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04

"Iza y Lee"

Alana estaba en la sala de la casa en Argentina, hojeando una revista que hablaba de Estela, su hermana mayor. Estela era una de las actrices jóvenes más destacadas del momento, y Alana no podía evitar sentirse un poco orgullosa. Aunque a veces, compartir a su hermana con el mundo no era fácil.

-¿Qué estás leyendo? -preguntó Estela, entrando al cuarto con su cabello perfectamente peinado, lista para otra entrevista.

-Nada importante, solo... -Alana cerró la revista de golpe y la escondió tras su espalda. Estela rió.

-Es mi vida, ¿sabes? No tienes que esconderla.

Antes de que Alana pudiera responder, su teléfono vibró con un mensaje. Era de Iza.

"¡Tengo noticias! Mónica tiene una reunión de trabajo en Argentina y nos llevará a Lee y a mí contigo. ¿Te parece bien? :)"

Alana sintió que su corazón se aceleraba. Recién había llegado a Argentina, pero ya tenía dos meses que no había visto a Iza ni a Lee, y ahora estaban a punto de venir.

-¿Quién es? -preguntó Estela con curiosidad.

-Oh, nadie. Es solo... una amiga.

Estela alzó una ceja, divertida por el tono nervioso de Alana.

-¿Una amiga?- Le arrebato el teléfono-¿De las que cruzan el mundo por ti? -bromeó.

-No exactamente. Es solo que su hermana, Mónica, viene a verte.

Estela se detuvo en seco.

-¿Mónica Miller? ¿La modelo?

-Sí, ella.

-No puede ser, tiene cómo un año que no nos vemos.

Estela sonrió ampliamente.

-Me encanta que no me digas nada y que las noticias lleguen a mí de último momento.

Alana se encogió de hombros, intentando ocultar su emoción.

-Bueno, solo pensé que no era importante...

En ese momento, Clara, la mamá de ambas, entró al cuarto con una bandeja de galletas.

-¿Qué pasa aquí? -preguntó, observando la expresión de complicidad en las hermanas.

Estela le explicó rápidamente, y Clara no pudo evitar emocionarse.

-¡Qué maravilla! Estela, asegúrate de que todo esté perfecto cuando lleguen. Y Alana, avísales que son bienvenidos.

-Claro, mamá -respondió Alana, intentando mantener la calma.

Cuando finalmente se quedó sola, Alana volvió a su teléfono y le respondió a Iza.

"¡Claro que me parece bien! No puedo esperar a verlos."

Dos días después, Alana estaba junto a Clara y Estela en el aeropuerto, esperando ansiosa la llegada de Iza, Lee y Mónica. Mientras miraba fijamente la puerta de llegadas, no podía contener la mezcla de nervios y emoción.

-Relájate, Alana. Parece que vas a explotar de la emoción -le dijo Estela, riendo suavemente mientras revisaba su agenda en el celular.

-Es que... hace tanto que no los veo. -Alana jugueteaba con el borde de su chaqueta-. Además, tengo curiosidad de ver cómo te va a ir con Mónica después de tanto tiempo.

Estela sonrió.

-Con Mónica siempre es fácil. Es como si nunca hubiera pasado el tiempo cuando nos reencontramos.

En ese momento, las puertas automáticas se abrieron y tres figuras familiares aparecieron. Iza y Lee corrían hacia Alana con una sonrisa radiante, seguidos de una elegante Mónica, quien llevaba unas gafas de sol y un bolso de diseñador.

-¡Alana! -gritaron Iza y Lee al unísono, abrazándola tan fuerte que casi la tiraron al suelo.

-¡Chicos, los extrañé tanto! -respondió Alana, riendo mientras intentaba recuperar el equilibrio.

Mientras los niños se abrazaban y reían, Mónica se acercó a Estela con los brazos abiertos.

-¡Estela! ¡Mira nada más cómo estás! -exclamó, dándole un abrazo cálido-. Es increíble cuánto tiempo ha pasado.

-Demasiado. Pero ya estamos aquí, y no pienso dejar que te escapes otra vez por un año entero -respondió Estela con una sonrisa.

Clara observaba la escena con una expresión satisfecha, ya pensando en todo lo que tendría que organizar para que la estadía de las visitas fuera perfecta.

-Bueno, chicos, ¿por qué no vamos al departamento? Así podemos instalarnos y después podemos pensar qué hacer.

El departamento donde se estaban hospedando las Smith era grande por lo que fácilmente se podrían quedar los nuevos inquilinos con ellas.

Alana, Iza y Lee no necesitaban más motivación. Mientras caminaban hacia el auto, no paraban de hablar sobre todo lo que había pasado en los últimos meses.

Ya en el departamento, después de un almuerzo animado, Alana les propuso algo inesperado.

-¿Quieren que les presente a un amigo que conocí aquí en Argentina?

Iza y Lee la miraron con curiosidad.

-¿Un amigo? -preguntó Lee, arqueando una ceja-. ¿No se suponía que no conocías a nadie aquí?

-Lo conocí hace poco, pero es muy buena onda. Su nombre es Sebastián.

Iza sonrió.

-Si tú dices que es buena onda, habrá que conocerlo.

Esa misma tarde, Alana le escribió a Sebastián para invitarlo a la plaza cerca de su casa. No pasó mucho tiempo antes de que él aceptara, intrigado por conocer a los famosos amigos de los que Alana no le había parado de hablar durante los últimos dos días.

Cuando Sebastián llegó a la plaza, llevaba puesta su camiseta de fútbol favorita y un balón bajo el brazo. Saludó a Alana con una sonrisa tímida y observó con curiosidad a los dos niños que estaban con ella.

-Sebastián, ellos son Iza y Lee. Son mis mejores amigos. Y chicos, este es Sebastián.

Sebastián extendió la mano, pero Iza, con su personalidad extrovertida, le dio un abrazo sin dudarlo.

-¡Hola! Es un gusto conocerte. Alana nos ha hablado mucho de ti.

Lee, un poco más reservado, le estrechó la mano con una leve sonrisa.

-Hola.

-Hola a los dos -respondió Sebastián, un poco sonrojado-. Alana también me habló mucho de ustedes. ¿De dónde son? - preguntó al notar los ojos característicos de Lee.

-Yo soy estadounidense y él es surcoreano. - Dijo Iza mientras señalaba a cada uno al decir su nacionalidad.

-¡Wow! Qué genial la verdad, Fuera de Alana y su familia no conocía a nadie más que no fuera de aquí-.

Sin perder tiempo, Iza vio el balón de fútbol y lo señaló.

-¿Jugamos?

-¿Seguro? -preguntó Sebastián, mirando los zapatos que llevaba Iza-. No parecen muy cómodos para correr.

Iza soltó una carcajada.

-¡Tonterías! No importa qué tan incómodos sean los zapatos, soy buena de todas formas.

Sebastián sonrió, aceptando el desafío, y pronto los cuatro niños estaban corriendo por la plaza, jugando como si se conocieran desde siempre.

Alana se sentía feliz al ver a sus mejores amigos conectando tan rápido con Sebastián. Incluso Lee, quien solía ser más reservado, estaba sonriendo mientras intentaba marcarle un gol a Sebastián.

Mientras tanto, Estela y Mónica observaban desde una banca cercana.

-¿Ves a esos niños? -dijo Estela, señalando al grupo-. Son la razón por la que no me preocupa que Alana esté lejos de casa. Siempre encuentra la forma de rodearse de buena compañía.

Mónica asintió.

-Tienen una energía especial. Es como si todo estuviera bien cuando están juntos.

Estela sonrió.

-Exacto. Alana siempre ha tenido un don para unir a las personas.

Cuando el sol comenzó a ponerse, Clara llegó para llevar a los niños de regreso a casa. Mientras caminaban, Sebastián y Lee iban conversando animadamente sobre fútbol, mientras Iza y Alana planeaban las actividades para los próximos días.

En ese momento, Alana no podía evitar sentirse agradecida. Había llegado a Argentina con la idea de visitar a su hermana, pero ahora, con la llegada de Iza, Lee y Mónica, todo parecía perfecto. Tenía que disfrutar el tiempo que le quedaba para estar en Argentina, cada día lo disfrutaba cómo si fuera el último.

Y lo mejor de todo era que Sebastián, quien había comenzado siendo solo un conocido, ahora se estaba convirtiendo en parte de su pequeño grupo de amigos.

Para Alana, ese día marcó el inicio de algo especial.

Al día siguiente, el grupo de amigos decidió explorar el barrio "Puerto Madero" el cual era en donde estaba el departamento que rentaban. Sebastián, como el único que vivía en Argentina, se ofreció a guiarlos. Con el entusiasmo típico de su edad, caminaron por las calles llenas de árboles, charlando sobre todo y nada a la vez.

-Por aquí hay una tienda de helados buenísima -dijo Sebastián, señalando una esquina-. Mi mamá siempre me lleva cuando hace calor.

-¿Helado? -preguntó Iza con los ojos iluminados-. Eso suena como una idea genial.

-¿Siempre piensas en comida? -bromeó Lee, rodando los ojos pero con una sonrisa.

-¡Claro que sí! La comida es vida -respondió Iza, sacándole la lengua.

-Entonces vamos -dijo Alana, interviniendo antes de que los dos empezaran una de sus típicas discusiones.

El grupo llegó a la heladería, donde los colores brillantes de los sabores parecían gritarles desde el mostrador. Sebastián recomendó el dulce de leche, un clásico argentino, mientras Iza insistía en probar uno de los sabores más exóticos.

-¿Yerba mate? ¿En serio? -preguntó, mirando el cartel con escepticismo.

-Es buenísimo -aseguró Sebastián-. Pruébalo y verás.

Iza, siempre dispuesta a experimentar, pidió una bolita de yerba mate junto con chocolate. Mientras probaba el primer bocado, sus ojos se abrieron de par en par.

-¡Esto está delicioso!

-Te lo dije -respondió Sebastián con una sonrisa triunfante.

Sentados en una mesa al aire libre, los niños disfrutaban de sus helados mientras hablaban sobre sus países y sus tradiciones. Sebastián les contó sobre el tango y los asados, mientras Iza y Lee compartían historias de Estados Unidos y Corea del Sur.

-¿Y qué te gusta hacer en tu tiempo libre? -preguntó Lee a Sebastián, curioso por conocer más sobre su nuevo amigo.

-Me encanta jugar al fútbol. Siempre estoy en el parque con mis amigos. Y también me gustan los videojuegos.

-¿Videojuegos? -intervino Iza con entusiasmo-. ¡Yo también! ¿Cuál es tu favorito?

Pronto, la conversación giró en torno a sus juegos favoritos, estrategias y anécdotas de partidas memorables. Incluso Lee, que normalmente no era tan aficionado a los videojuegos, se unió al debate.

-Tenemos que jugar juntos algún día -sugirió Sebastián, animado por la conexión que sentía con ellos.

-Definitivamente -respondió Alana, sintiéndose feliz de ver cómo la amistad entre sus amigos iba creciendo.

Más tarde, cuando regresaron a casa, Estela y Mónica los estaban esperando con una sorpresa.

-Hemos organizado una cena especial esta noche -anunció Mónica, sonriendo-. Será una mezcla de nuestras culturas, así que prepárense para probar cosas nuevas.

La mesa estaba llena de platos argentinos como empanadas, milanesas y choripán, junto con comidas típicas estadounidenses y coreanas que Mónica y Lee habían ayudado a preparar. Pronto llegó Lorena, con algunos refrescos. Clara, siempre entusiasta con las reuniones, no paraba de ofrecer más comida a todos.

-¡Esto está delicioso! -exclamó Lee, probando un choripán por primera vez-. Nunca había comido algo así.

-Y yo nunca había probado kimchi -respondió Sebastián, que se había animado a probar la comida coreana-. Es muy picante, pero me gusta.

-Oye, Sebas ¿No te gustaría quedrate a dormir? O sea hacer una pijamada los cuatro.

Sebastián miró a su madre -¿Puedo?

-Bueno, no se que opine Clara.

-Ay, por mi no hay problema de verdad, pero para la próxima aun que sea avísame. Pueden hacerla en la recámara de Victoria, es más grande y así estarán más agusto.

-Por cierto ¿Donde está? No la eh visto en todo el día. -Preguntó Estela.

-Tu tía vino en la tarde y Vicky decidió ir con ella.

La cena continuó llena de risas y conversaciones animadas. Incluso los adultos disfrutaron de la compañía, recordando viejas anécdotas y hablando sobre sus planes.

Después de la cena, los niños se reunieron en la sala. Sebastián, que al principio se había sentido un poco fuera de lugar, ahora estaba completamente integrado al grupo.

-¿Qué tal si jugamos algo? -sugirió Alana, sacando un tablero de Monopoly-. Esto va a ser divertido.

La partida fue caótica, como era de esperarse con cuatro niños llenos de energía. Iza insistía en comprar todas las propiedades, Lee analizaba cada movimiento con cuidado, y Sebastián no paraba de reírse cuando alguien caía en sus hoteles. Al final, nadie ganó realmente, pero eso no les importaba.

Esa noche, cuando todos se despidieron para ir a dormir, Alana se sintió llena de felicidad. Mirando a sus amigos, se dio cuenta de lo afortunada que era por tenerlos en su vida.

-Gracias por venir -les dijo antes de que subieran las escaleras-. Este viaje no habría sido lo mismo sin ustedes.

-Gracias a ti por aceptar que vengamos-respondió Iza con una sonrisa-. Este es solo el comienzo.

Alana no podía estar más de acuerdo.

A la mañana siguiente, el sol brillaba a través de las ventanas del departamento, iluminando la mesa del desayuno que Clara había preparado con esmero. Los niños estaban emocionados por otro día lleno de aventuras.

-¿Qué hacemos hoy? -preguntó Iza mientras untaba mantequilla en su tostada.

-Podríamos ir al Rosedal -sugirió Sebastián-. Es un parque hermoso, y hay un lago donde podemos alquilar botes.

-¡Eso suena increíble! -respondió Lee, que ya estaba intrigado por la idea de explorar más lugares.

-Me gusta la idea -añadió Alana-. Pero después tenemos que volver temprano. Estela dijo que quiere que estemos en casa para una sesión de fotos con Mónica.

-¿Sesión de fotos? -Iza abrió los ojos, emocionada-. ¡Eso suena divertido!

-No para mí -dijo Alana, rodando los ojos-. Ya sé que van a querer incluirme, y ya se que soy bonita y me gusta tomarme fotos pero sabes cuánto odio posar para ese tipo de fotos.

-¡Pero sería una gran oportunidad! -insistió Iza-. Además, ¿quién sabe? Quizá termines en la portada de una revista como Estela.

-Prefiero pasar -respondió Alana, aunque no pudo evitar reírse.

Después de desayunar, el grupo se preparó para ir al parque. Clara los acompañó, junto con Estela, mientras Mónica decidió quedarse en casa para trabajar en algunos proyectos pendientes. Caminando por el Rosedal, los niños no podían evitar admirar los colores vivos de las flores y el aire fresco que los rodeaba.

-Este lugar es increíble -comentó Lee mientras tomaba fotos con su cámara-. Es como sacado de un cuento.

-Lo sé -respondió Sebastián-. Siempre vengo aquí con mi mamá cuando quiero despejarme.

Cuando llegaron al lago, alquilaron un bote y, aunque al principio tuvieron dificultades para remar, pronto estaban navegando con confianza. Iza y Sebastián se turnaban para remar mientras Alana y Lee se reían desde la parte trasera del bote.

-¡Cuidado, Sebastián! -gritó Iza cuando casi chocaron con otro bote.

-¡Estoy intentando evitarlo! -respondió él, riendo-. Esto no es tan fácil como parece.

Cuando finalmente regresaron a la orilla, los niños estaban empapados pero felices. Clara y Estela los esperaban con toallas y botellas de agua.

-Parece que se divirtieron mucho -dijo Estela, sonriendo mientras les pasaba una toalla.

-¡Fue increíble! -respondió Alana, aunque no podía dejar de reírse al recordar los momentos caóticos en el agua.

De regreso al departamento, Mónica ya había preparado todo para la sesión de fotos. Había luces, cámaras y un montón de ropa elegante lista para que los niños se vistieran.

-¡Esto parece una producción profesional! -exclamó Iza mientras miraba las prendas colgadas en un perchero.

-Lo es -respondió Mónica con una sonrisa-. Quiero que esta sesión sea especial. Será algo que recordarán para siempre.

La sesión de fotos comenzó con una energía contagiosa. Mónica, acostumbrada a trabajar en el mundo del modelaje, había convertido la sala en un pequeño estudio profesional. Había fondos blancos y negros, un aro de luz gigante, y varias cajas llenas de accesorios.

-Primero, haremos algunas fotos individuales. Después, las tomas grupales -anunció Mónica con autoridad, ajustando su cámara.

Estela, que observaba desde un sillón cercano, no pudo evitar reírse al ver a Iza probándose un sombrero enorme.

-¡Parezco una estrella de cine! -exclamó Iza, posando dramáticamente frente al espejo.

Mónica aplaudió.
-¡Me encanta esa actitud! Tú vas primero.

Iza se colocó frente al fondo blanco y comenzó a posar con naturalidad. Mónica le daba pequeñas indicaciones, pero Iza parecía disfrutar cada momento, moviéndose de un lado a otro con total confianza.

-¡Eres toda una profesional! -comentó Estela, divertida.

Después de Iza, fue el turno de Lee. Aunque al principio estaba un poco tímido, Mónica logró hacerlo sentir cómodo con su paciencia y palabras alentadoras. Le sugirió que usara un abrigo negro y gafas de sol, lo que le dio un aire misterioso que hizo reír a todos.

-¡Mira eso! Parece un actor de películas coreanas -dijo Alana, sonriendo.

Lee se sonrojó un poco, pero también se dejó llevar, relajándose con cada foto que tomaba Mónica.

Luego llegó el turno de Sebastián. Él, aunque no estaba acostumbrado a este tipo de cosas, decidió intentarlo. Mónica le pidió que sostuviera un balón de fútbol para reflejar su personalidad. Las fotos resultaron auténticas y naturales, lo que encantó a todos.

-¡Esa sonrisa va a romper corazones! -bromeó Clara desde el fondo de la sala.
Por lo que Lorena rió

Finalmente, Mónica llamó a Alana, quien se había estado escondiendo tras Estela.

-Tu turno. Vamos, Alana. No tienes escapatoria.

-Pero... yo no sé posar como ellos -protestó Alana, aunque se levantó de mala gana.

-No necesitas saber -le respondió Mónica con una sonrisa tranquilizadora-. Solo sé tú misma. Eso es más que suficiente.

Alana, aún un poco nerviosa, se colocó frente al fondo blanco. Mónica comenzó a tomar fotos mientras le pedía que pensara en algo que la hiciera feliz. Poco a poco, la expresión de Alana se relajó, y una sonrisa genuina apareció en su rostro.

-Eso es perfecto -murmuró Mónica, capturando el momento.

Después de las fotos individuales, llegó el turno de las grupales. Los niños comenzaron a jugar con los accesorios, colocándose sombreros, gafas y bufandas. Una de las tomas más divertidas fue cuando Sebastián se puso un sombrero de copa y fingió ser un caballero del siglo XIX, mientras Iza y Lee intentaban imitarlo.

Mónica capturó cada risa, cada broma y cada abrazo. Incluso logró convencer a Estela y Clara de unirse a una foto con los niños, lo que resultó en una imagen llena de amor y complicidad familiar.

Cuando finalmente terminaron, todos se sentaron en el sofá a revisar las fotos. Las imágenes eran un reflejo perfecto del día: espontáneas, llenas de vida y cargadas de emociones.

-Estas son increíbles -dijo Alana, admirando una en la que estaban los cuatro niños riendo juntos.

-Porque ustedes son increíbles -respondió Mónica con una sonrisa-. Gracias por dejarme capturar este momento. Es algo que nunca olvidaré.

Esa noche, mientras los niños se preparaban para dormir, Iza miró a Alana desde su lugar en el suelo.

-Sabes, esta fue una de las mejores ideas que hemos tenido. Esta sesión de fotos fue más divertida de lo que esperaba.

Alana asintió, sintiendo una calidez especial en su pecho.

-Sí, fue un día increíble. Estoy tan feliz de que estén aquí.

La noche terminó con los niños revisando las fotos y recordando los mejores momentos del día. Clara y Lorena, felices de ver a sus hijos disfrutando tanto, conversaban sobre lo bien que se habían adaptado todos a la convivencia.

Y así, con una sensación de felicidad y unidad, los amigos se quedaron dormidos, soñando con todas las aventuras que aún les quedaban por vivir juntos.

Al día siguiente, Mónica seleccionaría algunas de las fotos para imprimirlas y entregárselas como recuerdo a cada uno. Pero en ese momento, no hacía falta nada más. El departamento estaba lleno de risas, y el corazón de Alana estaba lleno de gratitud.




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