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Capítulo 3

-Vamos, Manuel, deja que mamá te coja, iremos más rápido a ver a Amelia.

La joven madre del bebé, quien, pasado un año desde la muerte del cura, aprendió a caminar, y ahora estaba dispuesto a enseñarle su hazaña a su nueva amiga, la princesa Amelia.

Las madres de los bebés permitieron que sus hijos se siguieran viendo, ya que habían notado ciertos problemas que solo se solucionaban cuando estaban juntos. Por ejemplo, si la princesa se hacía daño, lo único que la calmaba era un abrazo de Manuel, y el niño se ponía a llorar si no veía a Amelia cada cuatro horas, un avance.

Manuel gritó de emoción al ver a Amelia y corrió hacia ella para darle un abrazo. La joven madre se arrodilló frente a la reina y luego ante la pequeña princesa, quien la abrazó feliz.

-¿Cómo va todo por su hogar, joven?-preguntó la reina.

-Bien. Este año han habido mucha lluvias y hemos cosechado mucho. Mi marido se ha tenido que encargar solo del huerto, Manuel da mucho trabajo desde que aprendió a caminar.

-Si yo le contara... Amelia no deja de decir palabras sin sentido por todo el castillo. Es un horror. Mi marido ya me ha regañado miles de veces porque dice que las palabras de Amelia molestan a los guardias y a las sirvientas. Menos mal que no ha dicho el nombre de su hijo en frente suyo, sino hubiera sido un desastre.

Las dos madres miraron a sus hijos jugar. Manuel corría alrededor de Amelia más y más rápido y ella no hacía más que animarlo aplaudiendo y diciendo su nombre.

-Manuel, ten cui...

No le dio tiempo a acabar. Su hijo se cayó, pero no lloró. La princesa sí que lloró. La reina hizo el amago de levantarse, pero se detuvo al ver la tierna escena. Manuel se había levantado y acercado a la princesa para abrazarla y que dejara de llorar.

-Manu bien. Manu no daño-dijo el pequeño.

La joven madre sonrió con pequeñas lágrimas. Estaba siendo testigo de las primeras palabras de su hijo y de una bonita pareja que Dios había creado.

La princesa dejó de llorar y el resto de la tarde se la pasaron hablando. Cuando la reina volvió al castillo era muy tarde, según el rey. Este le regañó, preguntándole enfadado dónde habñia estado.

-Una sirvienta ha ido a comprar ingredientes para la cena y he decidido acompañarla. A Amelia le vendría bien un poco de aire fresco de vez en cuando.

-¿Y el jardín para qué está?-preguntó el rey más enfadado aún.

-No sé, no se me ocurrió, disculpa.

-Esta bien, el caso es que has vuelto. Te necesito.


-¿Hay algún problema?


-Quiero un heredero-la reina lo miró confusa.-¡Quiero otro hijo! Amelia no sirve como reina, es una mujer. Necesito un varón. Un hombre fuerte y amable que sepa cómo reinar. No una mujer débil y egoísta que no sabe ni cómo andar de forma correcta.


-¡Mi hija no es egoísta ni débil!¡Y tan solo tiene dos años, tú ni siquiera sabías caminar a esa edad!-le recriminó.


El rey le pegó una bofetada.

-¡No me hables así, mujer!¡Estás bajo mi mandato!¡Debes obedecerme!

La reina tenía lágrimas en los ojos. ¿Dónde había quedado ese príncipe apuesto y amable que deseaba ser un rey justo y querido por el pueblo?¿Dónde estaba ese hombre del que se había enamorado a la corta edad de diez años?¿Tan rápido se había esfumado el bello matrimonio que tenían?

La reina asintió y permitió que su marido la llevara a su cuarto.

...

En cambio, todo iba genial en la casa de la joven familia de campesinos. El padre estaba jugando con Manuel mientras la madre cocinaba. Había sido un gran día.

-¡Amelia!-gritó el pequeño señalando un peluche. Ese peluche lo tejió la reina para el bebé porque Amelia se lo había pedido. Ahora el niño solo dormía con él y si no estaba con ese muñeco, no podía dormir.

-¿Sigue viendo a la princesa?-preguntó el padre.

-Sí. Ya oíste al cura, deben estar juntos, sino se harán daño. Y no queremos que se haga daño-contestó la mujer poniendo los platos en la mesa.

-Ya, pero... ¿Y si el rey se entera? Entonces no solo hará daño a Manuel.

-No te preocupes, la reina lo controla todo-lo tranquilizó besándolo en los labios.-Ahora a cenar, debes estar agotado.

-Un poco, hoy ha hecho demasiado sol y me duele demasiado la espalda.

El padre se sentó en la mesa entregándole el bebé a su mujer, quien se sentó en frente suyo con Manuel en su regazo.

...

-Me alegro de que ellos sigan viéndose. Es el  mejor regalo que me podrían haber hecho. Ojalá pudiera cambiar la mentalidad del rey... Todo sería mejor. Señor, ¿me permitiría bajar un momento? Necesito ver su amor de cerca.   


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