01
"Un regreso complicado"
El sol de la tarde brillaba intensamente en el cielo de Ciudad de México cuando el taxi finalmente se detuvo frente a la casa de Alana. Tras un largo vuelo desde Argentina, el regreso a su hogar la llenaba de emociones mezcladas. Por un lado, sentía el consuelo de volver a su rutina, de ver a su madre, sus amigos y su barrio familiar. Por otro lado, una extraña sensación de vacío la acompañaba.
Mientras su madre salía de la casa para pagarle al taxista, Alana bajó sus maletas y miró la fachada conocida de su casa. Las buganvillas en la entrada seguían floreciendo, el ladrillo rojo de las paredes parecía aún más vivo bajo el sol, pero algo se sentía distinto. Quizá no era la casa, sino ella.
-¡Bienvenidas! -exclamó su madre con una sonrisa al abrir la puerta-. ¿Cómo les fue? ¿Extrañaron México?
-Mucho -respondió Victoria mientras arrastraba su maleta al interior-. Pero Argentina también tiene su encanto.
Alana no dijo nada. Subió rápidamente las escaleras hacia su cuarto, dejó caer la maleta junto a la cama y se dejó caer sobre el colchón. Cerró los ojos, tratando de desconectar, pero la imagen de un niño con cabello despeinado y sonrisa burlona apareció en su mente. Era extraño cómo alguien que apenas conoció durante unos días seguía invadiendo sus pensamientos.
La primera semana de regreso fue un torbellino de emociones para Alana. Su madre estaba emocionada de escuchar cada detalle del viaje, pero Alana solo compartió lo esencial. No habló de Sebastián, ni de los encuentros fortuitos que aún le daban vueltas en la cabeza.
Cuando volvió a la escuela, sus amigos la recibieron con entusiasmo, especialmente su mejor amiga, Daniela.
-¡Por fin! Pensé que te quedarías allá para siempre -dijo Daniela mientras le daba un fuerte abrazo-. ¿Qué tal estuvo? ¿Viste a algún famoso?
-No exactamente -respondió Alana con una sonrisa-. Fue divertido, pero también extraño.
-¿Extraño? ¿Por qué?
-No sé, tal vez por todo lo nuevo. Fue como si hubiera vivido en un mundo diferente por unas semanas.
Daniela la miró con curiosidad, pero decidió no presionar. Sin embargo, a Alana le resultaba difícil adaptarse nuevamente. Los días en la escuela se sentían rutinarios, y las cosas que antes le interesaban ya no tenían el mismo brillo. Esa sensación era muy extraña para ella, pues tan solo era una niña pequeña la cual no sabía cómo manejar estas emociones. Durante las clases, a menudo se encontraba mirando por la ventana, perdiéndose en sus pensamientos.
Sebastián seguía apareciendo en su mente en los momentos más inesperados. A veces, una frase sarcástica de algún compañero la hacía pensar en él. Otras veces, un niño molesto en el parque le recordaba sus peleas en el área de juegos. Pero Alana no compartía esto con nadie. Era su secreto, una pequeña historia que solo ella conocía.
Un día, mientras ordenaba su escritorio, encontró un cuaderno que había comprado en Argentina. Las páginas estaban en blanco, esperando ser llenadas. Sin pensarlo demasiado, tomó un bolígrafo y comenzó a escribir.
"Querido Sebastián," comenzó, y luego se detuvo.
¿Qué estaba haciendo? Ni siquiera sabía su apellido, y mucho menos dónde podría estar. Sin embargo, algo dentro de ella la impulsó a seguir.
"No sé por qué sigo pensando en ti. Tal vez sea porque eras diferente a cualquier persona que haya conocido. O tal vez porque nuestras peleas tontas fueron lo más emocionante de ese viaje. No importa. Probablemente nunca leerás esto, pero creo que me hace bien escribirlo. Te conocí por accidente, pero dejaste una marca en mi vida, a pesar de solo haber tenido dos interacciones, las cuales no fueron muy bonitas que digamos."
La carta continuó, y cuando terminó, la dobló cuidadosamente y la guardó en una caja que tenía bajo su cama. Se sentía un poco estúpida por escribirle una carta a una persona que lo más probable es que nunca volver a ver pero a la vez le ayudó a sacar el sentimiento que tenía dentro.
*3 Años después*
El tiempo pasó rápidamente, y antes de darse cuenta, Alana estaba en 4° de primaria, aún era pequeña, pero aunque tuviera tan solo 9 años. Había crecido, tanto física como emocionalmente. Su cabello era más largo, sus intereses habían cambiado, y su círculo de amigos había crecido. Sin embargo, había algo constante: su creencia en el destino.
Qué había pasado tanto tiempo en donde aquel niño con cabello despeinado y una voz un tanto desagradable pero bonita la vez no le pasaba por la mente a Alana pero hace un año, A los 8 años, mientras leía un libro sobre mitología china, descubrió la leyenda del hilo rojo. Según esta leyenda, las personas destinadas a encontrarse están conectadas por un hilo rojo invisible, que no se puede romper, sin importar el tiempo o la distancia. Alana quedó fascinada por la idea.
Y así después de dos años donde no lo había cruzado por la mente apareció ese niño en sus pensamientos nuevamente.
"Tal vez eso explica lo que pasó con Sebastián," pensó.
Desde entonces, la leyenda se convirtió en una especie de consuelo para ella. Siempre que se sentía perdida o sola, recordaba que tal vez el destino tenía planes más grandes para ella.
Sin embargo, había días en los que el recuerdo de sus encuentros le daba fuerza. Cuando las cosas se ponían difíciles, pensaba en cómo, incluso de niña, había enfrentado a alguien como Sebastián sin miedo. Eso la hacía sentir valiente.
Un día mientras Alana se encontraba en la casa de Daniela para una pijamada no paraba de pensar y no solamente en Sebastián pues cada vez él se iba haciendo más borroso en su mente pues poco a poco sintió que alguien que ya no ve y lo más probable es que nunca más verá se lleve la mayor parte de sus pensamientos. Pues si ya había logrado sacarlo de sus pensamientos podría hacerlo otra vez.
-¿En qué piensas tanto? -preguntó Daniela.
-Nada en especial -respondió Alana, encogiéndose de hombros.
-Eso dices siempre. Pero yo creo que estás pensando en alguien.
Alana se rió, tratando de desviar el tema, pero Daniela no se dio por vencida.
-Vamos, dime. ¿Es alguien de la escuela?
-No. Es complicado.
-Pero ¿Te gusta?. - cuestionó con curiosidad
-Por Dios Danny estamos pequeñas para eso.-
-Claro que no - hizo una cara de desaprobación - acuérdate que dicen que para el amor no hay edad. -
-Bueno, pero es algo que no puedo decir, porque ni siquiera yo se. -
Daniela levantó una ceja, intrigada, pero antes de que pudiera preguntar más, se escuchó una voz desde el piso de abajo.
-¡Bajen a cenar! - Se escuchó la voz de la mamá de Daniela.
Después de la cena, durante la pijamada, Alana no pudo evitar preguntarse si el destino tenía algo preparado para ella. Quizá no era una coincidencia pensar en Sebastián de vez en cuando. Pero a la vez pensaba que era algo absurdo pues ya tenía 3 años desde que se encontraron por primera y única vez pero a la vez no paraba de sentir algo inexplicable. Tal vez, de alguna manera, sus caminos estaban destinados a cruzarse nuevamente.
Alana se encontraba mirando al cielo nocturno desde la ventana de la habitación de su mejor amiga. Mientras las estrellas brillan en el firmamento, se pregunta si, en algún lugar del mundo, Sebastián también estará pensando en ella.
"La vida es extraña," piensa, "pero creo en el destino. Y si Sebastián es parte del mío, sé que nos volveremos a encontrar o de lo contrario que el universo haga que deje de pensar en él."
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