Capítulo seis: De miedosa a negadora
Llegué a la mansión de Sophie, en donde ella me había tocado, me había besado, había sentido ese deseo fugaz como cuando éramos adolescentes, pero tenía en claro que siempre sería así.
Ella me escondía y esta vez no sería diferente.
Solo debía concentrarme en cuidar de Leo, trabajar y olvidar que un día la conocí. Aunque sería imposible, si tengo en cuenta que estoy en su mansión.
Al tocar el timbre, una señora de edad avanzada me abrió la puerta y me dijo que Leo me estaba esperando en su habitación. Le agradecí y noté que tenía el típico uniforme de una sirvienta encargada de limpiar y hacer los quehaceres de la casa.
Sophie siempre fue un poco mimada, siempre tuvo lo que quiso, excepto a mí.
Subí las escaleras que me conducían a la habitación de Leo, mientras miraba las fotografías en la pared. Me detuve a observar una de ellas, en donde Sophie tenía a Leo en sus brazos, mientras su esposo la tomaba de la cintura y sonreía a la cámara.
Leo se veía tan feliz con sus padres unidos y Sophie se veía tan diferente a como la había conocido. Esta vida que ella había construido, no era real, solo era su forma de convencerse de que podía ser la típica heterosexual rubia millonaria.
Nada era real, pero no podía sacarla de aquella burbuja.
Debía concentrarme en mí y dejarla morir, porque ella había hecho eso conmigo.
Me acerqué a la puerta de la habitación de Leo y toqué tres veces, pero él no respondía.
—Leo, soy yo, Angelique, Quería saber si estabas bien.
Antes de que pudiera darme cuenta de si Leo me estaba prestando atención o no, oí que los gritos provenían de la habitación de al lado.
—¡Piensa, Sophie! ¡Es la junta de mi vida!
—¡Prefieres eso, antes que a tu hijo!
—¡No vuelvas a decir eso, mujer! —espetó furioso.
—Es tu hijo y yo soy tu esposa...
—Por eso, debo trabajar para mantenerlos y por cierto —hizo una pausa—, no vuelvas a negarme lo que quiero.
—No tenía ganas, Mason. Estaba indispuesta —oí en su voz lo avergonzada que estaba por decirlo.
—¿Crees qué me importa? Eres mi esposa y tienes el deber de satisfacerme.
—Lo lamento, Mason.
Estuve a punto de entrar en aquella habitación y decirle a Mason que se pudriera en el infierno, que Sophie no era un objeto de placer, pero eso solo me traería problemas.
Además ella misma se había buscado esta vida y si prefiere este tipo de maltrato que vivir feliz con una mujer, era su problema.
Oí el click de la puerta que me sacó de mis pensamientos y encontré a un pequeño Leo llorando. Su rostro estaba rojo y sus manos mojadas de tanto secarse las lágrimas.
Me agaché para estar a su altura y lo abracé. Sabía cuán doloroso era sufrir por las peleas de tus padres. En mi caso, esas peleas eran a cada segundo y jamás tenía paz.
Solo mi hermana podía calmarme, pero Leo estaba solo, no tenía a nadie que lo consolara.
Entramos a su habitación, cerramos la puerta y nos sentamos al borde de su cama. Limpié sus lágrimas con mis pulgares y me miró.
—No me gusta cuando mamá y papá pelean.
—Lo sé, amigo —acaricié su espalda para consolarlo—. ¿Escuchaste por qué discutían?
Negó con la cabeza.
Eso era bueno, de otro modo no sabría como explicarle al hijo de mi ex novia porqué sus padres peleaban solo porque su madre no quería tener relaciones.
Sería complicado para un niño entender eso.
—¿Por qué pelean?
—No lo sé, querido —mentí.
—An.
—Dime, Leo.
—¿Te gustaría verme competir en la competencia de natación?
—Claro, me encantaría. Seguro que eres bueno compitiendo.
—No sé, pero soy rápido.
—Si a tu madre no le molesta, con gusto iré.
—¡Sí, te divertirás, An!
No podía decirle que no al pequeño, él no era culpable de la relación entre su madre y yo.
Le pedí que me enseñara sus cómics, porque estaba segura de que así podría olvidarse de que sus padres peleaban. Al menos, eso me enseñó Zoe, mi hermana amada.
Ella siempre hacía de todo para que yo no sintiera dolor y aunque a veces funcionaba, hay dolores que son necesarios para madurar.
Cuando eres niño no entiendes porque tus padres pelean tanto, hay muchas cosas que ningún niño entendería, pero que al crecer, estaría del lado correcto de la historia.
En mi caso, siempre estuve del lado correcto, el problema es que la vida me lo había arrebatado todo. Cuando creí que tendría algo de paz, Sophie llegó a mi vida para formar un enorme huracán en mí.
Algo que no tendría arreglo y siempre me confundiría, porque jamás estaría segura de si esa tempestad había acabado o si en algún momento volvería.
Ahora estaba segura de que siempre volveríamos a encontrarnos. Sin planearlo, porque a la vida le gusta jugar con los corazones de personas inocentes.
Leo me enseñó sus cómics favoritos y aunque a mi parecer eran casi iguales, me explicó la diferencia de cada uno y sus pequeños ojitos brillaban como estrellas.
Era encantador.
La puerta se abrió abruptamente y nos asustamos.
Cuando Sophie me vio, se dio cuenta que no era necesario preguntar que estaba sucediendo.
—Hijo, yo...
—¡No! ¡Me prometiste que no iban a pelear más! —exclamó molesto.
Se bajó de la cama, tomó sus cómics y se fue de la habitación. Sophie lo miró con pena, pero sabía que no podía hacer nada para evitar su molestia.
Leo no comprendería los problemas de los adultos.
Ella caminó hasta mí y se sentó a mi lado.
—¿Estás bien? —pregunté sabiendo que la respuesta era no.
—¿Lo escuchaste todo?
Asentí.
—A veces peleamos, ya sabes, cosas de pareja.
—¿Cosas de pareja o de machista?
—Mason no es así, solo tuvo un mal día —trató de excusarse.
Fruncí el ceño, confundida porque lo estaba protegiendo.
—¿Se fue?
—Claro, tuvo que ir a trabajar.
—Entonces quiero que recuerdes cuando eras mi novia, cuando estabas en tus días y no podíamos hacerlo, ¿alguna vez te reclamé eso?
Bajó la mirada, apenada porque la respuesta era no.
—Es diferente, tú eres mujer y entiendes y...
—Los hombres deberían respetar a las mujeres, porque nosotras sufrimos desde que somos niñas con el período, con el embarazo, con el parto, con el post parto y la menopausia, ¿y crees qué él tiene la razón?
—¿Viniste a criticar mi matrimonio?
—Vine a cuidar a Leo, pero no puedo pasar por alto estas cosas. Tienes qué reaccionar o será demasiado tarde.
Suspiré.
No pude hacerla cambiar de opinión cuando éramos adolescentes, ¿por qué pensé qué podría hacerlo ahora?
—¿Por qué te importa tanto? Ya tienes a alguien más —sus ojos comenzaron a cristalizarse.
—Si tanto te molesta que esté saliendo con Sam, lo hubieras pensado mejor antes de dejarme llorando.
—No supe como reaccionar, An —se excusó.
—Y años después sigues igual —rebatí.
Me levanté de la cama, me dirigí a la salida y me di la vuelta para verla.
—Por cierto, Leo me invitó a su competencia, dime donde es e iré.
—Puedo pasarte a buscar, si quieres.
Le indiqué mi número de celular y luego bajé a hablar con Leo, pero no estaba muy de humor para eso así qué pensé en prepararle un sándwich de carne con jugo. Eso no le quitaría la tristeza, pero le daría un cierto confort.
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Sam me había ido a buscar ayer a la cafetería para ir y comprarle algo especial a Leo. Pensamos que sería lindo darle un cómic que no tuviera, así qué luego de una búsqueda exhaustiva por internet, encontramos una tienda en donde solo se vendían los últimos cómics que habían salido.
Compramos un cómic de Batman y otro de Hulk, ya que fueron los primeros personajes que él me mencionó cuando nos conocimos.
Lo envolvimos en un paquete para que fuera sorpresa y ella me deseó suerte para la competencia.
Sophie y Leo me pasaron a buscar. Él me abrazó fuertemente.
Le entregué los cómics, los abrió desesperadamente y durante el viaje, estaba leyendo el libro de Batman. Sophie me agradeció por el lindo gesto,
Llegamos al club y Leo se fue con sus amigos a prepararse para la competencia.
El lugar era lindo, las paredes estaban pintadas de celeste y blanco, el bufete estaba lleno, ya que muchos comían antes de ver a sus hijos en acción.
Sophie me dijo que compraría una botella de agua para Leo y al ir al buffet nos encontramos a un grupo de madres que me recibieron cálidamente. Aunque no pude evitar notar que me miraban de una manera extraña y el motivo no era sorpresa para nadie.
—Tu cara me suena conocida —comentó una de las madres.
—Espera, ¿tú eres a la que acusaron de asesinato?
—Sí —afirmé sin miedo.
—¿Cómo se te ocurre dejarla con Leo? —se dirigieron a la rubia—. Es una asesina.
—Yo no hice nada, señora.
—Claro, no por nada todas las pruebas apuntaban a ti.
—Respondiendo a tu pregunta, Susan. Mason y yo no tenemos tiempo para cuidar a Leo y sé que ella es de confianza —intervino, tratando de desviar las miradas de sus amigas.
—¿Puedes asegurar que Leo estará bien con una asesina?
—Señora, su acusación es sería. No hice nada malo, no puede culparme.
—Tu madre te odia, será por algo, ¿no?
—Es porqué es lesbiana, Susan —comentó una madre pelirroja.
—¿Y a ustedes qué les molesta que me gusten las chicas? —fruncí el ceño.
—Que no es normal, ¿por qué odias a los hombres?
Claro, el típico pensamiento homofóbico. Que por ser lesbiana odias a los hombres, odias a los niños,e res una pervertida, una loca y quieres llevar a todos a tu alrededor por mal camino.
Miré a Sophie, porque sabía que ella diría algo para evitar que esto fuera a peor.
Sin embargo, el silencio invadió el ambiente tenso. Desvió la mirada cual cobarde y fingió que nada estaba sucediendo.
—Mejor vámonos, chicas —sugirió Susan.
Las madres se dirigieron a la piscina, mientras murmuraban cosas en mi contra, pero poco me importaban.
Lo peor era saber que Sophie no había cambiado nada durante estos años. Quise creer que por un segundo, ella podía ser valiente, podía cambiarlo todo, pero no.
Fui una idiota.
—¿Por qué no me miras a los ojos?
Ella se alejó unos pasos.
La tomé del brazo, decidida a que por una maldita vez en su vida fuera sincera consigo misma.
—¿Te da vergüenza ser como yo?
Levantó la mirada, noté sus ojos cristalizados y su labio inferior temblaba ligeramente.
—N-no soy como tú...
—¿Entonces por qué me besaste en tu oficina? ¿Por qué fuiste mi novia en la secundaria? ¿Por qué te mientes a ti misma? —reclamé con la esperanza de que hubiera un poco de razón en su cabeza.
Se soltó de mi agarré abruptamente.
—No puedo ser como tú.
—¡Al menos dime por una vez la verdad! —exclamé eufórica—. Tú me mientes... luego de tantos años... tú te llenas de mentiras para cubrir quien eres —dije sin poder creerlo.
—Cállate, Angelique.
Las demás personas nos estaban observando y murmuraban cosas. No llegué a oír exactamente lo que decían, pero nadie estaba satisfecho con mi presencia.
Aunque nunca la maté, todos decían que era una asesina, que deberían haberme ejecutado y convivir con eso todos estos años, fue una totura mucho peor que la muerte.
—Eres una mentirosa... Creí... creí que eras diferente...
—Ya te lo dije, no soy como tú.
—No, no lo eres y por eso necesito a una mujer a mi altura y aunque te duela, Samantha es mucho mejor que tú. Principalmente, porque ella jamás negó lo que su alma clama.
Si fuera por mí, me hubiera ido del club, pero Leo contaba con mi presencia y no quería decepcionarlo. De todos modos, la decepcionada era yo.
Por un maldito segundo creí que todo podría ser diferente, ¿pero cómo? Una mujer que ni siquiera puede respetarse a sí misma, es una mujer perdida. Sin embargo, los recuerdos que tenía con ella eran demasiados.
Me dolía que todo lo que alguna vez vivimos, fue un simple juego.
En ese momento, ella lo era todo para mí y yo no fui nada.
Siempre creí que si le hubiera dado más, si hubiera sido mejor novia, tal vez ella se hubiera quedado, pero Karen siempre decía que yo era la novia soñada por cualquier mujer. Solo que para Sophie, nunca sería suficiente y eso me mataba por dentro.
Yo era una idiota y Karen era muy lista.
En la competencia Leo salió en segundo lugar y su sonrisa brillaba como nunca. Estaba segura que sentía la ausencia de su padre, pero me alegraba estar para él.
En medio de la celebración, en donde las familiares iban a abrazar a sus pequeños, recibí una llamada del geriátrico de mi abuela. Me comunicaron que ella había tenido otro ataque, que tuvieron que sedarla y ahora estaba en reposo.
Me lancé hacia la salida del club, sin despedirme de Leo o Sophie. Estaba muy asustada por saber el estado de mi abuela.
Era fuerte, pero cada vez que iba a verla, la abrazaba como si fuera la última vez que fuera a verla, porque la muerte avisa, pero no traiciona.
Un día se la llevaría y nunca puedo saber cuándo será la última vez que la veré.
Tomé un taxi, que me llevó hasta la calle Huskon. Era un lindo lugar, la estructura estaba pintada de blanco y los bordes rosados. Había árboles, plantas y flores por todos lados.
Había ancianos sentados en los bancos de afuera, tomando un poco de aire, otros estaban intentando jugar a las damas y al ajedrez.
El guardia de seguridad me abrió la puerta enrejada y sin pensarlo corrí hacia la entrada. Me dirigí al área de emergencia, en donde había familiares de otros pacientes. Le dije a la recepcionista mi nombre y apellido y me indicó en que habitación estaba mi abuela.
Corrí hacia ella y toqué la puerta tres veces.
Alguien abrió la puerta y me di cuenta que era uno de los médicos del geríatrico.
Entré al consultorio, mi abuela estaba acostada en la camilla, con sus ojos mirando a la nada, perdidos en alguna parte de su mente.
Murmuraba algunas palabras, las mismas de siempre; Zoe, Angelique, rojo y del revés. Los médicos siempre me dijeron que esas palabras eran lo último que había visto antes de caerse por las escaleras y casi morir por el golpe.
Desde entonces su mente quedó confundida, aturdida y a veces es incapaz de moverse.
—Su locura está llegando muy lejos, Angelique. Esta vez quiso irse, hirió a uno de los guardias —hizo una pausa—. Creo que sería bueno que pensaras en la posibilidad de...
—No —dije con los ojos cristalizados.
—Es un peligro para todos.
Su mano temblaba ligeramente, la tomé y la acaricié.
Recordé todo lo que ella me había enseñado, cómo debía ser valiente ante la vida. Como las matemáticas un día me servirían para algo y como debía multiplicar, jugar a las cartas, como tejer y ahora, ella estaba atada a su locura.
—No la dejaré morir.
—Piénsalo, sería lo mejor para todos.
Luego oí la puerta cerrarse.
—Abue, soy yo.. Angelique.
—Angelique... Zoe...
—Sí, somos tus nietas, abue.
—Rojo... del revés...
Cerré los ojos y permití que las lágrimas cayeran sobre mis mejillas. La estaba perdiendo, frente a mis ojos, se marchitaba como una flor y no podía hacer nada para evitarlo.
Me sentía una inútil, porque todos te hablan de que morir es natural y debemos aceptarlo, ¿pero quién te habla sobre como dejar morir a alguien que amas por su bien? ¿Cómo dejas qué la muerte gane antes de lo previsto?
Yo no podía, era demasiado para mí.
No era tan valiente como ella siempre pensó.
Al final del día, era tan cobarde como Sophie. No podía tomar una maldita decisión.
—Abue... ¿Recuerdas a mis amigos de la secundaria? Will, Sophie, Tyler y Karen, bueno, ellos... Karen sigue siendo mi amiga, ya lo sabes, pero me reencontré con Will y Sophie. Todo es complicado y me gustaría que me dijeras algo... extraño oírte hablar.
—Angelique... Zoe...
—¡Por favor, reacciona! —solté desesperada—. ¡No puedo dejarte morir! —exclamé con los ojos llorosos y entrando en pánico.
Sacudí su mano, para que me sintiera, para que notar que estaba frente a ella, pero no sucedió nada.
Seguía repitiendo esas palabras y mi abuela, la mujer que un día me contaba historias cuando le temía a la oscuridad, había muerto hace mucho tiempo y solo había quedado su cuerpo.
Mi abuela estaba muriendo y no podía evitarlo.
Parecía que la desgracia me respiraba en la nuca, esperando que un día pierda la cabeza.
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