Capítulo siete: Matar a dos pájaros de un tiro
La televisión estaba encendida en un canal cualquiera, el día estaba cubierto por una enorme nube negra, mientras los rayos, truenos y relámpagos amenazaban a cualquier ciudadano que estuviera fuera de su casa.
Hace unos días no me sentía muy bien y Sam insistió en quedarse conmigo esta noche, para que no me sintiera sola.
Ambas estábamos en el sofá, Sam estaba acostada sobre los almohadones y yo estaba encima de ella. Con su mano delicada, acariciaba mi cabeza para tratar de calmarme.
Durante la noche mis ojos no se cerraron en ningún momento, simplemente estaba ahí; existiendo, perpleja por todo lo que me estaba sucediendo.
Sophie coqueteandome, Will había vuelto a mi vida, el hombre misterioso, Sam llegó a mi vida y ahora debía decidir qué hacer con la vida de una persona, ¿quién podría contra todo eso? Porque yo no me veía capaz.
Sin embargo, estando en sus brazos todo dejaba de doler un poco, me sentía segura, porque ella no me mentiría, no me engañaría, no haría nada que me disgustara.
—¿Te sientes mejor?
—Algo...
—An —la miré con los ojos enrojecidos de tanto llorar—, no tengas miedo, todo se solucionará.
—No, Sam —solté sin fuerzas—. Mi madre me odia, quiere ver a mi abuela muerta sin importar mis sentimientos y los amigos que un día tanto quise, hoy en día son mis enemigos...
—Te equivocas.
Fruncí el ceño, sin comprender a lo que se refería.
—Tus amigos de la secundaria no siempre son para toda la vida, pero tienes a Karen, conociste a Franc, Jake y ahora a mí. Nosotros no te dejaremos caer —aseguró y con sus brazos suaves como una pluma me abrazaron.
—No sé qué hacer...
—Yo estaré para ti, An.
—Deberías buscarte a alguien más...
Me alejé de ella, me senté en el sofá y ella se acercó a mí.
—¿Por qué haría eso, An?
—¿No es obvio?
—No para mí.
Suspiré.
¿Cómo era posible que ella no viera lo que estaba sucediendo? Esto avanzaba y no quería que ella saliera perjudicada.
El corazón se me aceleraba de solo pensar en que algo malo podría pasarle a alguien a quien quiero.
—¡Todo es un caos! ¡Mi vida es un caos y tú te vienes a interesar por mí! ¡Estás loca!
Eso, ella estaba loca, era la única opción. A no ser que fuera masoquista.
—Entiendo que estés alterada, pero no haré lo que me pides.
—¡¿Eres masoquista?! ¡Te estoy advirtiendo que esto será un gran problema en cuestión de segundos, porque en mi vida nada permanece tranquilo y tú te sigues quedando!
—¿Y por qué me iría?
Me quité los mechones de cabello que tenía en mi rostro y la miré a los ojos.
—Porque estoy condenada a sufrir y no quiero que eso te afecte, ¿no es suficiente?
Negó con la cabeza.
—Eres un caos, es cierto, pero eso no me impide acercarme —estiró su mano y la colocó encima de la mía—, tomar tu mano y decirte que te admiro.
Acerqué mi mano a mi mejilla y me sequé las lágrimas.
—Estás loca...
—Para vivir en esa realidad se necesita locura, ¿no? —sonrió de lado.
Cerré los ojos y me eché a llorar en sus brazos, como una niña pequeña.
Sam acarició mi espalda, tomó la manta que nos cubría del frío y me tapó con ella.
Realmente era casi imposible encontrar a una mujer que no tuviera miedo de mostrarse tal cual era, incluso con sus defectos y todo, ella decidió quedarse.
¿Qué mujer más perfecta que aquella que te acompaña en la tempestad?
Me puse boca arriba, me miró y sonrió de lado.
—Sam, ¿puedo preguntarte algo?
—Claro, ¿qué quieres saber?
—Bueno... mencionaste que Jake era tu hermano y me preguntaba...
—¿Cómo es posible? Porque el es morocho y yo rubia, ¿verdad?
—No quería sonar prejuiciosa, disculpa.
—Es normal, siempre que decíamos que éramos hermanos, nos decían que éramos pareja y que todo era mentira —confesó—. Cuando era niña... mi madre falleció de un ataque cardíaco y mi padre... bueno, él nos abandonó cuando nací...
Me levanté lentamente, me acerqué a ella y la abracé por los hombros.
Quería que se sintiera a salvo, porque aunque mi vida era un caos, no me gustaba verla entristecida.
—No tienes qué seguir si no quieres, ya entendí qué sucedió.
—Tranquila, ya no duele. Mi madre se fue en paz y la familia de Jake me adoptó, me dieron todo lo que siempre quise y aunque no fue fácil adoptar a una niña de siete años, sé lo que es luchar para tener aunque sea cinco minutos de felicidad.
Por eso ella no quería irse de mi vida, ella sabía lo que era estar tan perdida como yo.
—Creo que somos almas perdidas, Sam.
—Entre tantas te encontré a ti —me miró a los ojos y los suyos brillaron— y no me arrepentiré de nada, te lo prometo.
Sí, efectivamente ella estaba loca, igual que yo y aún así podíamos coincidir en un mundo en donde ser un loco está mal y ser cuerdo era perfecto.
Sonreí ante su halago.
—Me gustan tus ojitos grises.
—A mi me gustas tú...
Sin apresurarse, acercó su rostro al mío. No había distancia alguna entre nosotras, solo nuestros alientos y lo comprobé cuando rozó su nariz con la mía. Sus ojos miraron mis labios y no pude evitar entre abrirlos un poco.
Rozó sus labios con los míos, sentía como si fueran tan esponjosos como un malvavisco y tan deliciosos como el algodón de azúcar.
Oímos una melodía que nos hizo sobresaltar. Nos alejamos, tomé mi celular y miré que el nombre de Karen aparecía en la pantalla.
—Disculpa, debo atender —dijo apenada.
—Por supuesto.
Me levanté del sofá, me dirigí hacia la cocina y atendí la llamada.
—¡Hasta que al fin contestas, amiga!
—¡¿Karen, por qué llamas?!
Me estaba muriendo de vergüenza. Estaba a punto de besarme con la chica perfecta y Karen sin querer lo arruinó.
—Estaba preocupada, ¿te sientes bien?
Antes de que pudiera decir algo, Sam se acercó a mí.
—¿Te parece si cocino algo?
Sentí como mis mejillas se sonrojaban.
—Claro —susurré para que la peli marrón no me oyera.
Se trataba de Karen, quien amaba el chisme. Imposible ocultarle algo.
—¡Ay, no es cierto! —exclamó con alegría al otro lado de la línea.
—Cierra... la boca...
—¡Estás saliendo con Samantha!
Alejé el celular de mi oreja, debido a que su estallido de felicidad casi me rompió un tímpano.
—¿Ya lo sabe? —preguntó la rubia.
—¡Viva el amor homosexual, chicas! —oímos decir.
Sam sonrió de lado, mientras tomaba una olla grande que tenía en la mesada y ponía un poco de agua en ella.
Me alejé para poder hablar mejor con Karen.
—¿Ya cogieron?
—¡Karen, no te contaré eso!
—Ay, que sensible. Ya no se te puede preguntar nada —se hizo la ofendida.
—Estoy bien, en serio.
—Me alegra que hayas dejado atrás a esa perra, pero te llamaba para saber si sabías lo que había ocurrido.
Fruncí el ceño.
—¿Qué sucedió?
—Cuando peleaste con Sophie en el club, creo que te olvidaste de las cámaras que podría haber, ¿verdad?
Al darme cuanta a lo que se refería, quise ocultarme en un agujero negro y que nunca nadie me encontrara.
—¿Sabes si mi madre lo sabe?
—No estoy segura, pero no es amigable con la tecnología. Eso te dará tiempo para prepararte mentalmente.
—Gracias, Karen.
—Un consejo; olvídate de los demás. Tú sabes la verdad y mereces ser feliz con Samantha.
—Lo tendré en cuenta, gracias.
Mi amiga finalizó la llamada. Dejé el celular en el sofá y me puse a pensar en qué consecuencias tendría ese maldito video.
Ahora todos sabían que Sophie no era como yo, ¿pero acaso eso podría perjudicarla de la misma manera que a mí? ¿Podrían pensar que ella es lesbiana? ¿O tal vez simplemente pensarían que yo quería acostarme con ella y no lo logré y por eso peleamos?
¿Y qué tal si mi madre me exige que me separe de Leo y Sophie? No quería dejar al pequeño Leo confundido y tampoco podía rechazar el trabajo, ¿sino como mantendría a mi abuela?
Dios mío, ¿qué fue lo que hice?
Me dejé llevar por el odio y la decepción y ahora podría estar en un gran aprieto.
—An, An —salí de mis pensamientos al oír mi nombre.
—Perdona.
Sam se acercó a mí y al verme preocupada me frunció el ceño.
—Grabaron la pelea que tuve con Sophie en el club y eso podría ser terrible para ambas.
—¿Por qué eso podría significar que Sophie es lesbiana? ¿Te preocupa eso?
—Sí, no quiero que se vea perjudicada por mi culpa.
Tomó mi mano y me miró a los ojos.
—Es increíble como te preocupas por alguien que te hizo tanto mal.
—No soy una santa, pero tampoco quiero su mal.
—Y eso solo me hace admirarte aún más.
Nos abrazamos y luego nos separamos.
—Disfrutemos la noche, An. Olvídate de todos lo que te odian, no te traerán nada bueno.
Ambas tenían razón, la única forma de ser feliz es olvidando las expectativas de los demás. Independientemente de si son buenas o malas, las expectativas pueden destruirte mucho.
Me pregunto cómo es que las personas famosas pueden soportar una vida así y no volverse locos en el intento.
El aroma a salsa me sacó de mis pensamientos negativos y sonreí.
—¿Qué cocinas? Huele delicioso.
—Pasta con salsa boloñesa.
—Mmm, suena delicioso.
—¿Quieres probar la sala?
—Claro.
Nos dirigimos hacia la cocina, en donde el aroma se intensificó en mis fosas nasales y junto a la luz cálida que había, me sentí como si estuviera en el mejor restaurante de toda la ciudad y en realidad estaba en mi casa, bajo una tormenta y con la chica perfecta.
Siempre me gustaba pensar que luego de tanto sufrimiento puede haber una pequeña luz y aunque parecía imposible, Sam lo hizo realidad.
Tomó la cuchara de madera, la metió en la olla y sacó un poco de salsa con carne. Me acerqué a la cuchara y comí la carne con la salsa. Lo saboreé y estaba segura de que nunca había comido algo tan rico.
Estaba en el punto perfecto en donde era jugosa y dulce, pero sin la necesidad de necesitar que la carne la acompañara.
—¿Te gustó?
—¿Eres una chef profesional!
Soltó una pequeña risita.
—No es para tanto, solo estoy inspirada.
Miré la cuchara que aún contenía un poco de salsa, metí el dedo en ella y luego puse salsa en la nariz de Sam.
Comencé a reírme cuando me di cuenta que parecía una tierna payasa.
—¿Te parece gracioso?
—Mucho, pareces una payasita.
Dejó la cuchara de lado y mientras me reía, me tomó en sus brazos y me acercó a su cuerpo. Miré la salsa en su nariz y le di un beso lento, mientras le retiraba la salsa.
Parecía no haberle molestado mi pequeña broma.
En cambio, sus ojos volvieron a mirar mis labios como anteriormente lo hicieron y sentí una tensión extraña, de esas que no quieres dejar de sentir.
Sin pensarlo, se lanzó a besarme. Mis manos se dirigieron hacia sus mejillas delicadas, las acaricié y dirigí el beso, mientras sus manos acariciaban mi cintura con dulzura.
Hacía años que no besaba a una chica y me alegraba saber que podía sentir algo. Incluso porque era Samantha la que me hizo darme cuenta que podía volver a amar.
Se sentía tan bien, como si miles de petardos explotaran en mi interior.
Nos separamos del beso y ambas sonreímos.
—Me gustó —confesé.
—Entonces seguiré haciéndolo.
Se inclinó para seguir besándome. Mis manos recorrían su cabello, mientras que las suyas exploraban cada parte de mi cuerpo que les fuera posible.
Mientras sentía sus labios sobre los míos, comencé a sentir un aroma a quemado. Me aparté de ella y ambas observamos la olla llena de salsa y carne.
—¡La carne! —me dirigí a la olla y apagué el fuego.
Sam tomó otra olla más pequeña, luego tomó el paquete de los fideos y los colocó allí. Vertió un poco de agua que había en la jarra y colocó la olla en la hornalla. Tomó el encendedor de color evrde y encendió la hornalla.
—No te preocupes, tu comida está a salvo —presumió.
—Boba, por tu culpa casi nos quedamos sin comida.
—¿Eso quiere decir que prefieres la comida a mis besos? —se acercó a mí y rodeó mi cintura con sus brazos.
—No lo sé... Tal vez tengas que convencerme de que tus besos son mejores —sonreí pícaramente.
Sin dudarlo nos seguimos besando como si fuéramos dos adolescentes viviendo el primer amor y aunque no era así, vivir el primer amor sin miedo era lo mejor del mundo.
Con Sophie no tenía la posibilidad de ser la novia que estaba segura que podría ser, porque sus propias inseguridades me limitaban como persona. No podía hacer nada de lo que hoy sí podía, tomarla de la mano, besarla en público, eran cosas que ella me prohibía.
Lo peor es que yo fui una idiota que lo había permitido.
Ahora había encontrado a una mujer de verdad, una que su único temor era no poder vivir la vida.
Cuando los fideos estuvieron listos, tuvimos que dejar de besarnos y a cada segundos nos mirábamos, como si todo esto fuera un sueño.
Mientras Sam servía la comida, yo puse los vasos, los cubiertos y el jugo sobre la mesa. Nos sentamos a comer y platicamos sobre nuestros planes a futuro.
—Quiero ser la mejor reportera, la más conocida de la ciudad.
—No tengo dudas que lo lograrás, tienes mucha voluntad.
—Espero que sí y quiero que estés a mi lado cuando llegue ese momento —tomó mi mano y la acarició—. ¿Y tú? Debe haber algo que quieras hacer.
—Bueno... Me gustaría escribir poemas.
—Estoy delante de una futura poeta ¿y apenas me entero?
—No soy poeta, no aún.
Hace unos meses comencé a escribir poesía, me había anotado a varios cursos y había investigado en internet sobre la poesía. Me enamoré perdidamente de Alejandra Pizarnik y Emily Dickinson.
Sus poemas eran tan dolorosos como bellos, reflejando lo que la vida nos obliga a vivir.
—¿Puedo leer algo de lo qué escribes?
—No lo sé... Nunca nadie ha leído algo de lo que escribí y para ser sincera, me da vergüenza.
—Lo leeré cuando estés lista, pero estoy segura que son hermosos poemas.
Alejandra Pizarnik se refugiaba en su dolor y Emily Dickinson en el amor, ¿pero qué sucede cuando unes el amor y el dolor que genera la vida?
El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos y era extraño, porque no estaba esperando a nadie.
—¡Angelique, abre la puerta!
Sam me miró sorprendida ante la orden que mi madre emitió desde el otro lado de ña puerta.
—Es mi madre.
—Oh... ¿quieres qué me esconda o...
—No, no te esconderé.
Me levanté de la silla, me dirigí a la puerta, tomé las llaves, las coloqué en la cerradura y la giré dos veces para abrirla.
Sin pedir permiso, mi madre entró a mi departamento, acompañada de Will.
—Entren con confianza —ironicé de mala gana.
Los ojos de mi madre repararon en Sam, quien se acercó a nosotros y estiró su brazos para estrechar su mano con la de mi madre.
Cerré la puerta y me acerqué a ellos.
Mi madre miró a Sam de arriba a abajo, como si fuera un bicho raro.
—¿Por qué hiciste eso? —se dirigió a mí.
—Fue un impulso —confesé—. Sophie y yo...
—Debiste haberme dicho que volvió.
—¿Por qué te lo diría? Es mi vida, me relaciono con quien quiero.
—No más, Angelique. Estoy cansada de que la prensa me persiga por tus acciones inconsecuentes.
Miré a Will, quien vestía el traje de The Lions.
—¿Y tú para qué viniste? ¿Ahora eres la mascota de mi madre?
—Procuro que nada le suceda.
—No salvaste a Zoe, ni a Karen ¿y crees que puedes salvar a mi madre? Hipócrita —solté.
—No me digas así, yo no fui el que...
—Y sabes bien que yo tampoco —rebatí.
William dirigió su mano hacia dentro de su traje y sacó su celular. Busco algo y luego me pasó su celular.
—Ponle play.
En la pantalla estaba el video en el que Sophie y yo habíamos peleado. Entonces se me ocurrió una idea, ¿y si aquel hombre que me llamó a mi celular quería que viera que Sophie no era más que una hipócrita?
Desde que tuve aquel incidente con The Lions, él no se volvió a contactar conmigo y con todo este caos que se había formado, debería haberme contactado, pero no.
Él dijo que nada era lo que parecía, lo que significaba que todo era una mentira.
Generalmente para atraer a una mariposa, no debes ir tras ella, debes atraerla con bellas flores. ¿Y si las flores eran experiencias cercanas al pasado?
Nadie me quitaba de la cabeza que Will, Sophie, Karen y yo no nos habíamos vuelto a ver por casualidad. Esto era algo mayor, no estaba segura de qué, pero tenía que atraer a ese hombre con algo más.
Si el pasado volvía, así como Sophie volvió a mí, eso traería más problemas, ¿pero y si los problemas fueran las soluciones?
Miré el video y no noté nada extraño.
—La prensa quiere una exclusiva, Angelique —comentó mi madre.
—Y sé a quién puedo dársela —miré a la rubia.
—Será un placer, le diré a mi jefe. Eso nos traerá público.
—Como sea, ten cuidado con lo que dirás —me miró de mala manera—. No arruines todo lo que construí.
Ambos se dirigieron hacia la puerta, les abrí y por suerte se fueron sin decirnos nada más.
—¿Estás segura de esto?
—¿Me creerías si te digo que no todo es una casualidad?
—Claro, An. Siempre estaré a tu lado —sonrió dulcemente.
—Por cierto, ¿cómo se llama tu jefe?
—Tyler.
El escritor Ian Fleming dijo que una vez es coincidencia, dos son casualidad y tres son las acciones del enemigo.
Un enemigo que conocíamos todos, pero que no sabíamos quién era.
—¿Tyler Selkon?
Frunció el ceño.
—¿Cómo lo supiste?
—Porque él estaba en nuestro grupo de amigos de la secundaria y estuvo cuando todo empezó.
No había dudas, todos estábamos en la ciudad, con un propósito que ni siquiera sabíamos.
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