pequeña, pero tiene ese aire acogedor que me gusta. Una cama sencilla, un escritorio y una ventana que da al patio interior. Las paredes están pintadas de un suave color azul, y hay un par de cuadros enmarcados que le dan vida al lugar.
—Te dejaré para que te puedas instalar —Cierra la puerta y al cabo de cuatro segundos la vuelve a abrir tímido—, te esperamos para que cenes con nosotros. No tardes.
Una vez la puerta cerrada me tumbo en la cama.
—Tú y yo cuando seamos grandes nos casaremos.
—Matheus —sonrojada me atreví a elevar mi mirada a sus preciosos ojos mieles—, no digas tonterías. Somos niños y eres mi amigo.
—No hay ningún impedimento. De grande seré tu esposo.
—Yo... —sus labios rozaron los míos, fue un roce fugaz que me encendió el rostro entero y me causó escalofríos. Él corrió para dentro avergonzado. Inconsciente toqué mis labios con las yemas de mis dedos. Sonreí, colocando detrás de mi oreja un mechón de mi cabello.
Mi primer beso lo robó él.
Matheus.
¿Dónde estarás?
Solo tomo una ducha que se alarga alrededor de unos veinte minutos, estiro mis músculos contraídos y enjabono mis brazos y piernas. Con el ajetreo de tantas horas de viaje llevaba puesto unos vaqueros y una camiseta holgada. No soy bonita porque hay chicas con mejores atributos que a mí me hacen falta, no obstante; no me considero fea, mi nariz es respingada y mi cuerpo es de reloj de arena, mis pechos no son ni tan grandes ni muy pequeños y mucho menos soy tan baja, podría decirse que tengo una altura considerable.
Camino de regreso por el mismo pasillo por el que Ryle me condujo observando a detalle las fotografías familiares de cada unos de los chicos. Hay una en especial que capta mi atención. Es un grupo de seis chicos, todos salieron sonrientes y empapados de lodo hasta las rodillas con el uniforme de un equipo de fútbol.
En la sala hay ruido de varias voces masculinas, son más de una que ríen y bromean. Por lo que alcanzo a escuchar se están despidiendo así que espero a que se vayan para unirme con Ryle.
—Hola tú de nuevo —saluda Azazel. Un chico de cabello castaño está a su lado—. Ella es la chica que trajo Ryle —le comenta en un susurro al castaño—. Dice que es su amiga, para mí son noviecitos.
—Soy su amiga.
—Si, ajá. "Amigos" —No me cree. El otro chico sonríe. Azazel le da un codazo por el estómago—. Preséntate.
—Ah. Si... Cierto —murmura—, soy Eiden. Mucho gusto.
—El gusto es mío.
Azazel pasa su brazo por encima de los hombros de Eiden.
—Eiden es mi gran amor.
Durante la cena me doy cuenta que, ellos se comportan cómo una familia de hermanos que ya se han independizados y viven por su parte. Se entienden a la perfección, se molestan entre ellos y se alegran en cuanto el otro cuenta un logro o una meta que ha alcanzado, por más mínimo que sea, no hay envidia. Aparto la mirada y la bajo a mi regazo. Odio sentirme que no encajo. Una presión se ha instalado en mi pecho y amenaza con cortarme la respiración. Tal vez en otra vida mi hermana Evelyn y yo estaríamos juntas con nuestros padres biológicos, ellos no hubieran tomado la decisión de abandonarnos porque nos querían como lo hace un padre normal con sus hijos.
Me pregunto que los llevó a tomar la desición de dejarnos tiradas en las puertas de una iglesia. Por más que sea, en todas partes existen personas malintencionadas, están los delicuentes que se encargan de robar niños para profanarlos en ventas ilegales. Gracias al cielo que el padre Darío nos encontró y fue un ángel protector, nos llevó a la única parte donde estaríamos seguras; el orfanato. Ya lo he dicho ciento de veces, nunca me cansaré, él es mi figura paterna a la que mi mente se aferra.
Y ahora estoy aquí.
Porque él me motivó.
—¿Es verdad que vas a estudiar en Armagh? —Me veo sorprendida cuando Eiden me dirige la palabra, en lo que llevábamos en la mesa no se atrevía siquiera a mirarme a los ojos, empezaba a creer lo que Azazel dijo con lo que es tímido, bueno, él dijo que era tonto.
—Si. Soy becada.
—Aileen es muy inteligente, sobre todo en las jodidas matemáticas —comenta Ryle orgulloso. Yo niego, cada dos por tres se lo anda diciendo a las personas.
—¿Eres de penúltimo o último año?
—Ultimo año.
—Estarás en la misma clase que mi hermano Lysander —pronuncia Azazel.
—Y Matheus también.
—Posiblemente con Ziran —agrega de mala gana Eiden.
—No menciones a esa escoria.
—Azazel —Ryle lo reprende—. No hables así de Ziran.
—Ziran es una mierda.
—No. No lo es.
—Oigan chicos, mejor hablemos de otro tema... —sugiere Eiden avergonzado ante el intercambio de palabras. Pero Azazel no está dispuesto a parar y el pelirrojo menos.
—Solo lo dices porque es tu amigo, Ryle. Yo conozco a Ziran mejor que tú.
—No, tú conoces la versión que tu hermano te ha hecho creer. Lysander es un manipulador, los manipula a todos.
—¡No te permito hablar mal de mi hermano! —Golpea la mesa colocándose de pies bruscamente.
—¡Solo eres el títere de tu hermano! —Ryle lo imita.
—¡Basta! —Eiden grita—. Independientemente de quien de los dos tenga culpa no es motivo para que nosotros peleemos.
—Me cabrea que hablen pestes de mi hermano. ¿Porque solo ven sus errores? Siempre lo juzgan solo por como es, sin saber que son ustedes mismos que lo han llevado a adoptar esa personalidad.
—Es no es... —Ryle traga saliva.
Ambos chicos de marchan a sus respectivas habitaciones haciendo azotar las puertas.
Eiden me mira.
—¿Más ensalada? —Alza la taza. Suspiro negando—. Ah, por cierto, soy gemelo con otro. Mi hermano se llama Aidan. Somos Eiden y Aidan. Nuestros padres no tuvieron mucha creatividad en hacer variar nuestros nombres.
—¿Quién de los dos es el amargado? —bromeo.
—Aidan —ríe—, así que no te sorprendas cuando lo conozcas. Es frío hasta conmigo. Y odia los abrazos.
Los días pasan rápido, en un abrir y cerrar de ojos me veo alistando para ir a la academia. Los nervios provocan ganas de ir al baño y de vaciar mi desayuno en el retrete. El clima es helado pero mis manos están más frías de la temperatura común de un ser humano a causa de la adrenalina que corre por mis venas. Ryle me aseguró que todo me irá bien. De nada sirve sus palabras de calma cuando sé que tendré que ir sola hasta la dirección, él prometió guiarme en toda la academia. No será así. Sus padres lo llamaron urgente y se retrasaría, algo que no era conveniente para mí en mi primer día.
Hice una mueca terminando de ajustar la corbata roja con rayas azul marino. Esa mañana vestía un bonito y elegante chaqueta azul marino casi parecido al negro y el logotipo de la academia que consistía en un águila color dorado con una corona puesta en su cabeza.
Hoy conocía mi horario y a mis nuevos compañeros.
Qué alegría —que no se note lo descontenta que estoy—. Mis manos toman el pomo de la puerta y salgo.
La hora de entrada en Armagh son a las 8:00 a.m. En esta academia no son como en mi antiguo instituto que dejaban entrar estudiantes después de la hora predestinada para ver clases. Después de las 8: 00 a.m las puertas eran cerradas para cualquier estudiante, así éste tenga unos de los más exitosos y poderosos padres con dinero. Las reglas deben de cumplirse por igual.
Mi mandíbula cayó —literalmente—, ante lo que mis ojos contemplaban. Esperaba un edificio enorme con una estructura común, no fue así, en su lugar encontré como especie de un castillo —no exageraba—. Las torres se alzaba en el cielo con piedras antiguas. Las ventanas adornadas con vitrales de colores, reflejaban la luz del sol, creando un espectáculo deslumbrante en el suelo. El jardín que rodeaba el edificio estaba diseñado con caminos de grava entre arbustos bien recortados y flores vibrantes de distintos colores.
«Bienvenidos a Armagh». Había un gran letrero en la entrada principal, hecho de hierro forjado y pintado de un dorado brillante que contrastaba con el azul del cielo. El sonido de los pasos de otros estudiantes resonaba a mi alrededor, mezclándose con las risas, murmullos y las bocinas de autos lujosos.
Al cruzar el umbral, un aire fresco y perfumado me envolvió. El vestíbulo era espacioso, con techos altos y una gran escalera que se desplegaba en espiral hacia el segundo piso. Debía de dar primero con la Dirección para recibir algunas indicaciones por parte del director según me había informado la secretaria. Saqué el pequeño papel que me habían entregado y miré el horario impreso. Había un sinfín de materias desde Historia de las Artes hasta Lengua y Literatura, pero lo que me intrigaba era la clase de Liderazgo que tenía programada para esa mañana.
No sabía en qué consistía dicha clase. Era primera vez que la escuchaba.
—Buenos días —callé. El director un hombre de mediana edad con una barba bien cuidada, me observó y asintió. Regañaba a un chico sentado frente a él de brazos cruzados y expresión fría.
—Una falta más, Marchetti y estarás expulsado por una semana. O un mes.
—Ese imbécil empezó.
—Es el primer día —El director rodeó su escritorio—. Trata de llevar tu último año escolar en paz.
—Imposible.
El director se quita sus gafas y masajea el puente de su nariz.
—¿Eres nueva aquí? —cuestiona al fin captando mi atención.
Mis manos sudan viéndome expuesta por su mirada severa. No me refiero al director, sino al chico cuyo nombre desconozco. Es inevitable no sentirse nerviosa. Sus rasgos es difícil de ignorar: ojos grises tan claros que podría llegar a confundirse con el cielo en un día nublado, mandíbula marcada y nariz perfecta. Su cabello azul apunta en diferentes direcciones y roza sus cejas.
—Sí, mi nombre es Aileen.
El chico se coloca de pies pero el director lo detiene en seco. ¡Madre mía! Si que es alto.
—¿Para donde crees que vas? Vuelve a tomar asiento. Aún no termino contigo.
Su malhumor se hace notar y más cuando se sienta sin decir nada.
—Bienvenida a Armagh, Aileen. Espero que te adaptes rápido. Tienes un expediente estudiantil impecable —menciona mientras observaba un documento con mi foto en la parte superior. Luego lo deja en la mesa de su escritorio y le echa otra ojeada al chico—. A diferencia de otros... —entrelaza sus dedos preparándose para explicar—: Nuestro sistema escolar consiste en un enfoque integral. No solo se valoran las calificaciones, sino también el desarrollo personal y social de cada estudiante. Te animo a que participes en las actividades extracurriculares y te involucres en la comunidad escolar.
Por un mínimo segundo dejé de prestarle atención al director para enfocarme en alguien más. Su rostro iba bajo mirando el suelo y la mochila que tenía en sus pies. Tenía dos lunares en su cuello pálido y una pequeña manchita de color café que parecía un corazón. Bastante inusual pero lindo. Casi como si detectara que alguien tenía sus ojos clavados en él me miró. Yo me congelé.
—Marchetti será tu guía el día de hoy. Ambos comparten las mismas clases.
—¿Que yo qué? —replica él hastiado.
—Pueden irse —dictamina el director ajustándose las mangas de su traje—. Lysander, guía a tu compañera. No es una petición, es una orden.
—Yo no haré nada. No soy niñera.
—Mañana te quiero aquí con tus padres. Con los dos. Ya me tienes al borde con tus berrinches de niño malcriado —escupe el director. Algo cambia dentro del tal Lysander. Palidece—. O podemos evitarlo solo cumpliendo con lo que te he encomendado. No es una tarea difícil de cumplir. Tu compañera no conoce nada y fácil se podría perder entre la cantidad de aulas y pasillos que hay.
No espero a que le dijera algo más. Él salió a toda prisa y el director me indicó que lo siguiera con un gesto de manos. Sujeté los tirantes de mi mochila y alargué mis pasos. Él como me saca como tres cabezas en altura me deja tirada con una sola zancada suya.
—¡Detente! —exijo ya jadeante—. Para. ¡Chico de cabello azul, para!
El peliazul se dio la vuelta y me asesinó con su mirada.
—No sé si estás enterada pero hemos perdido la primera clase —Joder. Su voz es ronca y varonil. Mis pelos se pusieron de puntas—. No te apresures en llegar, igual no nos dejarán entrar. Ve a esperar el comienzo de la otra clase para que el profesor te de acceso al aula.
—Yo soy nueva.
—Nueva o no, no te dejarán entrar. Ahora lárgate de mi vista.
¡¿Quién se cree que es!?
—Un poco más de respeto. Yo solo te seguía porque el director...
—Lo que diga ese vejete me vale una mierda. Él solo es un viejo que da órdenes vacías que nadie cumple.
—Parece que el único que no las cumple eres tú. No necesito tu ayuda—replico—. Por mí puedes irte a la mierda.
—Repite lo que acabas de decir —Un jadeó involuntario sale de mis labios al sentir el metal frío de un casillero contra mi espalda y sus brazos aprisionado mi cuerpo a cada extremo.
—Vete a la mierda —repito pausadamente, su mandíbula se tensa.
—Todas son iguales. Se te da bien fingir.
—¿De qué diablos hablas?
—¿Crees que no me percaté como me mirabas en la Dirección? La misma mirada de interés que todas las de tu especie dan —Las palabras mueren en su boca cuando de pronto mi mano impacta contra su mejilla derecha—. Hija de perra —Agarra con fuerza mi barbilla tan fuerte que sus dedos se clavan en mi carne, estoy segura que me dejará marcas por la palidez de mi piel.
—No te conozco. No sé quién eres. Muchos menos si tienes o no dinero y quieres saber algo, no me importa en lo más mínimo. Las personas como tú solo están vacías, creen que por poseer una cantidad de billetes pueden obtenerlo todo. Déjame decirte algo niñito, estás equivocado.
Lo empujo. Pierde el equilibrio y choca con otro chico que iba atravesando ese mismo pasillo.
Acomodo mi corbata y retomo mi camino. No obstante, sus dedos se enrollan alrededor de mi muñeca.
—¿Cual es tu nombre?
—¿Para que quieres saberlo?
—Quiero saber el nombre de la chica que se atrevió golpearme.
—Aileen.
Una sonrisa pícara sale a la luz.
—Aileen —repite saboreando mi nombre en sus propios labios—. Acabas de cometer un grave error que pagarás caro, esa bofetada te la regresaré y no hablo de un golpe precisamente, te haré doblegar, llorar y suplicar a mi manera.
—¿Qué manera?
—Follándote.
***
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