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9: En el punto de mira.

Capítulo 9

Llegar a casa de mis abuelos fue una carrera contra reloj. Nunca había visto conducir a Macarena tan rápido, pues ella se consideraba una conductora demasiado mediosa. No obstante, por culpa de los coches que nos perseguían, mi prima mediana parecía que acababa de salir de una película de Fast and furious.

Dimos gracias a que la casa de mi abuela tuviera un garaje trasero, Macarena consiguió entrar con los nervios a flor de piel y la figura gordita de mi abuela nos dio una, no tan feliz, bienvenida. Sus ojos se encontraron con los míos y, en el momento que salí del coche, agarró mi oreja como cuando era una niña.

—¡Estás saliendo en todos los canales! Nuestra casa se ha convertido en Trending toppic.—Comenzó a regañarme y, seguidas por Flavio y mis primos, entramos en el comedor.

—Abuelita... ¿Desde cuándo utilizas Tweeter?—Preguntó Carlos, aún no muy consciente del enfado de la mayor.

—De alguna forma habrá que seguiros la pista.—Contestó, obligándome a sentarme frente al televisor.

Lo encendió y, en cuestión de segundos, nuestras imágenes aparecieron frente a nuestros rostros. La voz de los presentadores relataban lo violento que había sido Flavio para proteger a su nueva pareja, la forma en la que había roto la cámara a un periodista y nuestra rápida huída junto a dos personas totalmente desconocidas.

Tragué saliva, preocupada por lo que aquello podía ocasionar. Una mano se posicionó en mi hombro y, al levantar la intranquila mirada, me fundí en el grisáceo iris de Flavio.

—Mi padre puede solucionar este alboroto, no tienes de que preocuparte.—Parecía tan afectado que le regalé una pequeña sonrisa para que se calmase.

—Flavio, cariño—mi abuela cambió por completo el mal humor que la caracterizaba y le extendió un té. El mayor lo aceptó con gratitud.—Es muy arriesgado que salgas a la calle hoy, puedes quedarte a dormir.

—Muchas gracias, Elena.—El arqueólogo agradeció y dejó a la vista sus sobresalientes colmillos con una amable sonrisa. De reojo, noté como a mis tres primas, sentadas frente a nosotros, les brillaban las pupilas al apreciar la belleza del adulto.

—Eso sí, nada de toqueteos indebidos. O tendré que cortaros las manos a ambos.—Las últimas palabras de la anciana nos sonrojaron.

Flavio rio por culpa de la vergüenza y yo, algo más nerviosa, me sorprendí por la idea de que mi abuela decidiera que podíamos dormir en la misma habitación. Entendí, horas después, que no había más remedio, ya que la casa solo contaba de tres habitaciones y el mayor no se sentiría cómodo en compartir habitación con Carlitos y Martina.

Después de la cena, la cual estuvo repleta de risas y preguntas hacia el invitado, subimos a lo que había convertido en mi dormitorio. En el pasillo noté como su mirada se detenía en la fotografía de Isabel, apretó los labios y, gracias a esa acción, supe que reconocía de quien se trataba. Isabel y yo eramos como dos gotas de agua, delgaduchas, pálidas y con los labios muy gruesos y carnosos. Lo único que nos diferenciaba, aparte de la edad, era nuestro iris. Mientras que yo había heredado el color claro de la familia de mi padre, ella poseía los ojos más oscuros del mundo.

—Era guapa.—Murmuró, siguiéndome por el estrecho pasillo. Sonreí al escucharlo, por alguna extraña razón, no me sentí incómoda al pensar en ella.

—Muchísimo.—Contesté y abrí la puerta del dormitorio.

A la velocidad de la luz recogí toda la ropa sucia que había dejado en el suelo y la introducí en la cesta del baño. Por otro lado, Flavio recorrió la mirada por el lugar, y por un segundo me avergoncé; Estaba segura de que parecía una adolescente con todos los posters que había colgado en las paredes, pero lo que más me incomodó fue las sabanas de Hora de aventuras que acababa de comprar por Amazon.

Busqué la burla en él, no obstante, me sorprendió su sonrisa tierna.

—¿Te gusta el Manga?—Tomó uno de los tomos que descansaban en mi estantería y pasó las páginas.

—Le encanta, tanto que estuvo un mes entero comiendo arroz cocido para poder comprar ese tomo.—La voz de mi prima Ana irrumpió en el dormitorio.

Me giré hacia ella, probablemente, con cara de pocos amigos, la pequeña captó la idea y salió corriendo antes de que me lanzase contra esta. Las carcajadas de Flavio me retumbaron en los oídos, observé como volvía a dejar el libro en su lugar y se sentaba en la cama con una gran sonrisa.

En mi interior deseé fotografiar ese gesto de felicidad y guardar la imagen en uno de mis álbumes más preciados. Me alegré de que no estuviera pensando en los periodistas que acampaban en la calle.

—Seguramente piensas que estamos locos.—Reí con nerviosismo.

—Me gusta como sois, es agradable reírse tanto.—La sinceridad en su voz me alegró.

El silencio reinó en la habitación, estaba segura de que queríamos decirnos muchas cosas pero el nerviosismo nos lo impedía. Me sentía una adolescente que iba a dormir por primera vez con un chico y, aunque por aquel entonces no comprendía muy bien mis sentimientos, sabía que Flavio era alguien muy especial para mí.

—Voy... Voy al baño para ponerme el pijama.—Los nervios provocaron que atropellase las palabras, tomé el pijama menos infantil que tenía y me encerré en el baño, tocándome el corazón. Me encontraba apunto de desfallecer.

Desnudándome, alcancé a escuchar como Flavio hablaba por teléfono. No quise ser una entrometida pero me percaté de que se trataba de su padre. Aunque ya estaba vestida, me quedé un rato allí para permitirle algo de intimidad. Tomé mi teléfono y me abrumé al leer la cantidad de mensajes que me habían mandado.

Le respondí a mi padre con un seco No te preocupes y, pasando de los demás, mi vista se topó con el antiguo mensaje de Nico que no había querido contestar. Mis dedos temblaron, presionando su Chat y dándome cuenta de que había quitado nuestra foto. Por alguna extraña razón no me entristeció y suspiré pesadamente. Ya era hora de pasar página.

Regresé a mi habitación, dejando el móvil en el baño y me sonrojé cuando el torso desnudo de Flavio apareció ante mí. Tan sólo se encontraba con los pantalones grises de deporte y se mantenía atento a su IPhone tranquilamente. Parecía un modelo, tan profundamente atractivo y atlético como un deportista. Sabía que mis primas me odiaban por poder disfrutar las vistas sin ellas.

—Que mona.—Murmuró y regresó la mirada hacia mi suave pijama de gatitos.

Caminé hacia la cama, intentando que no notase lo nerviosa que me sentía. Tenía el corazón a mil por hora y rezaba por no desmayarme ahí mismo. Me recosté a su lado y me tapé para ocultar lo ridícula que estaba.

Flavio me imitó y, una vez que estuvimos listos para dormir, extendí la mano para apagar la luz. La oscuridad inundó la habitación, sólo podíamos escuchar nuestras entrecortadas respiraciones y el torpe ritmo de nuestros corazones. Me moví un poco para encontrar mi comodidad y rocé su brazo sin darme cuenta.

Abrí los ojos, encontrando en medio de la oscuridad su rostro sereno, su mirada me recorría cada centímetro y sus labios carnosos no habían dejado de sonreír ni un segundo. Tal vez fueron los nervios o lo gracioso que se veía tan feliz, pero me reí por lo bajo y tapé mi cara con ambas manos para que se detuviera.

Sus yemas acariciaron mis manos, pidiéndome con aquellas acciones que las apartase. Entreabrí los dedos, permitiendo que mis ojos vieran através de ellos y sonrojándome aún más al ver la cercanía del mayor. Atrapó mis muñecas con suavidad y las apartó de tal modo que mi rostro quedó descubierto ante él.

—Eres preciosa, Aury.—Susurró.

Se inclinó torpemente hasta mis labios y los rozó con los suyos en un juego que estaba acabando conmigo. No llegaba a besarme, tan sólo dejaba breves caricias en ellos, intentando destrozar lo poco que me quedaba de cordura. Las descargas eléctricas viajaron por todo mi cuerpo, alcé la mano y enredé mis dedos en su cabello, buscando más contacto, rogándole que rompiese el espacio de una vez.

Con su nariz hizo un suave camino hasta mi mejilla y la besó, riendo cuando suspiré por la sensación.

—Buenas noches.—Susurró y se giró para darme la espalda.

No le contesté, temblando por culpa de la gran cantidad de sentimientos que peleaban dentro de mí en ese momento. Quería girarlo y besarle en ese instante, en cambio, me di la vuelta para abrazarme a mi misma.

Tardé en dormirme, atenta a cada uno de sus movimientos, esperando a que volviera a sujetarme de los brazos y rozase sus labios con los míos hasta deshacerlos.

¿Pero qué me ocurría? Pasé un dedo por mi boca y sonreí tan intensamente que mis pómulos dolieron. Necesitaba explotar.

Noté como las sábanas se estiraban, mi corazón se encogió y su brazo rodeó mi cadera. Abrazándome con fuerza.

—Gracias.—No entendí a que te referías.

Sólo sé que te quise como nunca.

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